En las cercanías del centro cívico y comercial de la ciudad de Buenos Aires, muy cerca de la Plaza de Mayo, en la manzana delimitada por las calles San Martín, Viamonte, Reconquista y la Avenida Córdoba, en una cuadra con locales alquilados y un viejo inquilinato pertenecientes al Monasterio de Santa Catalina de Siena, ubicado desde hace muchos años en la esquina de San Martín y Viamonte, había un local donde funcionaba la Tipografía Clancy, llamada así por el fundador don Cirilo Clancy, un irlandés simpático y parlanchín que al retirarse dejó el negocio a dos de sus empleados más antiguos: Alberto Merlino y José Camagni, que habían empezado con él como cadetes, prácticamente de pantalones cortos y sabían todo lo que había que saber para manejar la tipografía.
Allí se componían textos a mano ó mecánicamente en sus 2 linotipos, que se entregaban a las agencias de publicidad para crear avisos que luego serían utilizados en los diarios y revistas de la ciudad. Tendría entre 10 y 15 operarios, la mayoría jóvenes y sólo un par de personas mayores. El personal se completaba con un contador que venía una vez a la semana y una joven de nombre Celia ocupada en tareas de oficina.
Ella era la hija de un matrimonio proveniente de Entre Ríos, que habían venido de su provincia antes que Celia naciera y que se componía además de un hermanito menor de unos 3 años y los padres: Doña Juana, la madre, que se encargaba de la limpieza del local y el señor Petrella, el padre, un obrero ferroviario, que vivían en el inquilinato adyacente a la tipografía.
Celia, era muy bonita, de cabellos castaños, una figura acorde a sus gloriosos dieciocho años y luminosos ojos azules. Trabajaba desde las 8 de la mañana hasta las 3 de la tarde en la oficina de la tipografia y de 6 a 8 de la noche estudiaba el curso de Perito Mercantil en una institución por la Avenida de Mayo. La oficina, donde ella trabajaba estaba al fondo del local en una parte más elevada, desde la cual se podía ver todo el taller. Una puerta de la oficina daba a un largo pasillo por donde entraban y salían los habitantes del inquilinato.
Cuando no tenía nada que hacer, Celia se paraba al final de la pequeña escalera que conducía de la oficina al taller y observaba distraídamente el andar incesante de los muchachos buscando los tipos de letras requeridos por las agencias de publicidad, abriendo y componiendo en las diversas cajas de tipografía para luego cerrarlas y una vez justificadas las líneas ubicarlas en la «galera», sobre la mesa de trabajo.
A la derecha de la pequeña escalera estaban las dos linotipos, una a cargo de Roberto, bajo de estatura, fornido y muy tímido. La otra linotipo era operada por Marcos, alto, bien parecido, que hacia su trabajo con la alegría desbordante de sus vigorosos 20 años, entre risas y chanzas, principalmente iniciadas por Mario Ferrandino, para quien toda la vida era un gran chiste y no había motivo para no estar riéndose ó «Sandrini», el payaso del taller, que se había ganado el apodo a fuerza de imitar al cómico famoso. Mario era hermano mellizo de Gerardo, el encargado, la antítesis de su gemelo, serio, responsable y siempre concentrado en su trabajo.
Celia de tanto en tanto miraba de reojo y como sin querer para el rincón de las linotipos y especialmente la de la derecha donde trabajaba Marcos. El también admiraba la belleza de la joven secretaria, pero no quería meterse en problemas con los padres de Celia, especialmente el Sr. Petrella que parecía bravo. El sabía que allí solamente se podía hablar de una relación seria, noviazgo formal y a él le parecía que ese momento todavía estaba bastante lejano.
Del resto del personal, se destacaban: los dueños, cuarentones ambos: Alberto Merlino, de grandes bigotes, energético y de voz estentórea, siempre que podía le ponía las manos sobre los hombros a Celia, que delicadamente se lo sacaba y José Camagni, fumador empedernido, que la trataba con paternal condescendencia; los dos señores mayores, Velez y Marino, que hablaban siempre de política ó fútbol y parecían querer ignorar a los jóvenes que revoloteaban alrededor de ellos; los operarios permanentes: el «tanito» Pierino, rubio y de cabello ensortijado, cuya familia había emigrado de Italia hacía unos años; el «flaco» Benazzi, al que le gustaba tararear las canciones de moda en inglés; el cordobés Sosa, que poseía una excelente voz, que cantaba siempre, cuando se lo pedían y cuando no también; el «Ruso» Voievidka, albino de inquisitivos ojos verdes, que no era ruso sino ucraniano y que dibujaba muy bien; Jorge, regordete y bonachón, amante de los asados y el buen vino y otros que sólo trabajaban parte de tiempo.
Todos estaban enamorados de Celia, en mayor o menor medida, porque además de ser muy bonita, era la única mujer en el taller. El que parecía obsesionado con Celia era el muchacho de apellido Sosa, que a pesar de ser casado y con dos hijos, no se perdía la oportunidad de piropearla y profesarle su admiración. Cuando no estaban los dueños, ya pasado el horario de oficina, antes de retirarse, bajando por la escalera que venía del vestuario donde había una ducha, los baños y una puerta que daba acceso a la terraza, se detenía cerca de la ventana que daba al inquilinato y cantaba canciones románticas para que las escuchara Celia en su casa. Cuando se juntaban a tomar mate en los ratos de descanso, el tema favorito de su conversación era ella y en las mismas fantaseaba sobre las diferentes formas en las que él le podría hacer el amor.
Mario, Marcos y «Sandrini» comenzaron a salir en grupo con 3 chicas del barrio. Caminaban por los alrededores donde había mucho para ver, pero su caminata preferida era hasta la Plaza San Martín, distante unas pocas cuadras, con sus jardines florecidos y verde césped, luego alrededor de la Torre de los Ingleses, el Parque Retiro, un parque de diversiones que ocupaba un gran espacio frente a la Plaza, curioseaban por las estaciones de ferrocarriles y los puestos de diarios y revistas de Retiro, mirando vidrieras por la calle Santa Fe y por la bulliciosa y siempre muy concurrida calle Florida, celebrando las ocurrencias de Mario y las imitaciones de «Sandrini».
Un día en el taller Marcos subió la escalerita de la oficina y le entregó a Celia unas líneas que habían solicitado urgente de una agencia. Ella las recibió, le dió las gracias gentilmente y cuando Marcos comenzaba el descenso por la escalerita le preguntó si no le gustaría ir a un cumpleaños de 15, de una amiga que vivía en la otra cuadra. Era el próximo Viernes a la noche. Marcos se detuvo, lo pensó un poco, porque el Sábado tenía que trabajar desde la mañana temprano, pero de todas maneras le dijo: —Sí… Como no. —Bueno, dijo Celia. Van a venir dos amigas mías, Ud. y los mellizos Mario y Gerardo, y vamos todos juntos… —¡Listo! ¡Hecho!
Llegó la noche del Viernes y todos se reunieron en la puerta del pasillo de entrada al inquilinato y caminaron una cuadra hasta el departamento de la quinceañera que ocupaba todo el primer piso de un edificio antiguo, de grandes habitaciones, con mucho espacio interior y amplios balcones al frente.
Luego de las introducciones y entrega de regalitos, bailaron de todo un poco mientras picaban bocaditos y bebían refrescos. Marcos intentó bailar tangos a pedido de una de las invitadas, una morocha de cuerpo escultural, ojos verdes y voz profunda que hablaba un castellano mezclado con su nativo acento brasileño, a quien llamaban Adriana, que estaba de paso por Buenos Aires y se alojaba en el hotel para estudiantes de Lavalle y Reconquista. Parecía interesada en aprender los pasos de baile pero en realidad disfrutaba de la proximidad y el contacto en la danza. Marcos sentía su cuerpo vibrar de placer cuando la abrazaba.
Celia y otras chicas pidieron música moderna y se lanzaron a bailar con entusiasmo y mucha algarabía. Mario se sumó al baile haciendo reír a todos con sus locuras y contorsiones. Gerardo siempre cortés y diplomático conversaba con los padres de la quinceañera que eran griegos de muchos años de residencia en el país, con un vaso de refresco en la mano, sin bailar pero disfrutando a su manera de la fiesta. Adriana tomó a Marcos de la mano, lo llevó al rincón oscuro de uno de los balcones y se besaron.
Luego de varias horas de baile, se reunieron en el centro del salón donde habían colocado una gran mesa, cortaron el bizcocho de cumpleaños, cantaron el «Cumpleaños Feliz» y alrededor de las 3 de la mañana terminó la fiesta. Marcos que ya no tenía transporte para volver a Tropezón, donde vivía, regresó con Celia y su mamá al taller. Doña Juana tenía las llaves y Marcos pudo dormir unas horas sobre el mostrador de la oficina con dos guías telefónicas como almohada.
Cerca de las ocho de la mañana del Sábado sintió que lo zamarreaban un poco, despertó a medias y se encontró con esos preciosos ojos azules muy cerca de los suyos mientras como en un susurro melodioso sintió que le decían: —Buenos días, Marcos… Arriba!… Le traje un poco de mate cocido y unas tortitas que preparó recién mi mama. —Oh!… Muchas gracias… ¿Qué hora es? —En cinco minutos abrimos… — contestó Celia. —Bueno, subo a lavarme la cara y bajo a prender las máquinas.
Comió apresuradamente las tortitas, bebió el mate cocido a grandes tragos, le devolvió la taza a Celia, que lo miraba sorprendida por la velocidad con que acabó con todo lo que ella le había traído, le dijo que le agradeciera de su parte a Doña Juana y al entregarle la taza en la que había traído el mate cocido sus manos se rozaron. Entonces él en un rápido movimiento las tomó y le dió un sonoro beso mientras le agradecía su atención. Luego subió al baño a lavarse la cara y bajó a la carrera a prender las máquinas y a comenzar la rutina diaria.
Después de aquella fiesta Adriana esperaba a Marcos al término de su jornada de labor, en la esquina de Reconquista y Córdoba. Celia salía hasta el portón de entrada del conventillo para verlos juntarse y caminar tomados de la mano hasta la Plaza San Martin. En el corto trayecto hablaban animadamente y se reían mucho de los enredos que tenían con los dos idiomas.
Marcos estaba subyugado por el desbordante sex-appeal y la voluptuosidad de Adriana y a ella le agradaba la buena presencia física y confianza que él le inspiraba. Llegaban a la plaza, se acostaban en el césped en un rincón cubierto por arbustos y plantas y se prodigaban cálidos abrazos, besos y caricias. Luego caminaban de vuelta por la calle Florida hasta la Avda. Corrientes donde él tomaba el Subte ´´B´´ hacia Chacarita y de ahí el Tranvía Lacroze hasta Tropezón.
El día previo a su regreso a San Pablo ya estaba oscureciendo cuando llegaron a su lugar preferido y tendidos en el pasto luego de muchos besos y caricias, Marcos desprendió nerviosamente los botones de la blusa de Adriana dejando al descubierto su espléndido busto que él acarició con pasión. Ella entonces dió rienda suelta a sus ardientes deseos contenidos e hicieron el amor.
Al día siguiente la fueron a despedir algunas amigas a la Terminal de micros de larga distancia en Retiro. Antes de subir al ómnibus Adriana habló aparte con una de ellas y le dió una medallita de plata con su nombre grabado para que se lo entregara a Marcos que no pudo ir porque estaba trabajando. Tal vez en esa charla final con la amiga, Adriana le reveló a ésta la pasional despedida que había vivido junto a Marcos en la víspera de su partida, pero lo cierto es que el rumor llegó al taller y comenzaron las bromas.
Mario en una de ésas simulaba recibir una llamada de San Pablo en la cual Adriana quería que le notificaran a Marcos que iba a ser padre, que ella estaba embarazada de más ó menos 10 días… o cosas así. O si no: ¡Llamada de San Pablo! … Quién fala portugués? A lo que «Sandrini» respondía parodiando también en portugués: —Está hablando con la Tipografía Clancy de Buenos Aires. Aquí se cobra por palabra así que voy a empezar a contar, hable nomás!
Otro día venía Mario a las linotipos y le preguntaba a Roberto en voz alta si quería venir a un cumpleaños, al que iban a concurrir algunas estudiantes extranjeras «calentonas… buscando guerra», a lo que Roberto respondía sonriendo bonachonamente mientras se limpiaba las gafas mirando hacia Marcos que simulaba estar muy ocupado. Hasta el muy serio Voievidka dibujó una caricatura de Adriana y Marcos llevando de la mano a una niñita que parecía la imagen en miniatura de Adriana que decía: —Papi Marcus, vocé está ben?
Poco a poco todo se fué diluyendo en la vorágine de la rutina diaria. Vino una época en que hubo mucha demanda de tipografía publicitaria y Clancy por su ubicación, la excelencia en la presentación de sus trabajos y la prontitud de la entrega, era la preferida por las agencias del Centro de Buenos Aires.
Cuando había necesidad de que alguien se quedara a hacer horas extras, los dueños preferían a Marcos, porque era un buen operario y sabía que en él se podía confiar. Había clientes que venían a retirar o a entregar trabajos fuera del horario normal de la Tipografía y Marcos los atendía eficientemente. Cuando tocaban el timbre de la puerta de calle corría desde las Linotipos hasta el frente para abrir la pequeña puerta de la persiana metálica, atender al cliente, entregar un trabajo ó recibir otro, subir a la oficina a dejar la nueva orden ó el dinero recibido y volver a la Linotipo a continuar componiendo líneas y textos. Cuando decidía tomarse un respiro, subía a la carrera a la terraza, se recostaba en una vieja mesa que en algún tiempo fué utilizada en el taller, entrecerraba los ojos unos minutos para descansar la vista y luego volvía a bajar corriendo.
Los días de semana regresaba a casa ya de noche, comía lo que la madre le dejaba de cena, a dormir y a la mañana siguiente bien temprano volvía al taller. La casita que alquilaba con su madre y una hermana llamada Gabriela, un año y medio menor que él y que trabajaba en la Perfumería Giselle de la calle Florida, estaba a tres cuadras de la estación Tropezón del que era conocido entonces como el Tranvía Lacroze, un trolebús verde cuya terminal en el centro de la ciudad era Chacarita también conocido como Federico Lacroze y un incipiente pueblo llamado Martín Coronado en la otra punta.
Al lado de la Tipografía había lo que entonces se llamaba un Copetín al Paso, una especie de Cafetería y Restaurant, llamado ´´El Tiburón´´ al que concurrían estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras ubicada a la vuelta por Viamonte, gente que trabajaba en la zona y también los operarios de la Tipografía. Pierino había entablado amistad con una de las estudiantes de la Facultad y se los veía con frecuencia comiendo juntos. El era muy atractivo y buen conversador y ella muy bonita y al parecer proveniente de una familia adinerada.
La familia de Pierino vivía en un caserón antiguo en el barrio de Palermo en cuyo frente el padre poseía un local de reparación y venta de bicicletas en el que Pierino pasaba la mayor parte de su tiempo libre aprendiendo a hacer reparaciones y ayudando a su padre en el negocio.
Gerardo se puso de novio con la hermana de la quinceañera a quien conoció en aquella fiesta de 15, de nombre Sandra. Era vendedora en una gran tienda en la esquina de Córdoba y San Martín, muy alegre y comunicativa. En sus horas libres frecuentaba el Teatro »Los Independientes» que estaba a la vuelta de la esquina en el subsuelo de un edificio por la calle San Martín, adonde a veces desempeñaba pequeñas partes en las obras de teatro que allí se representaban.
«Sandrini», luego de sus horas de trabajo en la Tipografía, actuaba en un restaurante donde hacía sus imitaciones y recibía de paga nada más que cama, comida y propinas, que para él era suficiente ya que eso era lo que el quería realmente hacer. Sus padres se habían separado cuando él era adolescente y se crió sólo viviendo donde podía, en cuartos alquilados en inquilinatos del centro de la ciudad ó en casa de algún pariente ó amigo. Jorge se fué a trabajar a un diario importante, muy cerca de la Plaza de Mayo, donde consiguió mejor salario y buenos beneficios médicos y sociales.
Por un tiempo Celia dejó de asomarse al lugar donde lo hacía habitualmente. Sus límpidos ojos estaban como nublados por lágrimas que ella ocultaba permaneciendo en su lugar de trabajo todo el tiempo. Marcos evitaba subir a la oficina por un irreprimible y persistente sentimiento de culpa que no sabía explicar.
Pasaron varias semanas y luego algunos meses. Adriana era ahora sólo un grato recuerdo de algo que se iba diluyendo en el pasado. Y un día Celia apareció nuevamente en la escalera de la oficina y volvió a mirar hacia las linotipos. Sus miradas eran ahora más directas y había un esbozo de sonrisa cuando se encontraban con las de Marcos que sintió como que le sacaban un gran peso de encima y hasta empezó a sentir cierta necesidad de verla, contemplar la serenidad de esos ojos tan bellos y deseaba con toda el alma que volviera aquella luminosidad y calma que irradiaban antes. No sabía que al mismo tiempo que él vivía su primera experiencia amorosa, ella había sufrido su primer desengaño sentimental.
La Tipografía Clancy agregó a su personal un cadete que se encargaba exclusivamente de llevar y traer los pedidos de las agencias de publicidad cercanas desde las cuales era requerido constantemente. Era sobrino de Camagni, lo llamaban ´´Nico´´, su verdadero nombre era Nicolás, tenía 18 años y era bastante afeminado. Acostumbraba a intercalar palabrotas como queriendo darle un tono de masculinidad a sus palabras.
En un rincón de la terraza construyeron un cuarto donde se fundía el plomo en barras para ser utilizados nuevamente en las linotipos y tomaron a un hombre que era el padrastro de ¨Nico¨, llamado Miguel, para encargarse de esta tarea.
Mientras tanto, Gabriela, la hermana de Marcos, fue elegida Reina del Carnaval de San Martín y las excelentes fotografías que le tomaron durante su coronación fueron colocadas en las vidrieras de la Perfumería Giselle con una leyenda preparada en la Tipografía Clancy que decía en letras destacadas: ´´Pasen! Aquí serán atendidos como Reyes por nuestra Reina Su Majestad Gabriela I´´. El flujo de clientes que entraban a la perfumería se duplicó, siendo en buena parte turistas varones que querían conocerla. Gabriela fué ´´Vendedora del mes´´ varios meses seguidos por el volumen de ventas que conseguía.
En una ocasión el más osado de un equipo de vólleyball brasileño que estaba jugando un Torneo en el Luna Park, fué directamente a Gabriela y la invitó a cenar al ´´Palacio de las Papas Fritas´´. Era buen mozo, atlético y muy educado. Gabriela aceptó. Concurrieron a los partidos que su equipo disputó y disfrutaron mucho de su compañía mientras duró la competencia que finalmente concluyó y él al despedirse la invitó a viajar a Rio de Janeiro y hospedarse en su casa. Ella prometió que así lo haría aunque la visita nunca se concretó.
Poco tiempo después Gabriela notó que cuando volvía del centro al llegar a su destino en la estación Tropezón algunas veces veía allí a un apuesto muchacho vestido con el uniforme de conscripto del Ejército Argentino que le sonreía, con una sonrisa amplia y amigable. Finalmente un día que regresaba casi al anochecer, él se acercó y luego de saludarla le preguntó si la podía acompañar hasta su casa.
Ella le dijo que era un poco peligroso porque tenían que pasar por delante de un bar donde había unos muchachones bastante maleducados que acostumbraban a molestar a las chicas al pasar y no quería que él se metiera en problemas por culpa de ella. —Bueno — le dijo él– Déjeme que la acompañe y veremos qué pasa… En el camino se enteró que se llamaba Bruno y que vivía frente a la estación, cruzando la calle, con sus padres y dos hermanas.
Al llegar a la esquina del bar, estaban los de siempre, la mayoría ocupados jugando al billar, otros a las cartas y dos o tres salieron al ver venir a Gabriela. Los sorprendió un poco que fuera acompañada y uno de ellos que conocía a Bruno, se volvió al salón del bar a continuar con lo que estaban haciendo. Los otros dos que parecían algo embriagados tal vez con vermouth o el fernet que se servía en el bar los siguieron mascullando los piropos subidos de tono que acostumbraban a decirles a las chicas que pasaban. El que parecía más agresivo era conocido por el apodo de «Camorra» y temido en el barrio por su fama de matón, iba siempre acompañado de su segundo al que apodaban «Barbijo» por una cicatriz que le cruzaba la cara de lado a lado.
Cuando «Camorra» se acercó a Gabriela con intención de manosearla, Bruno la hizo a un lado, se dió vuelta rápidamente enfrentando a «Camorra» y le asestó un terrible derechazo al mentón que lo mandó casi de cabeza al zanjón que bordeaba la calle de tierra. «Barbijo» sacó un puñal y se abalanzó hacia Bruno que lo eludió dando un paso al costado y tomando el brazo armado hizo palanca sobre su rodilla obligándolo a soltar el arma y haciéndole pasar de largo hacia al barro del zanjón.
Cuando salieron del barro los despidió con una tremenda patada en el trasero que los mandó tambaleante hacia adelante mascullando amenazas. A «Camorra» lo tomó de los cabellos y mirándolo a los ojos con una mirada encendida de furia le dijo masticando las palabras: —Si me entero que molestan a esta chica de nuevo los voy a ir buscar y adonde los encuentre les voy a quitar las ganas de hacerlo.
Tomando la gruesa rama seca de un árbol que encontró tirada al costado de un cerco, comenzó a castigarlos con la misma arreándolos hacia la esquina del bar del que ya habían salido todos a ver el espectáculo inusitado de la paliza a que eran sometidos «Camorra» y «Barbijo». En un momento dado uno de ellos alcanzó a tomar la rama tratando de quitársela. Bruno de un tirón lo trajo hacia él aplicándole un rodillazo en el plexo que lo dejó tendido en el suelo y sin aliento.
Luego de ésto la fama de los dos maleantes disminuyó considerablemente como así también los excesos verbales, manoseos y abusos hacia las chicas del barrio que habían ocurrido hasta entonces, sobre todo a las que regresaban de trabajar al anochecer y tenían que pasar por los alrededores del bar.
Unos días después se acercó a Gabriela una muchacha casi adolescente embarazada que le preguntó si tenía unos minutos para hablar con ella. Gabriela le dijo que sí y la chica comenzó a hablar entre mal contenidos sollozos. Le contó que «Camorra» la había embarazado, que él y «Barbijo» aprovechando que su padre se iba muy temprano a trabajar y volvía tarde en la noche, se presentaban en la vivienda que alquilaban y abusaban de ella y su madre. Las tenían amenazadas de que si se lo contaban a su padre ellos lo matarían. También le contó que a una amiga de ella le pasó lo mismo y que a su novio, que quiso hacerles frente, lo habían golpeado y acuchillado dejándolo casi moribundo en las vías del tranvía Lacroze. Un vecino alcanzó a sacarlo un momento antes de que fuera embestido sin poder evitar que el tranvía le pasara sobre una de sus piernas. El muchacho se recuperó milagrosamente aunque tuvieron que amputarle la pierna.
Gabriela escuchó horrorizada el relato y luego le dijo: –Dile a tu amiga que vamos a ir las tres a la Comisaría a hacer la denuncia correspondiente. Y no tengan miedo, la policía actuará en base a lo que ustedes declaren y estos h. de p. tendrán que ir presos. También si saben de alguna otra que haya sufrido algún abuso de parte de estos dos canallas que vengan también.
La policía actuó de inmediato y luego del juicio donde se presentaron además de las chicas varios comerciantes que los denunciaron acusándolos de extorsión al exigirles, con amenazas de golpearlos y quemar su negocio, pagos en efectivo por protección, ambos fueron condenados a veinticinco años de prisión y enviados a la cárcel.
Gabriela fué varias veces a visitar a Bruno a su cuartel en Campo de Mayo y cuando terminó el servicio militar se pusieron de novios. Ella entonces conoció a sus padres: doña Teresa, italiana, de Trieste y Mierko Kosic, un ciudadano yugoeslavo que había emigrado después de una guerra civil en su país.
Bruno estaba estudiando en el Instituto Otto Krause y ahora terminado el servicio militar volvió a concluir sus estudios. Era inteligente y muy hábil para los trabajos prácticos. Tenía un gran parecido con su padre, que era alto y de fuerte contextura física, con unas manos grandes y rudas. Cuando niño y ya adolescente ayudó a su padre en la construcción de la casa donde vivían y en la fabricación de algunos muebles de la misma.
La Perfumería Giselle estaba a pocas cuadras de la Plaza de Mayo y el Colegio de Bruno detrás de la misma por Paseo Colón de manera que se veían con frecuencia. Cuando él se recibió lo contrataron de una empresa siderúrgica radicada en San Nicolás, en la provincia de Buenos Aires, que le ofreció la oportunidad de una extensión que le permitiría obtener el título de ingeniero. Se casaron y fueron a residir cerca de la fábrica en un barrio que la empresa construyó para sus empleados.
Ya con el título de ingeniero y con bastante experiencia en los menesteres de la fábrica fué enviado a especializarse a la central en Dusseldorf, Alemania, donde vivieron algunos años y donde nació su único hijo al que llamaron Klaude. También allí aprendió inglés, además del alemán y fué adiestrado en los últimos avances de la tecnología disponible y enviado a Nueva York a hacerse cargo de una sección de la filial neoyorkina para lo cual lo habían entrenado.
En la Tipografía Clancy debido al volumen de trabajo, los dueños ofrecieron ocupar los días Sábados a todos aquellos que lo quisieran hacer. Iba a haber un grupo básico: Gerardo estaría a cargo, Marcos en la Linotipo, Don Miguel en la fundición de las barras de plomo, el cadete »Nico» para las entregas y Celia en la oficina. Ocasionalmente cuando el volumen de trabajo lo requería, se agregaban Sosa, Mario y «Sandrini».
El grupo trabajaba con eficiencia y buena camaradería excepto cuando estaba Sosa y especialmente cuando se ponía a cantar. Era evidente que sus canciones románticas estaban dirigidas a una persona en particular y eso incomodaba a todos. «Nico» casi siempre estaba en la calle a la hora que todos paraban a almorzar y cuando alguna vez coincidía comía sólo en la escalera. Celia lo notó y también le llamó la atención que cuando estaba ella él casi no hablaba. Un día se acercó y le preguntó: —¿Por qué comés solo? —Estoy más cómodo así… —No seas antisocial, vení, vamos. Somos pocos, comamos juntos –le dijo Celia en tono conciliador y amigable, tomándolo de la mano y tratando de llevarlo hacia donde estaban los demás. —No, no... se resistió él, retirando la mano. —De verdad. Estoy mejor aquí. –-Entonces, yo puedo comer aquí también, ¿no? –dijo ella trayendo su sandwich y sentándose junto a él en la escalera.
Nico le hizo lugar apretándose contra la pared. Y tal vez para devolverle la gentileza de quererlo sumar al grupo le lanzó atropelladamente un: –-Usted es una linda chica ¿sabe? –Gracias…Vos también sos un lindo pibe… –agradeció Celia. —Y Marcos… qué pintón, ¿eh? Parece un actor de cine ¿no? –Sí… es muy buen mozo y un buen muchacho… Yo lo adoro.
Cuando venía «Sandrini» creaba situaciones cómicas sobre todo cuando también estaba Mario. Era un auténtico show de dos payasos que ponían a todos de buen humor, sin dejar de parar líneas y párrafos de texto al mismo tiempo. En uno de sus improvisados «sketches» simulaban ser dos mujeres jóvenes en una peluquería que se comentaban cosas de su vida sexual. Una le decía a la otra: –Estoy casada con un viejo ricachón que me da todos los gustos. Y ahora estamos en tratamiento… El trata… y yo miento… Ja!.. Ja!.. Ja!.. y así todo el tiempo desparramando su comicidad y buen humor, imitando también voces de personajes conocidos.
Sandra, la novia de Gerardo, traía comida del Restaurant que sus padres y dos hermanos poseían por la Avenida Paseo Colón a pocas cuadras de allí. Gerardo compraba »facturas» para el mate que circulaba constantemente entre los operarios y era motivo de breves pausas y comentarios compartidos en la continuada tarea de componer líneas de tipografía.
Cumplidas las horas de trabajo, los viernes a la noche concurrían con Sandra al Teatro »Los Independientes» donde se hicieron amigos de la gente que allí se reunía. Aspirantes a actores/actrices, utileros, escenógrafos, etc. y el mecenas del grupo, Lino Figuera, que corría con las finanzas del Teatro, un joven del que se murmuraba era poseedor de una fortuna heredada de su familia y que él utilizaba en parte para sostener el Teatro, que era su pasión.
A Figuera le gustaba agasajar y enamorar a las jóvenes aspirantes a actrices cosa que no le era difícil dada su posición económica. Sandra, la novia de Gerardo, estaba un poco fuera de su alcance, pero Celia era una posibilidad y le propuso que si ella quisiera él sería su mentor y le pagaría cursos de actuación y perfeccionamiento con prestigiosos profesores. A Celia le gustaba la idea pero Doña Juana, se opuso, ya que no quería a su hija en el ambiente nocturno y teatral. Quería que terminara sus estudios de Perito Mercantil, primero y luego encontrar un buen muchacho y casarse.
Tenía un pretendiente, un joven que trabajaba en un Banco de Lavalle y Esmeralda, que ella catalogaba como un amigo. El objeto semi-secreto de sus afectos parecía ser Marcos, pero a él pese a que admiraba la belleza y personalidad de ella, no le seducía la idea de una relación seria por el momento. Aparte de esa inquietud, se llevaban muy bien. Disfrutaban mutuamente de su compañía y pasaban muy buenos momentos juntos. Especialmente los Sábados, donde tenían la oportunidad de tratarse de cerca y conocerse un poco más.
Uno de esos Sábados, cuando Marcos decidió tomarse un descanso y subía a grandes zancadas la escalera para llegar a la terraza, se cruzó a mitad de la misma con Celia que bajaba con su hermanito Germán. La escalera era un poco estrecha en esa parte y en el cruce estuvieron muy cerca uno del otro. El estaba un escalón más abajo y sus rostros tan próximos que pudieron mirarse a los ojos en un instante mágico.
Entonces Marcos dejó de lado todas sus reservas y tomándola de la cintura la atrajo hacia él y la besó, primero delicadamente en sus luminosos ojos, luego en la mejilla y finalmente un beso intenso y pasional en la boca. Ella se apretó contra su cuerpo como queriendo prolongar el abrazo y el beso, acariciándose ambos con ternura y pasión por varios deliciosos momentos, mientras Germán jugaba con su gastado osito sentado en un escalón. Celia floreció como un rosal regado por una lluvia de primavera. Era feliz y estaba enamorada, profunda, totalmente y ese amor se desbordaba hacia todo lo que la rodeaba al tiempo que sentía en lo más íntimo de su ser que su gran amor era correspondido en la misma medida.
Un Sábado en el mes de Abril Marcos cumplió 21 años de edad y hubo un pequeño festejo en el taller. Doña Juana confeccionó un bizcocho de cumpleaños para él y reunidos alrededor de la misma le cantaron el «Cumpleaños Feliz». Celia le entregó una tarjeta en forma de corazón, hecha por ella misma, en la que decía: «Marcos: Te deseo toda la felicidad del mundo. Vos sabés que te quiero con toda mi alma y seré siempre tuya, no importa lo que la vida nos depare, vos siempre serás el dueño de mi corazón. Celia.»
Por un tiempo parecía que nada podía empañar la felicidad y armonía que envolvía a ambos, al lugar y a su gente. Celia se había vuelto muy efusiva en la forma en que saludaba, conversaba y compartía momentos con Marcos y eso encendía los celos enfermizos del despechado Sosa que sabía que lo que él pretendía era imposible y por eso de vez en cuando reaccionaba lanzando alguna frase disonante, pero que nadie compartía. Doña Juana se esmeraba más que antes en sus pequeñas atenciones culinarias para con Marcos mandándole con Celia pastelitos que ella sabía que le gustaban. El Sr. Petrella no decía nada pero todos suponían que no se oponía a la relación.
Gerardo, después de muchos meses de ahorro, pudo comprar un auto, el De Carlo 700, con el que él y su hermano Mario venían desde Ramos Mejía, donde vivían con su anciana madre. Era el primero y por entonces el único de los operarios de la tipografía que tenía vehículo propio, lo cual tampoco le caía bien a Sosa. Todos los demás lo felicitaron y admiraron el pequeño automóvil que era realmente una joyita mecánica.
Pasaron varios meses de intensa actividad en la tipografía. Se agregaron al personal dos nuevos tipógrafos. Uno de ellos de nombre César era un jovencito alto, muy educado, de voz profunda al que le gustaba cantar tangos y recitar las letras de los mismos cuando se lo pedían. Al otro se acostumbraron desde el principio a llamarlo por el apellido: Sánchez. Era bastante sordo y cuando hablaba con alguien, lo hacía de frente, leyendo los labios de su interlocutor.
El noviazgo de Marcos y Celia continuaba sin inconvenientes. En uno de sus momentos de intimidad Celia le comentó a Sandra que ya habían hecho el amor y que estaba feliz por ello. De esa manera entendía ella, se sentían más compenetrados y el lazo que los unía parecía indestructible. Le contó detalladamente cómo había sido. Los dos lo deseaban y se cristalizó una fresca tarde de Mayo en la terraza. Habían quedado solos en el taller, su madre se había ido de compras con su hermanito Germán. Marcos subió a la terraza en uno de sus momentos de descanso. Ella cerró las puertas de la oficina y subió lenta y deliberadamente la escalera.
Ya en la terraza, Marcos la abrazó, la llenó de besos, con ternura primero y con creciente pasión después, acariciando su aterciopelada piel y todo su cuerpo tan delicado y hermoso. Ella tenía sus ojos sumergidos en el alma de él, era toda ternura y sumisión, se había recostado en la vieja mesa y aceptó con placer todo lo que él le daba. Luego de aquella primera vez vinieron varias veces más, en la terraza y también en ese lugar cubierto de plantas y floridos arbustos de la Plaza San Martín que Marcos parecía conocer y que tal vez le traía algún grato recuerdo del pasado.
Celia le preguntó a Sandra si ella también ya lo había experimentado. Y la respuesta fué que Gerardo pese a desearlo no lo haría sino hasta después de casados. Marcos y Gerardo eran ex-alumnos del mismo colegio católico pero su manera de interpretar las reglas de la vida eran diferentes. Marcos era puro ímpetu y acción inmediata. Gerardo era más metódico y pensante. «Todo a su debido tiempo» acostumbraba a decir.
Celia se recibió de Perito Mercantil e inmediatamente consiguió un puesto de trabajo en una oficina de Contadores Públicos por la calle Tucumán. Se despidió de todos y dejó de trabajar en la oficina de la Tipografía Clancy. El efecto de su ausencia produjo un impacto palpable en todo el taller y en cada uno de sus integrantes. Todos la extrañaban en mayor o menor medida. Sosa en uno de sus habituales ácidos comentarios propuso poner a «Nico» en su lugar.
Sandra y Gerardo estaban planeando casarse y andaban en la búsqueda de un lugar donde vivir. Los padres de Sandra les propusieron subdividir su amplísimo departamento de manera que ellos tuvieran su propio dormitorio, cocina-comedor, baño y uno de los balcones. La idea parecía conformar a todos y un tío de Sandra que era maestro mayor de obras, comenzó con los trabajos de las reformas que estarían concluídas para la fecha de la boda que sería a fines de Noviembre y planearon su luna de miel en las costas uruguayas, que Sandra quería conocer.
Había un par de puntos oscuros que comenzaron a cernirse amenazantes sobre la armonía reinante en la Tipografía. Uno de ellos eran los omnipresentes celos de Sosa hacia las dos parejas que se habían formado en el taller: Gerardo y Sandra por un lado y más que nada la de Marcos y Celia, pese a que a Celia casi ya no la veían.
El otro punto oscuro era la cada vez más evidente homosexualidad del cadete. «Nico» cumplía adecuadamente con su trabajo, pero en el taller cuando podía, exhibía su inclinación homosexual cada vez con mayor desenfado y frecuencia. Al término de la jornada de labor, buscaba la oportunidad de bañarse al mismo tiempo que Marcos, agachándose delante de él, abriéndose las nalgas con ambas manos y provocándolo con frases como: —A ver, macho… dámela. ¿Qué? ¿No te animás? ¿eh? ¡Mariconazo!… etc. El hecho de pertenecer a la familia del dueño lo protegía de alguna manera.
La rutina de los Sábados al finalizar la jornada era casi siempre la misma. Marcos era el último porque debía dejar todo ordenado y limpio y apagar las máquinas para luego bañarse, cambiarse de ropa y reunirse con los otros que estaban esperando en la casa de Sandra a una cuadra de distancia, picar algo de comida, a veces en el restaurant de la familia de Sandra o en otros lugares cercanos y concurrir luego al teatro «Los Independientes» ó a un cine de la calle Corrientes ó de Lavalle, que entonces era conocida como «la calle de los cines». Y se había acostumbrado a dormir sobre el escritorio de la oficina cuando ya no tenía transporte para regresar a casa.
Esa amenaza latente que se cernía sobre el taller y algunos de sus personajes se concretó finalmente al término de una de esas jornadas sabatinas. Celia que ya estaba en la casa de Sandra y se había olvidado algo volvió a su casa y Gerardo y Sandra la acompañaron. Los tres decidieron entonces esperar allí en la puerta del conventillo a Marcos, que luego de limpiar su sección y apagar las máquinas ya había subido a bañarse. Sosa estaba terminando de cambiarse y «Nico» que luego de regresar de su última entrega del día y depositar el dinero recaudado en la caja de la oficina, subió al vestuario, se desnudó y fué a meterse a la ducha.
«Nico» tenía más cuerpo de mujer que de varón, de largas piernas bien torneadas y nalgas redondas y firmes, sin rastros de vellos y un pene pequeño que pasaba casi desapercibido. Al pasar rozó y coqueteó con Marcos. Cantaba en voz alta groserías, mientras se enjabonaba especialmente el trasero, agachado y abriéndose las nalgas como era su costumbre delante de él. Los que estaban abajo esperando en el pasillo que podían oír claramente lo que estaba ocurriendo en el vestuario, a pocos metros arriba de ellos, se quedaron helados y sin palabras cuando escucharon que al parecer Nico había conseguido su objetivo. Casi de inmediato vieron pasar a Sosa que había bajado canturreando con una sonrisa socarrona dibujada en el rostro y que les murmuró al pasar: —Sin comentarios… El rostro de Celia estaba pálido y cubierto de una angustia mortal, las piernas se le aflojaron y Sandra tuvo que sostenerla para que no cayera al piso. Gerardo caminó por el pasillo hasta la puerta de la oficina, entró al taller y subió lentamente la escalera como no queriendo constatar lo que había oído ó lo que iba a ver. Se escuchó una fuerte discusión y recriminaciones especialmente para «Nico» que Gerardo sabía era el provocador.
Camagni, el dueño, que se enteró de lo ocurrido por comentarios que escuchó, le preguntó a Gerardo sobre lo que había sucedido y luego de escucharlo, le dijo a Marcos que se buscara otro lugar de trabajo y que agradeciera que no lo denunciaba a la policía porque conocía la tendencia homosexual de su sobrino y que tal vez lo ocurrido no fuera toda su culpa. Sosa se encargó de divulgar el acontecimiento a su manera anunciando desde la mitad de la escalera en voz alta: —Atención todos! Cuídense el culo que anda un «bufarrón» cerca! Mariquitas hagan cola ó saquen turno!... Le complacía saber que Celia sufría por esto y que lo ocurrido provocaría casi con seguridad el fin de su relación con el sodomizador. Marcos comprendió que había cometido un grave e irreparable error. Sabía que además de perder su trabajo perdía a Celia. El solo pensarlo le estrujaba el corazón y presa de un terrible sentimiento de culpa y vergüenza ni siquiera trató de explicar desde su punto de vista lo sucedido. Simplemente tomó sus cosas y se marchó.
Consiguió trabajo en la Filial 2 de ALEA en Piedras y Avda. de Mayo donde imprimían diarios en idiomas extranjeros: The Buenos Aires Herald, Le Quotidien, Il Risorgimento, etc. Lo único que pudo conseguir fué el horario nocturno, que terminaba a las 2 de la madrugada. El lugar era muy insalubre, con más de 90 linotipos funcionando en un enorme piso horizontal. El humo producido por la fundición de las barras de plomo, antimonio, estaño y las interlíneas de cartón envolvía completamente el lugar y la atmósfera era casi irrespirable. El regreso a su hogar era un via crucis, ya que el transporte a esa hora era muy espaciado y discontinuo. Fué asaltado y golpeado un par de veces mientras esperaba el colectivo en Diagonal Norte y 9 de Julio.
En ALEA conoció al Gral. Perón un día que éste visitó el taller. Marcos estaba en la primera linotipo cercana a la ancha escalera de acceso al taller, cuando escuchó rumor de gente subiendo. Era un numeroso grupo de personas, algunos con uniforme militar y la encabezaba la figura imponente e inconfundible que había visto muchas veces en la televisión del mismísimo General Perón. Este al poner el pie en el piso de las linotipos dijo en voz alta: —Abran las ventanas, ché! Que aquí no se puede respirar!, lo cual se hizo de inmediato, pero luego cuando el general se fué las volvieron a cerrar. Nadie sabía porqué pero las pocas ventanas que había debían estar cerradas. Tal vez por las quejas de los vecinos.
En su visita el general que era el dueño de la Editorial, escuchó los pedidos de los obreros, algunos solicitando vivienda, en lo barrios que el gobierno estaba construyendo y otros como en el caso de Marcos, una moto dada la dificultad expresada por él para viajar en el horario de trabajo que tenía. El Edecan de Perón, tomaba nota de los pedidos.
Un par de semanas después Marcos recibía con gran alegría una moto Puma, de 125 cc. de cilindrada, de fabricación nacional, pero el viaje era largo y no muy placentero, especialmente los días de frío y de lluvia y por el mal estado de muchas calles vecinales.
En ese invierno de 1955, en la ciudad de Buenos Aires ocurrieron acontecimientos políticos muy importantes. Resumiendo lo que publicaron los diarios y revistas de la ciudad de aquellos aciagos días, encontramos que: «El Peronismo se enfrentaba a un polo opositor integrado por la Iglesia Católica, la Sociedad Rural y algunos sectores de las Fuerzas Armadas por medidas que quería implantar Perón como la ley del divorcio, la supresión de la enseñanza religiosa obligatoria, la eliminación de subvenciones a los colegios católicos, entre otras. Además, en el Legislativo, esperaba su sanción la ley de separación de la Iglesia y el Estado.
…«El 16 de junio aviones de la Armada y de la Fuerza Aérea bombardearon la Casa de Gobierno y ametrallaron a cientos de civiles en Plaza de Mayo y sus alrededores.
…»Fué el inicio del golpe de estado que derrocó al Presidente de la Nación, Gral. Juan Domingo Perón, en Septiembre del mismo año.
…»Al enterarse del ataque a la Casa de Gobierno, miles de obreros convocados por la Confederación General del Trabajo, se movilizaron para respaldar a Perón y a las tropas leales».
La Filial 2 de ALEA, que pertenecía a Perón, fué una de las primeras agrupaciones de obreros en llegar al lugar de los hechos dada su proximidad a la Plaza de Mayo. Allí se encontraron con personal de periódicos con sede en la Avda. de Mayo y de los ministerios cercanos, obreros portuarios y otros, que fueron recibidos al llegar a la Plaza por una segunda ola de bombardeos y metralla. Era un espectáculo dantesco, inimaginable, como de una película de guerra, pero real, con el tronar de los aviones pasando a vuelo rasante descargando su mortífera carga sobre la muchedumbre reunida en la Plaza.
Marcos vió como algunos caían muy cerca suyo alcanzados por las balas, bañados en sangre, entre ellos Jorge el ex compañero de la Tipografia Clancy que murió en un hospital pocos días después a consecuencia de sus heridas. Los medios publicaron entre otros detalles macabros: «Una bomba cayó sobre un trolebús con gente adentro que murió calcinada al incendiarse el mismo. Otras bombas cayeron cerca y sobre la Casa Rosada y en la Plaza provocando graves daños. Los obreros convocados sufrieron más bajas cuando intentaron tomar el Ministerio de Marina ocupado por los rebeldes…
…«En la Plaza y sus alrededores quedaron los cuerpos de 355 civiles muertos y más de 600 heridos. En la noche de ese aciago 16 de Junio grupos peronistas quemaron y saquearon iglesias en venganza por lo ocurrido al mediodía.
…»Un par de meses después, el 16 de Septiembre estalló en la provincia de Córdoba una sublevación militar encabezada por el general Lonardi apoyado por la Marina.
…»La V División del Ejército, leal al Gobierno, cercó a Lonardi que había sublevado y se había hecho fuerte en la Escuela de Artillería.
…»La Marina de Guerra bombardeó los depósitos de combustibles de Mar del Plata, tras lo cuál los golpistas amenazaron con bombardear Buenos Aires si Perón no renunciaba.
…»Perón renunció y entregó el gobierno a una junta militar. El 23 de Septiembre el general Lonardi se presentó en Buenos Aires como el nuevo presidente provisional de la Nación».
El Viaje y peripecias en Nueva York
Marcos le comentó a su hermana Gabriela todas estas desgracias, nacionales y personales que estaban ocurriendo. Ella que ya estaba bien instalada en Nueva York, le ofreció prestarle los mil dólares y firmarle el «offidavit of support» que necesitaba para emigrar legalmente a los Estados Unidos. Inició los trámites en el Consulado y se puso a estudiar inglés.
Su madre había encontrado pareja y se iría a vivir a la casa de éste, dejando la casita que alquilaban. Llegado el momento ya con su Visa de Inmigrante y Pasaporte en mano sacó pasaje por Aerolíneas Argentinas y lleno de inquietud y esperanzas partió hacia su nuevo destino. Lima, la capital de Perú, fue una de las varias paradas en su itinerario. Allí pudo presenciar algunos partidos del Torneo Sudamericano de Básquetbol ya que el avión en el que viajaba necesitaba reparaciones que tomaron más de tres días. La siguiente parada fue Barranquilla en Colombia y luego Miami, ya en territorio norteamericano con su espectacular panorama semi-tropical de mar azul, sol brillante, hermosas playas e imponentes hoteles.
A medida que el avión se iba acercando a su destino final, el aeropuerto de la ciudad de Nueva York, el frío se hacía más intenso. Finalmente aterrizó patinando en la pista congelada del aeropuerto internacional que entonces se llamaba Idlewild. La nieve congelada acumulada en los estacionamientos y en las calles fué derritiéndose con la llegada de la Primavera y todo comenzó a reverdecer y a florecer.
En Brooklyn, Bruno había sido internado en un hospital por una infección bucal y Gabriela que estaba muy engripada le pidió a Marcos que fuera al Hospital a llevarle ropa y otros efectos personales. Tuvo que hacer preguntas para llegar al hospital y una de las personas que lo ayudaron fué una muchacha argentina que viajaba en el subway y que lo acompañó hasta el hospital y luego volvió con él hasta el departamento de Gabriela. Se llamaba Fabiana y se hizo muy amiga de Gabriela a la que ayudó mucho en los difíciles momentos que estaba pasando.
Vivía a dos cuadras por Eastern Parkway y era como una especie de ama de llaves, secretaria y administradora de una viuda americana con mucho dinero. Invitó a Marcos y éste fué a visitarla. Fabiana lo presentó a la dueña de casa que se llamaba Elizabeth Dillon, una bella dama de unos cuarenta años bien conservados.
Luego con el permiso de la dueña fueron a la parte de la vivienda destinada al servicio doméstico que contaba con dormitorio, cocina y baño. Fabiana le adelantó que iban a tener sexo. Le preparó la ducha, lo ayudó a enjabonarse especialmente los genitales que ella observó detenidamente murmurando frases de elogio y de placer mientras lo hacía. Marcos tenía la cabeza enjabonada y los ojos cerrados. Permaneció así varios minutos teniendo la sensación de que era observado por alguien más que Fabiana, lo cual no le importó ya que la estaba pasando muy bien.
Luego de la ducha fueron a la cama y allí sí, vió a la dueña de casa en la penumbra del cuarto, que se acercó vistiendo un «baby doll» de seda y encajes, llenando el ambiente de un perfume embriagador. Fue una maratón de sexo, besos y caricias entre dos hembras hambrientas de placer y un macho que supo complacerlas. Anochecía cuando se retiró y había bajado bastante la temperatura, así que al llegar a la calle se subió el cuello del saco y metió las manos en los bolsillos. Palpó algo en el fondo del mismo, lo sacó y lo miró a la luz del farol de la esquina. Era un billete de cien dolares que tenía escrito con lápiz labial Thank You!
Marcos consiguió trabajo en un periódico semanal en Rockaway Beach, un conglomerado de pueblitos veraniegos accesible desde la ciudad de Nueva York a través de una linea del subway que salía de Brooklyn y se hacía elevado sobre la Bahía de Jamaica. El dueño del periódico, Mr. Murray, no hablaba ni entendía nada de español, pero Marcos sabía lo que tenía que hacer y el periódico salía a tiempo y bien impreso y sus 5000 ejemplares se vendían a todo lo largo y ancho de la Peninsula de Rockaways.
Marcos alquiló un cuarto a unas 15 cuadras del periódico, las que caminaba todos los días ida y vuelta por el boardwalk bordeando la playa. El cuarto estaba en el basement ó parte baja de la casa que era un caserón muy grande con muchas habitaciones ocupado por gente que venía de la ciudad a pasar el verano cerca de la playa. Todas las noches se reunían en el amplio porch y conversaban, a veces bailaban ó contaban chistes en amenas reuniones. La mayoría era gente mayor excepto Marcos y Judith, la hija de la dueña del lugar llamada Golda Geller.
Esta señora era muy estricta con las relaciones que podía tener su hija y no le gustaba nada que Judith le diera tanta confianza a un inmigrante que realmente no tenía nada que ofrecer. Ella aspiraba a que su única hija se casara con algún prominente abogado o médico dentro de su colectividad judía.
Judith puso una vieja máquina de coser en el basement, en un pasillo algo estrecho cerca de la puerta de entrada a la habitación de Marcos, que debía pasar por detrás de ella cada vez que entraba a su cuarto hasta que en una de esas pasadas ella se levantó dejando su costura al mismo tiempo que él pasaba y tuvieron que abrazarse para no caer. Esto les causó mucha risa especialmente a Judith mientras continuaron abrazados y riendo por varios minutos.
Marcos mejoró bastante sus conocimientos de inglés participando en las reuniones nocturnas en el porch y practicando con su primera amante norteamericana, la secretaria del dueño del periódico de nombre Grace. La relación comenzó el día que asesinaron a John F. Kennedy en Dallas, Texas. Grace vino desde su oficina llorando con la noticia: —They killed the president! y se abrazó a Marcos en medio de grandes sollozos. Este sorprendido, por la noticia y por el gran desconsuelo que le produjo a ella, la envolvió entre sus brazos consolándola como pudo hasta que se calmó.
El trabajo de Grace era reunir y sumarizar las noticias que provenían de las agencias noticiosas, que luego se imprimirían en el periódico de manera que iba y venía con frequencia de la oficina al taller trayendo los originales que Marcos «tipeaba» en la linotipo y que luego formarían las páginas del periódico.
El personal del periódico que se llamaba «The Rockaways», lo conformaba el dueño, Mr. Murray, que además era el editor, un señor muy mayor, la secretaria Grace y otros dos empleados: el impresor, un joven italo-americano que venía desde Brooklyn una vez a la semana, el jueves, el día que armaba e imprimía el periódico y un moreno de mediana edad encargado de la limpieza.
En días subsiguientes Grace invitó a Marcos a cenar en su departamento y pasaron muy buenos momentos juntos durante varios fines de semana. Toda el área donde se ubicaba el periódico estaba programado para remodelación y construcción de edificios altos a los que llamaban «proyectos».
Los propietarios de los edificios que iban a ser demolidos fueron indemnizados y Mr. Murray comenzó la edificación de las instalaciones de su nuevo edificio a pocas cuadras del lugar que había ocupado hasta entonces en un terreno bastante grande que era de su propiedad. Era una construcción simple y práctica: oficina al frente, el taller después y mucho espacio para estacionamiento todo alrededor. El local se construyó en un amplio terreno que tenía su frente en la avenida principal de Rockaway Beach y terminaba en un bosquecillo con un solo árbol grande y arbustos de varios tamaños que crecían entre las rocas de una pendiente que terminaba en una pequeña playa.
Debajo del árbol grande había una mesa de piedra que usaban los empleados para su lunch o descansos de café y reuniones al aire libre cuando el tiempo lo permitía.
Mr. Murray, agregó al taller algunas maquinarias para hacer trabajos comerciales y también otra linotipo y puso un aviso solicitando linotipista en el New York Times. Vinieron varios postulantes entre ellos un argentino, que se llamaba Enrique Walisky, que vivía en Arverne en la misma peninsula de Rockaways en pareja con una joven llamada Mirna, el que finalmente se quedó con el puesto.
El era oriundo de un pueblo en el norte de Argentina llamado Apóstoles, en la provincia de Misiones, que habían fundado sus ancestros, inmigrantes polacos. Era alto, rubio, de ojos de un relampagueante castaño claro. Le gustaba vestir bien y era bastante vanidoso y mujeriego. Y por esta razón su relación con Mirna era un constante sube y baja. Había días en que se los veía muy enamorados y otros en los que parecían distanciados y casi ni se hablaban y cuando lo hacían era para discutir. Cuando ella descubría o sospechaba de que él estaba interesado en alguna otra mujer le hacía la vida imposible con sus celos.
Aquebogue, Long Island, New York
Los padres de Mirna habían venido muy jóvenes de Puerto Rico a Nueva York y de inmediato se establecieron en Long Island. El padre que se llamaba Carlos, comenzó a trabajar en un astillero en Southhampton de aprendiz ayudando en las reparaciones y pintando barcos. La madre llamada Esther se empleó en la cocina de un gran restaurant en el mismo pueblo.
Con el tiempo compraron una propiedad que tenía un terreno irregular pero muy amplio en una punta semirocosa que se metía en las aguas de la Bahía de Flanders en el pueblo de Aquebogue, donde al cabo de unos años ella instaló en el frente su pequeño restaurant al que llamó «Ocean Breezes» y él un taller de reparación y pintura para barcos en el fondo, que daba a un canal de aguas profundas.
El Restaurant era bastante popular y concurrido sobre todo en verano. Y a Carlos le iba tan bien con su taller que luego de un tiempo pudo comprarse un remolcador con el que acudía en auxilio de los navegantes con problemas, todo el año.
Al remolcador lo bautizaron «Popeye» y en él nació Mirna una tarde de Mayo cuando ambos esposos fueron con su barco a recoger una lancha que habían comprado para reparar y revender.
Ella desde muy pequeña, acompañaba a su padre cuando salía en sus travesías de trabajo y estaba familiarizada con todo lo pertinente al mismo en tierra, a bordo y en el agua. Creció al borde del mar y era una excelente nadadora y buceadora.
Enrique la conoció un verano en el que ella había sido contratada para trabajar de guardavidas en la playa de Southhampton. El flechazo fué inmediato y mutuo. Mirna era una atleta, esbelta y sólida. Practicaba varios deportes acuáticos con sus vecinos amigos. Además de nadar un par de millas mar adentro, hacían surfing, yachting y el servicio de guardavidas en la playa de Southhampton. Un par de estos amigos eran hijos de unos viñateros chilenos que habían establecido viñedos y bodega en Peconic, otros eran hijos de viñateros polacos de Southhold y Sagaponack.
Los fines de semana que estuvieran libres se reunían a la vera del camino, a la entrada de esos establecimientos a degustar quesos, vinos y repostería producidos en la zona atrayendo con su juventud, belleza y alegría a los muchos turistas y transeúntes que pasaban por la Ruta camino a Orient Point a tomar el Ferry que cruzaba el Long Island Sound hacia el puerto de New London en el vecino estado de Connecticut.
Al cabo de algún tiempo las dos parejas, Marcos y Judith y Enrique y Mirna, se hicieron muy amigos y compartieron muchas tardes de playa y visitas a New York City, a teatros, cines y parques de la gran ciudad y sus alrededores y también en Long Island, a Aquebogue, Peconic, Southold y otros lugares de interés y donde tenían amigos ó parientes.
También para ese entonces, en Rockaways, Judith salía a correr por el boardwalk, una ancha construcción de madera bordeando la playa, a la misma hora en que Marcos iba a su trabajo y caminaba a la par de él, charlando animadamente y riendo con tanta intensidad que debía agarrarse y entonces él la abrazaba y se reían juntos.
Judith era un poco mayor pero todavía bastante bonita y muy simpática. Pasaron varios meses de relación donde ella esperaba a Marcos a la salida del trabajo en su auto, un Pontiac Tempest casi nuevo, para llegar más pronto a la casa, llevaba a la playa sandwiches ó comida que ella misma preparaba, cenaban en la arena todavía tibia por los rayos del sol que la había calentado durante el día y luego cuando empezaba a oscurecer hacían el amor debajo del boardwalk, mientras ella hablaba y reía sin parar, feliz de estar en su compañía.
Fabiana, que averiguó donde trabajaba Marcos a través de Gabriela, la hermana de éste, se apareció un día por el periódico al mediodía y encontró a Marcos y Enrique en la mesa debajo de aquel árbol grande en los fondos del terreno donde los muchachos almorzaban alegremente.
Enrique sacó a relucir sus dotes de Don Juan y acaparó de inmediato la conversación y la atención de Fabiana. Marcos se mantuvo al margen ya que su interés iba en ese momento por otro lado.
No le extrañó que Enrique y Fabiana se pusieran de acuerdo para verse en Brooklyn, lo que ocurrió el fin de semana siguiente. Marcos le adelantó lo que iba a suceder. A Enrique le gustó la idea y se fué dándole a Mirna la excusa de que iba a Brooklyn a hacer ver el auto con un mecánico amigo.
Enrique estuvo a la altura de las circunstancias, tanto en lo social como en lo sexual. La señora Elizabeth Dillon quedó encantada con él, lo llenó de atenciones y le hizo prometer que vendría también el próximo fin de semana.
La excusa de la visita al mecánico amigo de Brooklyn sirvió solo para un par de veces más. Ya Mirna presentía que la ausencia de Enrique y sus viajes a Brooklyn los fines de semana eran para algo más que lo del auto. Así que comenzó a investigar y se enteró por Grace de la existencia y visitas de Fabiana al periódico y sus conciliábulos con Enrique que era todo lo que necesitaba saber. Le armó un escándalo de proporciones que duró algunos días al cabo de los cuales se fué a casa de sus padres en Aquebogue. Enrique le comentó lo sucedido a Fabiana y ésta a la señora Elizabeth quien le propuso que se viniera a vivir con ellas. Que mantuviera el trabajo en el periódico si así lo deseaba o que se viniera a trabajar en una de sus empresas.
Elizabeth Dillon era propietaria, entre otras cosas, de una flota de limousines que se empleaban para hacer viajes de ejecutivos a Atlantic City y otros lugares, acontecimientos sociales, casamientos, etc. El aceptó todo lo que le propusieron y se mudó a un pequeño departamento en la terraza del edificio que era propiedad de Elizabeth Dillon y desapareció de Rockaway. Se anotó en un curso de manejo para obtener el Registro Profesional de conductor y luego de completado el mismo se le adjudicó uno de los coches.
Enrique no perdió tiempo y supo aprovechar la oportunidad que la vida le brindaba pasando a ser casi de inmediato la pareja de la señora Dillon. Elizabeth antes de convertirse en la esposa del magnate financiero, había sido secretaria en la oficina del Sr. Dillon por varios años, siendo parte y testigo directo de sus aciertos financieros y la acumulación de la gran fortuna que le dejó éste al fallecer.
La administración de sus inversiones había sido encomendada a un estudio contable de mucho prestigio y estaba todo tan bien organizado que de Elizabeth solamente necesitaban la aprobación y firma para la concreción de alguna importante adquisición ó inversión.
Algunas de sus empresas menores como la flota de limousines y el alquiler de los departamentos del edificio de Eastern Parkway corrían por cuenta de Elizabeth y la que realmente hacía el trabajo era Fabiana. Enrique pasó a ocupar esa posición cuando Fabiana regresó a Buenos Aires luego del fallecimiento de su padre.
Fabiana era de Chascomús, un pueblo turístico en la provincia de Buenos Aires, cuya atracción principal era su laguna. Allí nació y vivió su infancia y adolescencia. La casa de sus padres lindaba con un recreo y parada de vehículos que pasaban camino a la costa atlántica, consistente en un pequeño y acogedor restaurante y algunas habitaciones que se alquilaban a turistas y en donde ella pasaba buena parte de su tiempo libre. Era muy amiga del hijo del dueño del lugar, un joven estudiante de comercio que cuando ella se fué a Nueva York se casó con otra vecina del lugar con la que vivió algunos años hasta que ella falleció en un accidente ocurrido en la laguna.
Luego de un tiempo de su regreso a Chascomús, Fabiana se puso en pareja con el joven viudo, se asoció comercialmente con él, ampliaron las instalaciones y servicios que brindaban, con el dinero de la venta de la casa de sus padres y algunos ahorros que había conseguido reunir durante sus años en Nueva York y se dedicó a la administración y manejo del lugar.
En Rockaways, contrariando los deseos y expectativas de su madre, Judith finalmente ajustó detalles y anunció su casamiento con Marcos, que se realizó en una sencilla ceremonia en el Registro Civil de Belle Harbor donde solamente estuvieron presentes los contrayentes: Judith y Marcos y dos testigos, amigos de Judith.
Mirna en Aquebogue, trataba de olvidar a Enrique manteniéndose muy ocupada. Participó y ganó una competencia de natación en mar abierto, ayudaba a su padre en el astillero y a su madre en el restaurant y también en algún Domingo libre a sus amigos viñateros.
Una hermosa mañana de Octubre se levantó bien temprano y como era su costumbre corrió a lo largo del muelle y se lanzó al agua a nadar alrededor del mismo. Se sorprendió al ver anclada al otro lado, cerca de la costa, una embarcación que no estaba allí la noche anterior. Era un house-boat, (un bote-casa) y notó a alguien durmiendo en una hamaca en la popa. Se acercó lo suficiente para poder ser oída: —Ahoooy! Sleeping sailor! Nice and Shiny! Time to get up!… (Hola! Marinero dormilón. Arriba!). El hombre se levantó y se acercó a observarla: —Are you a person or a mermaid? (Eres una persona o una sirena?) Sonó clara y cristalina la risa de Mirna que respondió: —A person… and I am inviting you to have breakfast at my place! El contestó: —Sound good to me!...I am hungry! (Me gusta la idea. Tengo hambre!) Y se lanzó al agua vestido como estaba en medio de la risa de ambos.
Nadaron hasta el muelle y una vez en tierra se presentaron: —My name is Maurice Lefrere. I am a marine biologist. And you are…? –My name is Mirna, and I live right there… Y le señaló donde vivía. Al llegar Mirna le entregó una toalla para que se secara mientras ella tomaba otra y preparaba el desayuno.
Maurice era biólogo marino y se dedicaba al estudio científico de organismos que viven cerca ó en las costas del océano Atlántico, por encargo de un par de Universidades canadienses. Sus padres que estaban retirados y vivían en una casa quinta en las afueras de Montreal, habían dividido todos sus bienes y dinero en tres partes, dos para cada uno de ellos y la tercera parte para su hijo único, Maurice, que nació y se educó en Montreal hablaba francés como su lengua nativa e inglés con un poco de acento afrancesado.
Vivía la mayor parte del año en ese bote-casa equipado con todo lo necesario para su trabajo, excepto en invierno cuando lo guardaba en un cobertizo de su casa en tierra firme en Terence Bay, una comunidad rural de pescadores en el Municipio de Halifax en la provincia canadiense de Nova Scotia.
Doña Esther se levantó al sentir movimiento en la cocina y también Don Carlos. Luego de las presentaciones se inició una animada conversación durante el desayuno, al término de la cual Maurice les encargó la pintura de su casa-bote y a él le prepararon una cabaña para el tiempo que llevara la pintura y reparaciones que necesitaba el barco.
El tiempo de su estadía, fué bien aprovechado por Maurice y Mirna que recogieron de los alrededores variados especímenes marinos que él consideró que serían de interés para sus alumnos en las Universidades Dalhousie y Saint Mary y Darmouth College, donde daba clases especiales y conferencias en invierno y para un gran acuario en la ciudad de Halifax que los compraba a buen precio.
Quince días después el houseboat completamente pintado a nuevo con el agregado que antes no tenía del nombre de su puerto base en letras doradas «Halifax, Nova Scotia» y la bandera canadiense, obsequio de la Cámara de Comerciantes de Southampton, flameando en su popa, partía hacia el norte, despedido por buena cantidad de amigos que se habían reunido en el pequeño puerto para verlo partir, porque Maurice en esos días de su permanencia en Aquebogue se había ganado la amistad de muchos en esa parte de Long Island y porque además en ese bote se iba una de sus hijas predilectas, Mirna, que se fué con él.
Para ambos el mundo submarino fué de ahí en adelante su mundo. La costa atlántica desde Nova Scotia al estado de Florida pasó a ser su habitat.
El Reencuentro
Pasaron algunos años y en una oportunidad los sorprendió una tormenta cerca del puerto de Norfolk en la boca de la bahía de Chesapeake en Virginia. Maurice conocía bien su embarcación y estaba familiarizado con las tormentas del Atlántico por haber sobrevivido varias. Encerró a Mirna en el dormitorio con un salvavidas puesto, clausuró puertas y ventanas y se quedó sólo en la cabina de mando.
Empuñando con firmeza el timón, alerta, como adivinando por donde vendría el próximo golpe, parecía disfrutar de los violentos zarandeos, de las olas vertiendo sobre la embarcación torrentes de agua y los golpes del viento haciéndolos girar, sumergirse y volver a la superficie como una cascarita de nuez y él acompañándolo todo con fuertes exclamaciones y estentóreos gritos en francés. Parecía un corsario de otros tiempos revivido y desafiante al comando de un intrépido bergantín: —Nous allons! Frappez-moi plus fort! J’ai aimé ça! Ahuuuui !!Ahuuuuiii!!!
Pasada la tormenta, que les causó serios daños, una lancha de la guardia costera de Virginia los encontró a la deriva varias millas mar adentro y los remolcó hasta el puerto de Norfolk donde esperaron a Don Carlos que venía con su remolcador «Popeye» a recogerlos y llevarlos hasta el astillero de Aquebogue para reparaciones.
La casa y el restaurant de la familia de Mirna fué entonces un continuo flujo de personas que venían a saludarlos. Ellos atendían a todos los que podían, aunque reservando también buena parte de su tiempo para la colección de especímenes submarinas en los alrededores como era su costumbre.
Un grupo bullanguero de chicas que conocían a Mirna desde la infancia, vinieron una tarde cuando ya habían terminado su tarea y con el consentimiento de Maurice, que bromeando decidió darle a ella tiempo libre, se la llevaron. En el camino mientras conversaban animadamente se pusieron de acuerdo en ir a lo que había sido la bodega de «La Polaca», un amplio y antiguo establecimiento donde ellas jugaban de adolescentes que había quedado abandonado tras la muerte de su propietaria.
Mirna sabía que el mismo había sido adquirido por la señora Elizabeth Dillon de Brooklyn y que luego de una gran limpieza y reacondicionamiento habían puesto en marcha un novedoso proyecto al frente del cual estaba un viejo conocido de ella: —You know who, right? (Tú sabes quién, verdad?) le preguntaron con picardía a Mirna que sabiéndolo había evitado hasta ese momento ir hasta allí para no encontrarse con Enrique Walisky.
Luego de unos quince minutos por el highway llegaron y tomaron el ancho camino de arena y ripio que tenía a la entrada un letrero pintado a mano con el nombre de la que había sido la dueña y fundadora del lugar y conducía a la costa donde ya estaba funcionando a pleno el «proyecto» que Enrique construyó con el dinero y la asesoría legal de los abogados de la Sra. Dillon.
A ambos lados de la calle y por un largo trecho se veía hasta donde alcanzaba la vista la vides simétricamente plantadas y a lo lejos en dirección a la costa los edificios del «proyecto Dillon-Enrique Walisky», que consistía en un gran Restaurant con amarradero para una buena cantidad de botes, una bodega subterránea con espacio para embotellamiento y degustación de vinos que se servían acompañados de una variedad de quesos de la zona y embutidos que Enrique traía de Brooklyn, cortados en pequeños trozos y que ellos llamaban «picada» y a la entrada del cual se podía leer en Inglés y Español: «Aquí podrá degustar y comprar los mejores vinos Malbec y Cabernet Sauvignon de Long Island producidos con cepas mendocinas y elaborados por enólogos de la Región de Cuyo, en Argentina, comparables a los mejores del mundo”.
Mirando hacia la izquierda del camino se veía una cancha de polo y un gran establo para albergar a los costosos caballos que se usan para la práctica de este exclusivo deporte. Las muchachas comentaban con lujo de detalles lo que habían experimentado en la inauguración de este campo deportivo en un partido entre un equipo argentino y un seleccionado de la región y la buena relación que se estableció entre varias de ellas y los jugadores.
Un poco más alejado y en medio de una añosa arboleda había otro galpón con una pileta de natación y equipamiento para la práctica de pesas y fisicoculturismo. Le comentaron a Mirna que allí habían visto a Enrique junto al entrenador y a varios atletas dedicados a esa actividad, todos ellos de gran físico y desarrollada musculatura. —When you see him you’ll be sorry you’d let him go! (Cuando lo veas te vas a arrepentir de haberlo dejado ir!) —Ohh!… Its OK!. I am happy with my Maurice! Ja!..Ja!..Ja!… (Está bien… Yo soy feliz con mi Maurice!)
Cuando estaban estacionando las chicas el enorme Cadillac en el que venían vieron pasar a los fisicoculturistas en dirección al bar y la que manejaba dijo en voz baja: –OK. Gatitas!… A cazar se ha dicho! Ahí van los ratoncitos! Cuando les parezca que sea la hora de volver nos encontramos aquí! Good Hunting!… (Buena cacería!)…
Siguieron a los muchachos hasta el bar y allí entre abrazos y mucho barullo se fueron formando las parejas. Un par de ellos pusieron música y se pusieron a bailar. Otros tomaron su vaso de refresco y se fueron afuera. En el bar quedaron Enrique y Mirna. Esta no podía salir de su asombro al ver la transformación de Enrique, que además de lo desarrollado de su musculatura se había dejado crecer el pelo que ahora lo tenía recogido y atado atrás aunque dejando ver algunos rizos de su rubia cabellera. Lo único que le recordaba a su Enrique de otros tiempos era el relampagueánte castaño claro de su ojos.
— Qué cambiado estás!… — Bueno, esto del físico y las artes marciales, lo tuve que hacer a la fuerza. En el edificio de Brooklyn donde fuí a vivir se puso muy inseguro salir a la calle. A Elizabeth le gustaba ir a caminar por el Brooklyn Botanical Gardens y allí nos asaltaron un par de veces. En una de esas a mi me dieron una paliza dos morenos y allí me decidí a aprender a defenderme. Pusimos un gimnasio en un galpón alquilado en Coney Island, que es donde yo empecé a practicar defensa personal con el instructor que ahora tenemos aquí, un brasileño llamado Julinho, que fué campeón mundial hace un par de años. ¿Y a vos cómo te va?
–Muy bien. Estoy haciendo lo que me gusta con Maurice, que es un muy buen muchacho. Vivimos y trabajamos en un house-boat casi todo el año, menos en invierno que él da clases en Nova Scotia donde tiene su casa. Mientras caminaban por la marina él le contó que cuando estaba muy avanzado en su training salían con Julinho a buscar «camorra» para practicar. Ya los «chicos malos» del subway, el Jardín Botánico y el gran parque de diversiones de Coney Island los conocían. Los llamaban «los dos hombres de hierro» (Iron Man 2) ó «Bruce Lee & Co.» y evitaban meterse con ellos. Entre risas y animada charla llegaron a un bonito bote que tenía el nombre de Enrique.
–Es tuyo? –Sí… Me lo regaló Elizabeth cuando se recogió la primera cosecha y nos fué muy bien. Invitamos y vinieron algunos de los más prestigiosos productores de vino de Francia, España, Italia, Argentina y Chile. Nuestros vinos tuvieron muy buena acogida y nos invitaron a participar en Festivales en esos países. Al mismo tiempo se hizo un cuadrangular de polo con equipos de USA, Canada, Argentina y Brasil. Esto va a ser un acontecimiento anual. Nuestra vendimia y el cuadrangular de polo.
Entraron al bote. Mirna estaba bastante alegre por lo que le habían servido en la barra y muy feliz de haberse reencontrado con Enrique, pero era de esas muchachas que si se presentaba la ocasión de tener sexo, quería estar lúcida, hacerlo por su propia voluntad y sin excusas. Había un slogan que le aplicaba a ella muy bien: «My Body. My Choice. No Regrets». «Mi Cuerpo. Mi elección. Sin remordimientos».
Ya dentro del bote se dejó abrazar y acariciar, reavivándose el viejo fuego que parecía haber quedado latente entre ellos dos. Enrique puso en marcha el bote y se alejó un poco del muelle. Ella le soltó el pelo jugando con él, charlaron un rato, rieron mucho e hicieron el amor, arrullados por la olas y la fresca brisa de la bahía.
La insistente bocina del Cadillac los llamó a la realidad. Volvieron a tierra, se despidieron y partieron de regreso. Cuando Mirna llegó a su casa tomó una rápida ducha y fué directamente a dormir al dormitorio de la cabaña. Maurice dormía plácidamente en la hamaca de la popa del houseboat que estaba en el dique seco del astillero. A la mañana siguiente ella fué la primera en levantarse despertando a todos para desayunar y comenzar sus actividades cotidianas.
Nueve meses después en pleno invierno de Nova Scotia, con el viento helado bramando afuera y la nieve cubriendo todo el paisaje en el pueblito pesquero de Terence Bay de Halifax, Nova Scotia, en el amplio living de la casona al borde del mar donde brillaba el fuego chisporroteante de una gran chimenea, nacía un robusto bebé de abundante pelo rubio y luminosos ojos castaños al que llamaron Henry Maurice Lefrere.
Klaude
Gabriela y Bruno se mudaron a San Francisco donde la empresa para la que trabajaba Bruno instaló una subsidiaria y donde su hijo Klaude pasó su adolescencia y completó su educación. Klaude tenía mucha facilidad para aprender idiomas. Hablaba fluentemente inglés, español, italiano y alemán. Practicaba fútbol «soccer´´ en la Liga de Oakland y allí encontraba siempre gente con quienes practicar sus conocimientos linguísticos. Estudió y se dedicó a la profesión de Guía de Turismo trabajando en una gran agencia de viajes en San Francisco.
Luego de un tiempo y ya con bastante experiencia en el negocio, lo enviaron a la sucursal de Hawaii. Allí aprendió el idioma cantonés con una amiga-novia cuyo padre era un rico comerciante de Hong Kong hasta donde viajaron para conocer a la familia cuando se casó con ella. Se divorciaron un par de años después y él se dedicó un tiempo a viajar de mochilero por Europa.
En la ciudad capital de Bielorusia se puso de novio y se quedó a convivir en la casa de una nueva pareja un par de años aprendiendo con ella el idioma utilizado en la región. Luego volvió y con la ayuda financiera de su padre y de Gabriela, su madre, que asumió un papel preponderante como manager de la oficina, puso una exitosa agencia de viajes en Oakland. Al cumplir los treinta años se casó con la hija del que había sido su empleador algunos años atrás y se especializó en organizar excursiones y cruceros a diferentes partes del mundo. Aunque casi nunca coincidían sus itinerarios, cuando ella partía con un contingente de turistas hacia los Carnavales de Brasil, él estaba encabezando un safari para millonarios en Africa, se llevaban bien y eran una pareja estable y en el fondo se querían y extrañaban cuando no estaban juntos. Y esos momentos aunque no tan frecuentes, los disfrutaban a pleno.
Marcos siguió manteniendo contacto con Roberto el otro linotipista de sus tiempos de la Tipografía Clancy comentándole todo lo que le acontecía y a su vez recibiendo las novedades de Buenos Aires que éste le proveía. Roberto le contó que Celia luego de lo ocurrido aquel terrible Sábado, estuvo sumida en una profunda depresión por algún tiempo, del que fué saliendo poco a poco gracias al apoyo de Sandra, Gerardo y de la gente del Teatro «Los Independientes» donde ahora pasaba casi todo su tiempo libre.
Ella paulatinamente fué aceptando los galanteos y ofrecimientos de Lino Figuera, el dueño del teatro y más adelante la propuesta de convertirse en su pupila y amante. Tomó cursos de actuación, baile, canto, modales y todo lo que Figuera consideró necesario para que ella fuera una buena actriz y una dama. Cuando había absorbido todo lo que le enseñaban comenzó a tener papeles importantes en las obras del teatro. Al cumplir 21 años se mudó con él a la casa que había sido de sus padres, en Olivos.
Ya sumergida en el mundo del espectáculo conoció mucha gente importante, entre ellos un abogado muy experimentado en la representación de figuras del ambiente artístico, que pasó a ser su representante. Ya para entonces era reconocida por su belleza, preparación artística y conexiones recibiendo constantemente ofertas para actuar en cine y teatro donde se destacó recibiendo muy buenas críticas del público y los periodistas y ganando mucho dinero.
También se enteró por medio de Roberto, que «Nico», su madre y su padrastro se fueron a vivir a Pinamar, un proyecto turístico sobre la costa atlántica argentina que empezaba a poblarse, donde se hicieron cargo de una posada para estudiantes que heredó la madre. Voievidka, el «Ruso» que dibujaba bien, se casó con una señora algo mayor y se fueron a vivir a Colonia del Sacramento en Uruguay donde esta señora tenía propiedades importantes. Camagni tuvo problemas de salud por su vicio de fumar y le prohibieron el cigarrillo, pese a lo cual siguió fumando, tosiendo fuerte toda vez que aspiraba el humo y desmejorando a simple vista hasta que falleció de cancer de pulmón unos años después.
El «tanito» Pierino, se casó con su amiga, la estudiante de Filosofía y Letras y vivían en la casona de Palermo, ampliada con salón de ventas y taller de reparaciones de bicicletas atendido por él y su padre. Preparó una buena bicicleta de carrera y participaba en cuanto evento de ciclismo ocurría en Buenos Aires. Fundó un club ciclista al que llamó Círculo Italo-Argentino de Ciclismo Amateur (CIACA).
Gerardo vendió el auto y con su hermano Mario compraron una vieja imprenta que había quedado abandonada en uno de los rincones de la Recoba de Paseo Colón tras la muerte de su dueño. Tenía al fondo una habitación, cocina y baño a la que fué a vivir Mario después del fallecimiento de su madre y la venta de su casa en Ramos Mejía. Luego de muchas horas de trabajo y reacondicionamiento la pusieron a funcionar nuevamente, tomaron un impresor y se dedicaron a producir impresos comerciales para los negocios de la zona.
Al cabo de un tiempo, Gerardo y Mario tuvieron que renunciar a la Tipografia y dedicarse por completo a su imprenta por el volumen de trabajo que tenían. Sosa, después de muchas peleas y constantes desavenencias, se separó definitivamente de su esposa, que se fué a vivir a Córdoba con sus padres y sus dos hijos. El decayó de manera tan notoria que se le notaba mucho más delgado y demacrado.
Sandra y Gerardo se lo comentaron a Celia que olvidando su mal comportamiento anterior habló con él, consiguió que el mismo profesor de canto que ella tuvo le diera clases pagadas por ella. Esto levantó considerablemente su estado de ánimo, absorbió ávidamente todo lo que le enseñaron, consiguió un buen guitarrista y junto a César que hacía de presentador, cantor de tangos, declamador y maestro de ceremonias formaron el conjunto «Los de Clancy» que comenzó a actuar con algún éxito, primero por los cafetines del bajo y en el barrio de Constitución. Cuando ya estaban afirmados y con más experiencia consiguieron contratos en los lugares donde actuaba «Sandrini» que ahora ya encabezaba carteleras en el centro porteño junto a conocidas «vedettes» y figuras importantes de los Teatros de Revistas.
Luego de aquel Sábado donde todas las juveniles ilusiones forjadas por ambos se vinieron abajo como un castillo de naipes, Celia y Marcos no se habían vuelto a ver. Hasta que unos años después se anunció en Nueva York una película argentina producida por Lino Figuera y en la que Celia, con el nombre artístico con el que la había rebautizado su representante, estaban nominadas para ser premiadas en un Festival de Películas Latinas. Marcos que estaba al tanto de su carrera, concurrió a Radio City Music Hall donde iban a celebrar la ceremonia de entrega de premios en una noche de gran gala, con la esperanza de verla, aunque sea de lejos.
Al finalizar la función la vió salir, acompañada del galán de la película y de los aplausos de la gente reunida en el hall del teatro. Estaba espléndida. Detrás suyo venía Figuera acompañado de la que ahora era el motivo de su interés, una joven aspirante a actriz, muy bella. El grupo pasó cerca de Marcos y Celia lo vió, se estremeció levemente, clavó sus ojos en los de él con una mirada que era al mismo tiempo de reproche y de resignación, esbozó una sonrisa como la que acostumbraba cuando desde su oficina en la Tipografía Clancy miraba hacia la linotipo donde él trabajaba.
Se detuvo cuando un grupo de gente que estaba en el hall esperando la salida de los artistas se acercó a pedirle autógrafos. Marcos escribió en el Programa que tenía en sus manos: «Te quiero y Siempre Te Querré«. Cuando pudo se acercó y se lo dió junto a un bolígrafo para que lo firmara. Ella lo leyó y escribió: «Yo también. Celia«. Se mordió levemente los labios y continuó su camino hacia la limousine que los esperaba. Ya en la oscuridad del interior del vehículo se secó disimuladamente unas lágrimas que humedecieron sus siempre hermosos ojos azules.
Lino Figuera que había visto lo sucedido y reconoció a Marcos, sacó de su bolsillo una tarjeta donde figuraba el nombre y la dirección del hotel donde se hospedaban, escribió «Room 435», se lo alcanzó a Marcos y le dijo: «Llámala. Hablen. Les va a hacer bien a los dos.» Al día siguiente Marcos con la excusa de que debía concurrir al Consulado Argentino en la calle 56 en Manhattan, para asentar el cambio de domicilio tomó el Long Island Railroad hasta Grand Central Station y luego tomó un taxi hasta el Consulado. Finalizado el trámite llamó al Hotel desde un teléfono público. Celia y toda la delegación argentina estaba alojada en un gran hotel frente a Central Park. Quedaron en reunirse en el parque en el lugar donde se erige la estatua del Gral. San Martin, en la 59th Street y Avenida de las Américas.
Allí se encontraron, se abrazaron y besaron efusivamente. Ella venía vestida muy sencillamente, con pollera corta que dejaba ver sus hermosas piernas, sin maquillaje y con anteojos oscuros. Caminaron tomados de la mano por el Center Drive, locos de felicidad por volverse a ver y poder estar juntos nuevamente, aunque sea por un rato. Se metieron entre las flores y los arbustos cerca de un pequeño lago conocido como The Pond, como una pareja más buscando un lugar para expresarse sus sentimientos.
Ella guardó sus anteojos oscuros y Marcos pudo sumergirse una vez más en la maravilla de aquellos ojos tan hermosos. Hablaron un largo rato, rieron, lloraron, abrazados y prodigándose besos y caricias insaciables. Por un rato fueron nuevamente Celia y Marcos, la pareja de enamorados de la Tipografía Clancy y también hicieron el amor como lo hacían en otros tiempos y en otras circunstancias, entre los arbustos de la Plaza San Martin de Buenos Aires.
Ella le contó que ya no vivía con Figuera. Que se había comprado un amplio departamento sobre la calle Tres Sargentos, en el barrio de Retiro, donde nació, se crió y vivió su adolescencia, conoció y sufrió las mieles y las amarguras de su primer amor, cerca de sus amigos del Teatro «Los Independientes», el matrimonio de Sandra y Gerardo que ahora tenían un par de mellizas y muchos nuevos amigos. Su departamento era el centro de reuniones frecuentes de un selecto grupo que incluía intelectuales, gente del espectáculo y algunos deportistas. Le dió la dirección y el teléfono de su departamento y le pidió que la visitara si alguna vez viajaba a Buenos Aires.
También le contó que a sus padres, doña Juana y el señor Petrella, les compró una cómoda casita en el barrio de Boedo. Que su hermano Germán concurría al Colegio San Antonio de Padua y era una interesante promesa en las divisiones infantiles de fútbol del club San Lorenzo de Almagro a pocas cuadras de su casa. Se despidieron al pie de la estatua del Gral. San Martin. Ella se volvió a poner los anteojos oscuros y él la vió cruzar la Avenida y desaparecer entre la gente.
Algún tiempo después, ya de vuelta en Buenos Aires, Celia fué con algunos amigos a ver boxeo al cercano estadio Luna Park, llamado entonces El Palacio de los Deportes. En la cartelera figuraba un promisorio valor que se estaba destacando en el deporte de los puños, conocido de uno de los utileros del Teatro «Los Independientes» y para enfrentarlo pusieron a un novato que hacía sus primeras armas. Ella se conmovió por la resistencia del joven boxeador, que tenía un cierto parecido con Marcos y el que pese a estar recibiendo duro castigo de parte del más experimentado rival, se mantuvo en pié hasta el final.
Finalizada la velada boxística lo llevó a su departamento y se ocupó de que le curaran bien las heridas. Se imaginaba que era Marcos. Lo albergó, le dió la posibilidad de alimentarse bien y concurrir diariamente a entrenarse. Las próximas peleas de su amigo boxeador ya no fueron tan desiguales y poco a poco comenzó a destacarse y a conseguir mejores peleas y buenas remuneraciones. Luego fué su amante por un tiempo y hasta consiguió que lo tomaran para actuar en una película, haciendo precisamente la parte de un boxeador. Figuera siempre estuvo cerca y fué el sostén donde ella podía refugiarse cuando lo necesitaba. Tuvo muchos admiradores, algunos serios pretendientes, amigos y amantes, pero nunca se casó ni quiso tener hijos y su carrera artística era estable y brillante.
Marcos consiguió ingresar a la Unión de Impresores de Long Island en Nueva York, lo que le dió la posibilidad de obtener además de mejor salario, muy buenos beneficios médicos y sociales. Primero fué suplente, lo que significaba que no tenía un lugar ni horario fijo. Iba adonde lo mandaba la Unión a reemplazar o reforzar al personal de talleres que necesitaban ayuda temporal. Finalmente consiguió una posición permanente en un taller donde trabajó algunos meses hasta que la Unión lo designó para reemplazar a un miembro que se retiraba en el periódico más importante de Long Island.
Marcos conservaba ese entusiasmo y buena predisposición que tuvo siempre, lo que le valió la estima y consideración de sus supervisores que le dieron luego de algún tiempo algunas responsabilidades a las que él respondió con eficiencia y excelentes resultados. Su estampa de galán latino que ahora estaba magnificada por la experiencia y el excelente manejo del idioma inglés también hizo impacto entre sus compañeras de trabajo que veían en él además de su buena presencia y simpatía, un promisorio futuro en la empresa. Todas, casi sin excepción, desde las más jóvenes hasta algunas ya casadas ó divorciadas no perdían oportunidad en acercarse a él a consultarlo o simplemente a conversar y a reír un poco, dado que siempre estaba de buen humor y listo para la réplica oportuna y graciosa.
El ambiente era propicio para las tentaciones que se presentaban con bastante frecuencia, pero había visto un par de situaciones que no terminaron bien para los participantes varones en este peligroso juego de amoríos en el lugar de trabajo y evitaba involucrarse dentro de los límites de lo posible. En un caso que fué muy comentado y tuvo bastante repercusión, una de las operadoras del Salón de Composición, muy bonita y desenvuelta, se relacionó con uno de los supervisores enamorándolo de tal manera que él dejó a su familia y el confortable hogar donde vivía para alquilar un departamento e irse a vivir con ella.
Al parecer ella también tenía un amante en otra sección del periódico donde había trabajado antes y ambos hombres decidieron dirimir a puñetazos en el estacionamiento el derecho a la absoluta posesión de la casquivana muchachita. El resultado final de la disputa fué que despidieron a la causante del problema, también al operario y destituyeron al supervisor.
Marcos hasta entonces había esquivado sagazmente situaciones comprometedoras, siempre sin lastimar ni poner en peligro la amistad y estima que ellas le prodigaban. Pero había una que se le estaba metiendo en la piel y le costaba muchísimo apartarla de su mente. Era una muñeca como de unos 20 años, rubia, de ojos sugestivos de un color indefinido y un cuerpo escultural, que le traía las pruebas corregidas para que él las revisara antes de ir a la Sala de Máquinas para su impresión. La llamaban Peggy y era nada menos que la hija del Supervisor General, el que al parecer tenía intenciones de nombrarlo para el puesto de Asistente Supervisor de la Sección de Composición.
El periódico tenía desde los elementos técnicos más avanzados hasta las máximas comodidades en su parte edilicia con salones de conferencias, anfiteatro, amplias oficinas para los ejecutivos, comedor para el personal, abierto las 24 horas que tenía acceso al estacionamiento y a una zona parquizada muy bien conservada, con mullido césped y numerosas plantas y florecientes arbustos.
En la media hora de descanso Marcos comió un sandwich, tomó una taza de café y salió al parque a caminar y a disfrutar de un anochecer muy bello de los últimos días de otoño. De pronto sintió que alguien lo tomaba del brazo y escuchó un susurrante y musical: –Hello!... Tenía a su lado a la bella muñeca de sus sueños imposibles que lo envolvió con su perfume embriagador y su vibrante risa juvenil. –No… Peggy… No… No… Suppose your father find out. It would be the end for me! Please, darling. Let go! –No sir… I won´t go unless you kiss me first. All right? –OK. Just a kiss. OK? Marcos le había dicho que si su padre se enteraba sería el fin de su trabajo en el periódico. Ella le dijo que lo sabía, pero que no se iría sin llevarse antes un beso. Se apretó contra su cuerpo y se besaron.
De ahí en adelante evitó en lo posible encontrarse con Peggy a solas, aunque siempre había momentos en los que ella coqueteaba y lo provocaba discretamente. Luego se alejaba sonriendo burlonamente con una mirada picaresca. Una tarde lo llamaron a la oficina del Supervisor General y Marcos pensó que algo malo iba a suceder. El padre de Peggy, Mr. Schwartz, era un hombre de aspecto importante cuya sola presencia inspiraba temor y respeto.
Mientras esperaba pudo ver que la oficina, ubicada en el segundo piso con amplia vista a los jardines del frente y al estacionamiento, era una verdadera suite, con cocina, de donde provenía un delicioso olor a café, baño completo con ducha y sauna, muebles modernos y amplios ventanales. Luego de unos momentos de espera apareció la secretaria, Karen, quien le indicó que ya podía pasar.
El Sr. Schwartz le dijo de entrada que él sabía que su hija estaba infatuada con él y lo felicitaba por haberse mantenido firme y no haber sucumbido a sus encantos. Que ella era una niña caprichosa, acostumbrada a obtener de cualquier modo lo que se proponía. Marcos le respondió que su fortaleza en resistir los innegables encantos de Peggy se debían al gran respeto que él le inspiraba y que ésa seguiría siendo su norma de conducta.
El Supervisor General le hizo saber que lo nombraría Supervisor Asistente y que debía asistir a un curso de capacitación. La reunión terminó con un fuerte apretón de manos y el gran hombre lo acompañó hasta la puerta y poniéndole la mano en el hombro le dijo: –You are a good man, Mark. It´s a pleasure to have you here with us… (Tú eres un buen hombre y es un placer tenerte con nosotros…)
La función del Asistente Supervisor era la de nexo entre la oficina del Supervisor General con los demás Supervisores de las seis diferentes secciones que componía el Departamento de Composición ó Composing Room como era designado el enorme espacio donde funcionaban todas las secciones que se ocupaban en componer las páginas del periódico hasta su envío listo para imprimir a la planta baja donde estaban las máquinas impresoras.
El ascenso venía acompañado de un substancial aumento de sueldo que Marcos y Judith celebraron en su Restaurant preferido en Central Islip, que tenía un enorme cartel luminoso al frente sobre Suffolk Avenue, con el nombre en neón de colores azul y blanco: «Rio de la Plata» Argentinian Steakhouse y una pareja en posición de bailar un tango. Los «Churrascos», Parrilladas y Asados de este Restaurant eran famosos en Long Island.
El día anterior al comienzo del invierno cayeron seis pulgadas de nieve cubriendo con un manto blanco todo el paisaje. A la hora de salida del turno con mayor cantidad de personal del periódico nevaba copiosamente. Había muy poca visibilidad y un fuerte viento arremolinaba la nieve, arrancaba ramas de los árboles y golpeaba furiosamente los autos que se movían lentamente, patinando en las rutas y calles vecinas.
De tanto en tanto se veían las luces de los camiones de bomberos ayudando a vehículos y conductores con problemas y también patrulleros de la policía estatal junto a ambulancias en la escena de algún accidente.
La mayor parte del personal decidió esperar en la Cafetería hasta que amainara la tormenta. Marcos y Karen estaban completando el Resumen de la actividad del día en la oficina del Supervisor General que ya se había marchado y veían a través de los ventanales el mal tiempo afuera. Terminado el Resumen, Karen le preguntó a Marcos si iba a esperar que amainara la furia de la tormenta ó si se aventuraría a tratar de llegar a casa de todas maneras. Estaban juntos muy cerca el uno del otro mirando hacia afuera. Marcos la miró y vió en los ojos de ella algo parecido a una invitación que unido al ambiente íntimo y excitante donde se encontraban los dos le hizo decir –I`ll stay (Me quedaré)...
Karen era una bella mujer, muy segura de sí misma y acostumbrada a lidiar con personas y situaciones importantes y diversas. Marcos siempre la había visto y tratado como a la secretaria ejecutiva que era. Pero ahora se encontraba frente a la mujer, excitante, vulnerable y despojada de ese aura de poder. El se acercó y ella también. Se abrazaron, se besaron. El miraba ese rostro que estaba acostumbrado a ver como algo muy hermoso pero distante e imposible y ese cuerpo tan deseable y que ahora tenía entre sus brazos ardiente, palpitante, sediento de caricias. El instinto pudo más que la cordura y se entregaron al amor, sobre el gran escritorio de Mr. Schwartz, sobre el diván de la entrada a la oficina que estaba cerrada y en semipenumbra y bajo la ducha…
Cuando volvieron a mirar por la ventana, había cesado la tormenta y las máquinas estaban limpiando la nieve acumulada en el estacionamiento amontonándola en un rincón lejano. Ella le sirvió un café, se dieron un último beso y Marcos bajó al estacionamiento donde ya no había casi autos. Limpió el suyo que estaba tapado de nieve y arrancó enfilando lentamente hacia el Long Island Expressway en dirección a su casa que cuando llegó estaba a oscuras. Judith y la niña ya estarían durmiendo. Metió el auto en uno de los dos garages, se puso las botas de nieve y limpió la entrada de los coches de manera que ellas no tuvieran problemas en la mañana cuando salieran a esperar el ómnibus escolar.
Fué un invierno largo y muy frío. Casi al final del mismo, en lo que fué la última gran tormenta de esa temporada, Marcos recibió en su lugar de trabajo una llamada urgente de su esposa Judith en la que le contaba muy asustada de que el fuerte viento había arrancado un árbol que derribó a su vez un poste de luz, cortando y arrastrando en la caída los cables que en ese momento estaban chisporroteando en el césped del frente de su casa muy cerca de la puerta de entrada. Le pidió por favor que viniera lo más pronto posible. El trató de calmarla, le dijo que llamaría a la compañía de electricidad y que ya estaba en camino.
Salió apresuradamente, en medio del fragor de la tormenta, con vientos casi huracanados y mucha nieve acumulándose en las calles, que por la baja temperatura se iba convirtiendo en hielo. Había numerosos autos abandonados en los costados de las rutas y calles adyacentes mientras seguía nevando intensamente. Apremiado por la angustia que presentía debía estar sufriendo Judith, avanzaba lo más rápido que podía, devorando el camino en loca carrera dejando de lado toda prudencia.
En una curva del camino casi sobre un paso a nivel del ferrocarril su auto patinó sin control, rompió las barreras que estaban bajas y fué embestido por el tren, que arrastró al vehículo un largo trecho destruyéndolo completamente.
Marcos murió en el accidente. Bomberos y personal de emergencia tuvieron que extraer su cuerpo destrozado de entre los hierros retorcidos de su auto. Fué sepultado en el Cementerio Pinelawn Memorial, en Melville, muy cerca del periódico. Asistieron una buena cantidad de compañeros de trabajo que le dieron su sentido pésame a Judith, entre ellos el Supervisor General Mr. Schwartz, la hija de éste, Peggy y su secretaria Karen. La sencilla tumba donde descansarían sus restos estaba ubicada en un rincón lejano pero agradable del Cementerio próximo a un pequeño jardín y a una fuente de agua.
La noticia del mortal accidente llegó a Buenos Aires a través de una amiga argentina que vivía cerca de ellos en Dix Hills, que se lo comunicó a Sandra. Cuando se enteró Celia sintió que su corazón se partía y el dolor la asfixiaba hasta que pudo liberar el llanto que surgió a raudales. Estuvo varios días mirando fotos en la que ella se veía muy feliz junto a Marcos, celebrando fin de año en la Tipografía, algún estreno en el Teatro «Los Independientes», abrazados en la Plaza San Martín, caminando por la avenida Santa Fe ó por la calle Corrientes, paseos en lancha por el Tigre, etc., los momentos gratos que ella atesoraba como los más felices de su vida, con el corazón acongojado y sus bellos ojos nublados de lágrimas.
En Long Island, la madre de Judith, también había muerto recientemente de cáncer. Luego de algún tiempo de duelo, considerando lo elevado de los impuestos y que ya no tenía nada que la atara a Long Island más que un par de tumbas y recuerdos y no era persona de estar atada a los mismos, vendió todas las posesiones de la familia en Nueva York, de las que era la única heredera y que incluía entre otras posesiones menores, dos grandes edificios con departamentos totalmente alquilados en Brooklyn, más el caserón en la playa de Belle Harbor y se mudó a un pueblo en Connecticut llamado Mystic frente a Long Island cruzando en ferry el Long Island Sound.
Allí encontró una propiedad que reunía todo lo que ella necesitaba. Una vivienda amplia y muy cómoda, buenas escuelas para la niña que había procreado con Marcos, a la que llamaron Celia Judith y una comunidad muy activa en un ambiente semi-rural. El centro comercial no estaba muy lejos y era accesible a través de una bien conservada carretera. Tenía un supermercado muy bien surtido, una gran galería cubierta con toda clase de negocios y amplio estacionamiento. En los fondos de la propiedad corría el brazo de un río que un par de millas más adelante desembocaba en el mar.
Era un pueblo pintoresco con atracciones turísticas importantes, entre ellas un Museo Marítimo llamado Mystic Seaport con una colección de barcos históricos y una inmensa biblioteca con fotografías de la vida marítima comercial, recreacional y de la industria naviera de Nueva Inglaterra. Su vecino más cercano era un abogado que comenzaba a tener cierta influencia en el pueblo, al que conoció en una reunión de padres y maestros. Se llamaba John Mason y era descendiente de los indios Pequot que habían habitado esos territorios antes de que los europeos los diezmaran y desalojaran. Estos descendientes de los originales habitantes del lugar, ahora todos americanizados y destacados ciudadanos, lucharon y consiguieron que les indemnizaran ó devolvieran partes de las tierras que les fueron arrebatadas a sus ancestros y que en algunos casos como el de este abogado era ahora una considerable y valiosa propiedad.
Estaba divorciado y tenía una niña que compartía el aula con Celia Judith y ambos se turnaban para llevarlas a la escuela. Comenzó así una amistad que poco a poco se fué convirtiendo en romance y terminaron casándose. Judith se constituyó de inmediato en la base y el más sólido soporte de las aspiraciones políticas de su marido que llegó a ocupar importantes cargos en la región.
En Buenos Aires la Tipografía Clancy siguió funcionando algunos años más hasta que demolieron todos los edificios viejos de la manzana, entre ellos el inquilinato y el local que ocupaba la Tipografía Clancy y pusieron un amplio estacionamiento para vehículos sobre la calle Reconquista y un gran hotel sobre la Avenida Córdoba. Solo quedó el Monasterio de Santa Catalina de Siena en su histórica ubicación de la esquina de San Martín y Viamonte, mudo testigo de acontecimientos importantes de la historia de Buenos Aires, como la defensa y reconquista de la ciudad durante las invasiones inglesas. Una descolorida placa en un rincón lejano de sus viejos muros recuerda que en Julio del año 1807, durante la Segunda Invasión al Río de la Plata, el convento fue ocupado, al igual que otros conventos e iglesias de la ciudad, por las fuerzas británicas que permanecieron en Santa Catalina hasta su rendición.
El antiguo Monasterio también fué testigo de pequeñas íntimas historias que forjaron sus habitantes vecinos como ésta que intenté relatarles aquí de algunos de los personajes que fueron parte o estuvieron de algún modo conectados con la Tipografía Clancy de la calle Reconquista en Buenos Aires, Argentina.
Fin
Siguiendo la conversación
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