Cuentos y Chistes

Los Que Desafiaron a las Cataratas del Niagara

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Referencias recopiladas y extractadas por Damian Barrios

Cuando éramos jóvenes, en los fines de semana largos, acostumbrábamos a viajar hacia el norte, visitando las partes de Canadá más cercanas a nuestro lugar de residencia en Long Island, New York. Uno de nuestros lugares preferidos eran las Cataratas del Niágara y sus alrededores.

Había un lugar cerca de las Cataratas donde se exhibían varios de los artefactos que usaron los que se atrevieron a lanzarse en ellos por las Cataratas.

En 1901, en el día de su 63 cumpleaños, la señora Annie Edson Taylor, viuda y maestra de escuela, se lanzó por las cataratas dentro de un barril. Sobrevivió a la caída de 52 metros desde la “Herradura del Caballo” (Horseshoe Falls) y se convirtió en la primera de una larga lista de temerarios que desafiaron a la imponente caída de agua. La explicación que ella dió fue de que estaba harta de su trabajo de maestra y pensó que el salto  podría darle algo de fama y fortuna. La señora Taylor malvivió durante algunos años con el magro dinero que sacaba por posar para fotografías de ella junto al barril y murió en la más absoluta pobreza.

En 1911, Bobby Leach se convirtió en la segunda persona en lanzarse en el interior de un barril cataratas abajo. Luego de lo cual el señor Leach se pasó mas de seis meses en un hospital recuperándose de las graves fracturas sufridas. Tras una vida llena de aventuras y desafíos temerarios, Leach moriría años más tarde por las heridas producidas tras resbalar con una cáscara de naranja.

En 1928 Joseph Lussier se arrojó con éxito a las Cataratas en un gomón de 6 pies de diámetro forrada con tubos de oxigeno. Luego de su hazaña se dedicó a vender pedacitos del artefacto a los turistas. Cuando esto se agotó les vendía pedacitos de neumáticos usados.

En 1930, George Stathakis, se lanzó por las cataratas en el interior de un resistente barril construido por él mismo. Llevaba una reserva de oxígeno suficiente para ocho horas, pero el barril quedó atrapado tras una cortina de agua sin posibilidad de flotar hacia el río. Veintidós horas después, un equipo de rescate localizó y abrió el barril encontrando su cuerpo sin vida.   En el interior también estaba una vieja tortuga de más de cien años que sobrevivió al intento de su dueño.

En 1931, William “Red” Hill, un taxista de la zona, se lanzaba por los rápidos a bordo del mismo barril que había utilizado Stathakis y sobrevivía. Luego se dedicó a auxiliar a los que se aventuraban a desafiar a las cataratas y se metían en problemas. Fue considerado un héroe por esta arriesgada labor. A lo largo de su vida salvó a 28 personas de morir ahogadas y recuperó los cuerpos de 177 fallecidos por accidentes o suicidios.

william Red Hill

En otros casos notables y trágicos: En 1990 Jessie Sharp, un muchacho de 28 años saltó a bordo de su kayak sobre las cataratas desprovisto de casco o chaleco salvavidas. No sobrevivió y su cuerpo nunca fué recuperado.

En 1995, Robert Overacker, de 39 años, vino a las cataratas con la intención de lanzarse con una moto de agua y saltar de la misma con un paracaídas propulsado. Lo hizo, pero el paracaídas no funcionó. Su cuerpo fue recuperado río abajo, por un barco con turistas.

Un dato curioso: Kirk Jones fue la única persona que se arrojó a las cataratas vestido en ropa de calle sin intenciones de suicidarse. Jones que había estado bebiendo con sus amigos, saltó a las Cataratas sin ninguna protección, resultando ileso salvo por algunas magulladuras que se produjo al golpear contra el lecho del río.

Estas personas nombradas aqui no han sido los únicos en saltar, por supuesto. Más de 5.000 personas se suicidaron en la zona desde 1850, año en el que se tiene el primer registro.

En el año 2012,  Nik Wallenda, el hombre que cruzó haciendo equilibrio sobre el Gran Cañón del Colorado, miembro de la séptima generación de los Flying (Voladores) Wallendas, una familia de acróbatas, cruzó caminando sobre una cuerda floja de 457 metros de longitud y de 5 cm. de grosor, sobre las Cataratas Horseshoe Falls.

nick wallenda

Saliendo de las Cataratas visitábamos también entre otros interesantes lugares, el parque estatal Whirlpool, cuyo centro de atracción es un gran remolino, aguas abajo de las Cataratas. El rio Niágara, que corre a lo largo de la frontera entre Canadá y Estados Unidos, en ese punto, donde un desfiladero le cierra el paso, obligándolo a girar bruscamente, se forma un gran remolino que se puede observar desde la costa o montado en un antiguo funicular o Trasbordador Aéreo llamado The Spanish Aerocar. El viaje de ida y vuelta es de menos de un kilómetro, a una altura máxima de 61 metros y con una capacidad de 35 pasajeros. El Spanish Aerocar que fue construido en el año 1923 por la compañía española The Niagara Aerocar Co. Limited, está suspendido por seis cables y ofrece una vista impresionante del gran remolino y sus rápidos.

El torbellino gira naturalmente en un movimiento en sentido contrario a las agujas del reloj durante el flujo normal. Pero cuando las centrales hidroeléctricas instaladas en las proximidades requieren más agua del río, el flujo de la corriente se invierte.

 

Un poco más adelante visitábamos un pueblito llamado Niagara-on-the-Lake, a las orillas del lago Ontario, en la boca del río  Niágara. Es conocido por sus bodegas y en el verano es sede del Shaw Festival, una importante serie de producciones teatrales.

La antigua ciudad que está llena de flores y prolijamente arbolada, aún tiene edificios del siglo XIX muy bien conservados, principalmente a lo largo de Queen Street. Cerca del río se encuentra el Fort George que fue construído por los ingleses para defenderse de los ataques estadounidenses en los tiempos de los conflictos bélicos por la posesión de esos territorios.

Tiene la particularidad de sus costumbres muy británicas: carruajes antiguos de color blanco en las calles, porteros de hoteles pulcramente uniformados, su manera de hablar, etc.

La ruta entre Niágara Falls y este pueblito es muy pintoresca. En tramos se puede ver el rio corriendo con fuerza encajonado entre las laderas rocosas de la ribera, ardillas negras por el césped de las grandes casonas, granjas con ´´stands´´ a la vera del camino en los que se puede comprar y consumir, frutas, quesos, miel, vegetales, etc.

Paramos en uno que ofrecía una gran variedad de frutas. Degustamos varios muy  ricos duraznos, para continuar después nuestro camino.

Recorrimos el centro del  pueblo luego de observar las actividades acuáticas y la majestuosidad del paisaje en la confluencia del rio y el gran lago.

Cuando decidimos volver a nuestro hotel en Niágara Falls los duraznos consumidos en el camino comenzaron a hacer de las suyas en mi estómago y se me dió por ir al baño con cierta urgencia, de manera que estacioné casi a las puertas de un restaurant-café para buscar el baño. Y a pesar de que este estaba impecablemente limpio, puse abundante papel higiénico todo alrededor antes de sentarme en el inodoro. Cuando salía a la calle, apresuradamente, porque pensé que tendría problemas con el auto mal estacionado, el portero, de impecable uniforme, muy cortésmente me hizo saber (en un inglés bien británico) que no había problema con el estacionamiento, pero me quería hacer saber que tenía una tira de papel higiénico flameando en mi trasero.

Nos reímos todo el camino hasta que ya bajando las sombras de la noche desde una parte elevada de la ruta veíamos en la distancia las luces de la ciudad de Niagara Falls y del puente internacional que une a Estados Unidos y Canada por sobre el rio Niagara y las Cataratas.     Fin.

 

 

 

 

 

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La Concepción de Marco Antonio – Relato ambientado en Corrientes, Argentina

por Damián Barrios

Marco Antonio nació muy cerca de la Plaza Libertad en la ciudad capital de la provincia de Corrientes un día de abril de 1935. En uno de los lados de la Plaza, corre la calle Ayacucho, en ese entonces la principal arteria de la ciudad por donde circulaba un vehículo de transporte público que comenzaba su recorrido en el Puerto pasando por el Mercado, continuando su recorrido paralelo a la muy comercial calle Junin, con parada en la Plaza Libertad frente al Cine Itatí, pasando por el Lawn Tennis Club y terminando en los portones del Hipódromo. Más allá sólo hay montes de espinillos, palmeras, palos borrachos, “ñangapiryes” y unas pocas casas habitadas.

También están esparcidos en las cercanías la Escuela 30, la Comisaría Quinta, un Hospital Regional, un cuartel de la Gendarmería Nacional y un Recreo Bailable llamado “El Descanso”. Paralela a Ayacucho corre la calle San Martín donde se ubica la estación terminal de El Económico, un trencito de trocha angosta, que une San Luís del Palmar con un Ingenio Azucarero y termina en la ciudad de Corrientes. Para 1911 se extendió la línea férrea hasta Caá Catí (Estación General Paz) y un ramal desde Lomas de Vallejos a Mburucuyá, totalizando un poco más de 200 Km de vías que atraviesan campos sembrados de arroz, naranjales, lagunas, esteros y varios pequeños poblados en donde paraba, recogía ó entregaba mercadería y pasajeros.

La abuela de Marco Antonio, que se llamaba Catalina, era de Gral. Paz, donde su familia poseía una chacra de naranjas y otras frutas del lugar que ya nadie parecía querer cosechar. Todos los hombres habían abandonado el pueblo yéndose a las ciudades en busca de mejores horizontes. Ella tuvo un romance con un joven lugareño y quedó embarazada. Anduvo rodando tras el que ella creía que era el hombre de su destino. Pero un día ya muy próxima a dar a luz él desapareció de los lugares que frecuentaba y no lo vió más. Un hermano le contó que se había marchado a la ciudad. Reunió como pudo el dinero para el pasaje y se fué tras él. En el viaje dió a luz casi llegando a la estación de un pueblito llamado Santa Ana a una niña a la que llamó Maria Luisa.

Al llegar a la ciudad de Corrientes consiguió albergue frente a la estación en una especie de Hotel Alojamiento, una casa grande con varias habitaciones y un amplio comedor, regenteada por una parienta lejana llamada Irma Báez, que la aceptó a condición de que la ayudara con la limpieza y atención del lugar. Al cabo de un tiempo uno de los pasajeros que la conocía le contó que había visto al padre de su hija en un viaje que hizo a la ciudad de Rosario. Al parecer trabajaba de maletero en la estación terminal de ómnibus de larga distancia. Su primer impulso fué ir en su busca, pero no tenía el dinero necesario para el viaje. Además había entablado amistad con un par de muchachos que vivían a la vuelta por la calle Velez Sársfield, que traían pescado para consumir en el hotel. Comenzó una relación con uno de ellos llamado Juan que luego de un tiempo le propuso que se mudara a su casa con ellos dos que ahora vivían solos tras el reciente fallecimiento de su madre. Así lo hizo y luego de algunos años tuvieron dos niñas, a las que llamaron Isabel y Mariela, dos y cuatro años menor que María Luisa y que pasaban la mayor parte de su tiempo en el Hotel cuando no tenían que ir a la escuela.

La “tía Irma” tenía la costumbre de poner la radio a todo volumen y cantar los temas que transmitían por la emisora mientras realizaba sus tareas. Isabel cuando ayudaba en sus quehaceres a la tía también escuchaba, memorizaba la letra de las canciones y las cantaba al mismo tiempo con voz clara y vibrante. Mariela, la menor de las tres, era una excelente alumna, sacaba muy buenas notas en la escuela 30 a la que concurría y quería ser maestra. Las tres niñas no tuvieron una infancia muy feliz por el irascible carácter de su madre, que por cualquier motivo se enfurecía y las golpeaba con lo que tuviera a mano.

Ya adolescentes, María Luisa, la mayor de las tres, consiguió ubicarse de niñera en la casa de unos señores de mucho poder y dinero que habitaban una mansión sobre la Costanera frente al río, donde la utilizaban para todo servicio. Solamente había un destello de felicidad para ella cuando podía verse a escondidas de su madre con un muchacho de la vecindad llamado Antonio, un estudiante en la Escuela de Comercio, hijo del dueño de un corralón de venta de carbón, papas y leña, cuyo local comercial estaba a la vuelta de la esquina, por la calle Ayacucho. El ayudaba a su padre en el negocio con la contaduría y con la entrega de pedidos, en un carro tirado por un viejo caballo. En su tiempo libre pasaba silbando fuerte en bicicleta por delante de la casa de María Luisa. Cuando lo oía ella tomaba un par de tachos vacíos y se dirigía corriendo a la Plaza donde había un caño de agua potable que abastecía a los vecinos, para traer agua, pero más que nada para encontrarse con él. Allí conversaban entre alguna que otra caricia de manos y besitos en la mejilla.

Doña Cata como la llamaban todos, pese a que todavía no pasaba de los “treinta y pico”, tenía una vecina llamada Florenciana, madre de una hija de la misma edad que Maria Luisa de nombre Clotilde, las que pese a haber compartido su niñez y ahora adolescencia con María Luisa, nunca se llevaron bien. Fué Clotilde la que le contó a Doña Cata que había visto a Maria Luisa en el caño de agua de la Plaza muy acaramelada con el tal Antonio. Esta se puso furiosa y les prohibió que se vieran más. Lo cual ellos no cumplieron por la rebeldía propia de su edad y por el amor incipiente que se profesaban.

Un día Clotilde vino corriendo a avisarle a Doña Cata que Maria Luisa, contrariando la prohibición que ella les había impuesto, estaba viéndose con el muchacho en el caño de agua de la plaza. El resultado fue una brutal paliza que mandó a María Luisa al hospital. Antonio fué a visitarla y cuando la vió tan lastimada volvió a su casa enfurecido y tomando la pistola que su padre guardaba en un armario fué a buscar a la agresora de su amada que cuando lo vió venir pudo escapar corriendo, metiéndose en el rancho y cerrando la puerta. Luego de un tiempo la muchacha se recuperó aunque le quedaron las marcas de aquella paliza. Juan y “Zeppi”, que era el apodo de su hermano Cipriano, continuaban dedicando todo el día Domingo desde muy temprano y hasta entrada la noche a la pesca junto a su primo Rafael que vivía en la costa del río, poseía canoas y vendía lo que pescaba.

La madre de Rafael tenía un kiosko de venta de vino en damajuanas, carbón y leña que era frecuentado por los isleños que habitaban precarias viviendas al otro lado del río y a los que también servía Rafael llevando y entregando mercadería en sus canoas. La razón por la cual estas viviendas eran muy humildes e improvisadas era que de tanto en tanto en alguna crecida el rio se las llevaba, luego de lo cual ellos volvían a levantarlas con lo que podían recuperar.

En contadas ocasiones Juan llevaba a algunas de las chicas a las islas. A ellas no les entusiasmaba el cruce del río desde que una vez lo hicieron y se levantó un fuerte viento que hizo la travesía algo peligrosa. Preferían estar con la tía Irma y ayudarla en sus tareas.

En una ocasión vinieron a hospedarse en el Hotel unos músicos que venían de San Luis del Palmar. Era un grupo musical formado por el padre, Don Rolando Benítez, dos de sus cuatro hijos, Ramón y Luis y un sobrino, llamado Dalmacio, todos muy educados y de buena presencia. Eran hacendados con un buen pasar donde la música ocupó siempre un lugar predominante en la familia desde que el abuelo materno que fué maestro de música y tuvo un negocio en la ciudad de Corrientes con venta de instrumentos musicales y todo lo que pudiera necesitar un músico, les enseñara a tocar y también a querer la música litoraleña.

Ellos escucharon cantar a Isabel y quedaron gratamente impresionados por lo vibrante de su voz, la frescura de su juventud y su manera de cantar. De ahí en adelante se juntaban todas las tardes a practicar bajo un enorme árbol en la casa de Doña Cata y a enseñarle a Isabel cómo cantar acompañada por ellos. Le habían propuesto a la madre que ella pasara a formar parte del grupo. Isabel sólo tenía 16 años, aunque aparentaba más. Al mismo tiempo Dalmacio comenzó a cortejarla. A Isabel le gustaba cantar y también le gustaba Dalmacio.

Todos en el grupo podían tocar cualquiera de los instrumentos del cuarteto, pero ninguno se animaba a cantar, así que Isabel vino a llenar ese espacio vacío. A Don Rolando se le ocurrió que podían armar un escenario para actuar en el gran comedor del Hotel. Irma los dejó organizarse y un Sábado se presentaron como “Los Sanluiseños” con su vocalista: Isabel, “La nueva voz del Litoral”.

El público esa noche consistió mayormente de gente de la vecindad, un par de periodistas locales y un ejecutivo de LT7 Radio Corrientes, que tenía su edificio por la calle Ayacucho, al lado del negocio del padre de Antonio, que se encargaron de divulgar las bondades del Conjunto. La consumición de empanadas, sandwiches, bebidas y refrescos fué suficiente para justificar la iniciativa, que se prolongó por un tiempo. En cada presentación el público era cada vez más numeroso y entusiasta. Isabelita como empezaron a llamarla desde entonces, era muy aplaudida, ganando confianza y superándose en cada actuación. Comenzaron a llegar las invitaciones para actuar en programas de radio y en grandes salones de baile de la ciudad, llevando numeroso público a todas sus presentaciones.

Los cinco se llevaban muy bien y Don Rolando repartía las ganancias equitativamente lo cual sirvió para convencer a Doña Cata de la conveniencia de permitir que su hija se uniera al grupo. Dalmacio era el más desenvuelto y además de tocar muy bien la guitarra, era el presentador, animador y el que recitaba los versos de algunas de las canciones del repertorio del conjunto. Se enamoró de tal manera que cuando el romance entre él e Isabelita ya era muy visible y tórrido, pidió su mano y se convirtió en su novio oficial.

Comenzó a hacerse sentir la fatiga por tantos compromisos y actuaciones continuadas y decidieron volver a su pueblo. Vendrían a la ciudad cuando fuera necesario, a cumplir compromisos pre-establecidos más los que consiguiera su representante y nada más. Unos días antes de partir Isabel y Dalmacio con el consentimiento de Doña Cata, se casaron en la Capilla de Santa Rosa de Lima de la avenida 3 de Abril que se colmó de gente para la sencilla ceremonia, por la popularidad de Isabel y del Cuarteto.

El día de la partida improvisaron una actuación final en la Plaza Libertad que estuvo muy concurrida. Alberto, propietario de un taller de reparaciones de radios y otros artefactos del hogar frente a la Plaza, les facilitó los parlantes que él utilizaba para hacer propaganda por el barrio. Los músicos tocaron lo mejor de su repertorio hasta que el trencito con su silbato les anunció la inminencia de la partida. Guardaron sus instrumentos y entre abrazos y “sapucais” del público subieron al tren. Muchos jóvenes entusiastas los acompañaron corriendo a la par del trencito, que marchaba a media máquina, desde el andén de la estación hasta pasando el Puente Liberal y el Lawn Tennis Club, para luego regularizar su marcha lanzando al aire su estridente silbato perdiéndose de a poco en la distancia.

Doña Cata empezó a concurrir al hipódromo donde casi siempre terminaba perdiendo buena parte del salario que Juan y Zeppi traían a la casa. Le gustaba el ambiente festivo, la emoción y la gritería del público al llegar los caballos al disco, pero sus chances de ganar algún dinero allí eran muy pocas por la total ignorancia de todo lo que rodeaba a ese mundo incomprensible para ella de las apuestas. Elegía el caballo por el que quería apostar por los colores de la chaquetilla de los jockeys. Para no ir sola se acostumbró a llevar a María Luisa que acababa de cumplir 18 años y se sentía muy halagada cuando los hombres la felicitaban por la belleza y gracia juvenil de su hija. Ya algunos la saludaban con un “–¿Cómo le va?… mi querida suegra!”

Uno de esos Domingos conoció a Marco Marola, un contratista de obras para la construcción también aficionado a las carreras de caballos, que ganó bastante dinero apostando ese día con los datos que le proporcionaban sus amigos del ambiente turfístico local. Lo festejó en el Restaurant del hipódromo invitando a Catalina a quien vió acongojada por las pérdidas sufridas y a su hija Maria Luisa. Le gustó la muchachita y aprovechó la situación para cortejarla.

Marco era un italiano bien parecido, alto, de rojizo cabello ensortijado y penetrantes ojos verdes. Tras la última carrera compró un matambre entero en el restaurante, un par de botellas de vino, una bolsita de hielo y las llevó a ambas hasta la casa en su camioneta. Comieron y bebieron hasta que el vino comenzó a surtir efecto. Doña Cata tras mucho beber se quedó dormida con la cabeza sobre los brazos apoyados en la mesa. Maria Luisa que nunca había bebido, no podía contener la risa. Se reía de todo lo que hacía y decía Marco. Este comenzó a abrazarla y ponerle en la boca vasos de vino fresco con rodajas de limón, hasta quedar ella sin voluntad de ofrecer ninguna resistencia a sus avances. Ardientes besos en las manos, brazos, cuello y en la boca. La muchachita empezó a sentirse mujer y a gozar de las sabias caricias del hombre que la tenía a su merced. El la poseyó cuántas veces quiso mientras ella completamente sometida murmuraba el nombre de Antonio entre quejidos de dolor y de placer. Antes de retirarse la tapó con una sábana, se subió a su camioneta y se marchó.

Doña Cata despertó súbitamente con deseos de vomitar, se dirigió corriendo a una parte del patio que era de tierra y lo hizo. Luego regresó y vió a su hija durmiendo desnuda en la cama. Intuyó lo que había sucedido y no sabía si enojarse o celebrarlo ya que Marco le agradaba y si prosperaba algún tipo de romance, indudablemente esto mejoraría su situación económica.

Juan y Zeppi regresaron esa noche más tarde y un poco más borrachos que de costumbre. Zeppi se fué tambaleando hasta el fondo de la propiedad donde abrió su catre de lona plegable y se durmió de inmediato. Juan se tuvo que aguantar la andanada de improperios de Doña Cata, porque volvieron borrachos y porque no habían traído ningún pescado que al parecer dejaron olvidado en la casa del primo, tras lo cual lo echaron afuera y le cerraron la puerta. Se acomodó entonces junto a su hermano en el catre y durmieron hasta que el sol dándole en la cara los despertó. Tomaron un par de mates cada uno y se fueron a trabajar. El dueño de la fábrica de fideos donde trabajaban sabía que los lunes ellos llegaban siempre tarde, así que ya no perdía tiempo reprochándolos. Simplemente les descontaba el tiempo perdido del sueldo a ambos.

Maria Luisa fué a su esclavizante trabajo de mucama, mandadera y niñera. Uno de los muchachos de la familia que la empleaba se había tomado la costumbre de manosearla y tratar de besarla, lo que le molestaba mucho, pero no podía quejarse por temor a que la despidieran. Trataba de no encontrarse con él a solas y andaba por la casa haciendo sus tareas y esquivándolo.

Cuando se presentaba la ocasión durante el día comía algún bocado que había quedado de sobra en la mesa o en la cocina y que los patrones destinaban a la basura. Tenía una idea vaga de lo que le había ocurrido el día anterior. Estaba mareada y sentía que algo había diferente en las partes más íntimas de su cuerpo que la tenía incómoda e inquieta. Estaba dominada por un sentimiento de vergüenza y sentía una voz interior que parecía gritarle a su conciencia que había traicionado a su querido Antonio. Temía encontrarlo en el camino de regreso a su casa esa noche, porque no sabría como contarle lo que le había ocurrido el día anterior, así que lo hizo por una calle diferente a la que acostumbraba a utilizar.

Al cruzar la Plaza Cabral se sentó en un banco, no pudo aguantar la congoja que la consumía y poniendo su rostro entre las manos comenzó a sollozar. Pasaron varios minutos y de pronto sintió que le hablaban. Era un hombre que paseaba un perrito el que al verla llorando tan desconsoladamente se detuvo a preguntarle qué le pasaba. Ella se levantó como para irse pero se enredó con la correa del perrito y a punto de caer alcanzó a sostenerse en los brazos del hombre que trataba de calmarla con voz serena y pausada. Se acurrucó entre sus brazos y le contó en parte lo que le pasaba y de su temor de regresar a casa donde seguramente su madre la castigaría severamente.

El le dijo que se llamaba Giorgio Palmieri y tenía una hija de su edad y que podía, si quería, pasar la noche en su casa distante sólo un par de cuadras de allí. Ella se dejó convencer por la sinceridad y confianza que le inspiraba este hombre, aceptó la invitación y caminaron hasta la vivienda. Era una casa antigua pero muy bien conservada con un jardín florido en el frente; acomodaron un sofá cerca de la cama de la hija del señor Palmieri que se llamaba Roxana. Esta le prestó ropas para que se pudiera bañar y cambiarse y ambas conversaron un largo rato antes de dormirse, con ¨Peluche¨, el perrito de Roxana durmiendo en una alfombra entre ambas. Esta le comentó que acababa de cumplir los 18 años, que estaba de novia con un muchacho de Resistencia que se llamaba Francisco y que pensaban casarse apenas él concluyera sus estudios en la Escuela para Maestros, en unos pocos meses. El ya tenía asegurado un puesto de trabajo en Corrientes y vivirían al principio en la casa paterna. María Luisa le contó que su pretendiente-novio también se recibiría de la Escuela de Comercio para esa fecha.

Se levantaron un poco tarde y María Luisa fué corriendo a su lugar de trabajo para encontrarse con la señora de la casa furiosa por la tardanza, que la despidió sin miramientos y sin ninguna promesa de pagarle nada. Esta fue la gota que colmaba el vaso de sus amarguras. Desesperada cruzó la Avda. Costanera con toda la intención de tirarse al río y terminar con su desgraciada existencia de una vez.

En esa parte de la costa había una playa y para encontrar aguas profundas tendría que caminar un largo trecho por el Paseo que circundaba la Costanera que estaba hermoso, con los lapachos y otros árboles en flor, pero que ella no podía apreciar por la angustia que sentía en ese momento.

De pronto de esos floridos árboles surgió el estridente trinar y revolotear de algunos pájaros. Era tal el alboroto que producían que ella se detuvo un momento a observarlos y a escuchar. Maria Luisa aspiró profundamente la fresca brisa que venía del ancho río, observó el magnífico panorama que tenía ante su vista y a los pájaros que parecían querer decirle: ¡Vamos!…que la vida es linda y vale la pena vivir!… Desechando la idea del suicidio volvió rápidamente a la casa de Roxana y desayunaron juntas. Luego fueron hasta el lugar de trabajo de su padre, que era dueño de una zapatería y tenía un bien ubicado local por la calle Junin. El las vió llegar y las recibió con una amplia sonrisa y un abrazo. Luego de escuchar lo del despido le dijo a Maria Luisa: –No te preocupes. Puedes trabajar aquí si quieres. Ya nos arreglaremos. Pero antes que nada tenemos que ir a hablar con tu madre.

Concluída la jornada laboral, donde el Sr. Palmieri había comenzado a enseñarle a María Luisa lo que había que hacer, cerraron el local, cenaron lo que su hija Roxana había preparado y los tres subieron al automóvil que estaba en el garage rumbo a la casa de Doña Cata. Esta al ver llegar a su hija en auto y acompañada disimuló su enojo y escuchó con atención la propuesta del hombre. María Luisa trabajaría en la zapatería y viviría en la casa del Sr. Palmieri haciéndole compañía a su hija. Vendría a visitar a su madre cuando quisiera y le traería parte de sus ganancias para ayudarla con el mantenimiento de la casa. Doña Cata puso algunas condiciones y al final aceptó la propuesta.

Cuando se aprestaban a subir al auto para volver al centro María Luisa alcanzó a ver casi en las sombras la silueta de una bicicleta y un muchacho al que reconoció a pesar de la oscuridad. El corazón le dió un brinco y tuvo que hacer un esfuerzo para no correr a su lado. Subieron al auto y tomaron por la calle Ayacucho con la bicicleta siguiéndolos de cerca. El Sr. Palmieri lo notó y al llegar a su casa estacionó el vehículo y se acercó al ciclista que estaba ya en su vereda. Le preguntó quién era y cual era el motivo de su seguimiento. Las chicas estaban cerca y alcanzaron a oír que Antonio con voz clara y firme le decía al Sr. Palmieri que él era el pretendiente de María Luisa y que por no haberla visto en los días pasados necesitaba hablar con ella para saber qué estaba pasando.

El Sr. Palmieri comprendió de inmediato la situación, invitó al muchacho a pasar y ya sentados en el jardín trasero de la casa mientras tomaban un refresco lo escuchó atentamente. Antonio le dijo que hacía tiempo que pensaba pedirle la mano de María Luisa a su madre, doña Cata, pero que no lo había hecho todavía porque no había buena relación entre ambos y temía que ella lo rechazara. Le contó que estaba construyendo y estaba casi terminando una vivienda dentro del terreno donde su padre tenía el negocio para vivir allí con María Luisa una vez casados. La conversación continuó por un largo rato y Antonio cuando pudo se acercó a María Luisa, se sentó junto a ella y la rodeó con sus brazos reconfortándola cuando ella no pudo reprimir el llanto y la lágrimas le inundaban la mejilla.

El terreno del que hablaba Antonio, tenía el frente sobre la calle Ayacucho con más de 80 metros de largo y se extendía hacia el fondo hasta la calle San Martín. El le propuso a su padre vender una parte del mismo para comprar un camión usado. Así lo hicieron y entre él y dos primos que tenían un taller mecánico lo pusieron a punto para usarlo en el reparto en lugar del carro y el caballo. A los productos que podían distribuir y vender le agregaron jabones y aceites al por mayor junto a los ya establecidos de papas, ajo, cebollas, carbón y leña. Con el camión funcionando emplearon a un peón para la carga y descarga de los productos que comercializaban y todo parecía marchar sobre rieles.

Con el apoyo del Sr. Palmieri consiguieron convencer a Doña Cata que aceptara las relaciones de ambos jóvenes que era evidente que se querían y esto multiplicó el entusiasmo y empeño de Antonio en el desarrollo y progreso del negocio y en sus atenciones hacia la mujer que amaba.

Roxana y Francisco fijaron fecha de bodas y el Sr. Palmieri les propuso a María Luisa y Antonio celebrar una doble boda. El les saldría de padrino y correría con los gastos de la fiesta. El padre de Antonio les regalaría los muebles. Finalmente todo fué aceptado y se realizó de acuerdo a lo planeado. Se casaron en la Iglesia Catedral de la ciudad y pasaron su luna de miel en las Cataratas del Iguazú.

A su regreso María Luisa tomó las riendas del hogar y además de sus tareas en la casa ayudaba eficientemente en el negocio. El padre de Antonio se iba retirando paulatinamente del manejo de la empresa que ya era administrado en su totalidad por su hijo y vivía en una casa quinta cerca del río en Molina Punta.

Mariela se recibió de maestra y daba clases en la Escuela 30. Estuvo de novia varios meses con un colega con el que se casó y fueron a vivir a la casa de la calle Velez Sarsfield, ampliada, junto a Doña Cata. Antonio estaba tan atareado y era tan feliz que nunca tuvo tiempo, ni ganas, de preguntarse porqué su primogénito al que habían bautizado Marco Antonio, nació tan pronto y tenía ojos verdes y el pelo rojizo y ensortijado. Y le pareció razonable lo que oyó decir por ahí de que eso ocurría a veces con los sietemesinos.

Pero Doña Cata le había comentado a su vecina Doña Florenciana lo ocurrido aquel Domingo cuando Marco Marola las trajo en su camioneta desde el Hipódromo y ésta a su vez se lo contó a su hija Clotilde. Ellas tenían la certeza de saber de quién era el hijo de Maria Luisa. Clotilde siempre tuvo celos y envidia de la popularidad y aceptación de que gozaba Maria Luisa y ahora con lo que su madre le había contado sintió que tenía un arma de mucho poder en sus manos y que utilizándola en el momento apropiado podía acabar con la armonía y felicidad del matrimonio de Antonio y Maria Luisa. Pero quería que su venganza alcanzara tanto a ellos dos como también a Marco Marola porque éste la ignoraba, no prestando atención a sus poco disimuladas insinuaciones cuando se veían al pasar en las visitas de éste a la casa vecina.

Marco venía casi todos los Domingos trayendo a su casa a Doña Cata con la que compartía buenos momentos en el Hipódromo donde ella era una compañera alegre y divertida. Ya para entonces dejó de elegir los caballos por la chaquetilla de los jockeys y con los buenos datos que Marco Marola le proporcionaba se podía dar el gusto de ganar algún dinero con sus apuestas. Luego de una liviana comida en el Restaurant del Hipódromo terminaban la jornada en la cama donde ella lo complacía en todo lo que él quisiera. Juan y Zeppi casi siempre volvían a la casa tarde y borrachos.

Tanto el baño de Doña Cata como el de su vecina Florenciana estaban en el fondo de la propiedad y tenían a un costado una ducha parcialmente cubierta con una lona corrediza. Uno de esos Domingos Marco fué al baño y notó que en el de al lado Clotilde estaba desnudándose como para bañarse con la cortina parcialmente descorrida y en actitud abiertamente provocativa. Marco no necesitaba más que eso. Saltó el alambrado tomó a Clotilde por su larga cabellera y en un santiamén la puso en posición de poseerla.

Ella no opuso resistencia al principio pero de pronto cambió su actitud y comenzó a lanzar pedidos de ayuda y socorro a los gritos, llamando la atención de Doña Cata y de todos los que estaban reunidos en la casa de Doña Florenciana los que acudieron prestamente en el momento justo que Marco eyaculaba y a la vez trataba de alejarse subiéndose los pantalones y pasando por sobre el alambrado. Escapó como pudo en medio de los insultos de todos, menos de Doña Cata que culpaba, también a los gritos, a Clotilde, adjudicándole a ella toda la culpa de lo sucedido, armándose un vocerío descomunal de uno y otro lado del alambrado. Marco escapando a la carrera, seguido de cerca por uno de los hermanos de Clotilde, tomó al pasar las llaves y escapó del lugar con su camioneta luego de un forcejeo y algunas trompadas lanzadas por su perseguidor.

El incidente y los comentarios, algunos distorsionados y/o aumentados en proporción, según la fantasía de la que lo contaba, se corrió como reguero de pólvora por todo el vecindario. Ya con anterioridad las vecinas murmuraban sobre las visitas de Marco a Doña Cata los Domingos en ausencia de Juan y su hermano, ocupados como siempre con la pesca hasta la noche y esto venía a confirmar las suposiciones de las malas lenguas del lugar.

Entre los comentarios de los días subsiguientes resurgieron con más fuerza lo de la posible paternidad de Marco del hijo de Maria Luisa que ya Clotilde se había encargado de divulgar. Tanto que llegó a oídos de Antonio quien inmediatamente le exigió explicaciones a Maria Luisa. Ella, como cuando ocurrió la violación, tampoco esta vez, encontró la forma adecuada de decírselo a él de manera que pudiera comprender lo que le había pasado, así que con el corazón oprimido por la angustia solo alcanzaba a llorar desconsoladamente.

Antonio tomó esta actitud de ella como aceptación de lo que las vecinas comentaban y sumido en el desconcierto y la sorpresa que esto le causaba, sumado a su orgullo de varón herido, se encerró en un silencio condenatorio sin saber que hacer por varios días hasta que por las obligaciones del negocio tuvo que salir de su estupor y consternación. Poco a poco fue recuperándose tratando de volver a la normalidad ocultando su dolor y rabia. Maria Luisa, que se mudó al cuarto que habían construído para Marco Antonio también se sumó a la actividad y volvieron a la rutina cotidiana pero sin hablarse.

El siguiente Domingo, cuando Doña Cata y Marco se encontraron en el Hipódromo él se enteró de lo que estaba ocurriendo con Antonio y Maria Luisa. Pese a sus extravíos donjuanescos tenía buenos sentimientos y reconociendo su culpabilidad sintió la necesidad de encarar las consecuencias de sus actos especialmente éste que estaba destruyendo la vida de una persona inocente. Al día siguiente fué a ver a Antonio y hablaron de hombre a hombre. Le dijo que él era el único responsable de lo sucedido y que estaba dispuesto a hacer lo necesario para reparar el daño causado.

Antonio lo escuchó, con llamas de furia en sus ojos y haciendo un gran esfuerzo para no echarlo a golpes de su negocio, pero luego de una larga discusión y casi convencido de la sinceridad y el genuino arrepentimiento de su interlocutor fué paulatinamente disminuyendo su enojo. Se disipó el gran peso que se había adueñado de su corazón y de a poco se fué derritiendo el hielo del despecho y el fuego de la ira que lo había estado consumiendo hasta ese momento. Cuando Marco se retiró Antonio fué a buscar a Maria Luisa que estaba atendiendo al niño en su habitación. Ella lo vió entrar con los ojos llenos de lágrimas y una mirada que imploraba perdón y comprensión. El se acercó y sin saber qué decir, vencido por esa suplicante mirada, los abrazó con mucha ternura, experimentando algo que nunca antes le había ocurrido hasta entonces. Era una lágrima rebelde que rodaba por su curtida mejilla, permaneciendo ambos abrazados por un largo tiempo.

Clotilde se casó pero no tuvo mucha suerte con el compañero de vida que le tocó, el que luego de los meses que duró la luna de miel se convirtió en un monstruo que la maltrataba constantemente, especialmente cuando bebía, cosa que ocurría con frecuencia, hasta que un día cuando bajaba de un transporte público muy borracho cayó bajo las ruedas del mismo falleciendo en el acto. Algún tiempo después Clotilde se juntó con un estibador que trabajaba en el puerto de Barranqueras y se fué al Chaco a vivir con él y no se la vió más por el barrio.

Hubo otro hecho trágico que conmovió profundamente a todos los vecinos de la calle Velez Sarsfield. Juan y Zeppi murieron ahogados una noche en que los sorprendió una fuerte tormenta cuando estaban pescando en el medio del río. La canoa se volcó y la correntada los llevó lejos de la misma perdiendo la vida entre el torrentoso caudal de las aguas embravecidas. El primo sobrevivió manteniéndose a flote tomado de la soga de la canoa semisumergida hasta que lo recogieron otros pescadores al día siguiente después que pasó la tormenta.

Para ese entonces Marco Marola conoció a una muchachita alegre y muy popular en el Hipódromo al que ella concurría frecuentemente con una prima. Se llamaba Sabrina y era la única heredera de una cadena de tiendas con sucursales en toda la Mesopotamia, que acostumbraba a jugar fuerte ganando y perdiendo mucho dinero en sus apuestas sin parecer importarle demasiado cuando perdía y celebrando estrepitósamente cuando ganaba.

Marco se había forjado una buena posición económica con su trabajo y conexiones en el ámbito empresarial de la ciudad y de la provincia. Los Domingos en el Hipódromo apostaba y ganaba fuerte, pero siempre con la ayuda de los “datos” precisos que le daban sus amigos del círculo íntimo del Hipódromo: jockeys, cuidadores y propietarios de caballos, con una buena proporción de aciertos y muy buenas ganancias en general, que sus amigos se lo daban con la condición de que estos “datos” fueran para su uso exclusivo y no los divulgara. El cumplía estrictamente con este requisito y siempre retribuía con generosas propinas a los que se los proveían.

Un día que estaba en la corta fila de la ventanilla para apostar por un caballo que no era el favorito para esa carrera, notó cerca suyo a Sabrina que parecía querer apostar al mismo caballo, la que luego cambió de parecer y se fué a la fila de otra ventanilla. El dejó de lado su reserva habitual, la llamó discretamente y le dijo por lo bajo: –Vení… Apostále a éste… Es “fija”… No puede perder… Ella se quedó a su lado y apostó fuerte como era su costumbre. El caballo ganó, pagó buen dividendo y ella lo celebró alborozadamente abrazando a Marco y dándole un prolongado beso en la boca.

Sabrina era muy abierta y efusiva y estaba acostumbrada a tomar la iniciativa en todas sus ya numerosas aventuras amorosas. Era audaz y muy atrevida, podría decirse que era algo así como la versión femenina y aumentada de Marco. Este se dejó arrastrar por ese torbellino de mujer que lo envolvió y acaparó por completo. A pesar de los evidentes defectos de la muchacha y los consejos en contra de los amigos, se enamoró de ella y comenzó a cortejarla. Se inició así un romance lleno de peripecias y encontrados momentos de placer y de amarguras. Una nueva situación para él inédita y que tenía un destino final imprevisible. Para ella era una aventura más con final abierto, como a ella le gustaba.

Marco conoció y trató a los padres de Sabrina, que eran descendientes de una familia de  inmigrantes rusos, que se habían establecido ya por varias generaciones en diferentes lugares de la Mesopotamia, a quienes luego de algún tiempo, les pidió formalmente su mano. Ella por su parte aceptó ser su novia oficial pero sin comprometerse de ninguna manera a cambiar su estilo de vida. Le dijo abiertamente que tendría que aceptarla como era, independiente, caprichosa, infiel y que no podrían tener familia por una intervención ginecológica que tuvo cuando era aún adolescente. Marco aceptó sus términos porque estaba realmente muy enamorado y también porque pensó que tal vez una vez casada ella podría sentar cabeza y entre ambos llevar una vida normal. La boda se realizó con gran pompa y esplendor en la Iglesia Catedral de la ciudad de Corrientes, concurriendo a la misma y a la subsiguiente Fiesta de Gala, que se realizó en el Lawn Tennis Club, las más distinguidas personalidades de la sociedad correntina.

A Marco su enlace con Sabrina le trajo el plus de relacionarse con las más influyentes familias del área, lo cual benefició mucho a su empresa constructora. La prima de Sabrina, llamada Natalia, su mejor amiga y confidente, era hija de un magnate, dueño de hoteles y restaurantes en lugares de turismo de la zona, el que le encargó, luego de conocerlo un poco más y escuchar recomendaciones sobre la profesionalidad de Marco, la construcción de un hotel en los Esteros del Iberá. Este hotel era parte de un proyecto conjunto entre el Gobierno Provincial y algunas empresas particulares para promover el turismo hacia los Esteros, el segundo más grande cuerpo de agua fresca del mundo, sólo superado por el Pantanal en Brasil y que comprendía una buena parte del territorio de la provincia de Corrientes.

Los esteros aún permanecían casi vírgenes y son uno de los lugares más importantes en América del Sur para la observación de la fauna y las aves de la región. En los terrenos adyacentes al Aeropuerto de la ciudad se proyectaba construír un importante Centro Comercial, la parada de Omnibus de Larga Distancia y la estación del trencito “El Económico” que tenía en construcción en una fábrica de Holanda unos coches especiales de cómodos asientos, con ventanas panorámicas y vagones para equipajes con el que se ofrecería a los visitantes un “tour” de los Esteros. La Dirección Provincial de Vialidad se encargaría de la construcción de los caminos y vías de acceso. La Empresa propietaria del tren “El Económico”, constituída por miembros de las familias más importantes de la ciudad, construiría un ramal que uniría Plaza Libertad con una parada en la Terminal de Transportes donde los turistas que llegaran en avión tomarían el tren para llegar hasta el Centro Cívico de los Esteros donde se estaba construyendo el Hotel, la estación terminal del tren y algunos edificios del Gobierno de la Provincia alrededor de una plaza.

El Proyecto comenzó a realizarse y durante la construcción del Hotel Marco vivía cerca de la obra en los Esteros toda la semana, en una de las propiedades que su padre le había regalado a Natalia, llamada “La Hacienda”, volviendo el Domingo a la ciudad, para almorzar con la familia y luego concurrir al Hipódromo con Sabrina, Natalia y su novio. Natalia aprendió a cabalgar desde muy niña y se crió rondando las caballerizas. En una de ésas fue que conoció a su actual prometido, Fernando Aristizábal, también hijo de hacendados. En “La Hacienda” se criaban caballos de carrera que luego competían en los Hipódromos del país, para que luego de ganar algunas carreras o algún importante premio eran vendidos generalmente a muy buen precio ya sea localmente o al exterior.

Natalia recorría los esteros montada en algunos de sus caballos preferidos, a veces en partes donde los esteros tenían bastante profundidad lo que obligaba a los caballos a nadar. Así fué que se decidió a entrenar a una docena de ellos, para hacer ésto con los turistas que quisieran intentarlo con ella y su novio Fernando a la cabeza. También entrenó a algunos peones elegidos especialmente de entre el personal de “La Hacienda” para acompañarlos en canoas a lo largo del trayecto. La idea tuvo muy buena acogida y se hizo popular entre los turistas de todas las edades y de todo el mundo que visitaban los esteros.

El Domingo al finalizar la reunión hípica Natalia y Fernando venían a la casa de Antonio y Maria Luisa, que habían remodelado su vivienda construyendo un amplio comedor-cocina y acogedor living con una enorme chimenea que proveía a toda la casa de calefacción en invierno. Maria Luisa los esperaba con una opípara cena. En ocasiones especiales encargaban la comida a una Rotisería ubicada casi en frente del negocio de ellos de propiedad de Ramón Albornoz, a quién ellos conocían desde la infancia. Luego de la cena los hombres se entretenían jugando al truco, un juego de cartas en el que jugaban en pareja: Albornoz y su primo contra Marco y Antonio en la glorieta de un amplio jardín bien iluminado por el sol del crepúsculo. Las damas se reunían a conversar, a ver películas o novelas, mientras tejían o bordaban en el living de la casa. La esposa de Albornoz era la que les enseñaba estas labores que las mantenía ocupadas hasta la hora de volver a casa.

A todos los amigos y familiares les agradaba el cálido ambiente y la tranquilidad que reinaba en ese hogar donde Marco Antonio creció feliz rodeado por el amor y las atenciones de prácticamente dos sets de padres. Y como en aquellos cuentos con final feliz también llegó la redención tanto de Sabrina que dejó de ser la muchachita alocada y sin frenos que fuera hasta entonces como la de Marco Marola que dejó para siempre sepultado en el pasado sus aventuras donjuanescas para convertirse ambos en una pareja estable y muy querida por todos los que los trataban.

Para Sabrina, Marco Antonio era el hijo que ella nunca podría tener. Lo mimaba como propio y Marco Antonio correspondía con creces dándoles a Sabrina y a todos ellos motivos para quererlo cada día más. La felicidad del hogar de Antonio y María Luisa se vió bendecido un par de años después con la llegada de una muchachita vivaracha y juguetona a la que bautizaron Isabella. Ella era la constante compañera de María Luisa en sus tareas hogareñas y el varón el fiel ayudante de su padre en el negocio que creció con el tiempo, llegando a ser Marco Antonio uno de los más influyentes comerciantes de la ciudad.

En sus últimos años Antonio y María Luisa dejaron el negocio familiar en manos de Marco Antonio y se retiraron a vivir a la propiedad que había sido del abuelo. Marco y Sabrina se fueron a vivir a una posada que edificaron en los esteros, donde eran vecinos de “La Hacienda” de Natalia y Fernando, compartiendo la atención con otros comerciantes y autoridades locales de los numerosos turistas que venían de todo el mundo a visitar los Esteros.

Fernando fué Intendente del lugar por varios períodos y a él se debe en gran parte los progresos edilicios y de comodidades que se brindaban a los turistas. Hizo construir un Parque y Balneario Municipal en una sección arbolada y con una playa natural de suave declive, un Hipódromo donde se realizaban reuniones hípicas los fines de semana y en ocasiones especiales presentaciones musicales y de espectáculos teatrales, cinematográficos y desfiles de comparsas en la época de Carnaval y consiguió que la Corporación que manejaba los intereses del trencito “El Económico” extendiera sus servicios llegando con uno de sus ramales hasta las imponentes Cataratas del Iguazú en la frontera de Brasil y Argentina.

También introdujo mejoras en el pequeño y muy bien cuidado cementerio de los esteros donde se destacan dos mausoleos con paredes de mármol blanco, uno al lado del otro y donde descansan en medio de la serenidad del lugar los restos mortales de Marco y Sabrina en uno y muy cerca, casi pegado a éste, los de María Luisa y Antonio. En las puertas de bronce de ambos hay una foto de los cuatro de cuando eran jóvenes y le sonreían a la vida y la vida les sonreía a ellos.

 

Mis Vacaciones de Post-Graduado – De Cuando un «Lobizón Benigno» me Adoptó

(No Apto para Menores)

Estaba por cumplir 18 años de edad, había aprobado el curso completo de Maestro de Tipografia en un Colegio de Artes y Oficios en Almagro, en la ciudad de Buenos Aires, de la Orden de Don Bosco, que contaba con muy buenos profesores venidos de Turin, Italia, en todos los oficios que se enseñaban allí: mecánica, carpintería, sastrería, artes gráficas, herrería, decoración, etc. Eramos “pupilos”, lo que significa que fuimos “alumnos internos” durante los cinco años que duró el curso. Pasamos casi todo este tiempo dentro del colegio, en un régimen semi-militar. Levantarse a las 6 de la mañana, hacer las camas, vestirse con el uniforme gris oscuro de taller, asistir a misa, desayuno, un corto recreo y taller hasta el mediodía. Luego almuerzo, recreo de una hora, donde jugábamos al fútbol con pelotas de goma Nro. 3, en dos grandes patios, el denominado Angel Custodio para los de primero hasta tercer año y el Patio San José para los mayores que ya cursaban cuarto y quinto años. Al término del recreo venían las clases, hasta las 5 de la tarde. Merienda y luego estudio, hasta las 8 de la noche, tiempo que utilizábamos para estudiar y realizar las tareas para el día siguiente. Finalizando la jornada con cena, plegaria, sermón en uno de los patios, para marchar rumbo a los dormitorios a dormir alrededor de las 9 y media de la noche.

Teníamos 15 días de vacaciones en Febrero donde podían ir a sus casas, los que la tenían, que no eran muchos. Casi todos éramos provincianos desarraigados, hijos de padres separados ó huérfanos. Una buena cantidad de nuestros compañeros pupilos provenían de la Europa de post-guerra. Había italianos, españoles, polacos, yugoeslavos, ucranianos, croatas, rusos, etc. Algunos de estos compañeros tenían nombres y apellidos difíciles de pronunciar y las autoridades superiores del colegio los castellanizaban. Así por ejemplo el pupilo proveniente de algún lugar de Europa oriental que originalmente se llamaba Pedrag Srdl pasó a llamarse Pedro Seredin. Algunos de ellos se destacaban en determinadas actividades. El ya mencionado Pedrag Srdl era un eximio ajedrecista, que llegó a ser campeón absoluto de toda la Inspectoría Salesiana y pronto se constituyó en una celebridad en el colegio no sólo por su dominio del ajedrez sino también por su notable inteligencia. Dos hermanos polacos de apellido Malarczuk eran muy buenos atletas y excelentes futbolistas. Otros tenían habilidades manuales o conocimientos que habían adquirido en sus lugares de origen. La completa ignorancia del idioma español que los caracterizaba a todos ellos a su llegada al país y al colegio la suplían con muchas ganas de aprenderlo rápidamente y los bagajes que cargaban en sus hombros de experiencias sufridas les daban una notable y prematura madurez.

En mi caso particular tenía bastante facilidad para absorber todo lo que escuchaba en clase recordándolo en los momentos necesarios, exámenes, pruebas escritas y orales y tenía buena conducta en general, por lo que era considerado un buen alumno. Mi punto fuerte era la asignatura “Historia Sagrada” con la cual conseguí algunas medallas y menciones honoríficas compitiendo por mi colegio contra los otros de la Inspectoría. Mi punto flojo era en el tema “Conducta” y los motivos eran casi siempre ocasionados por mi asociación con otro alumno propenso a meterse en problemas y arrastrarme en sus travesuras para sufrir yo las consecuencias la mayoría de las veces. A él le tenían cierta consideración porque era huérfano de la guerra. Había venido de Italia junto a una hermana, y vivían en la casa de unos tíos cerca del colegio. De las muchas situaciones en las que nos vimos envueltos, originadas por su casi perversa fantasía, voy a mencionar sólo tres. En una ocasión fué al baño del taller y aflojó varias canillas del agua de manera que la misma comenzó a surgir a borbotones inundando todo el piso. Luego vino a mí y me dijo que fuera a ver lo que estaba pasando en el baño. Yo fui y al ver lo que ocurría comencé a tratar de armar los grifos desarmados por él cuando apareció el consejero, al que él también había informado del problema, culpándome a mí del desastre, lo que además de salir empapado del baño me valió una seria reprimenda y puntos en contra en Conducta. En otra ocasión en una de mis visitas a su casa, en las vacaciones, me dijo que estaba tratando de  sacar un tornillo de la parte trasera de una vieja radio y me dio una herramienta para que yo tratara. La misma no tenía aislación y al tomar contacto con el tornillo recibí tremenda descarga eléctrica que me lanzó contra la pared de la habitación, cosa que por supuesto a él le causó mucha gracia. La tercera fue más elaborada. El edificio del colegio que ocupaba toda la manzana, contaba con tres pisos. Toda la planta baja era ocupada por los talleres. En el primer piso estaban los dormitorios a los que subíamos ó de las que bajábamos en filas de cuatro en fondo por las anchas escaleras ubicadas en las dos puntas del edificio y que comenzaban en el sótano al que se nos estaba terminantemente prohibido acceder. En el tercer piso estaban los dormitorios de los sacerdotes y coadjutores. Se comentaba entre los alumnos que la razón por la que no se podía ir al sótano era porque allí había una puerta que conducía a un túnel que pasaba de nuestro colegio al de María Auxiliadora ubicado enfrente por debajo de la calle Yapeyú. A Andres se le ocurrió un día que debíamos explorar el misterioso sótano y como era su costumbre me convenció de ayudarlo y me detalló el plan que se llevaría a cabo durante el tumulto que era el recreo de la una de la tarde. El se quedaría arriba vigilando para que no nos sorprendiera algún consejero mientras yo iba al sótano a investigar. Cumpliendo con mi parte bajé al sótano encontrando en la oscuridad una vieja y pesada puerta de hierro que había allí. Cuando intenté abrirla comenzó a sonar una estridente alarma que se oyó en todo el colegio. Subí a la carrera para encontrarme al tope de la escalera con el consejero que me llevó a la Dirección de la oreja. Andrés estaba en el medio del barullo del patio muerto de risa. Ya el Director estaba al tanto de que no todas las travesuras en las que me veía envuelto eran solamente ocurrencias mías así que luego de una larga y dura reprimenda me dijo: –Ud. Barrios es “tierra santa” y Andrés es “agua bendita”, pero juntos “hacen barro”. De ahora en adelante no los quiero ni cerca el uno del otro!…

Andres estaba predestinado a tener un gran futuro. Sus tíos poseían un laboratorio de foto color, uno de los primeros y quizás el más adelantado de los existentes entonces en Buenos Aires, que montaron en base a conocimientos que habían traído cuando emigraron y descubrieron en Andrés un talento especial para discernir colores lo que era de mucho valor en el laboratorio, así que tan pronto terminó el colegio fué a trabajar con ellos. Con el tiempo, muchos años después, con sus tíos ya fallecidos, Andrés y su hermana, que fueron parte importante del desarrollo y progreso de la empresa, pasaron a ser dueños del más importante laboratorio de foto color de la ciudad y del país, con máquinas e implementos que él mismo iba a comprar a Europa. No dejó de ser el travieso de las bromas pesadas que siempre fué. La última que les voy a contar casi me cuesta la vida. Ocurrió cuando lo fui a visitar al “country” donde vivía, todas costosas propiedades edificadas bordeando el río, con amarradero propio para las embarcaciones de los que vivían allí. Su velero era uno de los más bellos. Me invitó a dar una vuelta en el mismo. Así lo hicimos llegando hasta el puerto de Tigre y casi entrando al Delta del Paraná pegamos la vuelta. A unos cincuenta metros de su muelle me preguntó si sabía nadar. Al contestarle que no siento que me dice: –Así aprendí yo!… mientras de un empujón me tiraba al agua. Recuerdo como si fuera hoy que llegué hasta uno de los postes del amarradero chapoteando y tomándome de las toscas y de lo que encontraba en la superficie y en el fondo del río. Allí ya estaba él extendiéndome la mano para subir al muelle diciéndome: –Todos tenemos fijado el día que nos va a tocar pasar a mejor vida. Hoy no era el tuyo!…

Volviendo a aquél Fin de Curso del Colegio de Artes y Oficios del año 1951, pese a mis “puntos en contra” en Conducta, al finalizar el quinto año y ya con el ansiado diploma en mano, mi madre como premio a las buenas calificaciones obtenidas, me dió permiso para pasarlas en la casa de mi padre, en una provincia de la que somos oriundos. Mis padres se separaron luego del nacimiento de mi hermana, un año y medio menor que yo. Mi madre se fué a Formosa donde consiguió trabajo en una zapatería mientras quedábamos, mi hermana y yo, al cuidado de nuestra abuela materna. Mi padre era plomero y capataz de obras, además de ser bien parecido y tenía novias, amantes e hijos por doquier. Luego de un par de años en Formosa mi madre se radicó en Buenos Aires donde consiguió una beca para mí y mi hermana a la que inscribió en el Colegio María Auxiliadora, ubicado frente a mi colegio cruzando la calle. Ella alquilaba una habitación a unas tres cuadras de  nuestros colegios. Tenía dos trabajos, uno de tiempo completo en la fábrica de pelotas de fútbol Superball cerca de donde ella vivía por la calle Adolfo Berro y otro de parte de tiempo, trabajando algunas horas en determinados días de la semana y el Sábado todo el día en la Sastrería Militar en Palermo, donde se confeccionaban uniformes para los conscriptos del Ejército Argentino.

En aquél tiempo de mis vacaciones de post-graduado mi padre vivía con una joven concubina que ya le había dado dos niñas en una buena casa por la calle Colombia, con mucho terreno que usaba en partes para plantar vegetales, cerca de las vías del Ferrocarril, el que luego de cruzar un puente, un par de largas cuadras más adelante, terminaba su recorrido en un amplio edificio que era conocido como “La Terminal”, con mucho terreno alrededor, donde había talleres, galpones, espacio para maniobras, etc. También había en el rincón más lejano, una gran fosa construída de cemento armado que se usaba para lavar los coches del tren. Un par de molinos de viento proveía el agua que al llegar a determinada altura desbordaba hacia un arroyo que desembocaba en el río después de un largo y sinuoso recorrido. En esos días de verano cuando no se estaban lavando los coches del tren los chicos del barrio lo usaban como pileta de natación y lugar de esparcimiento.

En la propiedad lindera con el costado izquierdo de la casa de mi padre había dos casas habitadas por las familias de dos hermanas que tenían una hija adolescente cada una. La chica del frente se llamaba Teresa y la de la casa de atrás Nilda. En la casa que daba a los fondos había otra familia compuesta por la madre, anciana y delicada de salud, dos hijos varones que trabajaban y estaban todo el día fuera de casa y una chica con muy buenos atributos físicos a la que llamaban “Chonga” que al parecer estaba a cargo de las tareas y el manejo de la casa. Al lado de ellos había una panadería, la que era atendida por la madre y una hija adolescente a la que llamaban “la Porteñita”, cuyo verdadero nombre era Amanda. El padrastro de Amanda revendía pan y facturas que compraba en la Panificadora del Nordeste y repartía con un carro tirado por un caballo, para lo cual salía muy temprano en la mañana y regresaba casi al anochecer. Y en la esquina había un almacén de comestibles donde había otra chica llamada Laura. Casi frente al almacén había un terreno deshabitado con un molino de viento funcionando, del que los vecinos sacaban agua o utilizaban para refrescarse en las calurosas tardes de  verano. También había  muchachos pero eran muy pocos y casi no se veían durante el día, solamente al anochecer cuando regresaban de sus ocupaciones.

Me encontraba entonces ante un hermoso ramillete de mujercitas sin mucha competencia a la vista. De manera que el chico graduado en Buenos Aires, bien parecido y con un buen oficio significaba un interesante partido para todas ellas y sus madres, por lo tanto gozaba de todas las libertades necesarias para concretar cualquier cosa. Habiendo estado internado cinco años de pupilo, con nulo contacto con personas del sexo opuesto, era una excitante novedad ser el centro de atención de ellas. Me gustaban todas, pero el tiempo que podía dispensarles dependía mayormente de las oportunidades que ellas me podían brindar. Nilda se acercaba al alambrado a conversar cuando me veía cerca. Me permitía que le tomara las manos y alguno que otro beso furtivo y no más de eso, porque me decía que su madre estaba mirando. Teresa se escapaba de su madre cuando ésta dormía la siesta y venía “a dormir” la suya en un colchón colocado en el piso de ladrillos con mis pequeñas hermanastras jugando y haciendo una especie de gimnasia pedaleando en el aire, que le permitía mostrar sus lindas piernas y algo más. Mi madrastra aprovechaba su presencia para descansar de las tareas de la casa y de las niñas y dormía profundamente. Teresa inventó un juego en el que yo era el papá, ella la mamá y las niñas nuestras hijas. Esto nos permitía acostarnos en el colchón abrazados, besarnos y acariciarnos. Luego de que la besaba en la boca me dirigía a que le besara los senos y en una oportunidad me aventuré a sacar el pene y ponérselo entre las piernas sin perder de vista la cama donde dormía mi madrastra. No llegamos a practicar sexo porque no nos atrevíamos, especialmente yo, que nunca lo había hecho y supongo que ella tampoco.

Luego de la siesta pasaba a través de los alambrados que separaban las propiedades para llegar hasta la panadería. Allí la madre de “la Porteñita” nos invitaba a que fuéramos a tomar mate a la cocina y nos daba bizcochitos de grasa para acompañar. La cocina estaba separada de la casa y del despacho de pan, así que teníamos privacidad para lo que quisiéramos hacer. Amanda era muy bonita, desenvuelta, buena conversadora y de a ratos soltaba una risa vibrante y contagiosa. Soñaba con volver a Buenos Aires donde había nacido y vivió su infancia. Era evidente su interés por entablar relación con alguien como yo que podría realizar ese sueño algún día. Así que no tenía reparos en dejarse abrazar y acariciar. Pero a mí me faltaba audacia para llegar más allá de los besos y las caricias y estaba empezando a enamorarme de ella. Hasta le prometí que volvería un día y la llevaría conmigo a Buenos Aires. Laura, la chica del almacén quería enseñarme a bailar, lo cual ella lo hacía muy bien con un hermano mayor, pero la danza no era lo mejor que yo podía hacer. No acertaba con el ritmo ni con los pasos. Sólo nos abrazábamos y en alguna oportunidad con nuestros cuerpos y rostros muy cercanos, tratando de movernos al compás de alguna música cualquiera a la que yo no le prestaba la suficiente atención, nos besábamos.

Cuando el crepúsculo teñía de hermosos colores el cielo claro y sereno, caminaba por la calle Belgrano unas quince cuadras hasta la costa del río. Llevaba una gruesa y rústica caña de pescar con la que nunca pesqué nada, pero que me daba la sensación de que iba a hacer algo con ella. En esa parte donde yo me había acostumbrado a venir el río tenía una entrada protegida de la fuerza de la correntada de la parte más caudalosa y que los pescadores usaban para atar sus canoas y bajar con el fruto de su jornada de pesca. Allí también venían a comprar pescado fresco particulares y dueños de restaurantes del centro de la ciudad. Sentado en una piedra grande y con mi línea quietamente sumergida en las aguas del rio que en pequeñas olas golpeaban la roca provocando un armonioso vaivén, observaba toda la actividad del lugar, con algunas canoas que llegaban cargadas de peces y otras que salían vacías, escuchando las voces de los pescadores hasta que el manto de la noche envolvía todo el escenario y con la partida del último pescador también el lugar se cubría de un sereno silencio sólo interrumpido por el murmullo rítmico de las olas golpeando la costa y por el canto apagado de algún pájaro nocturno.

En el camino de vuelta me salían a ladrar los perros y algunos se me acercaban agresivamente con evidente intención de dejar las marcas de sus dientes en mis tobillos. Ahí la caña de pescar tenía un uso práctico ya que con ella y algunas patadas bien ubicadas podía sortear las zonas de más peligro, aunque siempre había alguno que alcanzaba a morder. Llegaba a la casa cuando mi padre y casi toda la familia ya dormían. Comía lo que encontraba en la cocina, luego tomaba un catre de lona que había en un rincón de la cocina, lo abría en un costado del terreno donde crecían algunos arbustos y un árbol de frutas negras, que parecían uvas, que los lugareños llamaban “guapurú”, cerca de un pozo donde se juntaba agua de lluvia, metía los pies en el agua y le aplicaba algo de barro a los lugares donde habían alcanzado a morder los perros. Me había autoconvencido de que ese barro tenía propiedades curativas. Luego de quitarme el barro me acostaba boca arriba mirando las estrellas que brillaban fulgurantes en un cielo límpido y sereno.

Una noche cuando ya estaba a punto de quedarme dormido sentí que unos brazos rodeaban mi cabeza y vi un bello rostro de mujer y unos labios rojos muy cerca de los míos. Era la vecina del fondo, la bien dotada a la que llamaban “Chonga”, que luego de besarme en la boca, se acomodó en el catre y se abrazó a mí mientras sentía que sus delicadas manos se metían en mi pantalón hurgando, acariciando y sacando afuera lo que encontraba. Tuve que separarla y bajarme del catre rápidamente para no manchar la lona blanca. Ella hizo lo mismo tomando el pene con ambas manos en el momento que eyaculaba profusamente. Luego sigilosamente como había venido desapareció en la oscuridad en dirección a su casa. A la mañana siguiente observé el movimiento de la familia del fondo. Ví que “Chonga” les preparaba el desayuno a sus hermanos a medida que se iban levantando para luego encaminarse a sus respectivos trabajos. También le llevaba el desayuno a su madre que permanecía en cama, de la que muy pocas veces se levantaba y cuando lo hacía se arrastraba con dificultad para ir hasta el baño y volver. Mi madrastra también se fué a hacer compras llevándose a sus niñas. Entonces fuí a la huerta que mi padre tenía en el fondo separado de su casa por el alambrado para hablar con ella. Cuando me vió me saludó desde su cocina con un alegre ¡Hola! Ya voy… Pasó un rato hasta que vino a mi encuentro. Noté que se había quitado el delantal y tenía puesto un `batón` que se abría en el frente. Cruzó el alambrado y fuímos tomados de la mano hasta un espacio abierto en medio de unas plantas de choclo. Se acostó sobre las hojas secas y desprendió los botones de la bata dejando al descubierto su hermoso cuerpo. Me bajé apresuradamente los pantalones, me acosté sobre ella y comencé a arremeter contra su frente sin encontrar donde penetrar. Ella entonces me fué sacando poco a poco de mi total ignorancia en esto que para mí era un terreno nuevo y muy excitante. Allí comenzó la clase de educación sexual que me estaba faltando y que prosiguió en los días y noches subsiguientes, siempre que las circunstancias lo permitieran, con una guía experta y generosa. Hasta los encantos de Amanda “la Porteñita” pasaron a segundo plano porque la “Chonga” había tomado posesión casi absoluta de todos mis pensamientos.

La “Chonga”, nunca supe su verdadero nombre, era enfermera a domicilio, la venían a buscar para atender pacientes que no se podían trasladar por sí mismos, para aplicarles inyecciones y para otros menesteres relacionados con la salud y pese a su juventud tenía vasta experiencia en cuestiones sexuales, de medicina y de la vida en general. A veces la veía salir apresuradamente con su maletín acompañando a alguien que la venía a buscar en algún vehículo. En uno de nuestros encuentros me contó muy entusiasmada que había comenzado a hacer suplencias en el Hospital J.R. Vidal lo que para ella era un gran paso adelante en su profesión. “Chonga” en pocos días convirtió en realidad todas mis fantasías de adolescente en cuanto al sexo y a lo hermoso que puede ser la relación entre un hombre, en mi caso todavía proyecto de hombre y una mujer.

Cuando ya parecía que con “Chonga” estaba colmado el vaso de mis posibilidades románticas y eróticas surgió una más. Las hijas de Balta. Este era un viudo amigo de la infancia de mi padre, cuyo nombre completo era Baltazar y tenía dos hijas, una adolescente de dieciséis años llamada Martita y otra de diecinueve a la que llamaban Mariela. Vivían en un rancho cómodo y muy limpio en una parte elevada del terreno, muy cerca de un arroyo al que llamaban Guazú, que crecía y se convertía en un torrente de mucho caudal en la temporada de las lluvias. Balta había limpiado y rellenado con arena sacada del mismo arroyo asegurándola con troncos y piedras, una parte más alta de la orilla creando una pequeña playa donde las chicas jugaban en el verano en su tiempo libre. También venían frecuentemente algunos muchachos de la vecindad, amigos de la infancia de ellas, que se lanzaban al agua desde la orilla del frente y lo cruzaban a nado. Otras veces se aventuraban a flotar aguas abajo en una rústica balsa hecha de troncos en las aguas a veces tumultuosas del arroyo cuando la lluvia hacía crecer el caudal del mismo. Normalmente el arroyo corría plácidamente bajo los árboles de la costa creando un murmullo sedante en un ambiente fresco camino a su desembocadura en el río Paraná no muy lejos de allí.

La casa de Balta estaba a unas pocas cuadras de la de mi padre, el que lo visitaba con frecuencia, para tomar mate, cebado por Martita, la menor de las hermanas, mientras Mariela se ocupaba de otras tareas en la casa. En ocasiones hacían asado o consumían empanadas hechas por Mariela, mientras jugaban al truco si venía algún otro vecino para jugar a veces de a cuatro o de a seis según la cantidad de visitantes. También jugaban a “la taba” uno de los juegos más populares del lugar. Me llamaba la atención la familiaridad con que Mariela trataba a mi padre, besándolo efusivamente cuando llegaba o se iba, aún en presencia de otras personas. Lo hacía con tanta naturalidad que ya parecía costumbre establecida y que no molestaba a nadie. A Balta tampoco parecía importarle mucho. Mi padre retribuía este trato preferencial de Mariela alabando las virtudes domésticas de ella.

Un Domingo a la tarde que fuímos de visita sólo estaban las chicas. De camino mi padre había comprado en el almacén de los Pellegrini, algunos comestibles que al llegar entregó a Mariela. Nos dijeron que Balta se había ido a visitar a un hermano que vivía en las afueras de la ciudad. Hacía bastante calor y mi padre me dijo que me fuera con Martita a la orilla del arroyo, donde estaríamos mejor bajo el fresco que proporcionaban los árboles cerca del agua. Martita aceptó de inmediato y en el camino se despojó del vestido que tenía puesto dejándolo sobre un banco que había en el patio, quedando con lo mínimo, un portasenos y un brevísimo short. Me tomó de la mano para bajar la cuesta que nos permitiría llegar a la orilla y a mitad de camino resbaló arrastrándome para caer ambos uno encima del otro en medio del matorral de los costados. Me invadió una sensación de placer indescriptible al tener entre mis brazos el cuerpo vibrante, sacudido por la risa que le causó la caída, de esa niña floreciendo ya como mujer y comencé a acariciarla y besarla con mucha pasión y ansiedad. Martita correspondió y aceptó mis caricias tiernamente. De sus labios dulces y puros fuí bajando hasta llenar de besos todo su cuerpo hasta que el placer se adueño de mis sentidos y ya a punto de eyacular tuve que sacar el pene y hacerlo hacia los matorrales. En esos momentos sentimos los gritos de un par de muchachos que venían de la orilla de enfrente nadando y chapoteando ruidosamente en el agua. Nos incorporamos para recibirlos. Habían traído un globo con el que improvisamos algo parecido a un juego de vóleybol en la playita y en el agua. Cuando empezó a oscurecer terminamos con los juegos, nos despedimos y nos encaminamos cada uno hacia su vivienda.

Martita fue a la cocina a preparar un mate cocido para ambos mientras yo buscaba a mi padre al que encontré dormido en un sillón de mimbre bajo el alero de uno de los costados de la casa. No quise despertarlo y en mi camino hacia la cocina alcancé a ver por la puerta entreabierta de su habitación a Mariela desnuda, secándose el pelo al parecer luego de haberse bañado. Me detuve un instante a mirarla. La mayor parte de su hermoso cuerpo era de un claro color tostado por el sol con partes mas blancas donde tenía la ropa interior que usaba en su diario andar. Ella captó mi presencia y sabía que la estaba observando embelezado. Me miró sonriendo e hizo un gesto como preguntando “–Te gusta?” Entonces sentí que mi padre se había despertado y venía hacia nosotros. Cuando estuvo cerca me mandó a la cocina a tomar el mate cocido que vió que Martita estaba preparando. El entró donde estaba Mariela y alcancé a oír la risa de ambos y la puerta del dormitorio que se cerraba…

Ya faltaban pocos días para que terminaran mis vacaciones. Era Jueves y el Lunes debía tomar el micro para volver a Buenos Aires. Esa noche a pesar de que se presentaba muy oscura y con amenaza de tormenta, ignorando las advertencias de mi padre, abrí mi catre afuera en el lugar de siempre y me dormí casi de inmediato. Un trueno acompañado de relámpagos me despertó. Con sorpresa ví sentado al lado de mi catre un perro muy grande, más grande que un gran danés, que me miraba con una mirada extraña, casi humana. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. No podía apartar mis ojos de los suyos y nos estuvimos mirando por un largo momento, pero ni su mirada ni su actitud eran amenazantes, más bien como la de un perro guardián. Casi al mismo tiempo comenzó a llover copiosamente por lo que sacudiendo el temor que me paralizaba en ese momento tomé el catre y me fuí adentro apresuradamente. Lo puse en el medio de la pieza cerca de la cama de mi padre aún temblando por la impresión que me había causado la extraña presencia.

Al día siguiente pregunté a mi madrastra y a los vecinos quién tenía un perro tan grande. Una viejita que me escuchó en el almacén me dijo con voz cascada: —“Por aquí no hay perros así de grande. Lo que vos viste, m´hijo, fué un lobizón. Y si no te quiso asustar era la hembra del lobizón, que anda cerca de donde él anda, para que no le haga mucho daño a la gente. El es un espíritu maligno que le gusta asustar y hacer maldades a la gente”. La viejita tenía una mirada extraña, casi hipnótica que me hizo acordar un poco a la del perro grande que había visto a la madrugada junto a mi catre. Cuando salió quise seguirla y preguntarle cosas que aparentemente ella sabía pero no ví por dónde se había ido y desapareció de mi vista. Pregunté de dónde era y me dijo el dependiente del almacén que nunca la había visto antes. –“Pero que lo que ella dijo podría ser cierto. A un primo mío que trabajó en el Chaco en la cosecha de algodón dicen que se le apareció el lobizón una noche en su rancho. Lo encontraron perdido en el bosque varios días después, muerto de hambre, con el pelo blanco y medio loco…”

En los siguientes días continué con mi rutina de parodia de pesca en la costa del río y volver tarde en la noche, notando que los perros me ladraban pero de lejos como temerosos de mí o de algo que venía conmigo. Una perra que era la más audaz que siempre conseguía llegar y morderme arremetió contra mis tobillos como era su costumbre, pero se detuvo súbitamente a mitad de camino, lanzó un quejido raro y retrocedió a esconderse precipitadamente tras el cerco de su casa. Yo también percibía una casi palpable presencia cerca mío que me daba una sensación de tanta seguridad que me sentía capaz de caminar toda la noche y por donde fuera sin temor a nada.

Viernes, Sábado y Domingo estuve despidiéndome de mis nuevas “casi amigovias”. El Viernes a la tarde ví a Laura, la chica del almacén, que me despidió con un sonoro beso y un –“Te vamos a extrañar!… Volvé pronto!…” A la noche fuí con mi familia a un parque de diversiones que se había instalado un par de días antes en el amplio terreno baldío frente al almacén de los Pellegrini en la esquina de Ayacucho y Perú. Alli me encontré con Teresa y Nilda que habían concurrido con sus respectivas madres. Con dinero que me dió mi padre invité a Teresa a la rueda gigante que llamaban “La Vuelta al Mundo”. Ella estaba tan aterrorizada por la altura en que estábamos que la despedida consistió en agarrarse fuerte de mí gritando que quería bajarse. Con Nilda que aseguraba que no le tenía miedo a nada, subimos al “Tren Fantasma” y la oscuridad y los siniestros personajes que se nos aparecían en el camino hizo que esta despedida fuera un poco más romántica.

En horas de la siesta del Sábado hacía mucho calor y ví que jugaban al carnaval en el terreno de la panadería con agua que sacaban de un aljibe Amanda y algunos amigos. Me sumé al juego y más tarde, cuando comenzaba a oscurecer fuimos a la cocina a tomar mate con Amanda que tenía su ropa empapada. Su liviano vestido dejaba ver buena parte de sus encantos. Como era su costumbre la madre nos dió los bizcochitos para acompañar al mate y nos dejó solos. Había traído una toalla y ropa seca para Amanda. Me tiró la toalla y me dijo: –“Tomá, ayudala a secarse y vestirse que pronto viene su padre y vamos a cenar…” Lo cual hice temblando por la excitación de tenerla tan cerca, poder verla y beber con mis extasiados ojos tanta belleza y gracia juvenil. Ella se reía con su risa cristalina y divertida al ver mi turbación y embelezo. Cuando terminé de sacarle el cabello y la espalda, ella se dió vuelta, clavó sus lindos ojos en los míos con una mirada pícara y provocativa, se levantó en puntas de pies para besarme en la boca y luego tomándome la cabeza la llevó hasta su hermoso y delicado busto permitiendo que lo besara y acariciara por algunos increíblemente deliciosos momentos. Luego con voz susurrante me dijo: –“Yo sé que la “Chonga” te dá “el pan dulce“. Pero yo también te quiero dar algo para que no te olvides de mí y tal vez vengas de nuevo a buscarme algún día como me prometistes…” Dicho lo cual se dió vuelta mostrando sus bien formadas nalgas diciéndome: –“Te gusta? Te puedo dejar entrar por la puerta de atrás… la de adelante la tengo reservada para el que me lleve al altar. Querés?…” Me bajé apresuradamente los pantalones, la traje hacia mí y cuando estaba tratando de ubicar “la puerta de atrás” vimos que entraba el carro de reparto de su padrastro. Todo se paralizó y en un instante nos vestimos y nos sentamos a tomar mate, mientras su madre entraba a preparar la cena.

En la madrugada del Sábado sentimos sirenas de ambulancias y hubo una que paró al frente de la casa de “Chonga”. Había ocurrido un accidente en la ruta donde colisionaron de frente dos micros de larga distancia, un terrible accidente causado por la densa bruma de la madrugada y la venían a buscar para ayudar a asistir a los numerosos heridos. “Chonga” se sumó rápidamente a los otros dos enfermeros que ya estaban a bordo del vehículo y partieron raudamente. El lunes cuando fuí a la Terminal de Omnibus todavía no había vuelto, así que no tuve oportunidad de despedirme de ella. Hubo demoras en la partida de los micros por el accidente, que ocurrió casi a la entrada de la ciudad, sobre un puente. Nos contaron que uno de los micros habia caído al río y el otro se había incendiado. Estuvieron todo el día Domingo sacando heridos y algunos muertos de ambos vehículos de transporte que venían con su carga completa de pasajeros. Al pasar por el lugar, ya en el ómnibus camino a Buenos Aires, vimos algunos voluntarios que todavía estaban trabajando casi en la oscuridad en busca de los pasajeros que faltaban y me pareció ver a ¨Chonga¨atendiendo a un herido al borde del camino.

Se terminaron las vacaciones con esta nota trágica y volví a Buenos Aires a continuar con mi vida. El trabajo que había conseguido por recomendación de mis profesores y especialmente mi ex-maestro de tipografía era en un excelente taller cuyo dueño había sido alumno de nuestro colegio. El ambiente era bueno y la paga excelente.

Pasaron algunos años y muchas cosas. Una de ellas fué que me casé con una chica de mi barrio en Buenos Aires. Una buena muchacha, dulce, comprensiva y buena compañera. Mantuve correspondencia con una de las “amigovias” que conocí en aquellas vacaciones de post-graduado. A Nilda le gustaba escribir y me tenía al tanto de los avatares en la vida de todas. Ella se casó con un empleado de la Municipalidad de la ciudad y su prima Teresa con un albañil el que amplió la casa en la que ahora vivían junto a su madre. Laura, la chica del almacén, seguía soltera y aparentemente no pensaba casarse. “Chonga” se juntó con un joven médico que la llevó a vivir al Impenetrable, en la selva chaqueña, donde estaban a cargo de un pequeño hospital que servía a un poblado de indígenas. Amanda, “la Porteñita” se casó con el hijo del dueño de la Panificadora del Nordeste y vivía en una hermosa casa frente a la Costanera. Por mi padre supe que Mariela, la hija mayor de Balta se casó con un chofer de micros de larga distancia y se fué a vivir  con él a la ciudad de Rosario. Martita se casó con uno de los muchachos de la vecindad que se había recibido de maestro y enseñaba en la Escuela Mariano Moreno del centro de la ciudad. Vivían en la casa al lado del Arroyo Guazú en compañía de su padre, el que se encontraba muy delicado de salud.

Pasaron algunos años y ocurrió un episodio que me hizo recordar aquella noche de mis vacaciones de post-graduado en la casa de mi padre en que se me apareció y aparentemente me adoptó un “lobizón benigno”. Siempre me sentí atraído por los ríos y de acercarme a las costas. Así lo hice una vez llevando de la mano a mi hijo cuando éste tenía dos años. De pronto de entre los matorrales apareció una jauría de por lo menos diez ó doce perros salvajes que se nos venían encima. Cargué a mi hijo y empecé a correr desesperadamente hacia el tejido por debajo del cual habíamos pasado para entrar al lugar, que no estaba muy lejos. Llegué cuando los perros ya estaban encima nuestro. Me dí vuelta enfrentándolos, sabiendo que no tenía ninguna chance de que pudiera ahuyentarlos. Nos rodeaban y ladraban enfurecidos lanzándose hacia nosotros mostrando sus temibles colmillos. Colgué a mi niño lo más alto que pude en el alambrado, tomé del suelo dos puñados de arena y pedregullo y lo lancé hacia ellos gritando con todas mis fuerzas: Fuera!… Fuera!… El que parecía el lider de la jauría, que estaba más cerca casi encima nuestro, abriendo y cerrando las fauces en sus intentos de morder, pareció recibir el impacto en la cara. Lanzó un agudo aullido y se detuvo restregándose los ojos con la pata delantera y tratando de despedir de su boca el pedregullo y la arena que le había arrojado. Casi al mismo tiempo todos dejaron de ladrar, algunos lanzaron temerosos quejidos agachando la cabeza, pegaron la vuelta y desaparecieron rápidamente entre la maleza. Este súbito cambio de actitud de los perros, tan furiosos y temibles unos momentos antes y tan temerosos inmediatamente después, todavía sigue siendo inexplicable para mí. ¿Fué la arena y pedregullo que yo les arrojé lo que los detuvo? Me cuesta creerlo, pero de lo que estoy seguro es que hubo “algo” que los detuvo. “Algo” mucho más fuerte que un puñado de arena y pedregullo.

Años después la vida me llevó lejos, a otro país, a convivir con otras gentes, otro idioma y costumbres diferentes y allí también tuve oportunidad de comprobar esta “presencia” protectora, una realidad palpable para mi, pero que nunca antes se lo había contado a nadie porque suponía y todavía pienso que no me lo van a creer. Apenas hacía un mes que había llegado a Nueva York y mi dominio del inglés era bastante precario pese a que lo había estudiado en un sistema llamado “Idiomas Vivientes” que estaba de moda en ese entonces. Conseguí trabajo en una imprenta donde eran todos americanos y había una sola persona que hablaba castellano, un poco atravezado, pero entendible. Era un panameño muy amigable que siempre estaba sonriendo resaltando el blanco de su dentadura sobre su rostro moreno. Nos hicimos amigos y un Sábado me invitó a cenar en su casa con su familia. Vivía en una sección del Bronx,  que luego me enteré, era de las peores de la ciudad por el consumo de drogas y la delincuencia. Ya en el viaje en el subway desde Queens, el barrio al que llamábamos “el Gran Buenos Aires”, por la cantidad de argentinos residiendo allí, donde yo alquilaba un pequeño departamento, hasta ese lugar del Bronx, comencé a notar que cada vez había menos personas blancas y al llegar a destino yo era el único. Mi vestuario no era muy amplio en ese momento. Consistía en el traje, camisa y corbata con el que vine, que usaba para todo, inclusive para ir a trabajar todos los días. Así que allí estaba yo vestido de traje, camisa y corbata, en medio de una cantidad de personas de color, siendo observado con curiosidad y hasta podría decir con algo de incredulidad por el resto de los pasajeros que parecían estar preguntándose “¿Qué hacía este ‘blanco’ vestido así en esta parte de la ciudad?”. Hasta me pareció entender que un moreno barbudo, desaliñado y con olor a bebidas alcohólicas, me preguntó si iba a un casamiento mientras miraba a los demás pasajeros y todos se reían. Caminé unas siete cuadras desde la estación del subte hasta el domicilio de mi amigo, entre mucha basura desparramada por las veredas y la calle, con ratas correteando entre ellas,  alguna pelea callejera entre borrachos ó drogadictos y gente tirada durmiendo en los zaguanes o a la entrada de edificios. Un par de veces se me acercaron individuos de mala traza murmurando ó gruñendo algo que yo no contestaba porque era inentendible para mí lo que me decían mientras seguía mi camino con esa sensación de seguridad que me daba el sentirme acompañado por “algo” más fuerte que esas amenazas latentes en el lugar. Pasamos una velada agradable en compañía de mi amigo y su familia. Cenamos platos típicos, bailaron danzas de su lugar de origen y al término de la reunión, pasada la medianoche, todos me acompañaron hasta la estación del subway, porque para una persona blanca y vestido como yo estaba era una invitación a que algo desagradable ocurriera, según me dijeron.

Hubo otras ocasiones en las que ante la presencia de una amenaza de peligro presentía que había algo, no me atrevería a decir “sobrenatural”, pero “algo”, que estaba allí como protegiéndome. Llequé a pensar que sería un trauma psicológico positivo, creado en aquél momento que permanecía fijado muy fuerte en mi subconsciente y que se hacía presente en el momento necesario y oportuno. O sería que realmente un “lobizón benigno”, si es que se puede creer que esto exista, me adoptó aquella noche en la casa de mi padre en mis vacaciones de Post-Graduado? Bueno, para mí podría ser, hasta diría que yo estoy convencido de que es así, pero como dije antes, sigo pensando que nadie me va a creer…

 

Las Peripecias del Adelantado Alvar Núnez Cabeza de Vaca y el Descubrimiento de las Cataratas del Iguazú

las catar del iguazu prop

Relato con Recopilación de Datos Históricos por @Damian Barrios

El conquistador español Álvar Núñez Cabeza de Vaca nació en Jerez de la Frontera en 1488.  El joven de ojos azules y pelo rubio creció impulsado por el deseo de engrandecer a su familia y con ese propósito se lanzó a la conquista del nuevo mundo.

Descendía de una familia noble. Su abuelo, Pedro de Vera, fue conquistador de la Gran Canaria. Alvar creció con el sueño de ser algún día soldado y conquistador. Cabeza de Vaca no era su apellido sino un titulo hereditario de la familia de su madre. La versión mas conocida del origen de este título se remonta a un ancestro que colaboró con las tropas de Don Alfonso VIII, sitiadas por los moros, quien les indicó un camino por el que podían salir del acorralamiento en que se hallaban, colocando cabezas de vacas muertas a lo largo del mismo.

Exploró la costa sur de Norteamérica desde la actual Florida pasando por Alabama, Mississippi, Luisiana, Texas, Nueva Mexico, Arizona y el norte de México hasta llegar al Golfo de California, territorios que pasaron a anexarse a la Corona Española dentro del Virreinato de Nueva España.

En 1527 Alvar Nuñez había partido de Sanlucar de Barrameda, rumbo a América, como tesorero y alguacil mayor de una expedición encabezada por el Gobernador Don Panfilo de Narvaez, compuesta por 600 hombres tripulando cinco barcos.

La expedición tenía por objetivo la conquista y colonización de la Peninsula de Florida y encontrar la Fuente de la Juventud, un mito indígena por el cual el que bebía de sus aguas rejuvenecía al punto tal que un anciano cacique podía reactivar todas las funciones de su juventud, engendrar hijos, etc.

Desde que llegaron al puerto de Santo Domingo y hasta que pisó la tierra de la Florida en 1528, la expedición fué perdiendo fuerza. Muchos hombres se quedaban en los puertos y los que continuaron fueron diezmados por tormentas y naufragios. Los que llegaron a la península, se dispersaron y también fueron muriendo, ya sea por los ataques de los indios o por el hambre.

Los indígenas les indicaron a los sobrevivientes que el oro que buscaban se encontraba en la parte norte de Florida y hacia allá fueron. Cortaron madera y construyeron cinco barcazas, que les sirvieron para navegar por la costa y luego seguir a pie por los pantanos usando balsas y a nado en algunos lugares.

En otro ataque de los indios murieron algunos más y quedaron heridos todos los miembros que quedaban de la expedición, incluido el propio Cabeza de Vaca. Sólo sobrevivieron cinco hombres: Alonso del Castillo, de Salamanca, Andrés Dorantes, de Béjar, dos esclavos negros, de Azamor, Esteban, que era corpulento y de gran fuerza física y Estebanico, bastante mas pequeño y Alvar Núñez Cabeza de Vaca, que fueron repartidos como sirvientes de algunas familias indigenas y convivieron mas de seis años con ellos, aprendiendo sus dialectos, la cultura del mimbre, el camuflaje y la guerrilla.

Cuando consiguió su libertad y durante algún tiempo Alvar Nuñez Cabeza de Vaca ejerció de mercader entre los indígenas. Llevaba conchas marinas y caracolas a los pueblos del interior cambiándolas por cueros y almagra, un producto que usaban los indios de la costa para sus pinturas. También hizo de curandero gracias a la fama que le dió la extracción con éxito de una flecha que un indio tenía clavada cerca del corazón.

A fines de 1540 logró de Carlos I el nombramiento para sustituir a Pedro de Mendoza, en la exploración del Rio Paraná y para socorrer a la colonia española establecida en la zona, aportando además 8.000 ducados propios para financiar la expedición; a cambio, Carlos I lo nombró Capitán General, Gobernador y Adelantado del territorio del Río de la Plata, Paranaguazú y sus anexos.

Asi Alvar Núñez Cabeza de Vaca, el experimentado explorador de 40 años, que alcanzó fama por su temeraria exploración de la Florida y que además conocía de cerca y podía comunicarse en algunos de los dialectos indígenas, era el personaje indicado y de recursos suficientes para cubrir la necesidad de armas, municiones, ropas, vituallas y otras urgencias que tenían los españoles del Río de la Plata.

Organizó una expedición compuesta por tres navíos y unos cuatrocientos hombres, zarpando de Cádiz en noviembre de 1540, arribando en marzo de 1541 a la isla de Santa Catalina actualmente territorio brasileño.

También formaron parte de aquel contingente mujeres de las cuales mencionaremos las más importantes:

Juana Núñez, que tenia su apellido, no era su esposa reconocida, pero dormía en la recámara con el Adelantado.

Ana de Salazar, casada con uno de los capitanes, decidida a seguirlo adonde fuera.

Luisa Torres de Cáceres, casada con Felipe de Cáceres, un Oficial Real con el cargo de Contador.

Juana Méndez, una joven de la sociedad cuyo prometido había formado parte del grupo de exploradores que acompañó a Alejo García algunos años atrás, que no regresó y a quien daban por desaparecido o muerto en la selva. Ella se embarcó con el propósito de encontrarlo vivo o saber la verdad de su destino.

También iba una esclava pequeña y morena llamada Concepción, que era la encargada de la comida y necesidades del Adelantado y sus comandantes y tres muchachas muy libertinas que escaparon de un burdel del puerto, llamadas Josefa, Manuela y Antonia. Ya durante el viaje, Antonia, la más revoltosa, originó escaramuzas y reyertas entre los tripulantes cuando por las noches se escapaba del recinto donde debían estar las mujeres, cerca del camarote del capitán para su protección, para pasar la noche con ellos.

A su arribo a Santa Catalina, Alvar Nuñez tuvo noticias del abandono del asentamiento de Santa María del Buen Aire por parte de los colonos españoles y el traslado de la capital a Asunción.

Decidió entonces enviar una expedicion de reconocimiento, para ver la posibilidad de llegar por tierra hasta Asunción siguiendo la ruta que había trazado Alejo García unos años antes. El resto de la expedición continuó la travesía en las naves al mando de Pedro Estopiñán Cabeza de Vaca, primo de Alvar Nuñez.

Luego de escuchar el reporte favorable de sus enviados, inició la marcha de mas de mil kilómetros en noviembre de 1541 al frente de doscientos cincuenta soldados, veintiséis caballos y un pequeño grupo de indios aliados.

Cuando ya se habían alejado de los lugares poblados comenzaron a encontrar asentamientos de indios, algunos que solo los miraban pasar con curiosidad y otros hostiles con los que se vieron forzados a combatir.

Al cruzar un río se enfrentaron a un grupo grande de guerreros indios con los que batallaron por mas de tres días, hasta que estos emprendieron la retirada llevándose a los caballos y a todas las mujeres que venían en la retaguardia protegidas por solo un puñado de soldados.

En el camino éstas sufrieron los rigores de la marcha forzada entre la maleza y los pantanos. Iban montadas delante del indio en el lomo pelado del caballo. Las que más sufrieron fueron las damas no acostumbradas a estos maltratos.

Josefa, Manuela y Antonia soportaron mejor el agobio de la alocada carrera de los caballos, pegándose al cuerpo del jinete que las transportaba. Antonia se acostumbró rápidamente y no le molestaba la proximidad de su cuerpo agitado, sudoroso, ensangrentado y el olor de la desgreñada cabellera de su captor, el que parecía tener cierta autoridad entre ellos.

Al llegar de vuelta al caserío que habitaban hubo una gran celebración, donde comieron, bebieron y danzaron buena parte de la noche. El broche final sería la posesión de las mujeres cautivas que ya habían sido asignadas, algunas a los que las habían capturado y las que parecían de más calidad e importancia para los jefes de la tribu.

A Josefa, Manuela y Antonia, acostumbradas a los marineros y vagabundos del puerto no les molestaba mucho la compañía de hombres no muy aseados y borrachos asi que no estaban angustiadas ni mucho menos como las otras mujeres. En un momento dado Antonia se sumó a la danza que realizaban los guerreros alrededor del fuego causando risa entre las indias y el gesto desaprobatorio de los caciques.

Ya entrada la noche había un tendal de indios borrachos por doquier, pero el que la había traído en su caballo no parecía estar en tan mal estado. La llevó a su tienda y la poseyó salvajemente repetidas veces hasta casi el amanecer cuando quedaron ambos exhaustos y profundamente dormidos. Josefa y Manuela corrieron la misma suerte aunque en lugar de uno fueron varios los que las poseyeron.

A Juana Mendez la había llevado a su choza uno de los caciques bastante bebido que se quedó dormido sobre su cuerpo luego de arrancarle los vestidos. Ella entonces se lo sacó de encima como pudo y escapó con su ropa hecha jirones, semidesnuda, ocultándose entre los matorrales.

Fué acercándose lo mas posible a todas y cada una de las otras viviendas en algunas de las cuales se oían los gritos y forcejeos de las mujeres defendiéndose de los indios borrachos hasta que en una de ellas, un poco alejadas de las demás encontró, con gran alborozo de su parte, entre otros cautivos que estos indios tenían esclavizados, a su prometido, barbudo, harapiento y muy desnutrido, al que en los primeros momentos le costó un poco reconocer. Luego ella lo tomó de la mano y escaparon escondiéndose entre la maleza.

Mientras tanto los exploradores luego de atender lo mejor que pudieron a los heridos y enterrar a sus muertos, se organizaron rápidamente para perseguirlos y rescatar a las mujeres y a los caballos, guiados por los indios aliados que siguieron las huellas hasta encontrar el caserío de donde provenían.

Luego de una sangrienta batalla que duró un par de dias, los exploradores consiguieron dominarlos.

Cuando la lucha parecía inclinarse definitivamente a favor de los españoles el último grupo de una docena de guerreros indios, al parecer los más jóvenes, que aún resistían, al mando del captor de Antonia y sus subalternos, que habian maniatado a las tres a unos árboles, las soltaron y cargaron en sus caballos escapando luego en la espesura de la selva.

Los indios heridos y los que sobrevivieron fueron ejecutados. Se recuperaron los caballos, liberaron al resto de las mujeres e incendiaron el caserío que habían habitado estos indios, con todos los cadáveres dentro de los mismos.

Juana Mendez que había conseguido encontrar y reunirse con su prometido se ocupó inmediatamente de higienizarlo, alimentarlo y vestirlo lo mejor que pudo.

Los expedicionarios continuaron su marcha atravezando tupidas selvas, abriéndose paso con los machetes de los indios que los acompañaban en la vanguardia, serranías de difícil acceso y cruzando arroyos correntosos y peligrosos pantanos, tratando de granjearse la amistad de los pueblos indígenas que encontraban en su camino y batallando contra quienes los atacaban.

Exhaustos, con muchos hombres perdidos en las peleas con las tribus hostiles y con sus reservas de alimentos casi agotadas siguieron el cauce de un ancho rio hasta encontrar una aldea de indígenas amigables donde fueron bien recibidos. Alli consumieron pescado, mandioca y otros alimentos que los indios les ofrecieron para saciar el hambre atrazado que traían.

Se oía todo el tiempo un fuerte e ininterrumpido tronar y al preguntar sobre esto los indios les indicaban con gestos sobre una gran caída mencionando con frecuencia la palabra Iguazú. Un par de días después los guiaron entre la frondosa vegetación hasta el borde del caudaloso rio, el que luego de recorrer muchos kilómetros por una meseta, absorbiendo el caudal de los afluentes que se encuentran en su camino, llega a un punto donde se producen numerosas caídas para luego volcarse en una enorme grieta desde una altura de más de 80 metros.

Alvar Nuñez Cabeza de Vaca y su tropa fueron los primeros europeos en presenciar la gran caida de aguas y descubrir las Cataratas del Iguazú. Acamparon en un explanada desde donde se podía ver y sentir la fuerza del torrente cayendo tumultuosamente al abismo.

Reanudaron la marcha luego de un par de semanas de descanso gozando de la hospitalidad de aquella tribu que les brindaron además de alimentos, la compañía de jóvenes indias, lo que hacía más dificil para los soldados abandonar un lugar tan acogedor luego de haber sufrido tantas penurias.

Según el relato de uno de los expedicionarios: “Las indias son hermosas y no se rapan parte alguna de su cuerpo, pues andan desnudas tal como vinieron al mundo. Nos ofrecieron maíz, mandioca, maní, batatas y otras raíces, pescado y carne, todo en abundancia. Permanecimos entre ellos mas de catorce días.

El jefe de la tribu designó a un par de sus subalternos a sumarse a los indios que acompañaban a la expedición para guiar a los expedicionarios por senderos por ellos muy conocidos llegando en relativamente corto tiempo a Asunción.

Una veintena de soldados se ocultaron en el momento en que debían partir quedándose a vivir en el caserío con los indios.

Cuando el Adelantado llegó a Asunción el 11 de Marzo de 1542 tomó posesión del cargo de gobernador. De inmediato se formaron dos bandos: el de los recién llegados y el de los Asunceños, partidarios de Irala a quienes contrariaba tener que aplazar la expedición a la Sierra de la Plata, de la que esperaban conseguir grandes riquezas.

Para ese entonces la Iglesia Católica buscaba incorporar a su feligresía a los indígenas de las colonias conquistadas. En 1537 mediante la bula del Papa Pablo III se había declarado a los indígenas hombres con todos los efectos y capacidades de cristianos.

Al tomar posesión de su cargo, el propósito del nuevo gobernador de erradicar la anarquía y dominar a los insurgentes provocó que estos se sublevaran dos años después en 1544 acusándolo de ejercer un gobierno personalista y dictatorial, de excesiva protección de los indios y abusos de poder en la represión de los disidentes. El motivo principal de su rechazo, en realidad, era porque el Adelantado exigía el cumplimiento de las Leyes de Indias, las que protegían a los indígenas de los abusos de los conquistadores, entre otras medidas poco políticas.

Álvar Núñez no pudo responder personalmente a esos cargos a causa de un ataque de malaria que lo había postrado en cama; así que fue detenido, engrillado y encarcelado.

Once meses después, con la barra de grillos remachada a los pies, fue llevado de los brazos por dos guardias y embarcado rumbo a España, en una carabela fabricada en Asunción, capitaneada por Gonzalo de Mendoza.

Más prisioneros fueron embarcados en la escala de San Gabriel, entre ellos los “leales” a Alvar Nuñez, Juan de Salazar, Pedro Estopiñan y Pero Hernández, que habían participado, sin éxito, en un alzamiento contra Irala.

En 1544 habia asumió Domingo Martinez de Irala, quien habia llegado a la región formando parte de la expedición de Don Pedro de Mendoza en 1536 sucediendo al depuesto Alvar Nuñez como gobernador del Rio de la Plata y del Paraguay.

Irala halló la forma de concertar la paz con los diferentes grupos indígenas tomando varias concubinas y permitiendo que los españoles también convivieran cada uno de ellos con varias mujeres nativas.

Los caciques, como primera demostración de bienvenida y acogida amistosa, les ofrecían sus hijas y otras mujeres de la tribu, para todo lo que necesitaran. Esa cohabitación facilitó las relaciones con los indios, que se ofendían si algún castellano se negaba a aceptar su ofrecimiento.

Favorecidos por estos hábitos, no es de extrañar que los castellanos, hayan usado y abusado de las indias.

Hasta los eclesiásticos recibían y aceptaban, tales obsequios. Cuando llegó el obispo Fernández de la Torre, le fueron regaladas ¨una mula y muchas indias¨, poniéndolas en este orden, de acuerdo al valor que entonces se les daban, anteponiendo las conveniencias económicas.

La promiscuidad en que se vivía, la ausencia de mujeres españolas y la juventud de los conquistadores, contribuyó en gran medida a la mestización.

Gracias a este modus operandi pudo llevarse a cabo la conquista del Río de la Plata por el reducido número de españoles que la realizó y sin el derramamiento de sangre que hubo en otras partes. Esta modalidad dió a la raza, caracteres peculiares que aún subsisten en el Paraguay.

Según el genealogista Binayan Carmona, muchos de los próceres de Mayo y grandes personajes argentinos y paraguayos como Mariano Moreno, Manuel Belgrano, Juan Francisco Segui, Juan Francisco Tarragona, Remedios Escalada de San Martin, Juan Antonio Alvarez de Arenales, Jose Evaristo Uriburu, Victoria Ocampo, Bernardo de Irigoyen, Francisco Solano Lopez, Joaquin de Anchorena, Adolfo Bioy Casares y Ernesto ¨el Che¨ Guevara, entre otros, provenian de esa base de la raza criolla de America.

El camino que se utilizaba para llegar desde Santa Catalina hasta Asunción comenzó a tener importancia y ya se usaba con bastante frequencia. De tanto en tanto se podía encontrar un asentamiento donde se hablaba el castellano tanto como el guaraní gracias a los soldados que habían desertado y que les enseñaban el idioma a sus hijos y mujeres aprendiendo ellos a su vez el guaraní

Al volver engrillado a España el Consejo de Indias desterró a Alvar Nuñez Cabeza de Vaca a Oran, Argelia, donde estuvo encarcelado ocho años, al cabo de los cuales Felipe II le concedió el indulto y el cargo de juez en la Casa de Contratación de Sevilla.

 

Los últimos años de su vida los pasó como prior de un convento sevillano, donde falleció en 1559.

 

 

 

 

 

 

 

Chistes en Castellano

repuestos

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Cómo se describe una explosión atómica en japonés? –Nilakaka keda!

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Sacaron a pasear al perro y luego de caminar con él más de una hora decidieron regresar. Tan pronto llegaron, el gran danés se mandó tremenda cagada en la costosa y delicada alfombra del living, tras lo cual se alejó aliviado murmurando: —Ufff! Menos mal que llegamos! Casi me cago en la calle!

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Mr. Cash, un representante del Banco Mundial viene a Buenos Aires para negociar el pago de una deuda que Argentina se estaba demorando en pagar. Va a al aeropuerto de Ezeiza a recibirlo el Nuevo Ministro de Economía con su secretario. Estaban un poco atrazados por la intensa lluvia que caía en la ciudad y al bajar del automóvil que lo transportaba el Ministro se arremanga las botamangas del pantalon para cruzar un charco de agua. Al entrar en la terminal aérea el secretario le dice: —Sr. Ministro, bájese los pantalones que ya llega Mr. Cash! A lo que el Ministro responde sorprendido: —Ehhh! Tanto le debemos a este h.de.p?

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Dos madres hablan de sus respectivos hijos:
– Tengo un hijo más tonto!
– Pues anda que yo!
Los dos hijos se acercan, y dice la madre 1:
– Anda, Marianico, vete a casa a ver si estoy.
Y el niño se va. Y dice la madre 2:
– Anda Santiaguico, toma esta peseta y cómprame una T.V. en color,
y el niño también se va. Durante el camino, se encuentran los dos,
y dicen:
– Tengo una madre más tonta!
– Pues anda que yo!
– Fíjate, la mía me manda ir a casa a ver si está y no me da la llave.
– Pues fíjate la mía, que me da dinero para comprar una T.V. en
color, y no me dice de qué color la quiere!

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Un tipo fue a visitar a su amigo y vecino japonés que había sido víctima de un grave accidente automovilístico. Al llegar encontró al nipón todo entubado.
El vecino da la vuelta por alrededor de la cama, para estar más cerca y de pronto el japonés con los ojos casi fuera de órbita, grita:
– ¡ SAKARO AOTA NAKAMY ANYOBA, SUSHI MASHUTA!
Dicho esto, lanzó un débil suspiro y pasó a mejor vida.
Las últimas palabras de su amigo muerto le quedaron grabadas en la mente. En el funeral, se aproximó a la madre y a la viuda y les dijo abrazándolas:
– Señora Fumiko y señora Shakita, nuestro querido Fuyiro, segundos antes de su fallecimiento, me dijo estas palabras:  ” ¡ SAKARO
AOTA NAKAMY ANYOBA, SUSHI MASHUTA!”   Y no sé qué quieren decir.
La madre de Fuyiro se desmayó casi al instante.
La viuda lo miró con rabia y respondió:
– «¡NO PISES LA MANGUERA DEL OXÍGENO, BESTIA!»


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Chistes de parejas….

El: -¡Me amas sólo porque mi padre me dejó una fortuna..!

Ella: -¡No, querido…yo te amaría sin importarme quién te la dejó….!

2) Ella: -¿Cómo es que vienes a casa medio borracho…?
El: -¡No es mi culpa…es que se me acabó el dinero…!

3) El: -¡Salgamos a divertirnos esta noche…!
Ella: -¡Buena idea! ¡El que llegue primero,
que deje la luz de entrada encendida…!

4) Un matrimonio viaja en auto por la cordillera,
sin hablarse debido a una discusión que acababan
de sostener. Mientras pasan por una hacienda donde
hay varias mulas y cerdos, el esposo le pregunta a su mujer, en tono sarcástico:
-¿Familiares tuyos?
La esposa le responde en tono seco:
-¡Sí! ¡Mis suegros…!

5) El: -¡Amor mío! ¿Crees en el amor a primera vista…?
Ella: -¡Lógico! ¡Si te hubiese mirado dos veces, no me habría casado…!

6) El: -¿Sabes, querida? ¡Cuando hablas, me recuerdas al mar!
Ella: -¡Qué bonito! ¡No sabía que te impresionaba tanto!
El: -¡No me impresionas…me mareas…!

7) El: -¿Cuando yo muera, me vas a llorar mucho?
Ella: -¡Claro…ya sabes que lloro por cualquier tontería…!

 

Tenemos una vecinita muy romántica. Desde que terminó sus relaciones con el último noviecito pone música tan triste que todos en el barrio extrañamos al muchacho.

 

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Me dijo mi nueva suegra: “Por las mañanas mejor no hablarme demasiado. Le cuento que hace un tiempo el párroco de mi pueblo me saludó al pasar como a las 7 de la mañana, y desde entonces cada vez que nos cruzamos se santigua tres veces, me salpica disimuladamente con agua bendita y murmura un exorcismo en arameo antiguo.”


Una anciana le dice a otra:
– Con los años, mi marido se ha convertido en una fiera en la cama.
– ¿Te hace el amor como un salvaje?
– No, nena… se mea en las sábanas para marcar su territorio.

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El hombre fue a registrar a su hijo recién nacido. El encargado le pregunta:                             —Es Ud. casado?    —Si, señor.    —Con prole?    —No, con Lupita.    —Prole quiere decir hijos. —Ahhh… Si… Tengo una prola y ahora este prolito…

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Pepe le había prestado la sierra eléctrica a Manolo y ahora la necesitaba. Lo llama por teléfono y le dice: —Manolo… Te llamo por la sierra eléctrica… Y éste le contesta: —Coño! Que bien se oye!

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—Manolo! Tienes una media verde y otra roja!   —Pues, si… Y esto no es nada: en casa tengo otro par igual…

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En el teatro actuaba un ventrílocuo con su muñeco Pirulo. En un momento de la función dice: —Ahora, les voy a contar un chiste gallego… Y del medio de la sala se escucha: —Oiga, no se meta con nosotros los gallegos que somos gente muy instruida e inteligente, eh? —Perdón, señor. No es mi intención ofender a una colectividad a la que aprecio. Sin ir mas lejos, yo soy hijo de gallegos. —No tenga pena, hombre. No es con Ud. Es con el enano bocón que tiene sobre su rodilla.

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Era un pueblo chico y había unos cuantos «Manolo´s». Un día un Manolo se cruzó en la calle con otro Manolo al que no veía hacia un tiempo. Este lo saluda: –Hola, tocayo! –Hola! Como esta Don?… Cómo es que se llamaba este tío?

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Paco era muy celoso. Un día un amigo le dijo: –Tú sabes que se murmura en el pueblo que tu mujer, la Paca te traiciona con tu mejor amigo? Enceguecido de rabia y sediento de venganza Paco corrió a su casa y mató al perro.

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En una de las montañas de los Alpes había una oficina que controlaba los movimientos telúricos de la zona, manejada por científicos franceses. En una oportunidad detectaron un terremoto que se pronosticaba peligroso para Galicia. Se comunicaron telegráficamente con sus pares gallegos haciéndoles saber del peligro: «Movimiento telúrico en dirección a Uds. Escala Richter 8, Mercalli 7. Contéstennos si recibieron este aviso». Pasaron varios dias sin respuesta. 10 días después contestaron: «Movimiento telúrico dominado. Encontramos al tal Mercalli en una aldea y ya fue juzgado y ejecutado, pese a jurar que no tenía ninguna conexión con el Movimiento Telúrico, y que ni sabía lo que era, según él. Al otro cabecilla lo ubicamos pero escapó por la frontera. Disculpen la demora en contestar, pero es que aquí tuvimos un terremoto de la gran puta!

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Paco le dijo a Manolo: –Que te parece si intentamos algo que nos ponga en el Libro de Guinness. Algo que no haya hecho ningún gallego hasta ahora. Estuvieron pensando mucho tiempo hasta que se decidieron: Intentaremos cruzar a nado el Canal de la Mancha!.. Y empezaron a entrenar en la ría del pueblo. Cuando se sintieron suficientemente preparados anunciaron la fecha del intento. Ese día se llegaron a la costa francesa y ante buena cantidad de público y prensa se lanzaron al agua. Todo iba bien hasta que Paco comenzó a sentir cansancio y calambres. Manolo lo alentaba: –Vamos, Paco! Piensa en las inglesitas que nos esperan en la otra orilla con tecito caliente. Fuerza, que ya llegamos! Paco seguía quejándose hasta que faltando unos 500 metros con la costa inglesa a la vista, iluminada por las luces de la televisión y bastante público no pudo más y dijo: –Sigue tú, Manolo. No puedo más. Yo me vuelvo!…

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–Manolo, Tienes buena memoria para las caras? –Pues, sí… –Qué bueno!.. Porque acabo de romper el espejo y tendrás que afeitarte de memoria.

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Manolo lee en el diario: «Alud mata a 200 personas». Y comenta: –Estos árabes son sanguinarios!

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-Buenos días Dra., quería saber si puedo tomar las píldoras anticonceptivas con diarrea…
– Mire… yo las tomo con agua, pero si le gustan así, no hay contraindicaciones.

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Durante un atraco a un Banco, antes de darse a la fuga, el ladrón pregunta a un rehén:
– ¿Tú me has visto robar este Banco? El rehén asustado le dice que sí, y recibe un tiro en la cabeza. Después se vuelve al resto de rehenes apuntándoles y pregunta a dos mujeres y un hombre:
– ¿Me habéis visto robar este Banco? Y el hombre, responde:
– Yo no he visto nada, pero mi mujer y mi suegra, aqui presentes, no han perdido detalle.

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El marido totalmente borracho, le dice a su mujer al acostarse:
– Me ha sucedido algo increíble. He ido al baño y al abrir la puerta se ha encendido la luz automáticamente.
– ¡Pepe! Has vuelto a mear en la nevera!!!..

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Manolo le dice a Paco:
– Oye!… No sigas bebiendo que te estás poniendo borroso…

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Después de 197 años la selección nacional de Galicia clasifica para jugar un Mundial de fútbol. Les toca contra Inglaterra el primer partido y juegan en Wembley. Había mucha niebla por lo que el referi reúne a los jugadores en el centro del campo y luego de consultar con los capitanes suspende el partido. Los de la delegación gallega ya de vuelta en el hotel se dan cuenta de que falta el portero y lo van a buscar al estadio. Lo encuentran bajo sus tres palos, tratando de ver a través de la espesa niebla y en posición de defender su portería y le dicen: —¿Qué haces aquí? No te enterastes de que el partido se suspendió? Y contesta el portero: —¡Ya me extrañaba a mí que domináramos tanto!

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CHISTES MEDIO VERDES

–Princesa… te invito a un trago de vino… –No puedo, me cae mal para las piernas…         –¿Se te hinchan? –No… Se me abren…

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Va un padre con la hija recién nacida al registro a ponerle nombre: –¿Cómo se va a llamar su niña? –Debora… –¿Está seguro señor Navos?

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Un viejo estaba sentado en un banco de la plaza, cuando se sienta a su lado un joven con el pelo revuelto y de varios colores. El viejo lo mira detenidamente y el joven le dice: –¿Qué pasa abuelo? ¿Nunca hicistes nada salvaje en tu vida? Y el viejo responde: –Una vez me emborraché y practiqué sexo con una lora. Ahora estoy pensando si no serás tú el fruto de esa locura…

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Llega el importante ejecutivo a su casa con cara de preocupación. La mujer le pregunta el motivo y el hombre le responde: –Tengo un grave problema en la oficina. A lo que la esposa amorosamente le dice: –Mi amor, nunca digas «tengo un problema´´… dí mejor «tenemos un problema«, porque para eso somos una pareja muy unida. A lo que el marido le responde: –Bueno, entonces te informo que nuestra secretaria va a tener un hijo nuestro.

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Manolo se olvidó las únicas llaves que tenía dentro del auto. Dió vueltas alrededor buscando un objeto contundente para romper el vidrio, cuando pasa Pepe y al ver lo que sucedía le dice –Hombre… Usa la cabeza… Y  cuando vé que Manolo se acomoda para darle el cabezaso al vidrio del auto le dice: –No, hombre… Usa la inteligencia. Búscate una percha de alambre, metes el alambre de manera de enganchar el pestillo y listo! A mi me pasó lo mismo y lo abrí en menos de 15 minutos. Claro que yo tenía a Josefa dentro del auto que me indicaba, más a la derecha… ahora a la izquierda.. ya… ahí!…

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Pepe y Manolo se pasaron todo el fin de semana buscando un arbolito de Navidad por el bosque de su pueblo. El Domingo a la tarde cuando ya bajaban las sombras de la noche Manolo le dice a Pepe: –Bueno, el próximo arbolito que nos guste lo llevamos, tenga o no tenga las luces!…

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Sabes como convertir un burro en burra? Pues encerrándolo solo en el establo hasta que se aburra!!

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Pepito en el colegio le dice un amigo: -Pepito! Pepito! ¿Vamos a jugar al polo? -Y porqué tan lejos?

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En la escuela la maestra pregunta quién puede dar un ejemplo de una muerte tranquila. Pepito levanta la mano y dice: –La de mi abuelo que se quedó dormido. –Ahh! Muy bien, Pepito. A ver ahora un ejemplo de una muerte horrible. Pepito vuelve a levantar la mano y responde: –La de los amigos de mi abuelo que viajaban en el auto que el manejaba cuando se quedó dormido…

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Le dice un borracho a otro: -Hace 5 días que no duermo! -Debes de estar cansadísimo!         –Para nada, yo duermo de noche!…

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Un turista gallego sube a un taxi en Buenos Aires y al girar en la primera curva ve como el taxista saca la mano por la ventanilla para indicar que va a girar… Al ver  ésto el turista preocupado le dice: -Disculpe, Sr. taxista… usted concéntrese en conducir, que yo ya me encargaré de ver si llueve o no!

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Se encuentran dos hombres en una reunión de negocios y le dice uno al otro: -Muy buenas, Mi nombre es Juan, el mayor de los placeres. -Encantado, yo me llamo Luis… el menor de los Fernández.

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Un hombre iba por la calle jadeando cargando un mueble a sus espaldas. Un amigo que lo vé le pregunta: -Oye, cómo no me avisaste para venir a ayudarte? -No hace falta… que ya le avisé a mi hermano… -Pero…¿Y donde está?… -Está adentro del mueble sujetando las perchas…

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Un gitano fué a escuchar su sentencia en un juicio. Le dice el juez: -Usted está aquí por robar un coche. Son 10.000 euros de multa ó a la cárcel. El gitano decide consultar con su mujer: -Cariño, me ha dicho el juez que 10.000 euros ó a la carcel!! Y la mujer le contesta:-Pues hombre… no seas tonto y coge el dinero!!

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Le dice el novio a la novia: -Cariño, te casarías con un hombre millonario pero muy tonto? -¿Cómo? ¿Así que tienes mucho dinero y yo sin enterarme?

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Un tipo va al psicólogo y le dice: -Doctor, vengo a verlo porque tengo un problema de doble personalidad. El doctor lo mira fijo y le dice: -Siéntese mi amigo, que aquí entre los cuatro lo vamos a resolver.

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  • ¿Por qué los gallegos llevan la batidora al estadio?… para batir récords
  • ¿Cómo hacen volar un avión los gallegos?… con dinamita
  • ¿Por qué los gallegos ponen escaleras a la orilla del mar?… para que suba la marea
  • Ayer informó la Policía Científica de Pontevedra que fallecieron 4 gallegos: dos en un asesinato y dos en la reconstrucción de los hechos.
  • Un gallego se muere de la risa, le hacen la autopsia y no le encuentran el chiste.
  • -¿Qué hace un Gallego con los ojos cerrados frente a un espejo?……Está viendo como se duerme.
  • Por qué van 19 gallegos al cine?………Porque la película es prohibida para menos de 18.
  • ¿Qué hace un gallego vestido de vampiro conduciendo un tractor?…. Siembra el pánico.
  • ¿Por qué los gallegos van al supermercado desnudos?…… porque afuera hay un anuncio que dice 50% de descuento en pelotas.
  • ¿Para qué los gallegos le ponen azúcar a la almohada?…… Para tener dulces sueños.
  • ¿Por qué los gallegos se sientan en la última fila cuando van a ver películas cómicas?…… porque el que ríe último, ríe mejor.
  • Cual es el día del gallego?…… el día menos pensado.
  • Por que un gallego se abanica con un serrucho?… porque le dijeron que el aire de la sierra es mas sano.

-Un gallego se encuentra con un chino y le dice el gallego:

-Hola

Y el chino contesta:

-Las nueve y media


–Me compré un loro y resultó ser hembra!..

–Y cuál es el problema?

–Que en lugar de repetir lo que digo, me discute…

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A fin de relajarse tras su ardua labor de predicar y obrar milagros, Jesús decide tomarse un descanso a orillas del mar de Galilea.
Durante una partida de golf con uno de los apóstoles, la pelota termina en el agua. Así que camina sobre las aguas hasta donde está la pelota, se agacha y la recoge. Cuando Jesús intenta repetir el golpe, el apóstol le dice que le va a resultar muy difícil:
– Sólo alguien como Tiger Woods puede conseguirlo;
Y Jesús le contesta:
– Soy el hijo de Dios, puedo hacer cualquier cosa que haga Tiger Woods!
y repite el golpe. La pelota acaba de nuevo en el agua, de manera que Jesús vuelve a caminar sobre su superficie para recuperarla. En ese momento, pasa por allí un grupo de turistas y uno de ellos, al observar lo que ocurre, se vuelve hacia el apóstol y le dice:
– Dios mío, ¿quién es ese tipo? ¿Es que se cree Jesús o qué?
A lo que el apóstol le contesta:
– No, se cree Tiger Woods!

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Un rey decidió un día que quería ir a pescar. Llamó al meteorólogo real y preguntó por el pronóstico del tiempo. El meteorólogo le aseguró que no había ninguna ninguna posibilidad de lluvia.

Así que el rey fue a pescar con su esposa, la reina. En el camino se encontró con un granjero que iba en su burro. Al ver al rey, el granjero le dijo:
– Su Majestad, debe regresar al palacio de inmediato porque en poco tiempo una gran cantidad de lluvia caerá en esta zona.

El rey se rió, confiado en su pronosticador profesional y siguió su camino.

Poco tiempo después se largó una lluvia torrencial y el rey y la reina quedaron totalmente empapados.
Furioso, el rey regresó al palacio, ordenó despedir al profesional y convocó al granjero ofreciéndole a él el prestigioso y muy bien pagado trabajo de pronosticador real.

Pero el granjero le contestó:
– Su Majestad, no sé nada de previsiones, obtengo mi información de mi burro. Si veo las orejas de mi burro caer, significa con certeza que lloverá.

El rey contrató al burro y así comenzó la práctica de contratar burros para trabajar en el gobierno ocupando las posiciones más altas e influyentes.

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Diálogo entre un capitán y un marinero novato.
– Capitán, ¿puedo desembarcar por la izquierda, por favor?
-Se dice «por babor».
– Ahh!… ¿Puedo desembarcar por la izquierda «por babor»?

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Un hombre mayor va a ver a su médico acompañado de dos morenas de cuerpos voluptuosos y sonrisas radiantes. El doctor, sorprendido le pregunta:
– Pero… Ramiro ¡¿Cómo está usted?!
– Bien, doctor, he seguido sus indicaciones y aquí estoy, vivito y coleando!
– Pero yo le dije que necesitaba dos muletas ¡no dos mulatas!

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– Mamá! Mama! Hoy casi me saco un 10.
– ¡Muy bien Jaimito! pero… ¿por qué casi?
– Porque se lo pusieron a mi compañero de al lado.

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Un abogado llega tarde a un importante juicio y no encuentra estacionamiento… Levanta la vista al cielo y dice:
– Señor, por favor, consígueme un sitio para estacionar y te prometo que iré a Misa todos los domingos del resto de mi vida, dejaré las malas compañías y los vicios. Y jamás en mi vida me volveré a emborrachar… ¡Ahh! Y también te prometo que dejaré de acostarme con mi secretaria, la casada!
Milagrosamente, en ese momento, aparece un sitio libre, el hombre estaciona y dice:
-No te preocupes Señor que ya encontré uno, pero gracias de todos modos…

Una Historia de Inmigrantes – Relato Ambientado en Lake George, New York

Una Historia de Inmigrantes – Relato Ambientado en Lake George, New York

Miguel hacía tres años que había emigrado de Argentina y desde su llegada estuvo trabajando para un pariente lejano de su madre, que era lo que en Long Island, New York, llaman un “handyman”, de nombre Francisco, el que le había ayudado con los trámites de inmigración.

Aprendió mucho con él en su trabajo de mantenimiento y reparaciones en domicilios particulares y edificios de departamentos y había ahorrado un par de miles de dólares viviendo ajustadamente sin desperdiciar un penny de su salario.

Antes de emigrar había estado asistiendo a un curso de Mecánica en la ESPAC (Escuela para los Servicios de Apoyo de Combate) en Campo de Mayo, un asentamiento militar en la provincia de Buenos Aires, abandonando un par de meses antes de completar el curso. La razón por la que se había inscripto, a los 17 años, era que le gustaba la mecánica y la razón por la que decidió abandonar, era según él, que se había cansado de armar y desarmar el mismo pequeño avión, el viejo tanque de Guerra y el anticuado camión de transporte de tropas, durante casi tres años sin realmente aprender mucho más. En el cuartel leía cuanto libro ó revista sobre mecánica estaba al alcance de sus manos y era el indicado a consultar cuando algún vehículo del Grupo tenía dificultades.

En casi toda Sudamérica predominaban en ese tiempo las dictaduras militares. En Argentina había tomado el mando el Teniente General Leopoldo Galtieri. ​

Leemos en publicaciones de la época: «…En abril de 1982, a pocos meses de ocupar la Presidencia, Galtieri ordenó la recuperación militar de las Islas Malvinas, tomados por la fuerza en 1833 por Inglaterra, que Argentina reclama como parte de su provincia de Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur.

«…En la madrugada del 2 de abril de 1982 tropas argentinas iniciaron el desembarco en la isla Soledad del archipiélago de las Malvinas. El mismo día el Reino Unido, logró que la ONU emita una resolución solicitando el retiro de las fuerzas de ocupación argentinas y preparó el envío de tropas.

«…El 5 de abril de 1982, zarparon las tropas británicas desde Portsmouth y Plymouth. El 1 de mayo la aviación británica inició el bombardeo de Puerto Argentino y Puerto Darwin. El 2 de mayo, el submarino atómico británico Conqueror hundió al buque argentino General Belgrano, fuera de la zona de exclusión marcada por ellos mismos, ocasionando la muerte de 323 marineros.

«…El 4 de mayo de 1982 dos aviones Súper Etendard de la Armada Argentina con base en Río Grande, Tierra del Fuego, armados con un misil Exocet AM-39, atacan y hunden a la icónica fragata HMS Sheffield con toda su carga nuclear. El otro Exocet impactó en el portaaviones Hermes. 

«…Los choques por aire, mar y tierra continuaron hasta el 21 de mayo cuando los británicos lograron desembarcar en la isla Soledad. El 1 de junio tomaron el Monte Kent, a sólo 20 kilómetros de Puerto Argentino. El 12 de junio iniciaron el ataque final y el día 13 rebasando las líneas defensivas argentinas lograron su rendición firmando el documento de capitulación y alto al fuego los generales Jeremy Moore por el Reino Unido y Mario Menéndez por Argentina.

«…Tres meses después el presidente Galtieri fue derrocado por un golpe interno derivado de la derrota militar en la desigual confrontación bélica».

Miguel siguió con mucho interés todo lo que ocurría allá en el lejano sur argentino, porque en esos tres años de instrucción militar que había recibido en Campo de Mayo había hecho buena amistad con miembros tanto de su escuela como de la de otras cercanas a las que era llamado por sus conocimientos de mecánica, sabiendo que varios de ellos habían sido enviados a combatir en el Sur y que algunos no habían vuelto. El recordaba la amistad y camaradería de aquellos tiempos y pensaba que por unas pocas semanas tal vez él también podría haber estado en la lista de los 649 soldados argentinos muertos ó entre los 1082 que resultaron heridos en combate.

Muchas noches antes de conciliar el sueño revivía su reciente pasado, que iba quedando rápidamente atrás ante la vorágine de su nueva vida, en un ambiente totalmente distinto y tan cambiante que a veces le costaba creer que estuviera ocurriendo.

En Long Island, otro argentino, al que Francisco llamaba familiarmente “el Tano”,  que había sido su compañero de estudios en una escuela técnica en Buenos Aires, era un ingeniero electricista que se había establecido en el poblado de Lake George, un lugar turístico en el norte del estado de Nueva York, donde la población normal es relativamente pequeña, pero que en tiempos de vacaciones puede llegar a más de 50.000 residentes, especialmente en la zona comercial de la villa donde se encuentran la mayoría de los más populares hoteles, restaurantes, tiendas y locales de todo tipo que ofrecen a los turistas indumentaria y productos regionales, más lugares de entretenimientos, etc.

Para ese tiempo Francisco a pedido de su esposa Carmen había ayudado a emigrar a un sobrino el que ahora vivía con ellos y trabajaba para él.

En una oportunidad en la que estaban los cuatro conversando y tomando mate en la casa de Francisco, en Long Island, mientras la esposa de éste se había ido de compras con los niños, “El Tano”, cuyo verdadero nombre era Alberto Smiraglia, que estaba de visita, les contaba sobre su vida y actividades en Lake George y Miguel que lo escuchaba atentamente se interesó y se propuso ir a conocer el lugar.

Alberto vino de Buenos Aires contratado por una empresa internacional con la que participó en la construcción de un gran hotel en Albany, la capital y sede del gobierno del estado de Nueva York, donde estuvo a cargo de la instalación de los equipos de aire acondicionado y calefacción del hotel y su mantenimiento por varios años. Esto le permitió familiarizarse con el idioma, el lugar y todo lo referente a sus actividades laborales. Cuando cumplió los cinco años de residencia, aplicó y obtuvo la ciudadanía estadounidense.

Luego de conocer y frecuentar Lake George decidió independizarse y establecerse allí haciendo service y reparaciones para los hoteles y restaurantes de la villa.

Miguel le preguntó a Alberto sobre las posibilidades de conseguir trabajo por allá. Luego de una larga y distendida conversación Alberto le dijo que él podría utilizar sus conocimientos de mecánica y lo que había aprendido con Francisco como handyman, siempre y cuando él no tuviera inconvenientes en dejarlo ir. Francisco le dijo que visto que estaba escaseando el trabajo en Long Island, además de tener ya otro ayudante en su sobrino, no había problemas. Cargó en un par de bolsas sus pertenencias y al día siguiente partieron en el Jeep Wrangler de Alberto hacia Lake George.

Una vez instalado Miguel que ya leía y hablaba bastante bien inglés absorbió todo lo que encontraba en folletos, periódicos y Wikipedia, sobre «el gran parque Adirondack que rodea a Lake George, sus 3.000 lagos y estanques y 30.000 kilómetros de ríos y arroyos. Sus 2.000 montañas con el Monte Marcy de 5.344 pies el lugar más alto en el estado de NY» y se enamoró de la belleza y grandiosidad del lugar.

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Alberto que ya para entonces había ampliado sus servicios a toda clase de reparaciones con sus dos ayudantes, que había conocido en Albany, un salvadoreño llamado José que estaba a cargo de la parte de albañilería y plomería y un mexicano, de nombre Ramiro, carpintero de profesión y que también sabía bastante de herrería y soldadura, ocupándose regularmente, por contrato, del mantenimiento de tres hoteles y un par de Restaurantes, atendiendo además los requerimientos de otros establecimientos comerciales de la zona.

Cuando le solicitaban servicios de reparación de techos subcontrataba a un grupo de techistas compuesto por dos primos de nacionalidad chilena, Gustavo y Esteban y un peruano llamado Rigoberto, residentes en Glens Falls, un pueblo vecino, a quienes conocía a través de Francisco con quien habían trabajado en Long Island y eran de su confianza.

Miguel se involucró de inmediato en la villa de Lake George en todo lo que fuera necesario, con la vitalidad y energía de sus veintitrés años recién cumplidos, desde destapar cañerías y limpiar baños con José hasta reparar con Ramiro algún atracadero de botes que el tiempo y el agua hacían necesario reponer, o reemplazar puertas y ventanas en viviendas y locales comerciales ó ayudar a Alberto en sus tareas de mantenimiento de los equipos de aire acondicionadores y de calefacción.

La pequeña empresa funcionaba muy bien. Todos los que los empleaban apreciaban la eficiencia e idoneidad del grupo al que también le iba muy bien financieramente. Cada orden de trabajo era un reto para sus ganas de hacer lo que fuera necesario y hacerlo bien. Alberto era un buen organizador y sabía concretar las operaciones con prontitud y conveniencia para las partes interesadas.

Vivían todos en una casa grande que estuvo abandonada algunos años tras la muerte de su último dueño. Estaba ubicada en el medio de un bosque en las afueras de Lake George un poco alejado del centro de la villa pero con todo lo necesario: luz, agua, teléfono, gas y un camino transitable en cualquier época del año. Tenía cuatro dormitorios y dos baños en la planta baja y un amplio ambiente y baño arriba, más un enorme granero en el fondo.

Alberto la compró, bastante arruinada, luego de haber constatado la solidez y buen estado general de las estructuras y consideró que era una buena oportunidad por el precio y sus posibilidades futuras luego de los arreglos necesarios. Puso manos a la obra de inmediato y la renovó en su totalidad por dentro y por fuera.

Dividió el granero en tres secciones, una para guardar los vehículos: su Jeep Wrangler y la Van Chevrolet en la que llevaban todas las herramientas y que tenía suficiente lugar para transportar los materiales necesarios para los trabajos que les fueran encomendados, la pick-up Dodge que Ramiro había encontrado en un corralón de vehículos abandonados en Albany y puesta a punto con Miguel, un bote con remos y motor fuera de borda montado en su trailer y un pequeño tractor con una pala ancha en el frente, para limpiar de nieve los accesos a la casa en el invierno.

En una segunda sección funcionaba un taller con equipos de soldadura y de carpintería y contenía en armarios bien organizados herramientas de todo tipo. La tercera sección era “el lavadero” con lavadora y secadora industrial que Alberto había reemplazado en el “Laundromat” local y que había reparado e instalado en el granero y un tendedero de ropas. Había además un toilet, un piletón y una ducha adicional.

Acomodaron al perro, que habían encontrado en el lugar, luego de bañarlo en el piletón y hacerle un reconocimiento veterinario que resultó favorable y pasó a formar parte del grupo. Era un ovejero alemán relativamente grande al que pusieron de nombre “Tango” que parecía estar muy familiarizado con el lugar y sabía perfectamente cual era su función específica. Corría a los animales que venían del bosque y se acercaban a la casa. Merodeaba hasta los límites de la propiedad, que estaba parcialmente alambrada, en estado de alerta y en guardia todo el tiempo. Cuando había algún animal con el que no podía ya sea por ser más grande ó tozudo que él y que no se quería retirar, ladraba, retrocedía y corría hasta la casa para alertar a Alberto el que tomando un rifle que tenía en un armario disparaba al suelo cerca de las patas del invasor el que entonces sí ya no tenía otra opción  que retroceder hacia el bosque y buscar alimento en alguna otra parte.

Alberto les propuso y se pusieron de acuerdo en dividir por partes iguales los gastos de la hipoteca, servicios y limpieza de la casa mientras vivieran allí. Una mucama empleada de un hotel cercano llamada Melisa, que vivía en Glens Falls, una venezolana muy simpática y trabajadora,  venía una vez a la semana a hacer la limpieza, lavar y ordenar la ropa y bañar al perro.

Ella le hablaba como si fuera una persona y “Tango” no se oponía al aseo rutinario impuesto por su dueño. Cuando estaba limpio era un soberbio ejemplar y él parecía querer agradecerle a ella con lenguetazos en las manos y a veces, parándose en dos patas, en la mejilla, lo que a ella le causaba mucha risa.

Jugaban un rato corriendo y arrojándole al aire un “Frisbee” que él atrapaba en lo alto para traérselo y esperar que ella lo lanzara de nuevo mirando sus  manos y girando en círculos alrededor de ella. Cuando terminaba sus labores “Tango” la acompañaba hasta una encrucijada del camino cercano por donde pasaba un vehículo de transporte público que la dejaba en las cercanías de su vivienda en Bolton Landing.

Lo que habría sido anteriormente un corral Alberto lo transformó en una cancha de fútbol y a un costado puso otra de básquetball. Hacia los fondos de la propiedad corría un arroyo que en una parte ampliaba su cauce formando una pequeña laguna, para luego de un sinuoso recorrido desembocar en el lago.

Cuando terminó con las reparaciones y remodelamiento tras muchos meses de intenso trabajo y estuvo pintada y lista para ser ocupada colocó a la entrada un escudo con dos banderas cruzadas, la argentina y la estadounidense y un cartel con la dirección: Woodside Road #1 y la leyenda “Welcome to Rancho Grande”.

A la inauguración estuvieron invitados todos sus conocidos y amigos de la villa y sus alrededores y de la ciudad de Albany. Comerciantes y personal de los hoteles, restaurantes y algunos tripulantes de los barcos que llevaban a los turistas a recorrer el lago. Hubo un gran asado y un partido de fútbol entre argentinos, uruguayos y brasileños contra el resto de los invitados, un combinado de mexicanos, salvadoreños, hondureños, guatemaltecos, más un par de ingleses, un ruso y un portugués.

Para algunos lugareños que nunca habían visto jugar “soccer”, como se conocía al fútbol en esa parte de las Américas, fué una grata novedad, así como el asado al estilo argentino que estuvo preparado por un par de expertos, que lo hacían habitualmente en su Restaurant-Parrilla de Albany del que Alberto era cliente habitual cuando vivía y trabajaba en esa ciudad y que al recibir la invitación se habían ofrecido a hacerlo, un argentino llamado Juan Carlos y su socio, un uruguayo cuyo nombre era Alejandro, al que todos llamaban por su apodo «el uru», que además de trabajar en el Restaurant estaban tratando de organizar una academia de fútbol en esa ciudad.

Era el comienzo de la primavera y se podía palpar en el aire la fuerza de la naturaleza despertando vigorosamente tras el crudo invierno.

Miguel encontró un anuncio en el periódico local donde ofrecían en venta una motocicleta Triumph en Glens Falls. Fueron a verla con Alberto y Ramiro. Estaba relativamente bien conservada pero necesitaba reparaciones. Consiguieron una importante rebaja y la compró. La cargaron en la pick-up de Ramiro, en la que habían venido los tres. Miguel la reacondicionó reemplazando las partes que ya no funcionaban y la pintó a su gusto quedando como nueva.

Con ella recorrían en su tiempo libre, en compañía de Ramiro, todos los caminos, rutas, highways y senderos del fabuloso Parque Estatal Adirondacks que se extiende por unos 25,000 kilómetros cuadrados y es una extraordinaria reserva natural que atrae gran cantidad de visitantes durante todo el año.

Una de sus paradas favoritas era la pequeña ciudad de Morehouse en la esquina sur-oeste de los Adirondacks. Allí casi a la entrada del pueblo, había una parada tipo Café-Restaurant llamado «4 Ways» donde servían buena comida y cuyo dueño eran un ex futbolista brasileño al que llamaban «Rafa», que había venido contratado para jugar en un equipo canadiense de la North American Soccer League con sede en Toronto.

Cuando la Liga se disolvió, con una amiga llamada Katy, que tenía un pequeño restaurante en esa ciudad, decidieron juntar sus recursos, buscar un lugar fuera de las grandes ciudades y poner un negocio de comidas.

Con sus ahorros compraron la propiedad semiabandonada en esa encrucijada de cuatro caminos y remodelaron la antigua estructura hasta convertirlo en una acogedora parada visible y accesible para los viajeros que circulaban por cualquiera de las cuatro rutas que convergían en una amplia rotonda en ese lugar. En uno de sus costados tenía un surtidor de nafta y un local de venta de cigarrillos y golosinas que atendía «Rafa». Katy se encargaba de la cocina y atención del Restaurant con una mesera.

En ese pequeño poblado estaba la oficina de correos más pequeña de Nueva York y un museo, instalado en una antigua iglesia. Y así en cada excursión encontraban nuevas sorpresas y lugares de interés.

Sobre la historia de la región leyó en Wikipedia y otras publicaciones de la Región, «que entre los años 1756 a 1763 los reinos de Gran Bretaña y Francia (aliada ésta última con los indios nativos) batallaron por el dominio territorial de la región y el comercio de las pieles.

«…Los británicos habían construído el Fuerte William Henry en la parte sur de Lake George y los franceses el Fuerte Carillon, el que muchos años después se le cambió el nombre por el de Fuerte Ticonderoga, en el extremo norte del lago.

«…En agosto de 1757, Montcalm, comandante en jefe de las fuerzas francesas, sitió el fuerte William Henry, obligando a los ingleses a rendirse y negociar condiciones para que se le conceda permiso para retirarse hacia el Fuerte Edward. Pero en su retirada fueron masacrados por los nativos americanos aliados de los franceses. La masacre fue dramatizada años después en el libro de James Fenimore Cooper, «El Ultimo de los Mohicanos».

Con Ramiro que había nacido y se había criado al borde del océano en la cercanías de Acapulco en su nativo México y era un avezado nadador y buceador, exploraban en cuanto se presentaba la oportunidad, los restos de naufragios desde Lake George y sus alrededores hasta las naves hundidas en la vía marítima de Adirondack hasta casi la frontera con Canadá. Le adosaron un ¨trailer¨ a la moto, en el cual llevaban todos los implementos necesarios para esta actividad y usaban el bote con motor fuera de borda de Alberto que enganchaban a la pick-up de Ramiro para sus excursiones en los lagos cercanos.

En su rutina diaria de trabajo en Lake George, desayunaban, almorzaban y cenaban en el restaurant “Harbor Lights” en el que ellos hacían mantenimiento, siendo muy amigos del dueño, un canadiense originario de Montreal llamado Francois Belanger, que los apreciaba mucho porque sabía que con ellos podía contar de inmediato para solucionar cualquier inconveniente, de día ó de noche, pequeño ó grande, que pudiera ocurrir en su establecimiento.

Cuando estaban todos reunidos era un vibrante parloteo en donde se mezclaban las expresiones en francés del dueño, con el inglés y español de los comensales salpicado de tanto en tanto con alguna risotada general.

“Fransuá”, como lo llamaban los muchachos, provenía de una familia de «restaurateurs», sabía mucho del negocio, era un «Chef» de primera línea, estaba a cargo de la confección del Menú del Restaurant y tenía un carácter abierto y jovial. Su restaurant ubicado en el centro comercial de la villa era muy concurrido y disfrutaba de una excelente reputación teniendo además del gran salón, mesas afuera, entre plantas, flores y pequeñas fuentes de agua.

Tenía una hija veinteañera llamada Amelie, “Amy” para sus amistades, la que era el comité de bienvenida al restaurant con su extraordinaria simpatía y belleza, además de supervisar al personal y la contabilidad del establecimiento. Hablaba fluentemente Inglés y Francés y estaba aprendiendo Español e Italiano con Alberto, al que trataba con mucha familiaridad y con el que solía pasear por el lago en una embarcación de su propiedad en compañía de otros amigos. Todos suponían la existencia de un posible romance aunque Amy y Alberto eran muy reservados y no hacían comentarios al respecto. “Fransuá” llamaba a Alberto “Mon cher gendre” (Mi querido yerno) y Amy “Mon cher ami” (Mi querido amigo).

Amy tenía varios serios pretendientes, algunos de ellos hijos de personajes importantes de la villa y hasta un político de cierta influencia en la región que venía con frecuencia desde Albany para verla. Ella aceptaba gentilmente y con sincera gratitud los regalos y galanteos de todos sin darle preferencias a ninguno por el momento. Amy se encontraba cómoda en compañía de Alberto, le gustaba su masculinidad, lo bien parecido que era y lo segura que se sentía a su lado.

Al comienzo de la temporada vinieron a trabajar de meseras al Restaurant Harbor Lights dos estudiantes rusas llamadas Olga y Katrina como parte de un programa de intercambio estudiantil. Muy rubias y muy bonitas ambas, de ojos verdes una y de ojos azules la otra.

Miguel se interesó por Olga, la de los ojos verdes, desde el momento en que la vió. Había mucha sensualidad en su manera de desplazarse por el salón comedor, en cómo hablaba, reía y lo miraba a él. Miguel estaba encandilado y buscaba darle conversación y tenerla cerca. Ambas muchachas paraban en un Motel sobre Canada Street, detrás del Camping y frente a la playa Municipal. El dejó de lado momentáneamente sus correrías en moto por los caminos del Parque Adirondack para dedicarse a ella. Cuando terminaba su turno de trabajo en el Restaurant la llevaba en la moto hasta su Motel. Ella se daba una ducha, se cambiaba de ropa y salían a pasear.

En uno de esos paseos, en una tarde cálida con alguna fresca brisa proveniente del lago, se acurrucaron en un lugar escondido para los ojos de los automovilistas que pasaban por la ruta cercana y de las embarcaciones que pasaban repletas de turistas por el lago,  de y hacia el puerto donde embarcaban y desembarcaban.

Y esa tarde fué muy especial. Olga estaba más hermosa que nunca, vestida con ropa muy liviana y sexy que dejaba entrever sus palpitantes encantos femeninos y que ella no tenía reparos en que él los viera y disfrutara. El la cubrió de besos y caricias hasta que prendió la llama de la pasión con fuerza irresistible y se entregaron al amor sin reservas hasta quedar exhaustos. Luego de un par de horas de interminables caricias y promesas, la llevó de vuelta a su lugar de residencia y él volvió al Rancho Grande desbordando de felicidad.

La otra estudiante rusa, Katrina, la de los ojos azules, era muy recatada, sólo salía con otros estudiantes en grupo y no se le conocía ninguna amistad especial aparte de Olga.

Los tres meses que duró la estadía de Olga en Lake George fueron de pasión y entrega total. Miguel andaba como sobre nubes, totalmente enamorado y pensando en ella todo el tiempo, al extremo que Alberto tuvo que llamarle la atención un par de veces porque descuidaba su trabajo. Entonces tuvo que comentarle lo que le estaba ocurriendo, ya que esta experiencia era para él totalmente inédita y no sabía qué hacer. A pesar del placer y felicidad que sentía, le preocupaba el hecho de que estaban teniendo sexo sin protección alguna. Alberto le dijo que tal vez Olga usaría píldoras anticonceptivas y que no se preocupara si ella no lo estaba, ni le hacía a él responsable de nada. Cuando Olga partió de regreso a Rusia le prometió que se mantendría en contacto y Miguel vivió los próximos meses esperando ansiosamente esa comunicación prometida que se demoraba y que finalmente nunca llegó.

El advenimiento del otoño trayendo una explosión de colores en la vegetación que se tiñó con el rojo y dorado de las hojas de los árboles, esos increíbles paisajes y el aire otoñal, con su moto devorando distancias, más el apoyo y consejos de Alberto y ya convencido de que esas noticias que esperaba con tanta ansiedad no llegarían, fué olvidándola poco a poco y recuperando el interés en su trabajo y en sus excursiones en moto, aunque siempre que pasaba por los lugares donde recordaba haber hecho el amor, le parecía escuchar la voz y la risa cristalina de Olga y se le oprimía el corazón. Alberto le había dicho que en su vida tendría más de una situación semejante y que debía aprender a manejarlas para que no le hicieran mucho daño.

Miguel comenzó a frecuentar una pequeña oficina que ofrecía servicios de Internet, telefonía internacional y venta y reparación de computadoras del que era propietario un joven guatemalteco llamado Estuardo. Allí trataba de obtener conocimientos relativos a Rusia, su gente y sus costumbres. Encontró y empezó un curso del idioma ruso, con la loca esperanza de que algún día podría viajar a Rusia y tratar de ubicar a su inolvidable Olga.

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Foto de la oficina de Turismo de New York State

La encargada de la limpieza de la cocina y de los salones del Restaurant Harbor Lights era una mujer joven de férrea personalidad, descendiente de una larga cadena que podía remontarse a los indios originales nativos de la región. Vivía sola con un pequeño perro en un bungalow construído varias generaciones atrás por alguno de sus antepasados cerca del Restaurant y que ahora era de su propiedad. Su nombre era Elizabeth, pero todos la llamaban por el sobrenombre “Liz”. José y ella se hicieron muy amigos y pasaban sus ratos libres juntos en el bungalow, caminando o recorriendo la villa en bicicleta ó sentados en el Puerto, viendo arribar ó partir a los barcos que llevaban a los turistas a recorrer el lago.

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Foto de la oficina de Turismo de Lake George

Cuando José le propuso matrimonio ella tardó un tiempo en responder, pero finalmente aceptó. Se casaron y vinieron a vivir al bungalow, el que José fué remodelando de a poco convirtiéndolo en una vivienda agradable y acogedora. Ambos trabajaban duramente y su casita era el refugio donde descansaban, se amaban y en donde nacieron sus dos saludables retoños, primero un varón, al que nombraron Henry y luego una niña, Elizabeth, como la madre.

En la parte trasera del Restaurant se ubicaban los contenedores donde se arrojaba los restos sobrantes de comida. Allí venía últimamente un pordiosero que se alimentaba de los comestibles que podía rescatar. Andaba barbudo y muy sucio pero se notaba a través de los harapos de su vestimenta la desarrollada musculatura de su cuerpo moreno.

José trató de comunicarse con él y al ver que no entendía inglés, le habló en español. Le preguntó la razón de su lastimoso estado y el hombre le contó su historia. Estuvieron charlando un rato y se pudo enterar que había sido campeón de boxeo en Panamá. Que había venido hacía un tiempo a realizar una pelea por el título interamericano de su categoría en un Festival que se realizó en Saratoga Springs, que pudo ganar y que le reportó bastante dinero a sus promotores. Tuvo un serio desacuerdo con elllos por el reparto de la bolsa y éstos lo abandonaron. Como no tenía ni parientes ni conocidos y no hablaba inglés cuando se quedó sin fondos y no pudo pagar la pensión, ni el pasaje de vuelta, lo echaron a la calle hasta que en su desgraciado peregrinar llegó hasta Lake George.

José le contó a Alberto la triste historia del pordiosero campeón. Este conversó con él y decidieron ayudarlo. Lo llevaron al «Rancho Grande» donde luego de bañarse y afeitarse, le dieron ropa y le acomodaron un camastro en el lavadero.

Semanas después construyeron una cabaña a la entrada desde la que se podía controlar a los que entraban y salían del predio, con lugar para una cama, un baño y una pequeña cocina-comedor. Le adosaron un galponcito con los implementos de cortar la grama, soplar las hojas y otros elementos para jardinería que es lo que haría Belisario, que así se llamaba «el campeón», además de atender la garita de entrada. También le encomendaron y completó el cerco de alambre tejido que rodeaba a la propiedad.

Luego de un tiempo, ya amoldado a la rutina del lugar y de los habitantes del mismo, Belisario pareció recuperar su esencia, su dignidad y fortaleza y con el permiso de Alberto corría por los alrededores, acompañado de «Tango» y volvió a entrenar como en sus mejores tiempos de exitoso boxeador profesional. Armaron un tinglado cubierto y le instalaron algunos implementos para su entrenamiento.

En el estadio de Saratoga Springs se ofrecían veladas de boxeo y Alberto inscribió a Belisario, como ex campeón panameño representando a Lake George, ganando la mayoría de sus peleas y perdiendo unas pocas. Alberto le permitía guardar todo lo que ganaba. No tenía parientes cercanos ni motivos para regresar a Panamá, además de encontrarse muy a gusto en Lake George, así que se fué aquerenciando y el Rancho Grande fué su hogar de ahí en adelante.

Ramiro comenzó a recibir malas noticias sobre la salud de sus ancianos padres en México. Hacía bastante tiempo que los había dejado y las noticias recibidas lo preocuparon tanto que decidió regresar para estar junto a ellos.

Había ahorrado lo suficiente como para reabrir la carpintería que había cerrado para venirse a buscar mejores horizontes en el norte, así que se preparó para el regreso. José le compró la pick-up Dodge y algunas pertenencias que él no podía llevar. Finalmente llegó el día de la partida y Alberto y Miguel lo acompañaron hasta el aeropuerto de Albany desde donde partió de regreso a México.

Cuando finalmente las hojas de los árboles fueron cayendo para dejarlos dormir desnudos todo el invierno, disminuyó considerablemente el movimiento de turistas y visitantes, cerrando la mayoría de los negocios que sólo funcionaban para ellos y la nieve cubrió la villa y congeló las orillas del lago.

Las actividades invernales y los turistas se mudaron hacia otros lugares. Uno de los preferidos por «Fransuá», su hija Amy, Alberto y todos los amigos era Lake Placid para patinar, esquiar, jugar al hockey, andar en trineo y recorrer los sitios olímpicos, donde se podían encontrar atletas de todo el mundo practicando sus especialidades sobre el hielo. También cuando se presentaba la ocasión concurrían a ver hockey sobre hielo profesional en el estadio de los Montreal Canadiens.

Miguel como era su costumbre fué a pasar las Fiestas de Fin de Año con su familia en Caseros en la provincia de Buenos Aires. Alberto lo llevó al aeropuerto el 23 de Diciembre y se despidieron hasta la vuelta en dos semanas. Al llegar al Aeropuerto Internacional Ezeiza de Buenos Aires, lo esperaban su hermana Carmen y su cuñado Esteban para transportarlo en su vehículo hasta Caseros.

Su madre había negociado con una empresa constructora a la que le vendió su propiedad de la calle Sarmiento consistente en dos grandes terrenos a cambio de dos departamentos y algo de dinero. Ella ahora vivía en uno de esos departamentos en la planta baja del edificio y alquilaba el otro en el primer piso. Durante el día se mantenía ocupada atendiendo a sus nietos, los niños de su hija Carmen que vivía a la vuelta por la calle La Merced, mientras ellos trabajaban para una empresa de Cable TV. La casa tenía un monoambiente en la terraza que ocuparía Miguel durante su estadía.

Esteban y toda su familia eran miembros del Club Italiano Montemaranese de Martín Coronado y allí celebraron la Nochebuena y el advenimiento del Nuevo Año. Encontró a su madre en buen estado de salud y muy feliz de verlo nuevamente.

Mientras tomaban mate en el patio trasero de la casa de la calle La Merced y miraban jugar a los niños con su perrito Leopoldo y la gatita Pepa, Doña Mercedes, que así se llamaba la madre de Miguel, le puso al tanto de todas las novedades de la familia y él le contó las suyas, sin mencionar a Olga.

Miguel la había invitado muchas veces a conocer Lake George, pero ella tenía dos serios motivos para no hacerlo. Uno era el terror que tenía de viajar en avión y el otro que su hija Carmen dependía de ella para el cuidado de sus niños.

Durante esas dos semanas visitó y concurrió a reuniones de almuerzos, asados, ravioladas y todas las formas de agasajos habituales de parte de amigos y parientes. Fué con su hermana y los niños al Parque de la Costa en el Tigre y pasearon en lancha por el Delta del Paraná. Llevó a Doña Mercedes a espectáculos de Tango en San Telmo y a cenar en el «Palacio de las Papas Fritas» en la calle Corrientes en el centro de Buenos Aires.

Las dos semanas pasaron rápidamente y llegó el momento del regreso. Se despidió de todos con un gran asado en el Club de Martín Coronado y su hermana y cuñado lo llevaron al día siguiente a tomar el vuelo a Toronto desde el cual luego viajaría en ómnibus hasta Lake George.

Alberto que lo esperaba en la parada del ómnibus, lo llevó y acomodó de inmediato en el Rancho Grande. Cuando llegó «Tango» salió a recibirlo ladrando y corriendo enloquecido por todo el terreno. Le entregó a Alberto los regalos que le había traído, cosas que él apreciaba y no se podía conseguir donde vivían: yerba mate, dulce de leche, una lata grande de dulce de batata y una caja de dulce de membrillo.

Esa noche «Fransuá», su hija Amy, Alberto, José y Liz tenían planeado ir a ver hockey sobre hielo al estadio de Montreal Canadiens donde los locales recibían la visita de New York Rangers y Miguel estaba invitado. Aceptó pese a estar algo cansado por el largo viaje porque Alberto le dijo que podía dormir en el asiento trasero de la Wrangler en el camino a Montreal.

Se encontraron a las puertas del estadio. Habían venido además un hermano de «Fransuá» llamado Adrien con su esposa e hijo, que vivían a pocos minutos de allí. Amy no se despegó de Alberto toda la noche. Cuando su equipo convertía se abrazaba a él y lo besaba efusivamente. Miguel empezó a comprender para qué lado se inclinaba la balanza de los afectos de la bella Amy.

El que les proveía de aceite para la calefacción al «Rancho Grande» en el invierno era un señor bastante mayor de edad llamado Roger, que lo hacía en un robusto camión tanque, con motor nuevo y carrocería en buen estado pintado de gris y grandes letras rojas con el nombre «Roger Fuel Oil» más el número de teléfono.

Roger se había divorciado hacía muchos años cuando su único hijo tenía cinco años. Su esposa descubrió una infidelidad suya y nunca se lo perdonó. Crió a su hijo como si no tuviera padre. A pesar de que cumplió con sus obligaciones y le costeó sus estudios y vivían relativamente cerca, él casi no lo conocía. Vivió siempre con su madre que tenía una tienda de lencería fina en Albany hasta que se recibió de médico y ahora estaba ejerciendo de interno en un hospital de Toronto.

Roger vivió siempre en su propiedad donde habían vivido sus abuelos y sus padres y donde él nació y se crió, ubicada casi en el centro de la villa de Lake George. Era bastante amplia y en un tiempo tenía una buena vista del lago pero que en años recientes estaba obstaculizada por un hotel de varios pisos edificado sobre el lago con una pequeña playa privada.

La antigua casona estaba en el medio del terreno con un galpón al fondo donde Roger guardaba el camión de reparto de aceite y todas sus herramientas de trabajo. En el frente había un espacio vacío con algunas plantas recuerdo de lo que en otros tiempos había sido un jardín.

Casi al fin del invierno Roger haciendo uno de sus deliverys resbaló en el hielo bajando del camión y al caer mal se lastimó seriamente la cadera teniendo que guardar cama. Alberto que ahora hacía sólo el service de equipos de calefacción le dijo a Miguel que si quería podía ayudar a Roger en el reparto de aceite. Este le propuso generosamente compartir las ganancias mientras él estuviera desabilitado y Miguel hacía los deliveries.

Alberto les instaló un equipo de radio con el que Roger dirigía las operaciones desde su casa. Miguel se familiarizó rápidamente con el camión y la rutina. Le encantaba sentir la potencia del camión abriéndose paso en los difíciles y a veces empinados caminos de la villa y sus alrededores, cubiertos de nieve, con el viento helado soplando con fuerza, golpeándolo en la cara, agitando y quebrando las ramas secas de los árboles, el forcegeo para arrastrar la gruesa manguera desde el camión a la boca del tanque almacenador del aceite de la casa, volviendo luego al calor de la cabina del camión con la radio sintonizada en una emisora local que difundía la música que le gustaba y de tanto en tanto la voz de Roger en el parlante indicándole los clientes que hacían pedidos, sus direcciones y cómo llegar.

Esta nueva actividad, además de gustarle, le resultó bastante productiva monetariamente y todo lo recaudado fué a engrosar su cuenta de ahorros.

Finalizado el invierno Roger aún no se había recuperado y ya era el tiempo de su otra actividad, que era la jardinería, en lo que se ocupaba de marzo a noviembre, para lo cual tenía un gran trailer con implementos para hacer limpieza de terrenos, corte de grama, de árboles, etc. que también tenía pintado de gris y en ambos costados con letras rojas «Roger Landscaping» y el teléfono.

El clima primaveral invitaba a salir y disfrutar del buen tiempo, así que con mucha dificultad subió a la camioneta acoplada al trailer para enseñarle a Miguel la ruta ya establecida de jardinería para la que lo tenían contratado y lo que había que hacer en cada una de ellas.

Roger que ya había comenzado a cobrar mensualmente su Seguro Social y tenía una importante cantidad de dinero en su cuenta de ahorros, ya no tenía necesidad de seguir trabajando, además de que le hubiese sido imposible porque el estado de su cadera que no mejoraba, no se lo permitiría. Miguel pasó a ser el hijo que Roger hubiese querido tener a su lado en momentos como éste y en él volcó todos sus conocimientos y le enseñó en los meses siguientes todo lo que era necesario para ayudarlo a mantener activo sus negocios.

Habilitó una parte de la casa para que Miguel viviera allí, haciendo de enfermero acompañante cuando estaba libre y el delivery de aceite para la calefacción en invierno y la jardinería pasado el mismo, compartiendo en partes iguales las ganancias provenientes de las dos ocupaciones que Roger había iniciado y mantenido hasta entonces. Sabía que a su ex-esposa e hijo no les interesaba la casa de Lake George para vivir y que casi con seguridad la pondrían en venta, entonces ayudó a Miguel a solicitar un préstamo hipotecario para comprarla llegado el momento. Su salud se fué deteriorando rápidamente hasta que falleció un par de años después. En su testamento le dejó a Miguel el camión, los implementos de jardinería y el dinero de su cuenta de ahorros.

Ni su ex-esposa ni su hijo vinieron para el funeral y entierro que se realizó en el pequeño cementerio de Lake George. Sólo estuvieron Miguel, Alberto y unos pocos amigos. La transferencia de la propiedad se realizó sin ningún inconveniente tomando posesión Miguel luego de realizada la operación inmobiliaria.

Alberto y Amy se casaron muy enamorados, luego de un año de noviazgo y fueron a vivir al Rancho Grande. La fiesta del casamiento se realizó con gran esplendor y concurrencia de la mayoría de los comerciantes y gente importante de Lake George y de Albany, en el salón del Harbor Lights Restaurant. Como era de costumbre los asistentes a la fiesta hicieron sus regalos en efectivo reuniéndose una importante suma de dinero. Fueron a pasar su luna de miel a Europa en un paquete que incluía un tour en tren por varias ciudades pagado por el padre de la novia.

A su regreso ella siguió ayudando a su padre en el Restaurant y Alberto dedicándose sólo a la atención de los equipos de calefacción y de aire acondicionadores de los comercios de la villa. José se independizó y comenzó a trabajar por su cuenta haciendo en la villa y sus alrededores trabajos de  albañilería y plomería. En la pick-up Dodge que había sido de Ramiro a la que había completado con una caja que podía cerrar con llave, en la que cargaba todas sus herramientas y materiales, siendo una vista familiar por las calles y caminos de Lake George. Liz, su esposa, siguió encargándose de la limpieza y ordenamiento en el Restaurant, en el que gozaba de un horario elástico para poder atender a sus niños.

Ramiro volvió de México luego que sus padres fallecieran y pudo vender su casa y la carpintería. Alberto lo ayudó a alquilar con opción a compra un bungalow cerca del Rancho Grande, compró y reacondicionó otra pick-up y las herramientas necesarias para hacer su trabajo de carpintería que comenzó de inmediato. Entabló una amistad romántica con Melisa, la que al cabo de un tiempo se vino a vivir con él.

Pasaron algunos años y todo era normal, rutinario, cada uno en lo suyo. Había terminado un relativamente benigno invierno y Miguel había lavado y guardado el camión de reparto de aceite y estaba preparando los implementos de jardinería para comenzar a hacer su ronda de limpieza de terrenos y colección de ramas quebradas por el viento, que él cortaba en pequeños trozos, estacionaba un tiempo y luego vendía como leña, muy utilizada para hacer fuego en las chimeneas hogareñas y en los campamentos de los alrededores del lago.

Tenía ahora un ayudante que había conseguido en una de sus visitas a Long Island. Era un hondureño de nombre Carlos, que conoció haciendo trabajos de jardinería en la casa de Francisco. Le propuso venir a Lake George con él y éste aceptó. Se llevaban muy bien y Miguel apreciaba su energía y buena disposición para lo que fuera.

Cuando estaban acomodando el stand donde apilarían los trozos de leña, vió pasando por la vereda de enfrente a una joven mujer con un niño pequeño caminando a la par. La miró detenidamente murmurando un nombre como en un ruego: -Olga?!…

Cruzó corriendo la calle para verla mejor y sí, era ella, que lo envolvió con una mirada profunda de esos maravillosos ojos verdes y una amplia sonrisa. Miguel!… How are you? El la envolvió en sus brazos y la besó innumerables veces con mucha ternura y pasión. Luego ella agachándose le dijo al niño -Say Hi! to daddy… (Dile Hola! a papá). Miguel miró al chico de cabello rubio y ojos verdes como los de ella, se agachó emocionado casi hasta las lágrimas para abrazarlo con mucha ternura, levantarlo, mirarlo y llenarlo de besos. -Is it my son? (Es mi hijo?) -He is, his name is Mike like you… He speaks Russian and English (Sí… Y se llama Miguel como tú… Y habla ruso e inglés).

Cruzaron la calle abrazados y con el pequeño Mike tomado de la mano. Miguel le dijo que vivía allí. Lo presentó a Carlos como su amigo y ayudante. Luego de lo cual caminaron hasta el Restaurant Harbor Lights donde fueron recibidos efusivamente por «Fransuá», Amy y Liz.

Les acomodaron la mejor mesa afuera al lado de una planta que comenzaba a florecer y una fuente que vertía agua sobre una pecera de pececillos multicolores, les sirvieron café y «cheesecake» y los dejaron conversar mientras Amy se llevaba al pequeño Mike a corretear por el salón donde todavía no había clientes.

Fué una larga y emotiva charla. Ella le contó que en Moscú vivía pupila, junto a otras niñas huérfanas, desde muy pequeña en una institución religiosa. Que no conoció a sus padres y que había sido elegida junto a Katrina para participar en el programa de intercambio estudiantil por su buena conducta, aplicación a los estudios y por ser las mejores en el curso del idioma inglés que se dictaba en el colegio.

Cuando lo conoció a él ella se enamoró a primera vista y se dejó llevar por sus impulsos cuando no tenía ningún conocimiento ni experiencia sexual. Ya de regreso en el colegio la ayudaron y mantuvieron durante el embarazo, el nacimiento y los primeros años del pequeño Mike. Hubo un exhaustivo interrogatorio para saber el origen del embarazo por ser ella menor de edad, pero Olga no quiso dar detalles y mantuvo su silencio para no involucrarlo a él ni al programa de Intercambio Estudiantil.

Cuando cumplió 21 años, salió de allí con buenos conocimientos de enfermería, bastante buen manejo del inglés y una recomendación para ocuparse de ayudante de enfermera en una clínica donde trabajó para reunir el dinero necesario para viajar. Y volvió a Lake George con la esperanza de encontrarse con Miguel, para que conociera a su hijo y tal vez reanudar sus truncadas relaciones con él.

Le contó que su amiga Katrina, la que había venido con ella a Lake George por el programa de intercambio estudiantil, la de los ojos azules, se había especializado en idiomas especialmente inglés y chino, había viajado a China con el programa de Intercambio Estudiantil, ahora estaba trabajando en el consulado de Rusia en la ciudad de New York y se había puesto de novia con otro empleado de la misma.

Miguel le dijo que estaba más que feliz de que ella hubiera vuelto con su pequeño hijo, que tenían la casa donde vivirían y él un muy buen trabajo para mantenerlos. José había traído de El Salvador a un hermano que lo secundaba en sus tareas de plomería y albañilería. Ellos dos más Alberto ayudaron a Miguel a construir en el frente de la casa un amplio local donde Olga puso una guardería infantil, luego de aprobar un curso en Albany que la habilitaba a prestar ese servicio. Ramiro les regaló algunos juegos infantiles que él fabricó de madera y que instalaron en el patio.

Los inmigrantes argentinos Alberto y Miguel, la rusa Olga, el brasileño «Rafa», el mejicano Ramiro y la venezolana Melisa, los salvadoreños José y su hermano, los chilenos Gustavo y Esteban, el peruano Rigoberto, el hondureño Carlos, el guatemalteco Estuardo, más Belisario, el campeón panameño, pasaron a formar parte de una gran familia de inmigrantes en Lake George, aprendieron a apreciar y amar al lugar que les dió las oportunidades que ellos supieron aprovechar con su trabajo esforzado y honrado y con mucha pena y escondiendo en lo más profundo de su alma una gran nostalgia nunca volvieron a sus países de origen. Fin.

Rasputin «El Monje Maldito»

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Gregory «Rasputin» Yefimovich nació en Siberia, en 1869. Desde una edad temprana, era reconocido como clarividente.

En su pueblo natal llevaba la vida típica de un campesino siberiano. Era muy alto, de hábil y elocuente poder oratorio, personalidad abrumadora, aunque grosero y violento a veces. Tenía una mirada muy fija y penetrante, era de pelo castaño y ojos azules muy claros.

En 1887 Rasputín se casó con Praskovia Dubrovina, con quien se dice que tuvo tres hijos: Dmitri, Varvara y María.

En 1892 Rasputín dejó abruptamente su aldea, padres, esposa e hijos para vivir varios meses en un monasterio. Fue la única fuente de conocimientos religiosos que se conoce en su vida, pese a lo cual fué considerado un monje. ​ Tras un tiempo de reclusión, salió a recorrer los caminos para predicar una especie de panteísmo semipagano por todo el país.

Ingresó a una secta cristiana condenada por la Iglesia Ortodoxa Rusa conocida como «jlystý» (‘flagelantes’), quienes creían que para llegar a la fe verdadera hacía falta el dolor. En las reuniones de esta secta, las fiestas y orgías eran constantes.

Su ingreso a esta congregación marcó al místico siberiano de por vida contribuyendo en gran medida a los excesos en su vida sexual que tuvo en años posteriores y que acabó ensuciando su reputación de hombre santo.

Gozaba de un gran atractivo entre las mujeres basado en sus cualidades físicas, su intuición y en las prácticas orgiásticas que enseñaba como camino a Dios.

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En 1905, la gran duquesa Milica introdujo el curandero a los zares de Rusia, Nicolás II y la zarina Alexandra.

En 1906, fue invitado por ellos a visitar a Alexei, el hijo de ambos que era hemofílico y vivía aislado y protegido para no exponerse a morir prematuramente y porque su enfermedad era un secreto de estado. Los médicos de la corte fueron incapaces de aliviarlo y era el consenso general de que Alexei no sobreviviría.

Rasputin estuvo una hora rezando junto a él luego de lo cual el pequeño se levantaba de la cama mientras sus padres lloraban de emoción.

El zar Nicolás escribió aquel día una carta al primer ministro Stolypin, cuya hija, tras un grave accidente, llevaba meses sufriendo, recomendándole al curandero.

Dos días después, Rasputín era invitado a la casa del primer ministro y nuevamente oró junto al lecho de la accidentada. Al día siguiente, la hija de Stolypin dejó de sufrir dolores y durmió bien.

Cabe aclarar que nunca nadie encontró explicaciones científicas a estas curaciones.

 

Por la rapidez en que esto ocurrió, algunos investigadores sostienen que la mejoría se produjo probablemente mediante hipnosis. Este acto, milagroso a su vista, selló la fe del zar en el sanador espiritual y sus poderes.

En la época de Rasputín predominaba el romanticismo filoeslavo, y él, que era un auténtico ruso, de la profunda Siberia, recriminaba a los nobles de la corte, muy emparentados con la aristocracia europea, sobre todo con la alemana, de que no tenían nada de rusos.

En 1911, junto con otros peregrinos viajó a lugares como Patmos, Trípoli, Constantinopla, Beirut, Chipre y Jaffa, visitando entre otros destacados personajes, a Iliodor, un sacerdote ortodoxo que tenía un gran grupo de seguidores.

Al año siguiente, sus nuevos «amigos», Hermógenes e Iliodor acusaron al curandero siberiano de tener relaciones íntimas con la zarina. Incluso proporcionaron al zar cartas escritas por Alexandra, como prueba, que el zar rechazó porque tenía fe completa en Rasputin.

Por su carisma personal y sus excesos en las prácticas sexuales características de sus creencias y costumbres, estaba rodeado de muchas fervientes seguidoras dentro de la aristocracia rusa. Su comedor estaba abarrotado de mujeres ansiosas, que competían por sus favores sexuales y religiosos, que concedía a las escogidas en un dormitorio adyacente a su oficina.

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Sus discípulas lo consideraban algo así como la reencarnación de Cristo, enviado para ayudarlas a enfrentar y resolver el conflicto creado entre su frustración sexual y los principios impuestos por los estrictos clérigos ortodoxos.

Debido a la creciente confianza e influencia de Rasputin con la familia real, la cantidad de sus enemigos también aumentó.

Se dice que alcanzó la posición política de «zar por encima de los zares», porque Nicolás y Alejandra le pedían su aprobación en decisiones importantes.

En 1914 estalló la Primera Guerra Mundial originada por el asesinato del heredero de la corona del Imperio Austrohúngaro, el archiduque Francisco de Austria y de su esposa, la duquesa Sofia en la ciudad bosnia de Sarajevo.

En el verano de 1914, Rasputin que se encontraba en Siberia, recuperándose de las heridas que le provocó una mujer que lo atacó con un cuchillo, le escribió cartas al Zar aconsejándolo para que no interviniera en el conflicto.

Austria y Alemania le declararon la guerra a Serbia, desencadenándose la Primera Guerra Mundial a la que se llamó la Gran Guerra, debido a la cantidad de muertos e inválidos que causó y a la destrucción de gran parte de los territorios de los beligerantes.

Pese a los consejos de Rasputin en contra de su participación en la misma, Rusia entra en la guerra formando parte de la «Triple Entente», enfrentada a las potencias centrales.

En el gobierno y en la Corte se consideraba muy negativa la influencia de Rasputin sobre los zares especialmente sobre la zarina en un momento en que la situación de la monarquía era muy precaria.

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La gran influencia de Rasputin sobre los zares


El primer ministro Alexander Trépov le ofreció doscientos mil rublos para que regresase a Siberia, que Rasputin no aceptó y había fracasado, a principios de 1916, una tentativa de asesinarlo encabezada por ex-ministro del Interior, Alexéi Jvostov.

Como consecuencia de la guerra que se estaba desarrollando, cayeron cuatro imperios: el alemán, el austrohúngaro, el ruso y el otomano y tres grandes dinastías, los Hohenzollern, los Habsburgo y los Romanov. Se calcula que esta guerra produjo aproximadamente unos ocho millones de muertos y seis millones de inválidos.

Muchos combatientes rusos que regresaban del frente, vencidos y desmoralizados, se unían a los grupos bolcheviques que los reclutaban a su paso por las ciudades.

El Imperio del zar se iba transformando rápidamente en la Rusia comunista.

Mientras tanto en los frentes de batalla los ejércitos aún permanecían enfrentados en trincheras, donde nadie avanzaba ni retrocedía.

En la noche del 29 al 30 de Diciembre de 1916 el príncipe Yusupov, el gran duque Demetrio Rómanov, el Diputado Purishkévich y otros conspiradores, deciden acabar con la vida de Rasputin.

El principe Yusupov era uno de los hombres más ricos de Rusia. Tenía 21 años cuando heredó todo el patrimonio de una dinastía centenaria y en 1914 adquirió el título de príncipe al casarse con la única sobrina del zar Nicolás II, Irina.

La trampa que le tendieron a Rasputin para asesinarlo fue una invitación para concurrir a un banquete en el palacio del príncipe Yusupov y para luego tener una cita amorosa con su joven esposa. Se comentaba que el príncipe se vestía de mujer para participar en eventos como éste.

Rasputín, comió pasteles rociados con abundante veneno y bebió repetidamente un vino de Madeira, que era su preferido, que le sirvieron también envenenado, sin producirle ningún efecto, como si fuera inmune al veneno.  El sabía que alguien en algún momento de su vida intentaría envenenarlo y se habría preparado para resistir al veneno más comúnmente utilizado en ese tiempo tomádolo en dosis pequeñas todos los días.

Los conjurados, al ver que no moría le dispararon hasta creerlo muerto, arrojándolo luego a las heladas aguas del río Neva, envenenado y baleado. Murió ahogado y no como consecuencia del veneno ó las balas.

El monje había escrito el 7 de Diciembre de 1916 una carta a la Zarina en la que le decía que estaba seguro de que pronto sería asesinado. En ella prevenía a Alejandra de que si en su muerte estaban involucrados miembros de la Familia Imperial, la desgracia caería sobre ellos.

En enero de 1917, Rasputín era asesinado y luego enterrado cerca del palacio de Tsárskoye Seló.

Después de la Revolución de Febrero, su cuerpo fue desenterrado y quemado en el bosque de Pargolovo y las cenizas esparcidas al viento.

Rasputín habría sido castrado por sus asesinos y una ex amante consiguió y conservó su pene que actualmente se encuentra en un museo-clínica urológica del eminente doctor ruso Igor Knyazkin, jefe del Centro de Próstata de la Academia rusa de las Ciencias.

El objeto estrella de la exposición es el pene que supuestamente perteneció al «Monje Maldito», que segun su hija, media 38 cm y era de grueso diámetro.

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En Rusia triunfa la revolución comunista, encabezada por Lenin.

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19 meses después de la muerte de Rasputin, el Zar y toda su familia morirían ejecutados por los bolcheviques en Ekaterinburg.

Los asesinos de Rasputin emigraron a Francia. El príncipe Yusupov murió en Paris en 1967 a los 80 años de edad. Escribió algunos libros de memorias en las que no se menciona la posibilidad, argumentada en la obra del británico Michael Smith, A History of Britain’s Secret Intelligence Service, de que Londres ordenara la ejecución de Rasputín con el fin de anular sus intentos de retirar a Rusia de la guerra. Hay incluso dos sospechosos, los oficiales de inteligencia Oswald Rainer y Stephen Alley, el primero compañero de estudios de Yusúpov en Oxford, y el segundo amigo de su familia.

Purishkévich murió de tifus en el 1920 en la ciudad rusa de Novorossisk, a la edad de 50 años.

En síntesis, Rasputín fue aparentemente una persona naturalmente muy inteligente que tenía conocimientos relativamente avanzados sobre hipnosis, la psicología humana y la sugestión, además de sus conocimientos en medicina que adquirió en su peregrinaje por Rusia y diversos lugares del mundo en su juventud y al parecer también por lo «bien dotado» que estaba para sus exageradas actividades sexuales. FIN.

 

 

Chistes en Ingles

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In a class on abnormal psychology, the instructor was about to introduce the subject of manic depression. She posed this question to her students: «How would you diagnose a patient who walks back and forth screaming at the top of his lungs one minute, then sits down weeping uncontrollably the next?» A young man in the rear raised his hand and suggested earnestly, «A football coach?»

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There was a man named Cletus that lived in a small town with only one traffic light. Cletus had saved up his money and bought a mo-ped. One day Cletus was at the light waiting for it to turn green when a shiny new Corvette convertible pulled up next to him. Cletus had never seen anything like this in his life. The Corvette had its top down so Cletus leans over the side of the car and starts checking out the interior. This annoys the driver of the vette so when the light turns green he steps on the gas, laying down rubber as he leaves the intersection. He gets up to 60mph when suddenly Cletus flies by him on his mo-ped. The driver of the vette says to himself «This clown wants to race». Shifting into 4th gear he steps on the gas again. He leaves Cletus in his dust as he gets up to 100mph. Then out of nowhere he sees Cletus coming up fast in his rear view mirror. He can’t believe it as Cletus flies by him again on his mo-ped. The driver of the vette shifts into 6th gear and floors it. He passes Cletus and gets up to 150mph! Once again, Cletus passes him like he’s standing still. Shocked, the driver of the vette pulls over to the side of the road. He hears gravel flying and brakes squalling as Cletus pulls up next to him. The driver of the vette congratulates Cletus on winning the race and asks him what kind of an engine he has in his mo-ped. Puzzled Cletus replied «Race? I was just trying to get my suspenders off of your side-view mirror.»

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When the usher noticed a man stretched across three seats in the movie theater, he walked over and whispered “Sorry sir, but you are allowed only one seat.” The man moaned but didn’t budge. “Sir,” the usher said more loudly, “if you don’t move, I’ll have to call the manager.” The man moaned again but stayed where he was. The usher left and returned with the manager, who, after several attempts at dislodging the fellow, called the police. The cop looked at the reclining man and said, “All right, what’s your name, joker?” “Joe”, he mumbled. “And where are you from, Joe?” Joe responds painfully, “The balcony!”

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An Atlanta lawyer went duck hunting in rural Tennessee. He shot and dropped a bird, but it fell into a farmer’s field on the other side of a fence. As the lawyer climbed over the fence, an elderly farmer drove up on his tractor and asked him what he was doing. The litigator responded, “I shot a duck and it fell in this field, and now I’m going in to retrieve it.” The old farmer replied. “This is my property, and you are not coming over here.” The indignant lawyer said, “I am one of the best attorneys in Georgia and, if you don’t let me get that duck, I’ll sue you and take everything you own. The old farmer smiled and said: “Apparently, you don’t know how we do things in Tennessee. We settle small disagreements like this with the Tennessee Three-Kick Rule.” The lawyer asked, “What is the Tennessee Three-Kick Rule?” The farmer replied. “Well, first I kick you three times and then you kick me three times, and so on, back and forth, until someone gives up. The big-city attorney quickly thought about the proposed contest and decided that he could easily take the old codger. He agreed to abide by the local custom. The old farmer slowly climbed down from the tractor and walked up to the city feller. His first kick to the shin had the lawyer hopping around on one foot when suddenly the farmer planted the toe of his heavy work boot into the lawyer’s groin and dropped him to his knees. The barrister was flat on his belly when the farmer’s third kick to a kidney nearly caused him to pass out. The lawyer summoned every bit of his will and managed to get to his feet and said: “Okay, you old coot now it’s my turn.” The old farmer smiled and said, “Naw, I give up. You can have the duck.”

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A customs officer at the Mexican border noticed a man coming across one day on a bicycle with two small sacks tied to the handlebars. He naturally got suspicious and asked him to open the sacks, but when he did he found nothing but sand. This went on every day for the next month. Each time he’d stop the bicycle and open the sacks, and he’d find only sand. A few years later, he ran into the biker in a restaurant in Tijuana. After some small talk he said: “Come on . I know you were smuggling something all that time. I won’t tell. I’m just curious. What was it?” The other man said, “Bicycles.”

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This printed in a Texas newspaper: The oldest cowboy in Texas died this week at the age of 106. On his birthday he was asked his secret to longevity and he said that for the past 50 years he has sprinkled a little gunpowder on his cereal each morning. He left behind 8 children, 21 grandchildren, 32 great-grandchildren, and a 15-foot hole in the crematorium.

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A bald, white beard man walked into a jewelry store this past Friday evening with a beautiful young chick at his side. He told the jeweler he was looking for a special necklace for his girlfriend. The jeweler looked through his stock and showed them a $3,000 necklace. The man said, “No, I’d like to see something more than special from this one.” At that statement, the jeweler went to his special room and brought another necklace over. “Here’s a wonderful necklace at only $30,000,” the jeweler said. The lady’s eyes shined and her whole body trembled with excitement. The bald old man seeing this said, “We’ll buy it.” The jeweler asked “How will you pay this necklace sir? ” The old man responded, “By check. I know you need to make sure my check is good, so I’ll write it now and you can call the bank Monday to verify the funds and I’ll pick the necklace up Monday afternoon.” On Monday morning, the jeweler furiously phoned the old man and said, “There’s no money in that bank account.” “I know,” said the old man. “But would you like to hear about my awesome weekend?”

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There was an elderly man visiting a doctor for his check-up. As he was leaving he asked the doctor if he could recommend a specialist for his wife. “What’s wrong with her?” asked the doctor. The old man explained that her hearing was getting so bad that it was almost embarrassing. The doctor said he knew of several specialists that could help but he wanted the old man to do a little test when he got home to help the doctor determine the severity of her hearing loss. The doctor said “When you get home, make sure your wife’s back is turned to you and ask her a question. If she doesn’t respond walk closer and ask her again. Keep doing this until she answers and let me know the results”. That night when the old man opened the door of his home he could see his wife in the kitchen preparing dinner. She was at the counter with her back to the door. “What’s for dinner?” the old man asked. His wife did not respond so he walks to the doorway of the kitchen and asked the question again. Still, he was greeted with silence. This time he walks up just behind her and asks once again “What’s for dinner!?” His wife spins around a bit agitated and says “For the third time, Fried Chicken!!”

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The grumpy Navy Master Chief saw a new face and shouted at him: “Come here! What’s your name, sailor?” “James,” the new seaman answered. “Listen carefully sailor, I don’t know what kind of bleeding-heart pansy crap they’re teaching sailors in boot camp these days, but I don’t call anyone by his first name,” the chief scowled. “Its their last names only; Carter,Davidson,Cooper, Jackson, whatever. And you are to refer to me as ‘Master Chief.’ Do I make myself clear?” “Aye, Aye, Master Chief!” “Now,what’s your last name?” The sailor sighed. “Darling, My name is James Darling, Master Chief.” “Okay,James, here’s what I want you to do…

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A man sees a sign in front of a house: “Talking Dog for Sale.” He rings the bell and the owner tells him the dog is in the backyard. He goes into the backyard and sees a black mutt just sitting there. “You talk?” he asks. “Yep,” the mutt replies. “So, what’s your story?” The mutt looks up and says, “Well, I discovered this gift pretty young and I wanted to help the government, so I told the CIA about my gift, and in no time they had me jetting from country to country, sitting in rooms with spies and world leaders, because no one figured a dog would be eavesdropping.” “I was one of their most valuable spies eight years running. But, the jetting around really tired me out, and I knew I wasn’t getting any younger and I wanted to settle down.” “So, I signed up for a job at the airport to do some undercover security work, mostly wandering near suspicious characters and listening in. I uncovered some incredible dealings there and was awarded a batch of medals.” “Had a wife, a mess of puppies, and now I’m just retired.” The man is amazed. He goes back in and asks the owner what he wants for the dog. The owner says, “Ten dollars.” The guy says, “This dog is amazing. Why on earth are you selling him so cheap?” The owner replies, “He’s such a liar. He didn’t do any of that stuff.”

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Jack had been a compulsive worrier for years, to the point it was ruining his life. He saw a psychologist who recommended a specialist who could help him. His friend, Bob, noticed a dramatic change and asked “What happened? Nothing seems to worry you anymore.” “I hired a professional worrier and I haven’t had a worry since.” replied Jack. “That must be expensive.” Bob replied. “He charges $5,000 a month.” Jack told him. “$5,000!!? How in the world can you afford to pay him?” exclaimed Bob. “I don’t know, that’s his problem.”

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A taxi passenger tapped the driver on the shoulder to ask him a question. The driver screamed, lost control of the car, nearly hit a bus, went up on the footpath, and stopped centimeters from a shop window. For a second everything went quiet in the cab, then the driver said, “Look mate, don’t ever do that again. You scared the daylights out of me!” The passenger apologized and said, “I didn’t realize that a little tap would scare you so much.” The driver replied, “Sorry, it’s not really your fault. Today is my first day as a cab driver – I’ve been driving a funeral van for the last 25 years”.

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A woman and her husband interrupted their vacation to go to the dentist. “I want a tooth pulled, and I don’t want any pain killers because I’m in a big hurry,” the woman said. “Just extract the tooth as quickly as possible, and we’ll be on our way.” The dentist was quite impressed. “You’re certainly a courageous woman,” he said. “Which tooth is it?” The woman turned to her husband and said, “Show him your tooth, dear.”

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An airplane pilot had had a particularly difficult flight and a rough landing. The airline had a policy which required the first officer to stand at the door while the passengers exited, smile and give them a ”Thanks for riding Royal Airlines.” But, in light of his bad landing, the pilot had a hard time looking the passengers in the eye, thinking that someone would have a smart comment. Finally, everyone had gotten off except for this little old lady walking with a cane. She said, ”Sonny, mind if I ask you a question?” »Why no, Ma’am,” replied the pilot,” ”What is it?” The little old lady said, ”Did we land or were we shot down?”’

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Its the final round of the $64,000 question and only 3 remaining contestants are left, an Englishman, a Texan and an Arkansan. The question is, finish the following song title and spell the answer. »Old Macdonald had a ____”. The Englishman goes 1st and says “estate” “e-s-t-a-t-e”. The announcer says sorry wrong answer, but right spelling, meanwhile the Arkansan is going nuts he is so excited he cannot control himself. The Texan goes next and answers ” Ranch”, “r-a-n-c-h”. The announcer says sorry wrong answer but right spelling, and the Arkansan is jumping up and down and he is so excited he almost screams. The announcer turns to the Arkansan and says “for $64,000 what is the answer”. The Arkansan answers “Farm!…” , “e-i-e-i-o”…

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There was this lady who was visiting a church one Sunday. The sermon seemed to go on forever, and many in the congregation fell asleep. After the service, to be social, she walked up to a very sleepy looking gentleman, extended her hand in greeting, and said, “Hello, I’m Gladys Dunn.” And the gentleman replied, “You’re not the only one ma’am, I’m glad it’s done too!!”

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Several men are in the locker room of a private club after exercising. Suddenly a cell phone on one of the benches rings. A man picks it up and the following conversation ensues: “Hello?” “Honey, It’s me.” “Sugar!” “Are you at the club?” “Yes.” “Great! I’m at the mall 2 blocks from where you are. I saw a beautiful mink coat. It is absolutely gorgeous! Can I buy it?” “What’s the price?” “Only $1,500.” “Well, okay, go ahead and get it, if you like it that much.” “Ahhh, and I also stopped by the Mercedes dealership and saw the 2017 models. I saw one I really liked. I spoke with the salesman and he gave me a really good price … and since we need to exchange the BMW that we bought last year…” “What price did he quote you?” “Only $60,000!” “Okay, but for that price I want it with all the options.” “Great! Before we hang up, something else…” “What?” “It might seem like a lot, but I was reconciling your bank account and…well, I stopped by to see the real estate agent this morning and I saw the house we had looked at last year. It’s on sale! Remember? The one with a pool, English garden, acre of park area, beachfront property…” “How much are they asking?” “Only $650,000… a magnificent price, and I see that we have that much in the bank to cover…” “Well, then go ahead and buy it, but just bid $620,000, OK?” “Okay, sweetie. Thanks! I’ll see you later!! I love you!!!” “Bye.” The man hangs up, closes the phone’s flap and asks aloud, “Does anyone know whose phone this is?”

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An elderly man lay dying in his bed. While suffering the agonies of impending death, he suddenly smelled the aroma of his favorite chocolate chip cookies wafting up the stairs. He gathered his remaining strength and lifted himself from the bed. Leaning against the wall, he slowly made his way out of the bedroom, and with even greater effort, gripping the railing with both hands, he crawled down the stairs. With labored breath, he leaned against the door frame, gazing into the kitchen. Were it not for death’s agony, he would have thought himself already in heaven, for there, spread out upon waxed paper on the kitchen table were literally hundreds of his favorite chocolate chip cookies. Was it heaven? Or was it one final act of heroic love from his devoted wife of sixty years, seeing to it that he left this world a happy man? Mustering one great final effort, he threw himself toward the table, landing on his knees in a rumpled posture. His parched lips parted, the wondrous taste of the cookie was already in his mouth, seemingly bringing him back to life. The aged and withered hand trembled on its way to a cookie at the edge of the table, when it was suddenly smacked with a spatula by his wife, “Don’t Ernest!” she said, “They’re for the funeral.”

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A lady walks into a bank in New York City and asks for the loan officer. She says she’s going to Europe on business for two weeks and needs to borrow $5,000. The bank officer says the bank will need some kind of security for such a loan, so the lady hands over the keys to a new Rolls Royce parked on the street in front of the bank. Everything checks out, and the bank agrees to accept the car as collateral for the loan. An employee drives the Rolls into the bank’s underground garage and parks it there. Two weeks later, the lady returns, repays the $5,000 and the interest, which comes to $15.41. The loan officer says: “We are very happy to have had your business, and this transaction has worked out very nicely, but we are a little puzzled. While you were away, we checked you out and found that you are a multimillionaire. What puzzles us is why would you bother to borrow $5,000?” The lady replied, “Where else in New York can I park my car for two weeks for 15 bucks?”

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A lady had just totaled her car in a horrific accident. Miraculously, she managed to pry herself from the wreckage without a scratch and was applying fresh lipstick when the state trooper arrived. “My Goodness!” the trooper gasped. “Your car looks like an accordion that was stomped on by an elephant. Are you OK ma’am?” “Why, yes, officer, I’m just fine” the lady chirped. “Well, how in the world did this happen?” the officer asked as he surveyed the wrecked car. “Officer, it was the strangest thing!” the lady began. “I was driving along this road when I started to doze off. When I woke up this TREE from out of nowhere pops up in front of me. So I swerved to the right, and there was another tree! I swerved to the left and there was ANOTHER tree! I swerved to the right and there was another tree! I swerved to the left and there was….” “Uh, ma’am, ‘the officer said, cutting her off, “There isn’t a tree on this road for 30 miles. That was your air freshener swinging back and forth on your rear view mirror.”

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A man escaped jail by digging a hole from his jail cell to the outside world. When finally his work was done, he emerged in the middle of a preschool playground. “I’m free, I’m free!” he shouted. “So what,” said a little girl. “I’m four.”

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A robber was robbing a house. All of a sudden someone said, “Jesus is watching you!” “What? Oh well,” said the robber and he went back to work. When he started to pick up the VCR, he heard the voice again, “Jesus is watching you!” it said again. This time the robber pointed his flashlight at the voice and asked, “Who said that?” It was a parrot. “I’m Moses,” said the parrot. “Who in the world would name you Moses?” asked the robber. The parrot answered, “The same man that named the pitbull in the corner Jesus!”

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An older lady gets pulled over for going 70mph in a 35mph zone …Older Woman: Is there a problem, Officer? Officer: Ma’am, you were speeding. Older Woman: Oh, I see. Officer: Can I see your license please? Older Woman: I’d give it to you but I don’t have one. Officer: Don’t have one? Older Woman: Lost it, 4 years ago for drunk driving. Officer: I see…Can I see your vehicle registration papers please. Older Woman: I can’t do that. Officer: Why not? Older Woman: I stole this car. Officer: Stole it? Older Woman: Yes, and I killed and hacked up the owner. Officer: You what? Older Woman: His body parts are in plastic bags in the trunk if you want to see. The Officer looks at the woman and slowly backs away to his car and calls for back up. Within minutes 5 police cars circle the car. A senior officer slowly approaches the car, clasping his half-drawn gun. Officer 2: Ma’am, could you step out of your vehicle please! The woman steps out of her vehicle. Older woman: Is there a problem sir? Officer 2: One of my officers told me that you have stolen this car and murdered the owner. Older Woman: Murdered the owner? Officer 2: Yes, could you please open the trunk of your car, please. The woman opens the trunk, revealing nothing but an empty trunk. Officer 2: Is this your car, ma’am? Older Woman: Yes, here are the registration papers. The officer is quite stunned. Officer 2: He also claims that you do not have a drivers license. The woman digs into her handbag and pulls out a clutch purse and hands it to the officer. The officer examines the license. He looks quite puzzled. Officer 2: Thank you ma’am, one of my officers told me you didn’t have a license, that you stole this car, and that you murdered and hacked up the owner. Older Woman: Bet the liar told you I was going 70 in a 35, too.

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A homeowner needed to replace the fence on the back of the property so he called three contractors in to bid on it. When they arrived he noticed each vehicle was from a different state. He didn’t think anything of it and took them around back to make a bid. First to step up was the Florida contractor. He took out his tape measure and pencil, did some measuring and said, ”Well… I figure the job will run about $900. $400 for materials, $400 for my crew and $100 profit for me.” Next was the Texas contractor. He also took out his tape measure and pencil, did some quick figuring and said, ”Looks like I can do this job for $700… $300 for materials, $300 for my crew, and $100 profit for me.” Without so much as moving, the New York contractor said, ”$2,700.” The homeowner incredulous, looked at him and said, ”You didn’t even measure like the other guys! How did you come up with such a high figure?” ”Easy,” he said. ”$1,000 for me, $1,000 for you, and we hire the guy from Texas.”

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An elderly woman had just returned to her home from an evening of church services when she was startled by an intruder. She caught the man in the act of robbing her home of its valuables and yelled, “Stop! Acts 2:38 (Repent and be baptized, in the name of Jesus Christ so that your sins may be forgiven.) The burglar stopped in his tracks. The woman calmly called the police and explained what she had done. As the officer cuffed the man to take him in, he asked the burglar, “Why did you just stand there? All the old lady did was yell a scripture to you.” “Scripture?” replied the burglar. “She said she had an ax and two 38’s!”

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Three old maids die and arrive in heaven at the same time. When they get there, St. Peter says, “We only have one rule here in heaven: don’t step on the ducks!” So they enter heaven, and sure enough, there are ducks all over the place. It is almost impossible not to step on a duck, and although they try their best to avoid them, the first woman accidentally steps on one. Along comes St. Peter with the ugliest man she ever saw. St. Peter chains them together and says, “Your punishment for stepping on a duck is to spend eternity chained to this ugly man!” The next day, the second woman accidentally steps on a duck and along comes St. Peter, who doesn’t miss a thing. With him is another extremely ugly man. He chains them together with the same admonishment as for the first woman. The third woman has observed all this and, not wanting to be chained for all eternity to an ugly man, is very, VERY careful where she steps. She manages to go months without stepping on any ducks, then one day St. Peter comes up to her with the most handsome man she has ever laid eyes on … very tall, dark hair, and muscular. St. Peter chains them together without saying a word and walks away. The happy woman says, “I wonder what I did to deserve being chained to you for all of eternity?” The guy says, “I don’t know about you, but I stepped on a duck!”

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A man is in bed with his wife when there is a rat-a-tat-tat on the door. He rolls over and looks at his clock, and it’s half past three in the morning. “I’m not getting out of bed at this time of night,” he thinks, and rolls over. Then, a louder knock follows. “Aren’t you going to answer that?” says his wife. So he drags himself out of bed and goes downstairs. He opens the door and there is man standing at the door. It didn’t take the homeowner long to realize the man was drunk. “Hi there,” slurs the stranger. “Can you give me a push?” “No, get lost. It’s half past three. I was in bed,” says the man and slams the door. He goes back up to bed and tells his wife what happened and she says, “Dave, that wasn’t very nice of you. Remember that night we broke down in the pouring rain on the way to pick the kids up from the baby sitter and you had to knock on that man’s house to get us started again? What would have happened if he’d told us to get lost?” “But the guy was drunk,” says the husband. “It doesn’t matter,” says the wife. “He needs our help and it would be the Christian thing to help him.” So the husband gets out of bed again, gets dressed, and goes downstairs. He opens the door, and not being able to see the stranger anywhere shouts, “Hey, do you still want a push??” He hears a voice cry out, “Yeah please.” So, still being unable to see the stranger he shouts, “Where are you?” And the stranger replies, “I’m over here, on your swing set.”


 

A pastor of a church is sitting in his study when the phone rings. «Hello, is this Reverend Jones?» the caller asks. «It is.» replied the pastor. «This is Bill Johnson with the Internal Revenue Service. I was wondering if you could answer a few questions?» –«I’ll try.» said the pastor. –«Do you know a John Timmons?» «I do.» –«Is he a member of your congregation?» «He is.» –«Did he donate $10,000 to the church?» «He will.»

Cuando Se Quiere de Veras – Relato Ambientado en Buenos Aires, New York y Otros Lugares

Cuando Se Quiere de Veras – Relato Ambientado en Buenos Aires, New York y Otros Lugares

En las cercanías del centro cívico y comercial de la ciudad de Buenos Aires, muy cerca de la Plaza de Mayo, en la manzana delimitada por las calles San Martín, Viamonte, Reconquista y la Avenida Córdoba, en una cuadra con locales alquilados y un viejo inquilinato pertenecientes al Monasterio de Santa Catalina de Siena, ubicado desde hace muchos años en la esquina de San Martín y Viamonte, había un local donde funcionaba la Tipografía Clancy, llamada así por el fundador don Cirilo Clancy, un irlandés simpático y parlanchín que al retirarse dejó el negocio a dos de sus empleados más antiguos: Alberto Merlino y José Camagni, que habían empezado con él como cadetes, prácticamente de pantalones cortos y sabían todo lo que había que saber para manejar la tipografía.

Allí se componían textos a mano ó mecánicamente en sus 2 linotipos, que se entregaban a las agencias de publicidad para crear avisos que luego serían utilizados en los diarios y revistas de la ciudad. Tendría entre 10 y 15 operarios, la mayoría jóvenes y sólo un par de personas mayores. El personal se completaba con un contador que venía una vez a la semana y una joven de nombre Celia ocupada en tareas de oficina.

Ella era la hija de un matrimonio proveniente de Entre Ríos, que habían venido de su provincia antes que Celia naciera y que se componía además de un hermanito menor de unos 3 años y los padres: Doña Juana, la madre, que se encargaba de la limpieza del local y el señor Petrella, el padre, un obrero ferroviario, que vivían en el inquilinato adyacente a la tipografía.

Celia, era muy bonita, de cabellos castaños, una figura acorde a sus gloriosos dieciocho años y luminosos ojos azules. Trabajaba desde las 8 de la mañana hasta las 3 de la tarde en la oficina de la tipografia y de 6 a 8 de la noche estudiaba el curso de Perito Mercantil en una institución por la Avenida de Mayo. La oficina, donde ella trabajaba estaba al fondo del local en una parte más elevada, desde la cual se podía ver todo el taller. Una puerta de la oficina daba a un largo pasillo por donde entraban y salían los habitantes del inquilinato.

Cuando no tenía nada que hacer, Celia se paraba al final de la pequeña escalera que conducía de la oficina al taller y observaba distraídamente el andar incesante de los muchachos buscando los tipos de letras requeridos por las agencias de publicidad, abriendo y componiendo en las diversas cajas de tipografía para luego cerrarlas y una vez justificadas las líneas ubicarlas en la «galera», sobre la mesa de trabajo.

cajas de tipografia

A la derecha de la pequeña escalera estaban las dos linotipos, una a cargo de Roberto, bajo de estatura, fornido y muy tímido. La otra linotipo era operada por Marcos, alto, bien parecido, que hacia su trabajo con la alegría desbordante de sus vigorosos 20 años, entre risas y chanzas, principalmente iniciadas por Mario Ferrandino, para quien toda la vida era un gran chiste y no había motivo para no estar riéndose ó «Sandrini», el payaso del taller, que se había ganado el apodo a fuerza de imitar al cómico famoso. Mario era hermano mellizo de Gerardo, el encargado, la antítesis de su gemelo, serio, responsable y siempre concentrado en su trabajo.

Celia de tanto en tanto miraba de reojo y como sin querer para el rincón de las linotipos y especialmente la de la derecha donde trabajaba Marcos. El también admiraba la belleza de la joven secretaria, pero no quería meterse en problemas con los padres de Celia, especialmente el Sr. Petrella que parecía bravo. El sabía que allí solamente se podía hablar de una relación seria, noviazgo formal y a él le parecía que ese momento todavía estaba bastante lejano.

Del resto del personal, se destacaban: los dueños, cuarentones ambos: Alberto Merlino, de grandes bigotes, energético y de voz estentórea, siempre que podía le ponía las manos sobre los hombros a Celia, que delicadamente se lo sacaba y José Camagni, fumador empedernido, que la trataba con paternal condescendencia; los dos señores mayores, Velez y Marino, que hablaban siempre de política ó fútbol y parecían querer ignorar a los jóvenes que revoloteaban alrededor de ellos; los operarios permanentes: el «tanito» Pierino, rubio y de cabello ensortijado, cuya familia había emigrado de Italia hacía unos años; el «flaco» Benazzi, al que le gustaba tararear las canciones de moda en inglés; el cordobés Sosa, que poseía una excelente voz, que cantaba siempre, cuando se lo pedían y cuando no también; el «Ruso» Voievidka, albino de inquisitivos ojos verdes, que no era ruso sino ucraniano y que dibujaba muy bien; Jorge, regordete y bonachón, amante de los asados y el buen vino y otros que sólo trabajaban parte de tiempo.

Todos estaban enamorados de Celia, en mayor o menor medida, porque además de ser muy bonita, era la única mujer en el taller. El que parecía obsesionado con Celia era el muchacho de apellido Sosa, que a pesar de ser casado y con dos hijos, no se perdía la oportunidad de piropearla y profesarle su admiración. Cuando no estaban los dueños, ya pasado el horario de oficina, antes de retirarse, bajando por la escalera que venía del vestuario donde había una ducha, los baños y una puerta que daba acceso a la terraza, se detenía cerca de la ventana que daba al inquilinato y cantaba canciones románticas para que las escuchara Celia en su casa. Cuando se juntaban a tomar mate en los ratos de descanso, el tema favorito de su conversación era ella y en las mismas fantaseaba sobre las diferentes formas en las que él le podría hacer el amor.

Mario, Marcos y «Sandrini» comenzaron a salir en grupo con 3 chicas del barrio. Caminaban por los alrededores donde había mucho para ver, pero su caminata preferida era hasta la Plaza San Martín, distante unas pocas cuadras, con sus jardines florecidos y verde césped, luego alrededor de la Torre de los Ingleses, el Parque Retiro, un parque de diversiones que ocupaba un gran espacio frente a la Plaza, curioseaban por las estaciones de ferrocarriles y los puestos de diarios y revistas de Retiro, mirando vidrieras por la calle Santa Fe y por la bulliciosa y siempre muy concurrida calle Florida, celebrando las ocurrencias de Mario y las imitaciones de «Sandrini».

Un día en el taller Marcos subió la escalerita de la oficina y le entregó a Celia unas líneas que habían solicitado urgente de una agencia. Ella las recibió, le dió las gracias gentilmente y cuando Marcos comenzaba el descenso por la escalerita le preguntó si no le gustaría ir a un cumpleaños de 15, de una amiga que vivía en la otra cuadra. Era el próximo Viernes a la noche. Marcos se detuvo, lo pensó un poco, porque el Sábado tenía que trabajar desde la mañana temprano, pero de todas maneras le dijo: —Sí… Como no. Bueno, dijo Celia. Van a venir dos amigas mías, Ud. y los mellizos Mario y Gerardo, y vamos todos juntos… —¡Listo! ¡Hecho!

Llegó la noche del Viernes y todos se reunieron en la puerta del pasillo de entrada al inquilinato y caminaron una cuadra hasta el departamento de la quinceañera que ocupaba todo el primer piso de un edificio antiguo, de grandes habitaciones, con mucho espacio interior y amplios balcones al frente.

Luego de las introducciones y entrega de regalitos, bailaron de todo un poco mientras picaban bocaditos y bebían refrescos. Marcos intentó bailar tangos a pedido de una de las invitadas, una morocha de cuerpo escultural, ojos verdes y voz profunda que hablaba un castellano mezclado con su nativo acento brasileño, a quien llamaban Adriana, que estaba de paso por Buenos Aires y se alojaba en el hotel para estudiantes de Lavalle y Reconquista. Parecía interesada en aprender los pasos de baile pero en realidad disfrutaba de la proximidad y el contacto en la danza. Marcos sentía su cuerpo vibrar de placer cuando la abrazaba.

Celia y otras chicas pidieron música moderna y se lanzaron a bailar con entusiasmo y mucha algarabía. Mario se sumó al baile haciendo reír a todos con sus locuras y contorsiones. Gerardo siempre cortés y diplomático conversaba con los padres de la quinceañera que eran griegos de muchos años de residencia en el país, con un vaso de refresco en la mano, sin bailar pero disfrutando a su manera de la fiesta. Adriana tomó a Marcos de la mano, lo llevó al rincón oscuro de uno de los balcones y se besaron.

Luego de varias horas de baile, se reunieron en el centro del salón donde habían colocado una gran mesa, cortaron el bizcocho de cumpleaños, cantaron el «Cumpleaños Feliz» y alrededor de las 3 de la mañana terminó la fiesta. Marcos que ya no tenía transporte para volver a Tropezón, donde vivía, regresó con Celia y su mamá al taller. Doña Juana tenía las llaves y Marcos pudo dormir unas horas sobre el mostrador de la oficina con dos guías telefónicas como almohada.

Cerca de las ocho de la mañana del Sábado sintió que lo zamarreaban un poco, despertó a medias y se encontró con esos preciosos ojos azules muy cerca de los suyos mientras como en un susurro melodioso sintió que le decían: —Buenos días, Marcos… Arriba!… Le traje un poco de mate cocido y unas tortitas que preparó recién mi mama. —Oh!… Muchas gracias… ¿Qué hora es? —En cinco minutos abrimos… — contestó Celia. —Bueno, subo a lavarme la cara y bajo a prender las máquinas.

Comió apresuradamente las tortitas, bebió el mate cocido a grandes tragos, le devolvió la taza a Celia, que lo miraba sorprendida por la velocidad con que acabó con todo lo que ella le había traído, le dijo que le agradeciera de su parte a Doña Juana y al entregarle la taza en la que había traído el mate cocido sus manos se rozaron. Entonces él en un rápido movimiento las tomó y le dió un sonoro beso mientras le agradecía su atención. Luego subió al baño a lavarse la cara y bajó a la carrera a prender las máquinas y a comenzar la rutina diaria.

Después de aquella fiesta Adriana esperaba a Marcos al término de su jornada de labor, en la esquina de Reconquista y Córdoba. Celia salía hasta el portón de entrada del conventillo para verlos juntarse y caminar tomados de la mano hasta la Plaza San Martin. En el corto trayecto hablaban animadamente y se reían mucho de los enredos que tenían con los dos idiomas.

Marcos estaba subyugado por el desbordante sex-appeal y la voluptuosidad de Adriana y a ella le agradaba la buena presencia física y confianza que él le inspiraba. Llegaban a la plaza, se acostaban en el césped en un rincón cubierto por arbustos y plantas y se prodigaban cálidos abrazos, besos y caricias. Luego caminaban de vuelta por la calle Florida hasta la Avda. Corrientes donde él tomaba el Subte ´´B´´ hacia Chacarita y de ahí el Tranvía Lacroze hasta Tropezón.

El día previo a su regreso a San Pablo ya estaba oscureciendo cuando llegaron a su lugar preferido y tendidos en el pasto luego de muchos besos y caricias, Marcos desprendió nerviosamente los botones de la blusa de Adriana dejando al descubierto su espléndido busto que él acarició con pasión. Ella entonces dió rienda suelta a sus ardientes deseos contenidos e hicieron el amor.

Al día siguiente la fueron a despedir algunas amigas a la Terminal de micros de larga distancia en Retiro. Antes de subir al ómnibus Adriana habló aparte con una de ellas y le dió una medallita de plata con su nombre grabado para que se lo entregara a Marcos que no pudo ir porque estaba trabajando. Tal vez en esa charla final con la amiga, Adriana le reveló a ésta la pasional despedida que había vivido junto a Marcos en la víspera de su partida, pero lo cierto es que el rumor llegó al taller y comenzaron las bromas.

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Mario en una de ésas simulaba recibir una llamada de San Pablo en la cual Adriana quería que le notificaran a Marcos que iba a ser padre, que ella estaba embarazada de más ó menos 10 días… o cosas así. O si no: ¡Llamada de San Pablo! … Quién fala portugués? A lo que «Sandrini» respondía parodiando también en portugués: —Está hablando con la Tipografía Clancy de Buenos Aires. Aquí se cobra por palabra así que voy a empezar a contar, hable nomás!

Otro día venía Mario a las linotipos y le preguntaba a Roberto en voz alta si quería venir a un cumpleaños, al que iban a concurrir algunas estudiantes extranjeras «calentonas… buscando guerra», a lo que Roberto respondía sonriendo bonachonamente mientras se limpiaba las gafas mirando hacia Marcos que simulaba estar muy ocupado. Hasta el muy serio Voievidka dibujó una caricatura de Adriana y Marcos llevando de la mano a una niñita que parecía la imagen en miniatura de Adriana que decía: —Papi Marcus, vocé está ben?

Poco a poco todo se fué diluyendo en la vorágine de la rutina diaria. Vino una época en que hubo mucha demanda de tipografía publicitaria y Clancy por su ubicación, la excelencia en la presentación de sus trabajos y la prontitud de la entrega, era la preferida por las agencias del Centro de Buenos Aires.

Cuando había necesidad de que alguien se quedara a hacer horas extras, los dueños preferían a Marcos, porque era un buen operario y sabía que en él se podía confiar. Había clientes que venían a retirar o a entregar trabajos fuera del horario normal de la Tipografía y Marcos los atendía eficientemente. Cuando tocaban el timbre de la puerta de calle corría desde las Linotipos hasta el frente para abrir la pequeña puerta de la persiana metálica, atender al cliente, entregar un trabajo ó recibir otro, subir a la oficina a dejar la nueva orden ó el dinero recibido y volver a la Linotipo a continuar componiendo líneas y textos. Cuando decidía tomarse un respiro, subía a la carrera a la terraza, se recostaba en una vieja mesa que en algún tiempo fué utilizada en el taller, entrecerraba los ojos unos minutos para descansar la vista y luego volvía a bajar corriendo.

Los días de semana regresaba a casa ya de noche, comía lo que la madre le dejaba de cena, a dormir y a la mañana siguiente bien temprano volvía al taller. La casita que alquilaba con su madre y una hermana llamada Gabriela, un año y medio menor que él y que trabajaba en la Perfumería Giselle de la calle Florida, estaba a tres cuadras de la estación Tropezón del que era conocido entonces como el Tranvía Lacroze, un trolebús verde cuya terminal en el centro de la ciudad era Chacarita también conocido como Federico Lacroze y un incipiente pueblo llamado Martín Coronado en la otra punta.

Al lado de la Tipografía había lo que entonces se llamaba un Copetín al Paso, una especie de Cafetería y Restaurant, llamado ´´El Tiburón´´ al que concurrían estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras ubicada a la vuelta por Viamonte, gente que trabajaba en la zona y también los operarios de la Tipografía. Pierino había entablado amistad con una de las estudiantes de la Facultad y se los veía con frecuencia comiendo juntos. El era muy atractivo y buen conversador y ella muy bonita y al parecer proveniente de una familia adinerada.

La familia de Pierino vivía en un caserón antiguo en el barrio de Palermo en cuyo frente el padre poseía un local de reparación y venta de bicicletas en el que Pierino pasaba la mayor parte de su tiempo libre aprendiendo a hacer reparaciones y ayudando a su padre en el negocio.

Gerardo se puso de novio con la hermana de la quinceañera a quien conoció en aquella fiesta de 15, de nombre Sandra. Era vendedora en una gran tienda en la esquina de Córdoba y San Martín, muy alegre y comunicativa. En sus horas libres frecuentaba el Teatro »Los Independientes» que estaba a la vuelta de la esquina en el subsuelo de un edificio por la calle San Martín, adonde a veces desempeñaba pequeñas partes en las obras de teatro que allí se representaban.

«Sandrini», luego de sus horas de trabajo en la Tipografía, actuaba en un restaurante donde hacía sus imitaciones y recibía de paga nada más que cama, comida y propinas, que para él era suficiente ya que eso era lo que el quería realmente hacer. Sus padres se habían separado cuando él era adolescente y se crió sólo viviendo donde podía, en cuartos alquilados en inquilinatos del centro de la ciudad ó en casa de algún pariente ó  amigo. Jorge se fué a trabajar a un diario importante, muy cerca de la Plaza de Mayo, donde consiguió mejor salario y buenos beneficios médicos y sociales.

Por un tiempo Celia dejó de asomarse al lugar donde lo hacía habitualmente. Sus límpidos ojos estaban como nublados por lágrimas que ella ocultaba permaneciendo en su lugar de trabajo todo el tiempo. Marcos evitaba subir a la oficina por un irreprimible y persistente sentimiento de culpa que no sabía explicar.

Pasaron varias semanas y luego algunos meses. Adriana era ahora sólo un grato recuerdo de algo que se iba diluyendo en el pasado. Y un día Celia apareció nuevamente en la escalera de la oficina y volvió a mirar hacia las linotipos. Sus miradas eran ahora más directas y había un esbozo de sonrisa cuando se encontraban con las de Marcos que sintió como que le sacaban un gran peso de encima y hasta empezó a sentir cierta necesidad de verla, contemplar la serenidad de esos ojos tan bellos y deseaba con toda el alma que volviera aquella luminosidad y calma que irradiaban antes. No sabía que al mismo tiempo que él vivía su primera experiencia amorosa, ella había sufrido su primer desengaño sentimental.

La Tipografía Clancy agregó a su personal un cadete que se encargaba exclusivamente de llevar y traer los pedidos de las agencias de publicidad cercanas desde las cuales era requerido constantemente. Era sobrino de Camagni, lo llamaban ´´Nico´´, su verdadero nombre era Nicolás, tenía 18 años y era bastante afeminado. Acostumbraba a intercalar palabrotas como queriendo darle un tono de masculinidad a sus palabras.

En un rincón de la terraza construyeron un cuarto donde se fundía el plomo en barras para ser utilizados nuevamente en las linotipos y tomaron a un hombre que era el padrastro de ¨Nico¨, llamado Miguel, para encargarse de esta tarea.

Mientras tanto, Gabriela, la hermana de Marcos, fue elegida Reina del Carnaval de San Martín y las excelentes fotografías que le tomaron durante su coronación fueron colocadas en las vidrieras de la Perfumería Giselle con una leyenda preparada en la Tipografía Clancy que decía en letras destacadas: ´´Pasen! Aquí serán atendidos como Reyes por nuestra Reina Su Majestad Gabriela I´´. El flujo de clientes que entraban a la perfumería se duplicó, siendo en buena parte turistas varones que querían conocerla. Gabriela fué ´´Vendedora del mes´´ varios meses seguidos por el volumen de ventas que conseguía.

En una ocasión el más osado de un equipo de vólleyball brasileño que estaba jugando un Torneo en el Luna Park, fué directamente a Gabriela y la invitó a cenar al ´´Palacio de las Papas Fritas´´. Era buen mozo, atlético y muy educado. Gabriela aceptó. Concurrieron a los partidos que su equipo disputó y disfrutaron mucho de su compañía mientras duró la competencia que finalmente concluyó y él al despedirse la invitó a viajar a Rio de Janeiro y hospedarse en su casa. Ella prometió que así lo haría aunque la visita nunca se concretó.

Poco tiempo después Gabriela notó que cuando volvía del centro al llegar a su destino en la estación Tropezón algunas veces veía allí a un apuesto muchacho vestido con el uniforme de conscripto del Ejército Argentino que le sonreía, con una sonrisa amplia y amigable. Finalmente un día que regresaba casi al anochecer, él se acercó y luego de saludarla le preguntó si la podía acompañar hasta su casa.

Ella le dijo que era un poco peligroso porque tenían que pasar por delante de un bar donde había unos muchachones bastante maleducados que acostumbraban a molestar a las chicas al pasar y no quería que él se metiera en problemas por culpa de ella. —Bueno — le dijo él– Déjeme que la acompañe y veremos qué pasa… En el camino se enteró que se llamaba Bruno y que vivía frente a la estación, cruzando la calle, con sus padres y dos hermanas.

Al llegar a la esquina del bar, estaban los de siempre, la mayoría ocupados jugando al billar, otros a las cartas y dos o tres salieron al ver venir a Gabriela. Los sorprendió un poco que fuera acompañada y uno de ellos que conocía a Bruno, se volvió al salón del bar a continuar con lo que estaban haciendo. Los otros dos que parecían algo embriagados tal vez con vermouth o el fernet que se servía en el bar los siguieron mascullando los piropos subidos de tono que acostumbraban a decirles a las chicas que pasaban. El que parecía más agresivo era conocido por el apodo de «Camorra»  y temido en el barrio por su fama de matón, iba siempre acompañado de su segundo al que apodaban «Barbijo» por una cicatriz que le cruzaba la cara de lado a lado.

Cuando «Camorra» se acercó a Gabriela con intención de manosearla, Bruno la hizo a un lado, se dió vuelta rápidamente enfrentando a «Camorra» y le asestó un terrible derechazo al mentón que lo mandó casi de cabeza al zanjón que bordeaba la calle de tierra. «Barbijo»  sacó un puñal y se abalanzó hacia Bruno que lo eludió dando un paso al costado y tomando el brazo armado hizo palanca sobre su rodilla obligándolo a soltar el arma y haciéndole pasar de largo hacia al barro del zanjón.

Cuando salieron del barro los despidió con una tremenda patada en el trasero que los mandó tambaleante hacia adelante mascullando amenazas. A «Camorra» lo tomó de los cabellos y mirándolo a los ojos con una mirada encendida de furia le dijo masticando las palabras: —Si me entero que molestan a esta chica de nuevo los voy a ir buscar y adonde los encuentre les voy a quitar las ganas de hacerlo.

Tomando la gruesa rama seca de un árbol que encontró tirada al costado de un cerco, comenzó a castigarlos con la misma arreándolos hacia la esquina del bar del que ya habían salido todos a ver el espectáculo inusitado de la paliza a que eran sometidos «Camorra» y «Barbijo». En un momento dado uno de ellos alcanzó a tomar la rama tratando de quitársela. Bruno de un tirón lo trajo hacia él aplicándole un rodillazo en el plexo que lo dejó tendido en el suelo y sin aliento.

Luego de ésto la fama de los dos maleantes disminuyó considerablemente como así también los excesos verbales, manoseos y abusos hacia las chicas del barrio que habían ocurrido hasta entonces, sobre todo a las que regresaban de trabajar al anochecer y tenían que pasar por los alrededores del bar.

Unos días después se acercó a Gabriela una muchacha casi adolescente embarazada que le preguntó si tenía unos minutos para hablar con ella. Gabriela le dijo que sí y la chica comenzó a hablar entre mal contenidos sollozos. Le contó que «Camorra» la había embarazado, que él y «Barbijo» aprovechando que su padre se iba muy temprano a trabajar y volvía tarde en la noche, se presentaban en la vivienda que alquilaban y abusaban de ella y su madre. Las tenían amenazadas de que si se lo contaban a su padre ellos lo matarían. También le contó que a una amiga de ella le pasó lo mismo y que a su novio, que quiso hacerles frente, lo habían golpeado y acuchillado dejándolo casi moribundo en las vías del tranvía Lacroze. Un vecino alcanzó a sacarlo un momento antes de que fuera embestido sin poder evitar que el tranvía le pasara sobre una de sus piernas. El muchacho se recuperó milagrosamente aunque tuvieron que amputarle la pierna.

Gabriela escuchó horrorizada el relato y luego le dijo: –Dile a tu amiga que vamos a ir las tres a la Comisaría a hacer la denuncia correspondiente. Y no tengan miedo, la policía actuará en base a lo que ustedes declaren y estos h. de p. tendrán que ir presos. También si saben de alguna otra que haya sufrido algún abuso de parte de estos dos canallas que vengan también.

La policía actuó de inmediato y luego del juicio donde se presentaron además de las chicas varios comerciantes que los denunciaron acusándolos de extorsión al exigirles, con amenazas de golpearlos y quemar su negocio, pagos en efectivo por protección, ambos fueron condenados a veinticinco años de prisión y enviados a la cárcel.

Gabriela fué varias veces a visitar a Bruno a su cuartel en Campo de Mayo y cuando terminó el servicio militar se pusieron de novios. Ella entonces conoció a sus padres: doña Teresa, italiana, de Trieste y Mierko Kosic, un ciudadano yugoeslavo que había emigrado después de una guerra civil en su país.

Bruno estaba estudiando en el Instituto Otto Krause y ahora terminado el servicio militar volvió a concluir sus estudios. Era inteligente y muy hábil para los trabajos prácticos. Tenía un gran parecido con su padre, que era alto y de fuerte contextura física, con unas manos grandes y rudas. Cuando niño y ya adolescente ayudó a su padre en la construcción de la casa donde vivían y en la fabricación de algunos muebles de la misma.

La Perfumería Giselle estaba a pocas cuadras de la Plaza de Mayo y el Colegio de Bruno detrás de la misma por Paseo Colón de manera que se veían con frecuencia. Cuando él se recibió lo contrataron de una empresa siderúrgica radicada en San Nicolás, en la provincia de Buenos Aires, que le ofreció la oportunidad de una extensión que le permitiría obtener el título de ingeniero. Se casaron y fueron a residir cerca de la fábrica en un barrio que la empresa construyó para sus empleados.

Ya con el título de ingeniero y con bastante experiencia en los menesteres de la fábrica fué enviado a especializarse a la central en Dusseldorf, Alemania, donde vivieron algunos años y donde nació su único hijo al que llamaron Klaude. También allí aprendió inglés, además del alemán y fué adiestrado en los últimos avances de la tecnología disponible y enviado a Nueva York a hacerse cargo de una sección de la filial neoyorkina para lo cual lo habían entrenado.

En la Tipografía Clancy debido al volumen de trabajo, los dueños ofrecieron ocupar los días Sábados a todos aquellos que lo quisieran hacer. Iba a haber un grupo básico: Gerardo estaría a cargo, Marcos en la Linotipo, Don Miguel en la fundición de las barras de plomo, el cadete »Nico» para las entregas y Celia en la oficina. Ocasionalmente cuando el volumen de trabajo lo requería, se agregaban Sosa, Mario y «Sandrini».

El grupo trabajaba con eficiencia y buena camaradería excepto cuando estaba Sosa y especialmente cuando se ponía a cantar. Era evidente que sus canciones románticas estaban dirigidas a una persona en particular y eso incomodaba a todos. «Nico» casi siempre estaba en la calle a la hora que todos paraban a almorzar y cuando alguna vez coincidía comía sólo en la escalera. Celia lo notó y también le llamó la atención que cuando estaba ella él casi no hablaba. Un día se acercó y le preguntó: —¿Por qué comés solo? Estoy más cómodo así… —No seas antisocial, vení, vamos. Somos pocos, comamos juntos –le dijo Celia en tono conciliador y amigable, tomándolo de la mano y tratando de llevarlo hacia donde estaban los demás. —No, no... se resistió él, retirando la mano. —De verdad. Estoy mejor aquí. -Entonces, yo puedo comer aquí también, ¿no? –dijo ella trayendo su sandwich y sentándose junto a él en la escalera.

Nico le hizo lugar apretándose contra la pared. Y tal vez para devolverle la gentileza de quererlo sumar al grupo le lanzó atropelladamente un: –-Usted es una linda chica ¿sabe? –Gracias…Vos también sos un lindo pibe… –agradeció Celia. —Y Marcos… qué pintón, ¿eh? Parece un actor de cine ¿no? –Sí… es muy buen mozo y un buen muchacho… Yo lo adoro.

Cuando venía «Sandrini» creaba situaciones cómicas sobre todo cuando también estaba Mario. Era un auténtico show de dos payasos que ponían a todos de buen humor, sin dejar de parar  líneas y párrafos de texto al mismo tiempo. En uno de sus improvisados «sketches» simulaban ser dos mujeres jóvenes en una peluquería que se comentaban cosas de su vida sexual. Una le decía a la otra: –Estoy casada con un viejo ricachón que me da todos los gustos. Y ahora estamos en tratamiento… El trata… y yo miento Ja!.. Ja!.. Ja!.. y así todo el tiempo desparramando su comicidad y buen humor, imitando también voces de personajes conocidos.

Sandra, la novia de Gerardo, traía comida del Restaurant que sus padres y dos hermanos poseían por la Avenida Paseo Colón a pocas cuadras de allí. Gerardo compraba »facturas» para el mate que circulaba constantemente entre los operarios y era motivo de breves pausas y comentarios compartidos en la continuada tarea de componer líneas de tipografía.

Cumplidas las horas de trabajo, los viernes a la noche concurrían con Sandra al Teatro »Los Independientes» donde se hicieron amigos de la gente que allí se reunía. Aspirantes a actores/actrices, utileros, escenógrafos, etc. y el mecenas del grupo, Lino Figuera, que corría con las finanzas del Teatro, un joven del que se murmuraba era poseedor de una fortuna heredada de su familia y que él utilizaba en parte para sostener el Teatro, que era su pasión.

A Figuera le gustaba agasajar y enamorar a las jóvenes aspirantes a actrices cosa que no le era difícil dada su posición económica. Sandra, la novia de Gerardo, estaba un poco fuera de su alcance, pero Celia era una posibilidad y le propuso que si ella quisiera él sería su mentor y le pagaría cursos de actuación y perfeccionamiento con prestigiosos profesores. A Celia le gustaba la idea pero Doña Juana, se opuso, ya que no quería a su hija en el ambiente nocturno y teatral. Quería que terminara sus estudios de Perito Mercantil, primero y luego encontrar un buen muchacho y casarse.

Tenía un pretendiente, un joven que trabajaba en un Banco de Lavalle y Esmeralda, que ella catalogaba como un amigo. El objeto semi-secreto de sus afectos parecía ser Marcos, pero a él pese a que admiraba la belleza y personalidad de ella, no le seducía la idea de una relación seria por el momento. Aparte de esa inquietud, se llevaban muy bien. Disfrutaban mutuamente de su compañía y pasaban muy buenos momentos juntos. Especialmente los Sábados, donde tenían la oportunidad de tratarse de cerca y conocerse un poco más.

Uno de esos Sábados, cuando Marcos decidió tomarse un descanso y subía a grandes zancadas la escalera para llegar a la terraza, se cruzó a mitad de la misma con Celia que bajaba con su hermanito Germán. La escalera era un poco estrecha en esa parte y en el cruce estuvieron muy cerca uno del otro. El estaba un escalón más abajo y sus rostros tan próximos que pudieron mirarse a los ojos en un instante mágico.

Entonces Marcos dejó de lado todas sus reservas y tomándola de la cintura la atrajo hacia él y la besó, primero delicadamente en sus luminosos ojos, luego en la mejilla y finalmente un beso intenso y pasional en la boca. Ella se apretó contra su cuerpo como queriendo prolongar el abrazo y el beso, acariciándose ambos con ternura y pasión por varios deliciosos momentos, mientras Germán jugaba con su gastado osito sentado en un escalón. Celia floreció como un rosal regado por una lluvia de primavera. Era feliz y estaba enamorada, profunda, totalmente y ese amor se desbordaba hacia todo lo que la rodeaba al tiempo que sentía en lo más íntimo de su ser que su gran amor era correspondido en la misma medida.

Un Sábado en el mes de Abril Marcos cumplió 21 años de edad y hubo un pequeño festejo en el taller. Doña Juana confeccionó un bizcocho de cumpleaños para él y reunidos alrededor de la misma le cantaron el «Cumpleaños Feliz». Celia le entregó una tarjeta en forma de corazón, hecha por ella misma, en la que decía: «Marcos: Te deseo toda la felicidad del mundo. Vos sabés que te quiero con toda mi alma y seré siempre tuya, no importa lo que la vida nos depare, vos siempre serás el dueño de mi corazón. Celia.»

Por un tiempo parecía que nada podía empañar la felicidad y armonía que envolvía a ambos, al lugar y a su gente. Celia se había vuelto muy efusiva en la forma en que saludaba, conversaba y compartía momentos con Marcos y eso encendía los celos enfermizos del despechado Sosa que sabía que lo que él pretendía era imposible y por eso de vez en cuando reaccionaba lanzando alguna frase disonante, pero que nadie compartía. Doña Juana se esmeraba más que antes en sus pequeñas atenciones culinarias para con Marcos mandándole con Celia pastelitos que ella sabía que le gustaban. El Sr. Petrella no decía nada pero todos suponían que no se oponía a la relación.

Gerardo, después de muchos meses de ahorro, pudo comprar un auto, el De Carlo 700, con el que él y su hermano Mario venían desde Ramos Mejía, donde vivían con su anciana madre. Era el primero y por entonces el único de los operarios de la tipografía que tenía vehículo propio, lo cual tampoco le caía bien a Sosa. Todos los demás lo felicitaron y admiraron el pequeño automóvil que era realmente una joyita mecánica.

Pasaron varios meses de intensa actividad en la tipografía. Se agregaron al personal dos nuevos tipógrafos. Uno de ellos de nombre César era un jovencito alto, muy educado, de voz profunda al que le gustaba cantar tangos y recitar las letras de los mismos cuando se lo pedían. Al otro se acostumbraron desde el principio a llamarlo por el apellido: Sánchez. Era bastante sordo y cuando hablaba con alguien, lo hacía de frente, leyendo los labios de su interlocutor.

El noviazgo de Marcos y Celia continuaba sin inconvenientes. En uno de sus momentos de intimidad Celia le comentó a Sandra que ya habían hecho el amor y que estaba feliz por ello. De esa manera entendía ella, se sentían más compenetrados y el lazo que los unía parecía indestructible. Le contó detalladamente cómo había sido. Los dos lo deseaban y se cristalizó una fresca tarde de Mayo en la terraza. Habían quedado solos en el taller, su madre se había ido de compras con su hermanito Germán. Marcos subió a la terraza en uno de sus momentos de descanso. Ella cerró las puertas de la oficina y subió lenta y deliberadamente la escalera.

Ya en la terraza, Marcos la abrazó, la llenó de besos, con ternura primero y con creciente pasión después, acariciando su aterciopelada piel y todo su cuerpo tan delicado y hermoso. Ella tenía sus ojos sumergidos en el alma de él, era toda ternura y sumisión, se había recostado en la vieja mesa y aceptó con placer todo lo que él le daba. Luego de aquella primera vez vinieron varias veces más, en la terraza y también en ese lugar cubierto de plantas y floridos arbustos de la Plaza San Martín que Marcos parecía conocer y que tal vez le traía algún grato recuerdo del pasado.

Celia le preguntó a Sandra si ella también ya lo había experimentado. Y la respuesta fué que Gerardo pese a desearlo no lo haría sino hasta después de casados. Marcos y Gerardo eran ex-alumnos del mismo colegio católico pero su manera de interpretar las reglas de la vida eran diferentes. Marcos era puro ímpetu y acción inmediata. Gerardo era más metódico y pensante. «Todo a su debido tiempo» acostumbraba a decir.

Celia se recibió de Perito Mercantil e inmediatamente consiguió un puesto de trabajo en una oficina de Contadores Públicos por la calle Tucumán. Se despidió de todos y dejó de trabajar en la oficina de la Tipografía Clancy. El efecto de su ausencia produjo un impacto palpable en todo el taller y en cada uno de sus integrantes. Todos la extrañaban en mayor o menor medida. Sosa en uno de sus habituales ácidos comentarios propuso poner a «Nico» en su lugar.

Sandra y Gerardo estaban planeando casarse y andaban en la búsqueda de un lugar donde vivir. Los padres de Sandra les propusieron subdividir su amplísimo departamento de manera que ellos tuvieran su propio dormitorio, cocina-comedor, baño y uno de los balcones. La idea parecía conformar a todos y un tío de Sandra que era maestro mayor de obras, comenzó con los trabajos de las reformas que estarían concluídas para la fecha de la boda que sería a fines de Noviembre y planearon su luna de miel en las costas uruguayas, que Sandra quería conocer.

Había un par de puntos oscuros que comenzaron a cernirse amenazantes sobre la armonía reinante en la Tipografía. Uno de ellos eran los omnipresentes celos de Sosa hacia las dos parejas que se habían formado en el taller: Gerardo y Sandra por un lado y más que nada la de Marcos y Celia, pese a que a Celia casi ya no la veían.

El otro punto oscuro era la cada vez más evidente homosexualidad del cadete. «Nico» cumplía adecuadamente con su trabajo, pero en el taller cuando podía, exhibía su inclinación homosexual cada vez con mayor desenfado y frecuencia. Al término de la jornada de labor, buscaba la oportunidad de bañarse al mismo tiempo que Marcos, agachándose delante de él, abriéndose las nalgas con ambas manos y provocándolo con frases como: —A ver, macho… dámela. ¿Qué? ¿No te animás? ¿eh? ¡Mariconazo!… etc. El hecho de pertenecer a la familia del dueño lo protegía de alguna manera.

La rutina de los Sábados al finalizar la jornada era casi siempre la misma. Marcos era el último porque debía dejar todo ordenado y limpio y apagar las máquinas para luego bañarse, cambiarse de ropa y reunirse con los otros que estaban esperando en la casa de Sandra a una cuadra de distancia, picar algo de comida, a veces en el restaurant de la familia de Sandra o en otros lugares cercanos y concurrir luego al teatro «Los Independientes» ó a un cine de la calle Corrientes ó de Lavalle, que entonces era conocida como «la calle de los cines». Y se había acostumbrado a dormir sobre el escritorio de la oficina cuando ya no tenía transporte para regresar a casa.

Esa amenaza latente que se cernía sobre el taller y algunos de sus personajes se concretó finalmente al término de una de esas jornadas sabatinas. Celia que ya estaba en la casa de Sandra y se había olvidado algo volvió a su casa y Gerardo y Sandra la acompañaron. Los tres decidieron entonces esperar allí en la puerta del conventillo a Marcos, que luego de limpiar su sección y apagar las máquinas ya había subido a bañarse. Sosa estaba terminando de cambiarse y «Nico» que luego de regresar de su última entrega del día y depositar el dinero recaudado en la caja de la oficina, subió al vestuario, se desnudó y fué a meterse a la ducha.

«Nico» tenía más cuerpo de mujer que de varón, de largas piernas bien torneadas y nalgas redondas y firmes, sin rastros de vellos y un pene pequeño que pasaba casi desapercibido. Al pasar rozó y coqueteó con Marcos. Cantaba en voz alta groserías, mientras se enjabonaba especialmente el trasero, agachado y abriéndose las nalgas como era su costumbre delante de él. Los que estaban abajo esperando en el pasillo que podían oír claramente lo que estaba ocurriendo en el vestuario, a pocos metros arriba de ellos, se quedaron helados y sin palabras cuando escucharon que al parecer Nico había conseguido su objetivo. Casi de inmediato vieron pasar a Sosa que había bajado canturreando con una sonrisa socarrona dibujada en el rostro y que les murmuró al pasar: —Sin comentarios… El rostro de Celia estaba pálido y cubierto de una angustia mortal, las piernas se le aflojaron y Sandra tuvo que sostenerla para que no cayera al piso. Gerardo caminó por el pasillo hasta la puerta de la oficina, entró al taller y subió lentamente la escalera como no queriendo constatar lo que había oído ó lo que iba a ver. Se escuchó una fuerte discusión y recriminaciones especialmente para «Nico» que Gerardo sabía era el provocador.

Camagni, el dueño, que se enteró de lo ocurrido por comentarios que escuchó, le preguntó a Gerardo sobre lo que había sucedido y luego de escucharlo, le dijo a Marcos que se buscara otro lugar de trabajo y que agradeciera que no lo denunciaba a la policía porque conocía la tendencia homosexual de su sobrino y que tal vez lo ocurrido no fuera toda su culpa. Sosa se encargó de divulgar el acontecimiento a su manera anunciando desde la mitad de la escalera en voz alta: —Atención todos! Cuídense el culo que anda un «bufarrón» cerca! Mariquitas hagan cola ó saquen turno!... Le complacía saber que Celia sufría por esto y que lo ocurrido provocaría casi con seguridad el fin de su relación con el sodomizador. Marcos comprendió que había cometido un grave e irreparable error. Sabía que además de perder su trabajo perdía a Celia. El solo pensarlo le estrujaba el corazón y presa de un terrible sentimiento de culpa y vergüenza ni siquiera trató de explicar desde su punto de vista lo sucedido. Simplemente tomó sus cosas y se marchó.

Consiguió trabajo en la Filial 2 de ALEA en Piedras y Avda. de Mayo donde imprimían diarios en idiomas extranjeros: The Buenos Aires Herald, Le Quotidien, Il Risorgimento, etc. Lo único que pudo conseguir fué el horario nocturno, que terminaba a las 2 de la madrugada. El lugar era muy insalubre, con más de 90 linotipos funcionando en un enorme piso horizontal. El humo producido por la fundición de las barras de plomo, antimonio, estaño y las interlíneas de cartón envolvía completamente el lugar y la atmósfera era casi irrespirable. El regreso a su hogar era un via crucis, ya que el transporte a esa hora era muy espaciado y discontinuo. Fué asaltado y golpeado un par de veces mientras esperaba el colectivo en Diagonal Norte y 9 de Julio.

En ALEA conoció al Gral. Perón un día que éste visitó el taller. Marcos estaba en la primera linotipo cercana a la ancha escalera de acceso al taller, cuando escuchó rumor de gente subiendo. Era un numeroso grupo de personas, algunos con uniforme militar y la encabezaba la figura imponente e inconfundible que había visto muchas veces en la televisión del mismísimo General Perón. Este al poner el pie en el piso de las linotipos dijo en voz alta: —Abran las ventanas, ché! Que aquí no se puede respirar!, lo cual se hizo de inmediato, pero luego cuando el general se fué las volvieron a cerrar. Nadie sabía porqué pero las pocas ventanas que había debían estar cerradas. Tal vez por las quejas de los vecinos.

En su visita el general que era el dueño de la Editorial, escuchó los pedidos de los obreros, algunos solicitando vivienda, en lo barrios que el gobierno estaba construyendo y otros como en el caso de Marcos, una moto dada la dificultad expresada por él para viajar en el horario de trabajo que tenía. El Edecan de Perón, tomaba nota de los pedidos.

Un par de semanas después Marcos recibía con gran alegría una moto Puma, de 125 cc. de cilindrada, de fabricación nacional, pero el viaje era largo y no muy placentero, especialmente los días de frío y de lluvia y por el mal estado de muchas calles vecinales.

En ese invierno de 1955, en la ciudad de Buenos Aires ocurrieron acontecimientos políticos muy importantes. Resumiendo lo que publicaron los diarios y revistas de la ciudad de aquellos aciagos días, encontramos que: «El Peronismo se enfrentaba a un polo opositor integrado por la Iglesia Católica, la Sociedad Rural y algunos sectores de las Fuerzas Armadas por medidas que quería implantar Perón como la ley del divorcio, la supresión de la enseñanza religiosa obligatoria, la eliminación de subvenciones a los colegios católicos, entre otras. Además, en el Legislativo, esperaba su sanción la ley de separación de la Iglesia y el Estado.

«El 16 de junio aviones de la Armada y de la Fuerza Aérea bombardearon la Casa de Gobierno y ametrallaron a cientos de civiles en Plaza de Mayo y sus alrededores.

…»Fué el inicio del golpe de estado que derrocó al Presidente de la Nación, Gral. Juan Domingo Perón, en Septiembre del mismo año.

…»Al enterarse del ataque a la Casa de Gobierno, miles de obreros convocados por la Confederación General del Trabajo, se movilizaron para respaldar a Perón y a las tropas leales».

La Filial 2 de ALEA, que pertenecía a Perón, fué una de las primeras agrupaciones de obreros en llegar al lugar de los hechos dada su proximidad a la Plaza de Mayo. Allí se encontraron con personal de periódicos con sede en la Avda. de Mayo y de los ministerios cercanos, obreros portuarios y otros, que fueron recibidos al llegar a la Plaza por una segunda ola de bombardeos y metralla. Era un espectáculo dantesco, inimaginable, como de una película de guerra, pero real, con el tronar de los aviones pasando a vuelo rasante descargando su mortífera carga sobre la muchedumbre reunida en la Plaza.

Marcos vió como algunos caían muy cerca suyo alcanzados por las balas, bañados en sangre, entre ellos Jorge el ex compañero de la Tipografia Clancy que murió en un hospital pocos días después a consecuencia de sus heridas. Los medios publicaron entre otros detalles macabros: «Una bomba cayó sobre un trolebús con gente adentro que murió calcinada al incendiarse el mismo. Otras bombas cayeron cerca y sobre la Casa Rosada y en la Plaza provocando graves daños. Los obreros convocados sufrieron más bajas cuando intentaron tomar el Ministerio de Marina ocupado por los rebeldes…

«En la Plaza y sus alrededores quedaron los cuerpos de 355 civiles muertos y más de 600 heridos. En la noche de ese aciago 16 de Junio grupos peronistas quemaron y saquearon iglesias en venganza por lo ocurrido al mediodía.

…»Un par de meses después, el 16 de Septiembre estalló en la provincia de Córdoba una sublevación militar encabezada por el general Lonardi apoyado por la Marina.

…»La V División del Ejército, leal al Gobierno, cercó a Lonardi que había sublevado y se había hecho fuerte en la Escuela de Artillería.

…»La Marina de Guerra bombardeó los depósitos de combustibles de Mar del Plata, tras lo cuál los golpistas amenazaron con bombardear Buenos Aires si Perón no renunciaba.

…»Perón renunció y entregó el gobierno a una junta militar. El 23 de Septiembre el general Lonardi se presentó en Buenos Aires como el nuevo presidente provisional de la Nación».

El Viaje y peripecias en Nueva York

Marcos le comentó a su hermana Gabriela todas estas desgracias, nacionales y personales que estaban ocurriendo. Ella que ya estaba bien instalada en Nueva York, le ofreció prestarle los mil dólares y firmarle el «offidavit of support» que necesitaba para emigrar legalmente a los Estados Unidos. Inició los trámites en el Consulado y se puso a estudiar inglés.

Su madre había encontrado pareja y se iría a vivir a la casa de éste, dejando la casita que alquilaban. Llegado el momento ya con su Visa de Inmigrante y Pasaporte en mano sacó pasaje por Aerolíneas Argentinas y lleno de inquietud y esperanzas partió hacia su nuevo destino. Lima, la capital de Perú, fue una de las varias paradas en su itinerario. Allí pudo presenciar algunos partidos del Torneo Sudamericano de Básquetbol ya que el avión en el que viajaba necesitaba reparaciones que tomaron más de tres días. La siguiente parada fue Barranquilla en Colombia y luego Miami, ya en territorio norteamericano con su espectacular panorama semi-tropical de mar azul, sol brillante, hermosas playas e imponentes hoteles.

A medida que el avión se iba acercando a su destino final, el aeropuerto de la ciudad de Nueva York, el frío se hacía más intenso. Finalmente aterrizó patinando en la pista congelada del aeropuerto internacional que entonces se llamaba Idlewild. La nieve congelada acumulada en los estacionamientos y en las calles fué derritiéndose con la llegada de la Primavera y todo comenzó a reverdecer y a florecer.

En Brooklyn, Bruno había sido internado en un hospital por una infección bucal y Gabriela que estaba muy engripada le pidió a Marcos que fuera al Hospital a llevarle ropa y otros efectos personales. Tuvo que hacer preguntas para llegar al hospital y una de las personas que lo ayudaron fué una muchacha argentina que viajaba en el subway y que lo acompañó hasta el hospital y luego volvió con él hasta el departamento de Gabriela. Se llamaba Fabiana y se hizo muy amiga de Gabriela a la que ayudó mucho en los difíciles momentos que estaba pasando.

Vivía a dos cuadras por Eastern Parkway y era como una especie de ama de llaves, secretaria y administradora de una viuda americana con mucho dinero. Invitó a Marcos y éste fué a visitarla. Fabiana lo presentó a la dueña de casa que se llamaba Elizabeth Dillon, una bella dama de unos cuarenta años bien conservados.

Luego con el permiso de la dueña fueron a la parte de la vivienda destinada al servicio doméstico que contaba con dormitorio, cocina y baño. Fabiana le adelantó que iban a tener sexo. Le preparó la ducha, lo ayudó a enjabonarse especialmente los genitales que ella observó detenidamente murmurando frases de elogio y de placer mientras lo hacía. Marcos tenía la cabeza enjabonada y los ojos cerrados. Permaneció así varios minutos teniendo la sensación de que era observado por alguien más que Fabiana, lo cual no le importó ya que la estaba pasando muy bien.

Luego de la ducha fueron a la cama y allí sí, vió a la dueña de casa en la penumbra del cuarto, que se acercó vistiendo un «baby doll» de seda y encajes, llenando el ambiente de un perfume embriagador. Fue una maratón de sexo, besos y caricias entre dos hembras hambrientas de placer y un macho que supo complacerlas. Anochecía cuando se retiró y había bajado bastante la temperatura, así que al llegar a la calle se subió el cuello del saco y metió las manos en los bolsillos. Palpó algo en el fondo del mismo, lo sacó y lo miró a la luz del farol de la esquina. Era un billete de cien dolares que tenía escrito con lápiz labial Thank You!

Marcos consiguió trabajo en un periódico semanal en Rockaway Beach, un conglomerado de pueblitos veraniegos accesible desde la ciudad de Nueva York a través de una linea del subway que salía de Brooklyn y se hacía elevado sobre la Bahía de Jamaica. El dueño del periódico, Mr. Murray, no hablaba ni entendía nada de español, pero Marcos sabía lo que tenía que hacer y el periódico salía a tiempo y bien impreso y sus 5000 ejemplares se vendían a todo lo largo y ancho de la Peninsula de Rockaways.

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Marcos alquiló un cuarto a unas 15 cuadras del periódico, las que caminaba todos los días ida y vuelta por el boardwalk bordeando la playa. El cuarto estaba en el basement ó parte baja de la casa que era un caserón muy grande con muchas habitaciones ocupado por gente que venía de la ciudad a pasar el verano cerca de la playa. Todas las noches se reunían en el amplio porch y conversaban, a veces bailaban ó contaban chistes en amenas reuniones. La mayoría era gente mayor excepto Marcos y Judith, la hija de la dueña del lugar llamada Golda Geller.

Esta señora era muy estricta con las relaciones que podía tener su hija y no le gustaba nada que Judith le diera tanta confianza a un inmigrante que realmente no tenía nada que ofrecer. Ella aspiraba a que su única hija se casara con algún prominente abogado o médico dentro de su colectividad judía.

Judith puso una vieja máquina de coser en el basement, en un pasillo algo estrecho cerca de la puerta de entrada a la habitación de Marcos, que debía pasar por detrás de ella cada vez que entraba a su cuarto hasta que en una de esas pasadas ella se levantó dejando su costura al mismo tiempo que él pasaba y tuvieron que abrazarse para no caer. Esto les causó mucha risa especialmente a Judith mientras continuaron abrazados y riendo por varios minutos.

Marcos mejoró bastante sus conocimientos de inglés participando en las reuniones nocturnas en el porch y practicando con su primera amante norteamericana, la secretaria del dueño del periódico de nombre Grace. La relación comenzó el día que asesinaron a John F. Kennedy en Dallas, Texas. Grace vino desde su oficina llorando con la noticia: —They killed the president! y se abrazó a Marcos en medio de grandes sollozos. Este sorprendido, por la noticia y por el gran desconsuelo que le produjo a ella, la envolvió entre sus brazos consolándola como pudo hasta que se calmó.

El trabajo de Grace era reunir y sumarizar las noticias que provenían de las agencias noticiosas, que luego se imprimirían en el periódico de manera que iba y venía con frequencia de la oficina al taller trayendo los originales que Marcos «tipeaba» en la linotipo y que luego formarían las páginas del periódico.

El personal del periódico que se llamaba «The Rockaways», lo conformaba el dueño, Mr. Murray, que además era el editor, un señor muy mayor, la secretaria Grace y otros dos empleados: el impresor, un joven italo-americano que venía desde Brooklyn una vez a la semana, el jueves, el día que armaba e imprimía el periódico y un moreno de mediana edad encargado de la limpieza.

En días subsiguientes Grace invitó a Marcos a cenar en su departamento y pasaron muy buenos momentos juntos durante varios fines de semana. Toda el área donde se ubicaba el periódico estaba programado para remodelación y construcción de edificios altos a los que llamaban «proyectos».

Los propietarios de los edificios que iban a ser demolidos fueron indemnizados y Mr. Murray comenzó la edificación de las instalaciones de su nuevo edificio a pocas cuadras del lugar que había ocupado hasta entonces en un terreno bastante grande que era de su propiedad. Era una construcción simple y práctica: oficina al frente, el taller después y mucho espacio para estacionamiento todo alrededor. El local se construyó en un amplio terreno que tenía su frente en la avenida principal de Rockaway Beach y terminaba en un bosquecillo con un solo árbol grande y arbustos de varios tamaños que crecían entre las rocas de una pendiente que terminaba en una pequeña playa.

Debajo del árbol grande había una mesa de piedra que usaban los empleados para su lunch o descansos de café y reuniones al aire libre cuando el tiempo lo permitía.

Mr. Murray, agregó al taller algunas maquinarias para hacer trabajos comerciales y también otra linotipo y puso un aviso solicitando linotipista en el New York Times. Vinieron varios postulantes entre ellos un argentino, que se llamaba Enrique Walisky, que vivía en Arverne en la misma peninsula de Rockaways en pareja con una joven llamada Mirna, el que finalmente se quedó con el puesto.

El era oriundo de un pueblo en el norte de Argentina llamado Apóstoles, en la provincia de Misiones, que habían fundado sus ancestros, inmigrantes polacos. Era alto, rubio, de ojos de un relampagueante castaño claro. Le gustaba vestir bien y era bastante vanidoso y mujeriego. Y por esta razón su relación con Mirna era un constante sube y baja. Había días en que se los veía muy enamorados y otros en los que parecían distanciados y casi ni se hablaban y cuando lo hacían era para discutir. Cuando ella descubría o sospechaba de que él estaba interesado en alguna otra mujer le hacía la vida imposible con sus celos.

 Aquebogue, Long Island, New York

Los padres de Mirna habían venido muy jóvenes de Puerto Rico a Nueva York y de inmediato se establecieron en Long Island. El padre que se llamaba Carlos, comenzó a trabajar en un astillero en Southhampton de aprendiz ayudando en las reparaciones y pintando barcos. La madre llamada Esther se empleó en la cocina de un gran restaurant en el mismo pueblo.

Con el tiempo compraron una propiedad que tenía un terreno irregular pero muy amplio en una punta semirocosa que se metía en las aguas de la Bahía de Flanders en el pueblo de Aquebogue, donde al cabo de unos años ella instaló en el frente su pequeño restaurant al que llamó «Ocean Breezes» y él un taller de reparación y pintura para barcos en el fondo, que daba a un canal de aguas profundas.

El Restaurant era bastante popular y concurrido sobre todo en verano. Y a Carlos le iba tan bien con su taller que luego de un tiempo pudo comprarse un remolcador con el que acudía en auxilio de los navegantes con problemas, todo el año.

Al remolcador lo bautizaron «Popeye» y en él nació Mirna una tarde de Mayo cuando ambos esposos fueron con su barco a recoger una lancha que habían comprado para reparar y revender.

Ella desde muy pequeña, acompañaba a su padre cuando salía en sus travesías de trabajo y estaba familiarizada con todo lo pertinente al mismo en tierra, a bordo y en el agua. Creció al borde del mar y era una excelente nadadora y buceadora.

Enrique la conoció un verano en el que ella había sido contratada para trabajar de guardavidas en la playa de Southhampton. El flechazo fué inmediato y mutuo. Mirna era una atleta, esbelta y sólida. Practicaba varios deportes acuáticos con sus vecinos amigos. Además de nadar un par de millas mar adentro, hacían surfing, yachting y el servicio de guardavidas en la playa de Southhampton. Un par de estos amigos eran hijos de unos viñateros chilenos que habían establecido viñedos y bodega en Peconic, otros eran hijos de viñateros polacos de Southhold y Sagaponack.

Los fines de semana que estuvieran libres se reunían a la vera del camino, a la entrada de esos establecimientos a degustar quesos, vinos y repostería producidos en la zona atrayendo con su juventud, belleza y alegría a los muchos turistas y transeúntes que pasaban por la Ruta camino a Orient Point a tomar el Ferry que cruzaba el Long Island Sound hacia el puerto de New London en el vecino estado de Connecticut.

Al cabo de algún tiempo las dos parejas, Marcos y Judith y Enrique y Mirna, se hicieron muy amigos y compartieron muchas tardes de playa y visitas a New York City, a teatros, cines y parques de la gran ciudad y sus alrededores y también en Long Island, a Aquebogue, Peconic, Southold y otros lugares de interés y donde tenían amigos ó parientes.

También para ese entonces, en Rockaways, Judith salía a correr por el boardwalk, una ancha construcción de madera bordeando la playa, a la misma hora en que Marcos iba a su trabajo y caminaba a la par de él, charlando animadamente y riendo con tanta intensidad que debía agarrarse y entonces él la abrazaba y se reían juntos.

Judith era un poco mayor pero todavía bastante bonita y muy simpática. Pasaron varios meses de relación donde ella esperaba a Marcos a la salida del trabajo en su auto, un Pontiac Tempest casi nuevo, para llegar más pronto a la casa, llevaba a la playa sandwiches ó comida que ella misma preparaba, cenaban en la arena todavía tibia por los rayos del sol que la había calentado durante el día y luego cuando empezaba a oscurecer hacían el amor debajo del boardwalk, mientras ella hablaba y reía sin parar, feliz de estar en su compañía.

Fabiana, que averiguó donde trabajaba Marcos a través de Gabriela, la hermana de éste, se apareció un día por el periódico al mediodía y encontró a Marcos y Enrique en la mesa debajo de aquel árbol grande en los fondos del terreno donde los muchachos almorzaban alegremente.

Enrique sacó a relucir sus dotes de Don Juan y acaparó de inmediato la conversación y la atención de Fabiana. Marcos se mantuvo al margen ya que su interés iba en ese momento por otro lado.

No le extrañó que Enrique y Fabiana se pusieran de acuerdo para verse en Brooklyn, lo que ocurrió el fin de semana siguiente. Marcos le adelantó lo que iba a suceder. A Enrique le gustó la idea y se fué dándole a Mirna la excusa de que iba a Brooklyn a hacer ver el auto con un mecánico amigo.

Enrique estuvo a la altura de las circunstancias, tanto en lo social como en lo sexual. La señora Elizabeth Dillon quedó encantada con él, lo llenó de atenciones y le hizo prometer que vendría también el próximo fin de semana.

La excusa de la visita al mecánico amigo de Brooklyn sirvió solo para un par de veces más. Ya Mirna presentía que la ausencia de Enrique y sus viajes a Brooklyn los fines de semana eran para algo más que lo del auto. Así que comenzó a investigar y se enteró por Grace de la existencia y visitas de Fabiana al periódico y sus conciliábulos con Enrique que era todo lo que necesitaba saber. Le armó un escándalo de proporciones que duró algunos días al cabo de los cuales se fué a casa de sus padres en Aquebogue. Enrique le comentó lo sucedido a Fabiana y ésta a la señora Elizabeth quien le propuso que se viniera a vivir con ellas. Que mantuviera el trabajo en el periódico si así lo deseaba o que se viniera a trabajar en una de sus empresas.

Elizabeth Dillon era propietaria, entre otras cosas, de una flota de limousines que se empleaban para hacer viajes de ejecutivos a Atlantic City y otros lugares, acontecimientos sociales, casamientos, etc. El aceptó todo lo que le propusieron y se mudó a un pequeño departamento en la terraza del edificio que era propiedad de Elizabeth Dillon y desapareció de Rockaway. Se anotó en un curso de manejo para obtener el Registro Profesional de conductor y luego de completado el mismo se le adjudicó uno de los coches.

Enrique no perdió tiempo y supo aprovechar la oportunidad que la vida le brindaba pasando a ser casi de inmediato la pareja de la señora Dillon. Elizabeth antes de convertirse en la esposa del magnate financiero, había sido secretaria en la oficina del Sr. Dillon por varios años, siendo parte y testigo directo de sus aciertos financieros y la acumulación de la gran fortuna que le dejó éste al fallecer.

La administración de sus inversiones había sido encomendada a un estudio contable de mucho prestigio y estaba todo tan bien organizado que de Elizabeth solamente necesitaban la aprobación y firma para la concreción de alguna importante adquisición ó inversión.

Algunas de sus empresas menores como la flota de limousines y el alquiler de los departamentos del edificio de Eastern Parkway corrían por cuenta de Elizabeth y la que realmente hacía el trabajo era Fabiana. Enrique pasó a ocupar esa posición cuando Fabiana regresó a Buenos Aires luego del fallecimiento de su padre.

Fabiana era de Chascomús, un pueblo turístico en la provincia de Buenos Aires, cuya atracción principal era su laguna. Allí nació y vivió su infancia y adolescencia. La casa de sus padres lindaba con un recreo y parada de vehículos que pasaban camino a la costa atlántica, consistente en un pequeño y acogedor restaurante y algunas habitaciones que se alquilaban a turistas y en donde ella pasaba buena parte de su tiempo libre. Era muy amiga del hijo del dueño del lugar, un joven estudiante de comercio que cuando ella se fué a Nueva York se casó con otra vecina del lugar con la que vivió algunos años hasta que ella falleció en un accidente ocurrido en la laguna.

Luego de un tiempo de su regreso a Chascomús, Fabiana se puso en pareja con el joven viudo, se asoció comercialmente con él, ampliaron las instalaciones y servicios que brindaban, con el dinero de la venta de la casa de sus padres y algunos ahorros que había conseguido reunir durante sus años en Nueva York y se dedicó a la administración y manejo del lugar.

En Rockaways, contrariando los deseos y expectativas de su madre, Judith finalmente ajustó detalles y anunció su casamiento con Marcos, que se realizó en una sencilla ceremonia en el Registro Civil de Belle Harbor donde solamente estuvieron presentes los contrayentes: Judith y Marcos y dos testigos, amigos de Judith.

Mirna en Aquebogue, trataba de olvidar a Enrique manteniéndose muy ocupada. Participó y ganó una competencia de natación en mar abierto, ayudaba a su padre en el astillero y a su madre en el restaurant y también en algún Domingo libre a sus amigos viñateros.

Una hermosa mañana de Octubre se levantó bien temprano y como era su costumbre corrió a lo largo del muelle y se lanzó al agua a nadar alrededor del mismo. Se sorprendió al ver anclada al otro lado, cerca de la costa, una embarcación que no estaba allí la noche anterior. Era un house-boat, (un bote-casa) y notó a alguien durmiendo en una hamaca en la popa. Se acercó lo suficiente para poder ser oída: —Ahoooy! Sleeping sailor! Nice and Shiny! Time to get up!… (Hola! Marinero dormilón. Arriba!). El hombre se levantó y se acercó a observarla: —Are you a person or a mermaid? (Eres una persona o una sirena?) Sonó clara y cristalina la risa de Mirna que respondió: —A person… and I am inviting you to have breakfast at my place! El contestó: —Sound good to me!...I am hungry! (Me gusta la idea. Tengo hambre!) Y se lanzó al agua vestido como estaba en medio de la risa de ambos.

Nadaron hasta el muelle y una vez en tierra se presentaron: —My name is Maurice Lefrere. I am a marine biologist. And you are…? –My name is Mirna, and I live right there… Y le señaló donde vivía. Al llegar Mirna le entregó una toalla para que se secara mientras ella tomaba otra y preparaba el desayuno.

Maurice era biólogo marino y se dedicaba al estudio científico de organismos que viven cerca ó en las costas del océano Atlántico, por encargo de un par de Universidades canadienses. Sus padres que estaban retirados y vivían en una casa quinta en las afueras de Montreal, habían dividido todos sus bienes y dinero en tres partes, dos para cada uno de ellos y la tercera parte para su hijo único, Maurice, que nació y se educó en Montreal hablaba francés como su lengua nativa e inglés con un poco de acento afrancesado.

Vivía la mayor parte del año en ese bote-casa equipado con todo lo necesario para su trabajo, excepto en invierno cuando lo guardaba en un cobertizo de su casa en tierra firme en Terence Bay, una comunidad rural de pescadores en el Municipio de Halifax en la provincia canadiense de Nova Scotia.

Doña Esther se levantó al sentir movimiento en la cocina y también Don Carlos. Luego de las presentaciones se inició una animada conversación durante el desayuno, al término de la cual Maurice les encargó la pintura de su casa-bote y a él le prepararon una cabaña para el tiempo que llevara la pintura y reparaciones que necesitaba el barco.

El tiempo de su estadía, fué bien aprovechado por Maurice y Mirna que recogieron de los alrededores variados especímenes marinos que él consideró que serían de interés para sus alumnos en las Universidades Dalhousie y Saint Mary y Darmouth College, donde daba clases especiales y conferencias en invierno y para un gran acuario en la ciudad de Halifax que los compraba a buen precio.

Quince días después el houseboat completamente pintado a nuevo con el agregado que antes no tenía del nombre de su puerto base en letras doradas «Halifax, Nova Scotia» y la bandera canadiense, obsequio de la Cámara de Comerciantes de Southampton, flameando en su popa, partía hacia el norte, despedido por buena cantidad de amigos que se habían reunido en el pequeño puerto para verlo partir, porque Maurice en esos días de su permanencia en Aquebogue se había ganado la amistad de muchos en esa parte de Long Island y porque además en ese bote se iba una de sus hijas predilectas, Mirna, que se fué con él.

Para ambos el mundo submarino fué de ahí en adelante su mundo. La costa atlántica desde Nova Scotia al estado de Florida pasó a ser su habitat.

El Reencuentro

Pasaron algunos años y en una oportunidad los sorprendió una tormenta cerca del puerto de Norfolk en la boca de la bahía de Chesapeake en Virginia. Maurice conocía bien su embarcación y estaba familiarizado con las tormentas del Atlántico por haber sobrevivido varias. Encerró a Mirna en el dormitorio con un salvavidas puesto, clausuró puertas y ventanas y se quedó sólo en la cabina de mando.

Empuñando con firmeza el timón, alerta, como adivinando por donde vendría el próximo golpe, parecía disfrutar de los violentos zarandeos, de las olas vertiendo sobre la embarcación torrentes de agua y los golpes del viento haciéndolos girar, sumergirse y volver a la superficie como una cascarita de nuez y él acompañándolo todo con fuertes exclamaciones y estentóreos gritos en francés. Parecía un corsario de otros tiempos revivido y desafiante al comando de un intrépido bergantín: —Nous allons! Frappez-moi plus fort! J’ai aimé ça! Ahuuuui !!Ahuuuuiii!!!

Pasada la tormenta, que les causó serios daños, una lancha de la guardia costera de Virginia los encontró a la deriva varias millas mar adentro y los remolcó hasta el puerto de Norfolk donde esperaron a Don Carlos que venía con su remolcador «Popeye» a recogerlos y llevarlos hasta el astillero de Aquebogue para reparaciones.

La casa y el restaurant de la familia de Mirna fué entonces un continuo flujo de personas que venían a saludarlos. Ellos atendían a todos los que podían, aunque reservando también buena parte de su tiempo para la colección de especímenes submarinas en los alrededores como era su costumbre.

Un grupo bullanguero de chicas que conocían a Mirna desde la infancia, vinieron una tarde cuando ya habían terminado su tarea y con el consentimiento de Maurice, que bromeando decidió darle a ella tiempo libre, se la llevaron. En el camino mientras conversaban animadamente se pusieron de acuerdo en ir a lo que había sido la bodega de «La Polaca», un amplio y antiguo establecimiento donde ellas jugaban de adolescentes que había quedado abandonado tras la muerte de su propietaria.

Mirna sabía que el mismo había sido adquirido por la señora Elizabeth Dillon de Brooklyn y que luego de una gran limpieza y reacondicionamiento habían puesto en marcha un novedoso proyecto al frente del cual estaba un viejo conocido de ella: —You know who, right? (Tú sabes quién, verdad?) le preguntaron con picardía a Mirna que sabiéndolo había evitado hasta ese momento ir hasta allí para no encontrarse con Enrique Walisky.

Luego de unos quince minutos por el highway llegaron y tomaron el ancho camino de arena y ripio que tenía a la entrada un letrero pintado a mano con el nombre de la que había sido la dueña y fundadora del lugar y conducía a la costa donde ya estaba funcionando a pleno el «proyecto» que Enrique construyó con el dinero y la asesoría legal de los abogados de la Sra. Dillon.

A ambos lados de la calle y por un largo trecho se veía hasta donde alcanzaba la vista la vides simétricamente plantadas y a lo lejos en dirección a la costa los edificios del «proyecto Dillon-Enrique Walisky», que consistía en un gran Restaurant con amarradero para una buena cantidad de botes, una bodega subterránea con espacio para embotellamiento y degustación de vinos que se servían acompañados de una variedad de quesos de la zona y embutidos que Enrique traía de Brooklyn, cortados en pequeños trozos y que ellos llamaban «picada» y a la entrada del cual se podía leer en Inglés y Español: «Aquí podrá degustar y comprar los mejores vinos Malbec y Cabernet Sauvignon de Long Island producidos con cepas mendocinas y elaborados por enólogos de la Región de Cuyo, en Argentina, comparables a los mejores del mundo”.

Mirando hacia la izquierda del camino se veía una cancha de polo y un gran establo para albergar a los costosos caballos que se usan para la práctica de este exclusivo deporte. Las muchachas comentaban con lujo de detalles lo que habían experimentado en la inauguración de este campo deportivo en un partido entre un equipo argentino y un seleccionado de la región y la buena relación que se estableció entre varias de ellas y los jugadores.

Un poco más alejado y en medio de una añosa arboleda había otro galpón con una pileta de natación y equipamiento para la práctica de pesas y fisicoculturismo. Le comentaron a Mirna que allí habían visto a Enrique junto al entrenador y a varios atletas dedicados a esa actividad, todos ellos de gran físico y desarrollada musculatura. —When you see him you’ll be sorry you’d let him go! (Cuando lo veas te vas a arrepentir de haberlo dejado ir!) —Ohh!… Its OK!. I am happy with my Maurice! Ja!..Ja!..Ja!… (Está bien… Yo soy feliz con mi Maurice!)

Cuando estaban estacionando las chicas el enorme Cadillac en el que venían vieron pasar a los fisicoculturistas en dirección al bar y la que manejaba dijo en voz baja: –OK. Gatitas!… A cazar se ha dicho! Ahí van los ratoncitos! Cuando les parezca que sea la hora de volver nos encontramos aquí! Good Hunting!… (Buena cacería!)…

Siguieron a los muchachos hasta el bar y allí entre abrazos y mucho barullo se fueron formando las parejas. Un par de ellos pusieron música y se pusieron a bailar. Otros tomaron su vaso de refresco y se fueron afuera. En el bar quedaron Enrique y Mirna. Esta no podía salir de su asombro al ver la transformación de Enrique, que además de lo desarrollado de su musculatura se había dejado crecer el pelo que ahora lo tenía recogido y atado atrás aunque dejando ver algunos rizos de su rubia cabellera. Lo único que le recordaba a su Enrique de otros tiempos era el relampagueánte castaño claro de su ojos.

— Qué cambiado estás!… — Bueno, esto del físico y las artes marciales, lo tuve que hacer a la fuerza. En el edificio de Brooklyn donde fuí a vivir se puso muy inseguro salir a la calle. A Elizabeth le gustaba ir a caminar por el Brooklyn Botanical Gardens y allí nos asaltaron un par de veces. En una de esas a mi me dieron una paliza dos morenos y allí me decidí a aprender a defenderme. Pusimos un gimnasio en un galpón alquilado en Coney Island, que es donde yo empecé a practicar defensa personal con el instructor que ahora tenemos aquí, un brasileño llamado Julinho, que fué campeón mundial hace un par de años. ¿Y a vos cómo te va?

–Muy bien. Estoy haciendo lo que me gusta con Maurice, que es un muy buen muchacho. Vivimos y trabajamos en un house-boat casi todo el año, menos en invierno que él da clases en Nova Scotia donde tiene su casa. Mientras caminaban por la marina él le contó que cuando estaba muy avanzado en su training salían con Julinho a buscar «camorra» para practicar. Ya los «chicos malos» del subway, el Jardín Botánico y el gran parque de diversiones de Coney Island los conocían. Los llamaban «los dos hombres de hierro» (Iron Man 2) ó «Bruce Lee & Co.» y evitaban meterse con ellos. Entre risas y animada charla llegaron a un bonito bote que tenía el nombre de Enrique.

–Es tuyo? –Sí… Me lo regaló Elizabeth cuando se recogió la primera cosecha y nos fué muy bien. Invitamos y vinieron algunos de los más prestigiosos productores de vino de Francia, España, Italia, Argentina y Chile. Nuestros vinos tuvieron muy buena acogida y nos invitaron a participar en Festivales en esos países. Al mismo tiempo se hizo un cuadrangular de polo con equipos de USA, Canada, Argentina y Brasil. Esto va a ser un acontecimiento anual. Nuestra vendimia y el cuadrangular de polo.

Entraron al bote. Mirna estaba bastante alegre por lo que le habían servido en la barra y muy feliz de haberse reencontrado con Enrique, pero era de esas muchachas que si se presentaba la ocasión de tener sexo, quería estar lúcida, hacerlo por su propia voluntad y sin excusas. Había un slogan que le aplicaba a ella muy bien: «My Body. My Choice. No Regrets». «Mi Cuerpo. Mi elección. Sin remordimientos».

Ya dentro del bote se dejó abrazar y acariciar, reavivándose el viejo fuego que parecía haber quedado latente entre ellos dos. Enrique puso en marcha el bote y se alejó un poco del muelle. Ella le soltó el pelo jugando con él, charlaron un rato, rieron mucho e hicieron el amor, arrullados por la olas y la fresca brisa de la bahía.

La insistente bocina del Cadillac los llamó a la realidad. Volvieron a tierra, se despidieron y partieron de regreso. Cuando Mirna llegó a su casa tomó una rápida ducha y fué directamente a dormir al dormitorio de la cabaña. Maurice dormía plácidamente en la hamaca de la popa del houseboat que estaba en el dique seco del astillero. A la mañana siguiente ella fué la primera en levantarse despertando a todos para desayunar y comenzar sus actividades cotidianas.

Nueve meses después en pleno invierno de Nova Scotia, con el viento helado bramando afuera y la nieve cubriendo todo el paisaje en el pueblito pesquero de Terence Bay de Halifax, Nova Scotia, en el amplio living de la casona al borde del mar donde brillaba el fuego chisporroteante de una gran chimenea, nacía un robusto bebé de abundante pelo rubio y luminosos ojos castaños al que llamaron Henry Maurice Lefrere.

Klaude

Gabriela y Bruno se mudaron a San Francisco donde la empresa para la que trabajaba Bruno instaló una subsidiaria y donde su hijo Klaude pasó su adolescencia y completó su educación. Klaude tenía mucha facilidad para aprender idiomas. Hablaba fluentemente inglés, español, italiano y alemán. Practicaba fútbol «soccer´´ en la Liga de Oakland y allí encontraba siempre gente con quienes practicar sus conocimientos linguísticos. Estudió y se dedicó a la profesión de Guía de Turismo trabajando en una gran agencia de viajes en San Francisco.

Luego de un tiempo y ya con bastante experiencia en el negocio, lo enviaron a la sucursal de Hawaii. Allí aprendió el idioma cantonés con una amiga-novia cuyo padre era un rico comerciante de Hong Kong hasta donde viajaron para conocer a la familia cuando se casó con ella. Se divorciaron un par de años después y él se dedicó un tiempo a viajar de mochilero por Europa.

En la ciudad capital de Bielorusia se puso de novio y se quedó a convivir en la casa de una nueva pareja un par de años aprendiendo con ella el idioma utilizado en la región. Luego volvió y con la ayuda financiera de su padre y de Gabriela, su madre, que asumió un papel preponderante como manager de la oficina, puso una exitosa agencia de viajes en Oakland. Al cumplir los treinta años se casó con la hija del que había sido su empleador algunos años atrás y se especializó en organizar excursiones y cruceros a diferentes partes del mundo. Aunque casi nunca coincidían sus itinerarios, cuando ella partía con un contingente de turistas hacia los Carnavales de Brasil, él estaba encabezando un safari para millonarios en Africa, se llevaban bien y eran una pareja estable y en el fondo se querían y extrañaban cuando no estaban juntos. Y esos momentos aunque no tan frecuentes, los disfrutaban a pleno.

Marcos siguió manteniendo contacto con Roberto el otro linotipista de sus tiempos de la Tipografía Clancy comentándole todo lo que le acontecía y a su vez recibiendo las novedades de Buenos Aires que éste le proveía. Roberto le contó que Celia luego de lo ocurrido aquel terrible Sábado, estuvo sumida en una profunda depresión por algún tiempo, del que fué saliendo poco a poco gracias al apoyo de Sandra, Gerardo y de la gente del Teatro «Los Independientes» donde ahora pasaba casi todo su tiempo libre.

Ella paulatinamente fué aceptando los galanteos y ofrecimientos de Lino Figuera, el dueño del teatro y más adelante la propuesta de convertirse en su pupila y amante. Tomó cursos de actuación, baile, canto, modales y todo lo que Figuera consideró necesario para que ella fuera una buena actriz y una dama. Cuando había absorbido todo lo que le enseñaban comenzó a tener papeles importantes en las obras del teatro. Al cumplir 21 años se mudó con él a la casa que había sido de sus padres, en Olivos.

Ya sumergida en el mundo del espectáculo conoció mucha gente importante, entre ellos un abogado muy experimentado en la representación de figuras del ambiente artístico, que pasó a ser su representante. Ya para entonces era reconocida por su belleza, preparación artística y conexiones recibiendo constantemente ofertas para actuar en cine y teatro donde se destacó recibiendo muy buenas críticas del público y los periodistas y ganando mucho dinero.

También se enteró por medio de Roberto, que «Nico», su madre y su padrastro se fueron a vivir a Pinamar, un proyecto turístico sobre la costa atlántica argentina que empezaba a poblarse, donde se hicieron cargo de una posada para estudiantes que heredó la madre. Voievidka, el «Ruso» que dibujaba bien, se casó con una señora algo mayor y se fueron a vivir a Colonia del Sacramento en Uruguay donde esta señora tenía propiedades importantes. Camagni tuvo problemas de salud por su vicio de fumar y le prohibieron el cigarrillo, pese a lo cual siguió fumando, tosiendo fuerte toda vez que aspiraba el humo y desmejorando a simple vista hasta que falleció de cancer de pulmón unos años después.

El «tanito» Pierino, se casó con su amiga, la estudiante de Filosofía y Letras y vivían en la casona de Palermo, ampliada con salón de ventas y taller de reparaciones de bicicletas atendido por él y su padre. Preparó una buena bicicleta de carrera y participaba en cuanto evento de ciclismo ocurría en Buenos Aires. Fundó un club ciclista al que llamó Círculo Italo-Argentino de Ciclismo Amateur (CIACA).

Gerardo vendió el auto y con su hermano Mario compraron una vieja imprenta que había quedado abandonada en uno de los rincones de la Recoba de Paseo Colón tras la muerte de su dueño. Tenía al fondo una habitación, cocina y baño a la que fué a vivir Mario después del fallecimiento de su madre y la venta de su casa en Ramos Mejía. Luego de muchas horas de trabajo y reacondicionamiento la pusieron a funcionar nuevamente, tomaron un impresor y se dedicaron a producir impresos comerciales para los negocios de la zona.

 Al cabo de un tiempo, Gerardo y Mario tuvieron que renunciar a la Tipografia y dedicarse por completo a su imprenta por el volumen de trabajo que tenían. Sosa, después de muchas peleas y constantes desavenencias, se separó definitivamente de su esposa, que se fué a vivir a Córdoba con sus padres y sus dos hijos. El decayó de manera tan notoria que se le notaba mucho más delgado y demacrado.

Sandra y Gerardo se lo comentaron a Celia que olvidando su mal comportamiento anterior habló con él, consiguió que el mismo profesor de canto que ella tuvo le diera clases pagadas por ella. Esto levantó considerablemente su estado de ánimo, absorbió ávidamente todo lo que le enseñaron, consiguió un buen guitarrista y junto a César que hacía de presentador, cantor de tangos, declamador y maestro de ceremonias formaron el conjunto «Los de Clancy» que comenzó a actuar con algún éxito, primero por los cafetines del bajo y en el barrio de Constitución. Cuando ya estaban afirmados y con más experiencia consiguieron contratos en los lugares donde actuaba «Sandrini» que ahora ya encabezaba carteleras en el centro porteño junto a conocidas «vedettes» y figuras importantes de los Teatros de Revistas.

Luego de aquel Sábado donde todas las juveniles ilusiones forjadas por ambos se vinieron abajo como un castillo de naipes, Celia y Marcos no se habían vuelto a ver. Hasta que unos años después se anunció en Nueva York una película argentina producida por Lino Figuera y en la que Celia, con el nombre artístico con el que la había rebautizado su representante, estaban nominadas para ser premiadas en un Festival de Películas Latinas. Marcos que estaba al tanto de su carrera, concurrió a Radio City Music Hall donde iban a celebrar la ceremonia de entrega de premios en una noche de gran gala, con la esperanza de verla, aunque sea de lejos.

Al finalizar la función la vió salir, acompañada del galán de la película y de los aplausos de la gente reunida en el hall del teatro. Estaba espléndida. Detrás suyo venía Figuera acompañado de la que ahora era el motivo de su interés, una joven aspirante a actriz, muy bella. El grupo pasó cerca de Marcos y Celia lo vió, se estremeció levemente, clavó sus ojos en los de él con una mirada que era al mismo tiempo de reproche y de resignación, esbozó una sonrisa como la que acostumbraba cuando desde su oficina en la Tipografía Clancy miraba hacia la linotipo donde él trabajaba.

Se detuvo cuando un grupo de gente que estaba en el hall esperando la salida de los artistas se acercó a pedirle autógrafos. Marcos escribió en el Programa que tenía en sus manos: «Te quiero y Siempre Te Querré«. Cuando pudo se acercó y se lo dió junto a un bolígrafo para que lo firmara. Ella lo leyó y escribió: «Yo también. Celia«. Se mordió levemente los labios y continuó su camino hacia la limousine que los esperaba. Ya en la oscuridad del interior del vehículo se secó disimuladamente unas lágrimas que humedecieron sus siempre hermosos ojos azules.

Lino Figuera que había visto lo sucedido y reconoció a Marcos, sacó de su bolsillo una tarjeta donde figuraba el nombre y la dirección del hotel donde se hospedaban, escribió «Room 435», se lo alcanzó a Marcos y le dijo: «Llámala. Hablen. Les va a hacer bien a los dos.» Al día siguiente Marcos con la excusa de que debía concurrir al Consulado Argentino en la calle 56 en Manhattan, para asentar el cambio de domicilio tomó el Long Island Railroad hasta Grand Central Station y luego tomó un taxi hasta el Consulado. Finalizado el trámite llamó al Hotel desde un teléfono público. Celia y toda la delegación argentina estaba alojada en un gran hotel frente a Central Park. Quedaron en reunirse en el parque en el lugar donde se erige la estatua del Gral. San Martin, en la 59th Street y Avenida de las Américas.

Allí se encontraron, se abrazaron y besaron efusivamente. Ella venía vestida muy sencillamente, con pollera corta que dejaba ver sus hermosas piernas, sin maquillaje y con anteojos oscuros. Caminaron tomados de la mano por el Center Drive, locos de felicidad por volverse a ver y poder estar juntos nuevamente, aunque sea por un rato. Se metieron entre las flores y los arbustos cerca de un pequeño lago conocido como The Pond, como una pareja más buscando un lugar para expresarse sus sentimientos.

Ella guardó sus anteojos oscuros y Marcos pudo sumergirse una vez más en la maravilla de aquellos ojos tan hermosos. Hablaron un largo rato, rieron, lloraron, abrazados y prodigándose besos y caricias insaciables. Por un rato fueron nuevamente Celia y Marcos, la pareja de enamorados de la Tipografía Clancy y también hicieron el amor como lo hacían en otros tiempos y en otras circunstancias, entre los arbustos de la Plaza San Martin de Buenos Aires.

Ella le contó que ya no vivía con Figuera. Que se había comprado un amplio departamento sobre la calle Tres Sargentos, en el barrio de Retiro, donde nació, se crió y vivió su adolescencia, conoció y sufrió las mieles y las amarguras de su primer amor, cerca de sus amigos del Teatro «Los Independientes», el matrimonio de Sandra y Gerardo que ahora tenían un par de mellizas y muchos nuevos amigos. Su departamento era el centro de reuniones frecuentes de un selecto grupo que incluía intelectuales, gente del espectáculo y algunos deportistas. Le dió la dirección y el teléfono de su departamento y le pidió que la visitara si alguna vez viajaba a Buenos Aires.

También le contó que a sus padres, doña Juana y el señor Petrella, les compró una cómoda casita en el barrio de Boedo. Que su hermano Germán concurría al Colegio San Antonio de Padua y era una interesante promesa en las divisiones infantiles de fútbol del club San Lorenzo de Almagro a pocas cuadras de su casa. Se despidieron al pie de la estatua del Gral. San Martin. Ella se volvió a poner los anteojos oscuros y él la vió cruzar la Avenida y desaparecer entre la gente.

Algún tiempo después, ya de vuelta en Buenos Aires, Celia fué con algunos amigos a ver boxeo al cercano estadio Luna Park, llamado entonces El Palacio de los Deportes. En la cartelera figuraba un promisorio valor que se estaba destacando en el deporte de los puños, conocido de uno de los utileros del Teatro «Los Independientes» y para enfrentarlo pusieron a un novato que hacía sus primeras armas. Ella se conmovió por la resistencia del joven boxeador, que tenía un cierto parecido con Marcos y el que pese a estar recibiendo duro castigo de parte del más experimentado rival, se mantuvo en pié hasta el final.

Finalizada la velada boxística lo llevó a su departamento y se ocupó de que le curaran bien las heridas. Se imaginaba que era Marcos. Lo albergó, le dió la posibilidad de alimentarse bien y concurrir diariamente a entrenarse. Las próximas peleas de su amigo boxeador ya no fueron tan desiguales y poco a poco comenzó a destacarse y a conseguir mejores peleas y buenas remuneraciones. Luego fué su amante por un tiempo y hasta consiguió que lo tomaran para actuar en una película, haciendo precisamente la parte de un boxeador. Figuera siempre estuvo cerca y fué el sostén donde ella podía refugiarse cuando lo necesitaba. Tuvo muchos admiradores, algunos serios pretendientes, amigos y amantes, pero nunca se casó ni quiso tener hijos y su carrera artística era estable y brillante.

Marcos consiguió ingresar a la Unión de Impresores de Long Island en Nueva York, lo que le dió la posibilidad de obtener además de mejor salario, muy buenos beneficios médicos y sociales. Primero fué suplente, lo que significaba que no tenía un lugar ni horario fijo. Iba adonde lo mandaba la Unión a reemplazar o reforzar al personal de talleres que necesitaban ayuda temporal. Finalmente consiguió una posición permanente en un taller donde trabajó algunos meses hasta que la Unión lo designó para reemplazar a un miembro que se retiraba en el periódico más importante de Long Island.

Marcos conservaba ese entusiasmo y buena predisposición que tuvo siempre, lo que le valió la estima y consideración de sus supervisores que le dieron luego de algún tiempo algunas responsabilidades a las que él respondió con eficiencia y excelentes resultados. Su estampa de galán latino que ahora estaba magnificada por la experiencia y el excelente manejo del idioma inglés también hizo impacto entre sus compañeras de trabajo que veían en él además de su buena presencia y simpatía, un promisorio futuro en la empresa. Todas, casi sin excepción, desde las más jóvenes hasta algunas ya casadas ó divorciadas no perdían oportunidad en acercarse a él a consultarlo o simplemente a conversar y a reír un poco, dado que siempre estaba de buen humor y listo para la réplica oportuna y graciosa.

El ambiente era propicio para las tentaciones que se presentaban con bastante frecuencia, pero había visto un par de situaciones que no terminaron bien para los participantes varones en este peligroso juego de amoríos en el lugar de trabajo y evitaba involucrarse dentro de los límites de lo posible. En un caso que fué muy comentado y tuvo bastante repercusión, una de las operadoras del Salón de Composición, muy bonita y desenvuelta, se relacionó con uno de los supervisores enamorándolo de tal manera que él dejó a su familia y el confortable hogar donde vivía para alquilar un departamento e irse a vivir con ella.

Al parecer ella también tenía un amante en otra sección del periódico donde había trabajado antes y ambos hombres decidieron dirimir a puñetazos en el estacionamiento el derecho a la absoluta posesión de la casquivana muchachita. El resultado final de la disputa fué que despidieron a la causante del problema, también al operario y destituyeron al supervisor.

Marcos hasta entonces había esquivado sagazmente situaciones comprometedoras, siempre sin lastimar ni poner en peligro la amistad y estima que ellas le prodigaban. Pero había una que se le estaba metiendo en la piel y le costaba muchísimo apartarla de su mente. Era una muñeca como de unos 20 años, rubia, de ojos sugestivos de un color indefinido y un cuerpo escultural, que le traía las pruebas corregidas para que él las revisara antes de ir a la Sala de Máquinas para su impresión. La llamaban Peggy y era nada menos que la hija del Supervisor General, el que al parecer tenía intenciones de nombrarlo para el puesto de Asistente Supervisor de la Sección de Composición.

El periódico tenía desde los elementos técnicos más avanzados hasta las máximas comodidades en su parte edilicia con salones de conferencias, anfiteatro, amplias oficinas para los ejecutivos, comedor para el personal, abierto las 24 horas que tenía acceso al estacionamiento y a una zona parquizada muy bien conservada, con mullido césped y numerosas plantas y florecientes arbustos.

En la media hora de descanso Marcos comió un sandwich, tomó una taza de café y salió al parque a caminar y a disfrutar de un anochecer muy bello de los últimos días de otoño. De pronto sintió que alguien lo tomaba del brazo y escuchó un susurrante y musical: –Hello!... Tenía a su lado a la bella muñeca de sus sueños imposibles que lo envolvió con su perfume embriagador y su vibrante risa juvenil. –No… Peggy… No… No… Suppose your father find out. It would be the end for me! Please, darling. Let go! –No sir… I won´t go unless you kiss me first. All right? –OK. Just a kiss. OK? Marcos le había dicho que si su padre se enteraba sería el fin de su trabajo en el periódico. Ella le dijo que lo sabía, pero que no se iría sin llevarse antes un beso. Se apretó contra su cuerpo y se besaron.

De ahí en adelante evitó en lo posible encontrarse con Peggy a solas, aunque siempre había momentos en los que ella coqueteaba y lo provocaba discretamente. Luego se alejaba sonriendo burlonamente con una mirada picaresca. Una tarde lo llamaron a la oficina del Supervisor General y Marcos pensó que algo malo iba a suceder. El padre de Peggy, Mr. Schwartz, era un hombre de aspecto importante cuya sola presencia inspiraba temor y respeto.

Mientras esperaba pudo ver que la oficina, ubicada en el segundo piso con amplia vista a los jardines del frente y al estacionamiento, era una verdadera suite, con cocina, de donde provenía un delicioso olor a café, baño completo con ducha y sauna, muebles modernos y amplios ventanales. Luego de unos momentos de espera apareció la secretaria, Karen, quien le indicó que ya podía pasar.

El Sr. Schwartz le dijo de entrada que él sabía que su hija estaba infatuada con él y lo felicitaba por haberse mantenido firme y no haber sucumbido a sus encantos. Que ella era una niña caprichosa, acostumbrada a obtener de cualquier modo lo que se proponía. Marcos le respondió que su fortaleza en resistir los innegables encantos de Peggy se debían al gran respeto que él le inspiraba y que ésa seguiría siendo su norma de conducta.

El Supervisor General le hizo saber que lo nombraría Supervisor Asistente y que debía asistir a un curso de capacitación. La reunión terminó con un fuerte apretón de manos y el gran hombre lo acompañó hasta la puerta y poniéndole la mano en el hombro le dijo: –You are a good man, Mark. It´s a pleasure to have you here with us… (Tú eres un buen hombre y es un placer tenerte con nosotros…)

La función del Asistente Supervisor era la de nexo entre la oficina del Supervisor General con los demás Supervisores de las seis diferentes secciones que componía el Departamento de Composición ó Composing Room como era designado el enorme espacio donde funcionaban todas las secciones que se ocupaban en componer las páginas del periódico hasta su envío listo para imprimir a la planta baja donde estaban las máquinas impresoras.

El ascenso venía acompañado de un substancial aumento de sueldo que Marcos y Judith celebraron en su Restaurant preferido en Central Islip, que tenía un enorme cartel luminoso al frente sobre Suffolk Avenue, con el nombre en neón de colores azul y blanco: «Rio de la Plata» Argentinian Steakhouse y una pareja en posición de bailar un tango. Los «Churrascos», Parrilladas y Asados de este Restaurant eran famosos en Long Island.

El día anterior al comienzo del invierno cayeron seis pulgadas de nieve cubriendo con un manto blanco todo el paisaje. A la hora de salida del turno con mayor cantidad de personal del periódico nevaba copiosamente. Había muy poca visibilidad y un fuerte viento arremolinaba la nieve, arrancaba ramas de los árboles y golpeaba furiosamente los autos que se movían lentamente, patinando en las rutas y calles vecinas.

De tanto en tanto se veían las luces de los camiones de bomberos ayudando a vehículos y conductores con problemas y también patrulleros de la policía estatal junto a ambulancias en la escena de algún accidente.

La mayor parte del personal decidió esperar en la Cafetería hasta que amainara la tormenta. Marcos y Karen estaban completando el Resumen de la actividad del día en la oficina del Supervisor General que ya se había marchado y veían a través de los ventanales el mal tiempo afuera. Terminado el Resumen, Karen le preguntó a Marcos si iba a esperar que amainara la furia de la tormenta ó si se aventuraría a tratar de llegar a casa de todas maneras. Estaban juntos muy cerca el uno del otro mirando hacia afuera. Marcos la miró y vió en los ojos de ella algo parecido a una invitación que unido al ambiente íntimo y excitante donde se encontraban los dos le hizo decir –I`ll stay (Me quedaré)...

Karen era una bella mujer, muy segura de sí misma y acostumbrada a lidiar con personas y situaciones importantes y diversas. Marcos siempre la había visto y tratado como a la secretaria ejecutiva que era. Pero ahora se encontraba frente a la mujer, excitante, vulnerable y despojada de ese aura de poder. El se acercó y ella también. Se abrazaron, se besaron. El miraba ese rostro que estaba acostumbrado a ver como algo muy hermoso pero distante e imposible y ese cuerpo tan deseable y que ahora tenía entre sus brazos ardiente, palpitante, sediento de caricias. El instinto pudo más que la cordura y se entregaron al amor, sobre el gran escritorio de Mr. Schwartz, sobre el diván de la entrada a la oficina que estaba cerrada y en semipenumbra y bajo la ducha…

Cuando volvieron a mirar por la ventana, había cesado la tormenta y las máquinas estaban limpiando la nieve acumulada en el estacionamiento amontonándola en un rincón lejano. Ella le sirvió un café, se dieron un último beso y Marcos bajó al estacionamiento donde ya no había casi autos. Limpió el suyo que estaba tapado de nieve y arrancó enfilando lentamente hacia el Long Island Expressway en dirección a su casa que cuando llegó estaba a oscuras. Judith y la niña ya estarían durmiendo. Metió el auto en uno de los dos garages, se puso las botas de nieve y limpió la entrada de los coches de manera que ellas no tuvieran problemas en la mañana cuando salieran a esperar el ómnibus escolar.

Fué un invierno largo y muy frío. Casi al final del mismo, en lo que fué la última gran tormenta de esa temporada, Marcos recibió en su lugar de trabajo una llamada urgente de su esposa Judith en la que le contaba muy asustada de que el fuerte viento había arrancado un árbol que derribó a su vez un poste de luz, cortando y arrastrando en la caída los cables que en ese momento estaban chisporroteando en el césped del frente de su casa muy cerca de la puerta de entrada. Le pidió por favor que viniera lo más pronto posible. El trató de calmarla, le dijo que llamaría a la compañía de electricidad y que ya estaba en camino.

Salió apresuradamente, en medio del fragor de la tormenta, con vientos casi huracanados y mucha nieve acumulándose en las calles, que por la baja temperatura se iba convirtiendo en hielo. Había numerosos autos abandonados en los costados de las rutas y calles adyacentes mientras seguía nevando intensamente. Apremiado por la angustia que presentía debía estar sufriendo Judith, avanzaba lo más rápido que podía, devorando el camino en loca carrera dejando de lado toda prudencia.

En una curva del camino casi sobre un paso a nivel del ferrocarril su auto patinó sin control, rompió las barreras que estaban bajas y fué embestido por el tren, que arrastró al vehículo un largo trecho destruyéndolo completamente.

Marcos murió en el accidente. Bomberos y personal de emergencia tuvieron que extraer su cuerpo destrozado de entre los hierros retorcidos de su auto. Fué sepultado en el Cementerio Pinelawn Memorial, en Melville, muy cerca del periódico. Asistieron una buena cantidad de compañeros de trabajo que le dieron su sentido pésame a Judith, entre ellos el Supervisor General Mr. Schwartz, la hija de éste, Peggy y su secretaria Karen. La sencilla tumba donde descansarían sus restos estaba ubicada en un rincón lejano pero agradable del Cementerio próximo a un pequeño jardín y a una fuente de agua.

La noticia del mortal accidente llegó a Buenos Aires a través de una amiga argentina que vivía cerca de ellos en Dix Hills, que se lo comunicó a Sandra. Cuando se enteró Celia sintió que su corazón se partía y el dolor la asfixiaba hasta que pudo liberar el llanto que surgió a raudales. Estuvo varios días mirando fotos en la que ella se veía muy feliz junto a Marcos, celebrando fin de año en la Tipografía, algún estreno en el Teatro «Los Independientes», abrazados en la Plaza San Martín, caminando por la avenida Santa Fe ó por la calle Corrientes, paseos en lancha por el Tigre, etc., los momentos gratos que ella atesoraba como los más felices de su vida, con el corazón acongojado y sus bellos ojos nublados de lágrimas.

En Long Island, la madre de Judith, también había muerto recientemente de cáncer. Luego de algún tiempo de duelo, considerando lo elevado de los impuestos y que ya no tenía nada que la atara a Long Island más que un par de tumbas y recuerdos y no era persona de estar atada a los mismos, vendió todas las posesiones de la familia en Nueva York, de las que era la única heredera y que incluía entre otras posesiones menores, dos grandes edificios con departamentos totalmente alquilados en Brooklyn, más el caserón en la playa de Belle Harbor y se mudó a un pueblo en Connecticut llamado Mystic frente a Long Island cruzando en ferry el Long Island Sound.

Allí encontró una propiedad que reunía todo lo que ella necesitaba. Una vivienda amplia y muy cómoda, buenas escuelas para la niña que había procreado con Marcos, a la que llamaron Celia Judith y una comunidad muy activa en un ambiente semi-rural. El centro comercial no estaba muy lejos y era accesible a través de una bien conservada carretera. Tenía un supermercado muy bien surtido, una gran galería cubierta con toda clase de negocios y amplio estacionamiento. En los fondos de la propiedad corría el brazo de un río que un par de millas más adelante desembocaba en el mar.

Era un pueblo pintoresco con atracciones turísticas importantes, entre ellas un Museo Marítimo llamado Mystic Seaport con una colección de barcos históricos y una inmensa biblioteca con fotografías de la vida marítima comercial, recreacional y de la industria naviera de Nueva Inglaterra. Su vecino más cercano era un abogado que comenzaba a tener cierta influencia en el pueblo, al que conoció en una reunión de padres y maestros. Se llamaba John Mason y era descendiente de los indios Pequot que habían habitado esos territorios antes de que los europeos los diezmaran y desalojaran. Estos descendientes de los originales habitantes del lugar, ahora todos americanizados y destacados ciudadanos, lucharon y consiguieron que les indemnizaran ó devolvieran partes de las tierras que les fueron arrebatadas a sus ancestros y que en algunos casos como el de este abogado era ahora una considerable y valiosa propiedad.

Estaba divorciado y tenía una niña que compartía el aula con Celia Judith y ambos se turnaban para llevarlas a la escuela. Comenzó así una amistad que poco a poco se fué convirtiendo en romance y terminaron casándose. Judith se constituyó de inmediato en la base y el más sólido soporte de las aspiraciones políticas de su marido que llegó a ocupar importantes cargos en la región.

En Buenos Aires la Tipografía Clancy siguió funcionando algunos años más hasta que demolieron todos los edificios viejos de la manzana, entre ellos el inquilinato y el local que ocupaba la Tipografía Clancy y pusieron un amplio estacionamiento para vehículos sobre la calle Reconquista y un gran hotel sobre la Avenida Córdoba. Solo quedó el Monasterio de Santa Catalina de Siena en su histórica ubicación de la esquina de San Martín y Viamonte, mudo testigo de acontecimientos importantes de la historia de Buenos Aires, como la defensa y reconquista de la ciudad durante las invasiones inglesas. Una descolorida placa en un rincón lejano de sus viejos muros recuerda que en Julio del año 1807, durante la Segunda Invasión al Río de la Plata, el convento fue ocupado, al igual que otros conventos e iglesias de la ciudad, por las fuerzas británicas que permanecieron en Santa Catalina hasta su rendición.

El antiguo Monasterio también fué testigo de pequeñas íntimas historias que forjaron sus habitantes vecinos como ésta que intenté relatarles aquí de algunos de los personajes que fueron parte o estuvieron de algún modo conectados con la Tipografía Clancy de la calle Reconquista en Buenos Aires, Argentina.

Fin

Historias de Cortesanas, Reinas y Espías – Juana «La Loca» La Reina que amó hasta la locura… y otras

Historias de Cortesanas, Reinas y Espías – Juana «La Loca» La Reina que amó hasta la locura… y otras

Juana «La Loca» – La Reina que amó hasta la locura

Ninon de Lenclos – La Maestra del Amor

Ana Bolena – Decapitada por orden de su esposo el Rey Enrique VIII

Mata Hari – Fusilada por espía

 

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La Reina Juana I de Castilla, a la que se conoce comúnmente como “Juana la Loca” nació en Toledo, España, en 1479.

Era la tercera hija de los Reyes Católicos, Fernando de Aragón e Isabel de Castilla, que la casaron cuando tenía 17 años con el archiduque austríaco Felipe a quien apodaban “El Hermoso”, primogénito de Maximiliano de Austria y María de Borgoña.

Para encontrarse con él tuvo que realizar un largo y peligroso viaje porque la monarquía española se encontraba en guerra con Francia. Juana llegó a Flandes custodiada por una flota de 22 navíos, tripulados por 4.500 hombres, además de un séquito de importantes miembros de la nobleza castellana y aragonesa.

A su arribo pudo comprobar que Felipe de Austria era tan hermoso como se lo habían descripto. Ella también era muy bella y elegante por lo que un amor sexual muy ardiente acompañó los primeros meses de la joven pareja real.

Pero Juana se tomó muy en serio su nuevo estado civil y a todas horas quería cumplir en la cama con un Felipe al que adoraba, a tal punto que éste llegó a cansarse comenzando a volverse violento con ella.

Los que siguieron fueron años difíciles por los celos de ella y las infidelidades del príncipe. Felipe era un hombre inteligente y la soportaba porque sabía que Juana le podría reportar mucho poder y grandes beneficios.

Sus criados no la querían y hasta Isabel, su madre, dudaba del carácter de esta sentimentalmente muy maltratada joven mujer que a pesar de todo estaba destinada a ser la Reina de España. Sus celos eran cada vez más dañinos y la muerte de su madre acabó hundiéndola en una gran depresión.

Fué proclamada Princesa de Asturias al morir aquellos que estaban destinados a reinar en una poderosa España. Felipe «el Hermoso» se convertía entonces en rey consorte de un reino castellano deseado.

Felipe que se había empeñado en divulgar que Juana no era apta para gobernar por su estado mental y así concentrar para él mismo todo el poder, enfermó repentinamente y murió, se supone que envenenado.

En un primer momento, los restos de Felipe «el Hermoso» fueron enterrados en Burgos en la Cartuja de Miraflores. Pero luego la reina decidió emprender el viaje más demencial que registra la Historia de España, llevando el cadáver de Felipe en un carruaje mortuorio tirado por cuatro caballos, en jornadas nocturnas rodeado de pompas fúnebres y de una turba de clérigos entonando el Oficio de Difuntos.

Esta comitiva mortuoria real llegó a las puertas del convento de Santa María de Escobar, un monasterio de monjas cistercienses, acampando en las afueras del mismo porque la reina no podía soportar que otras mujeres, aunque fueran monjas, estuviesen cerca del rey, que llevaba de muerto más de seis meses.

Esa cruda noche a la intemperie, con toda la Corte, incluída su hija de tres meses, tiritando de frío en medio del páramo castellano, haciendo sacar una vez más el cadáver del féretro para su reconocimiento y adoración, doña Juana se ganó definitivamente el apelativo de «la Loca».

Tras deambular mucho tiempo sin destino fijo, una Nochebuena la comitiva fúnebre se instaló en Torquemada, una pobre villa donde había una sola casa decente, la del cura, en la que se aposentó la reina. Los cortesanos no tenían dónde hospedarse y se fueron a Palencia.

Acomodó los restos del Rey en la iglesia del pueblo, donde continuamente celebraba solemnes funerales como si acabara de morir, con todas las ceremonias, incluída una gran iluminación de velas hasta que la continua combustión de la gran cantidad de cirios provocó el incendio del templo.

En Torquemada, el 14 de enero de 1507 nació la infanta Catalina, futura reina de Portugal.

En abril retomó la marcha. En Hornillos de Cerrato, una miserable aldea de cabañas, estuvo cuatro meses, hasta que también se incendió la iglesia por los excesos luminarios.

El padre de la reina, Fernando «el Católico», tuvo que venir de Aragón para hacerse cargo de la regencia de Castilla. Consiguió arrastrar a su hija hasta cerca de Burgos, pero ella se negó a entrar a la ciudad y se quedó en Arcos con el cadáver insepulto durante más de un año.

En febrero de 1509 se echó de nuevo a los caminos. Tardó cuarenta días en llegar a Tordesillas, donde el cadaver fué depositado en la iglesia del convento de Santa Clara.

Felipe «el Hermoso» tendría que esperar más de 15 años para ser definitivamente enterrado en Granada, como él lo había dispuesto en su testamento.

En 1525, su hijo Carlos V,  quien heredó de su abuelo Maximiliano los territorios centroeuropeos de Austria y los derechos a ese Imperio; de su abuela María de Borgoña la corona de los Países Bajos; del Rey Católico Fernando los reinos de Aragón, Sicilia y Nápoles y de su abuela Isabel I la Corona de Castilla, Canarias y todo el Nuevo Mundo descubierto y por descubrir, ordenó el último viaje del cadáver, hasta la Capilla Real granadina.

Juana I, «la Loca» fué infanta de Castilla y Aragón, luego archiduquesa de Austria, duquesa de Borgoña y Brabante y condesa de Flandes. Reina de Castilla y de León, de Galicia, de Granada, de Sevilla, de Murcia, de Jaen, de Gibraltar, de las Islas Canarias y de las Indias Occidentales (1504 – 1555); de Navarra (1515 – 1555) y de Aragón, de Valencia, de Mallorca, de Nápoles y Sicilia (1516 – 1555), además de otros títulos como condesa de Barcelona y Señora de Vizcaya, títulos heredados tras la muerte de sus padres, con lo cual unió definitivamente las coronas que conformaron España, a partir del 25 de enero de 1516, convirtiéndose así en la primera reina de España junto con su hijo Carlos I.

Pasó la mayor parte de su vida enclaustrada en Tordesillas, una Hermosa villa a orillas del río Duero, entre los muros de la zona palaciega anexa al Convento de Santa Clara, dejándonos el gran legado de sus hijos que fueron todos reyes y reinas de Europa. Ellos fueron: Leonor (1498-1558), reina de Portugal y de Francia. Carlos (1500-1558), rey de España y Emperador del Sacro Imperio. Isabel (1501-1526), reina de Dinamarca. Fernando (1503-1554) emperador del Sacro Imperio. María (1505-1558), reina de Hungría y Bohemia. Catalina (1506-1578), reina de Portugal.

En la Capilla Real de Granada finalmente se uniría a su adorado esposo Felipe ¨el Hermoso¨, 30 años después, tras medio siglo de encierro, en los que no perdió su condición de reina titular, compartiendo la soberanía de todos esos territorios con su heredero el rey Carlos V.

 

 

 

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La Maestra del Amor

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Anne de Lenclós (1616-1705) más conocida como “Ninon” fue educada por su padre que era músico, quién le enseñó a tocar el arpa y a bailar, pero principalmente le enseñó a comprender y manejar los instintos hedonistas de los seres humanos.

Siendo adolescente vivió un tiempo en un convento donde leyó mucho sobre literatura y filosofía. Hablaba y escribía fluentemente en italiano y español, ademas del francés.

Antes de cumplir los veinte años, al morir sus padres, utilizó la herencia que recibió, para comprar y amueblar un palacete donde se dedicó a practicar sus convicciones hedonísticas, la teoría que establece el placer como fin y fundamento de la vida.

De inmediato se vió rodeada por una clientela acomodada, dispuesta a pagar generosamente por sus favores sexuales, que incluyó a lo mas granado de la aristocracia de aquellos tiempos, como el Gran Conde d’Amboise, al Conde de Aubijoux, François de La Rochefoucauld, el mariscal d’Estrées y el astrónomo Christian Huygens, entre otros.

Su influencia pesaba mucho en las opiniones de sus amantes, algunos de los cuales comenzaron a expresarlas opinando en contra de las doctrinas del Vaticano. En 1656 fué encarcelada brevemente por órdenes de Ana de Austria, entonces reina de Francia.

En el convento donde se la había encerrado Ninon recibió la visita de Cristina, reina de Grecia, que impresionada por el amplio y agudo intelecto de la cortesana arregló su liberación con el Cardenal Mazarino.

Ninon fué una de las personalidades más singulares del siglo XVII en Francia por sus actitudes liberales y hedonistas que le llevaron a mantener numerosas relaciones sexuales con los más importantes personajes del momento.

En su libro “Cartas Al Marqués De Sevigne”, quién también fué su amante, se puede apreciar algo de la psicología de la liberada y hedonista aristócrata y escritora, autora también entre otros libros de “La Coqueta Vengada”.

Durante su etapa de mayor exposición pública y cuando sus ideas en contra de los dogmas y costumbres de la iglesia eran ofrecidas a quien quisiera oírlas, Ninon de Lenclós comenzó a recibir invitaciones ilegítimas de una de las figuras más oscuras de la historia francesa: el todopoderoso Cardenal Richelieu.

Obsesionado por las ideas de ella y sobre todo por la locura que parecía despertar en sus amantes, el cardenal que era capaz de someter a su voluntad a cualquier persona de la Francia de aquél tiempo, no conseguía ser aceptado por ella.

Cuando ya no le quedaba otro recurso, le ofreció 50.000 coronas por pasar una sola noche juntos.

Se dice que Ninon tomó el dinero y que arregló una cita en un cuarto oscuro de su mansión.

El cardenal, ataviado con sus mejores galas, hizo lo suyo al amparo de las sombras, desconociendo que su amante no era Ninon de Lenclos, sino una reemplazante.

Cuando el cardenal Richelieu advirtió el engaño montó en colera y mandó a encarcelarla.

En 1660 Ninon de Lenclós, habiendo recuperado su libertad, se retiró de la vida pública y se concentró en sus reuniones literarias.

Allí entabló amistades duraderas con personajes importantes como el dramaturgo Jean Racine, Francoise d’Aubigne, quien luego sería la segunda esposa de Luis XIV y Jean-Baptiste Poquelin, dramaturgo, poeta y actor considerado como uno de los mejores escritores de la lengua francesa y la literatura universal y que fué más conocido como  Moliére.

En Francia, hasta finales del siglo XIX, el nombre de Ninon de Lenclós era sinónimo de belleza, inteligencia y placer.

Clasificó a sus amantes y pretendientes en dos categorías: los sin esperanza y los elegidos en el momento.

Tuvo un hijo, fruto de su romance con Louis de Mornay, Marqués de Villarceaux, muy cercano al rey Luis XIV.

Al cumplir cuarenta años fundó la “Escuela de la Galantería” donde enseñaba: la psicología de las mujeres, el cuidado particular de una amante o de una esposa, las técnicas del galanteo y de la seducción y también la manera de cómo acabar una relación.

Esta escuela tuvo mucho éxito en París sobre todo entre la nobleza y las clases pudientes que enviaban a sus hijos a la misma. En casos especiales Ninon llevaba a la cama a determinados alumnos para educarlos en el arte del juego previo y del coito.

Cuando Ninon ya tenía 65 años la persiguió su hijo natural, el caballero de Villiers, que no sabía que era su hijo. Ella aceptó complacerlo si el padre mantenía el secreto.

El muchacho se enamoró tanto que ella decidió contarle la verdad mientras lo abrazaba maternalmente. El joven aturdido y shockeado salió tambaleándose al jardín y se mató con su espada.

Hubo otros que también se suicidaron al sufrir el rechazo de la cortesana. Esto parecía no importarle mucho a Ninon.

Aún en su avanzada edad tenía amantes que la adoraban. Murió muy rica, en plena lucidez, manteniendo según sus contemporáneos todos los encantos que haya podido conocerse en una mujer.

Ya en su lecho de muerte recibió la carta de un sobrino lejano. En ella, el muchacho, de sólo nueve años de edad, le contaba sobre lo difícil que le resultaba a su familia comprarle libros y que él era un lector ávido, lleno de aspiraciones. En su testamento Ninon, que percibió el talento latente en aquel muchachito, le dejó una cuantiosa suma de dinero.

Aquel sobrino lejano se llamaba François-Marie Arouet, quién años después fue más conocido como Voltaire. Fué un escritor, historiador, filósofo y abogado, que figura como uno de los principales representantes de la “ILustracion”, un período de la historia en la que se enfatizó el poder de la razón humana, de la ciencia y el respeto hacia la humanidad.

 

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Margaretha Zelle más conocida como Mata-Hari, nació en 1876 en Leeuwarden, Holanda
y murió fusilada por espionaje en Vincennes, Francia, en 1917.

Hija del sombrerero Adam Zelle, apodado el Barón, por sus delirios de grandeza y sus costumbres extravagantes, su madre, que tenía ascendencia javanesa murió en el parto a los catorce años de edad.

Se formó como bailarina en Francia hacia 1905 donde se daba a conocer como la hija de Brahmín, un sacerdote budista, cambiando entonces su nombre original por el de “Mata Hari”.

Viajó por toda Europa relatando su historia de cómo nació en un templo sagrado hindú y le fueron reveladas desde niña las danzas de su gente.

En 1895 con 19 años de edad se casó con Rudolf “John” MacLeod, un oficial holandés de 39. Se trasladaron con una hija a las Indias Orientales, permitiéndole esto entrar en contacto directo con la cultura de ese continente.

En 1905, ya divorciada, se entregó de lleno a su carrera de bailarina oriental. Pronto se hizo famosa en todo el continente, más que nada por la belleza de su cuerpo y su disposición a presentarse semidesnuda en el escenario.

Pocas mujeres en la historia despertaron tantas pasiones como ella. Bailarina exótica, seductora y siempre dispuesta a vender sus atributos físicos al mejor postor. Su cuerpo desnudo, contorsionándose rítmicamente magnetizó y sedujo a multitud de hombres. Tuvo innumerables amantes, de muchas nacionalidades, hasta en los más altos círculos políticos y militares, incluído el príncipe Guillermo, heredero al trono alemán.

Cuando estalló la guerra de 1914 pasaba apuros económicos viéndose obligada a aceptar dinero de los servicios de inteligencia alemán y también del francés que quisieron aprovechar los contactos que ella tenía en las altas esferas de ambas potencias.

No hay pruebas de que uno u otro bando hayan obtenido de ella alguna información que les fuera de mucha utilidad. Finalmente, cansados de pagar por nada, los alemanes permitieron deliberadamente que los franceses descubrieran sus actividades y éstos la condenaran a muerte.

Apelaron en su favor algunos ciudadanos franceses muy influyentes, muchos de ellos ex amantes, sin poder evitar que Mata-Hari fuera ejecutada en Vincennes el 15 de octubre de 1917.

Se dice que ella apareció ante el pelotón de fusilamiento vestida con medias negras y un abrigo, del que se despojó al momento de la ejecución. Del pelotón de doce soldados, sólo cuatro apuntaron a su hermoso cuerpo. Murió a los cuarenta y un años de edad.

El cadáver, que nadie reclamó, fue entregado a los estudiantes de medicina para que fuera objeto de aprendizaje en la facultad como era costumbre en aquella época en la que los cadáveres de criminales y delincuentes ajusticiados eran utilizados en las clases de anatomía.

Su cabeza, embalsamada, permaneció hasta 1958 en el Museo de Criminales de Francia hasta que desapareció, muchos piensan que tal vez robada por algún admirador.

 

 

 

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Ana Bolena nació en1507, hija de sir Thomas Boleyn, posteriormente vizconde de Rochford  y de Isabel Howard, hija del conde de Norfolk.

Ocupó el lugar que por su rango le correspondía en la corte como dama de la reina Catalina de Aragón, primera esposa de Enrique VIII. Era muy atractiva y liberal y pronto se vio rodeada de admiradores. Entre ellos se contaban lord Henry Percy, heredero del condado de Northumberland, y el propio rey, que cubrió de títulos y posesiones al padre de Ana para tratar de obstaculizar el matrimonio de la joven con lord Henry Percy.

Ana había aparecido en la corte inglesa cuando en ella se debatía el grave problema de la sucesión al trono. Catalina de Aragón había tenido dos hijos varones, que nacieron muertos y una niña. La edad de la reina hacía prever la imposibilidad de nuevos alumbramientos con éxito. Pero Enrique VIII necesitaba un hijo varón para dar continuidad a su dinastía. Esto se convirtió en una auténtica obsesión para el monarca.

En 1527, cuando Catalina contaba 44 años, Enrique solicitó formalmente al papado la anulación de su matrimonio. Ya para entonces el monarca había comenzado una apasionada relación con Ana Bolena. Dos años después, el papa Clemente VII se negó a concederle el divorcio, a causa de las presiones del rey de España y el emperador de Alemania, Carlos V, sobrino de Catalina de Aragón.

La negativa papal precipitó una crisis política entre Inglaterra y Roma, que culminó con la separación oficial de la Iglesia inglesa de la jurisdicción papal y con la constitución de un nuevo culto, el anglicano, influido por la Reforma luterana. Su deseo de conseguir un heredero le arrastró a romper los vínculos religiosos de su monarquía con el papado, causando una profunda conmoción en la Cristiandad y a asumir las doctrinas más moderadas del luteranismo.

En 1533, Enrique se casó secretamente con Ana Bolena. En abril, con la creación de la nueva iglesia, de la que el propio rey se había erigido en cabeza, el arzobispo de Canterbury, Thomas Cranmer, declaró la nulidad del matrimonio con Catalina de Aragón. Entonces Ana Bolena fue solemnemente coronada reina en la abadía de Westminster. En septiembre, la reina dio a luz a una niña, a la que se llamó Isabel (futura Isabel I).

En los años siguientes, el rey esperó con creciente impaciencia el nacimiento de un varón, al tiempo que perdía interés por su esposa. En mayo de ese año, Enrique hizo explícito su rechazo a la reina abandonándola en el transcurso de un torneo en Greenwich. Ésta se había ganado la hostilidad de los miembros más influyentes de la corte debido a su carácter caprichoso y arrogante, lo que la dejó sin apoyos políticos cuando su matrimonio entró en crisis.

Al día siguiente, Ana fue arrestada por orden del rey y encerrada en la Torre de Londres. Los cargos contra ella consistieron en una lista de acusaciones de adulterio con cinco hombres de la corte, incluido su propio hermano, lord Rochford.

Ana fue juzgada por una corte de pares de la que formaba parte su propio padre, sir Thomas Boleyn, hecho duque de Norfolk por Enrique VIII y unánimemente condenada. Tras permanecer diecisiete días encarcelada, murió decapitada junto a su hermano, en la Torre de Londres el 19 de mayo de 1536.

El 30 de mayo de ese mismo año, Enrique VIII contrajo matrimonio con Jane Seymour, que moriría dos años después al dar a luz al príncipe Eduardo, que reinó con el nombre de Eduardo VI, murió siendo todavía muy joven y sin dejar herederos.

La muerte en 1558 de la hija de Catalina de Aragón, la católica María I, deparó la subida al trono de Isabel I, hija de Ana Bolena y Enrique VIII. La infancia de la princesa Isabel fue muy dura. Cuando apenas contaba dos años y medio de edad, su madre fue acusada de adulterio, condenada a muerte y ejecutada.

Isabel I es reconocida como una de las más brillantes monarcas de Inglaterra. Durante su reinado consiguió la pacificación interna tras las luchas de religión de los monarcas anteriores, dando a Inglaterra las condiciones de paz interior y desarrollo económico que fueron las bases para el crecimiento del poderío marítimo inglés en los siglos siguientes.

Fué la última reina de la dinastía Tudor a la que condenó a la desaparición, al negarse obstinadamente a contraer matrimonio, por lo que esta reina es conocida como la Reina Virgen, aunque comentan algunos historiadores que otorgó sus “íntimos afectos” a un buen número de favoritos, entre los que se destacan Robert Dudley, primer conde de Leicester, sir Walter Raleigh, el aventurero navegante, político y escritor inglés y Robert Devereux, segundo conde de Essex, entre otros.

Fué quizás ésta su manera de vengarse por la obstinación de su padre Enrique VIII en conseguir un heredero que continuara la dinastía y que le costó la vida a su madre Ana Bolena y otras reinas?

 

 

 

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