La Niña de los Pies Grandes – Un Cuento «Villero» ambientado en Retiro, Buenos Aires, Argentina

La Niña de los Pies Grandes – Un Cuento «Villero» ambientado en Retiro, Buenos Aires, Argentina

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Por las bocas de salida de la estación cabecera del Ferrocarril San Martin, en Retiro, la gente entra y sale constantemente, según llegan unos trenes y se van otros con su carga de pasajeros. La estación es amplia y los andenes largos.

Si uno camina hasta casi el final del mismo, mirando a su derecha verá lo que es conocido como la Villa 31. Si bien no es la más grande de la Ciudad, sí es la más emblemática, por su ubicación estratégica, junto al principal centro de transbordo de pasajeros de la Capital Federal y muy cerca de los barrios más cotizados.

Según datos de Wikipedia, «entre 1880 y 1910, llegaron a la Argentina cuatro millones de europeos, de los cuales el 60% se radicó en Buenos Aires.

«En 1931 el Gobierno decidió dar refugio a un contingente de inmigrantes polacos en unos galpones vacíos ubicados en Puerto Nuevo.

«Al año siguiente surge sobre la Avda. Costanera el primer asentamiento de viviendas precarias construídas con chapas y otros materiales.

«En 1976 el Intendente Cacciatore trató de erradicar esta llamada «villa miseria» utilizando topadoras, tras los cual, sus habitantes fueron cargados en camiones y llevados al Conjunto Habitacional de Ciudadela (Barrio «Ejército de los Andes»), que pronto colmó su capacidad.

«El hacinamiento originó violencia: un tiroteo entre la policía y bandas del asentamiento inició la vigencia de «Fuerte Apache». Pronto la zona se convirtió en una de las más peligrosas del Conurbano».

Villa 31
La Villa 31 de Retiro, Buenos Aires

En la Villa 31 habitaban más de 40.000 personas. Una de éstos habitantes es una niña de 9 años a quien pusieron de apodo «Peluche», que deambulaba por las adyacencias de la estación, vistiendo harapos y descalza. Su madre, sentada por ahí con un niño en brazos pedía limosna a la gente que pasaba apresuradamente a su lado.

Un día este submundo de miseria se topó con otro totalmente diferente, de opulencia y bienestar en la persona de una señora que la vió desde su vehículo y se apiadó de ella.

Esta señora de nacionalidad venezolana, de nombre Guadalupe Marinelli, una ex Miss Venezuela, ahora ya entrada en años, estaba de visita en Buenos Aires. Era viuda de un magnate que hizo una enorme fortuna con negocios inmobiliarios en Nueva York y Miami, que junto a su hijo heredaron al fallecer el marido. Ella tomó su parte, dejó al hijo las empresas de su padre y se dedicó a viajar y a hacer obras de beneficiencia.

Quiso el destino que pasando con su auto por Retiro, viera a la pequeña sentada en la acera. Hizo detener el vehículo, se bajó y habló con ella. Luego la tomó de la mano y subieron al coche. Ya de regreso a su lujosa suite de un gran hotel, a escasas cuatro cuadras de donde la recogió, en el mismo barrio de Retiro, pero ya con el nombre Puerto Madero, dió órdenes a su personal para que la asearan y vistieran decorosamente, sin estridencias. Costó un poco encontrarle zapatos por el tamaño y la forma de sus pies. Pero un par de horas después ya estaban las dos almorzando.

La señora le hizo muchas preguntas a las que «Peluche» contestaba con inteligencia y claridad. Le contó que por un tiempo había estado yendo a una escuelita que un buen sacerdote al que conocían como el Padre Mugica había establecido como parte de la Parroquia «Cristo Obrero» que él fundó en la villa. La misma dejó de funcionar cuando «el Padre» fué asesinado. La dama se conmovió y le preguntó si la podría llevar hasta el lugar.

Así fué que al día siguiente la señora Marinelli, disfrazada con la ropa de la mucama y con un pañuelo que le envolvía la cabeza, tomaron un taxi que las dejó en la entrada de la villa y se dirigieron caminando hasta la Parroquia. El lugar estaba semiabandonado. Una voluntaria llamada Carmen Fernández mantenía el lugar como podía. Hablaron las dos mujeres un rato largo yendo luego a lo que fué la oficina.

Carmen encontró los datos que la señora le pedía: Personería Jurídica y Cuenta Bancaria de la Parroquia, que estaba en cero pero activa todavía.

La señora Guadalupe Marinelli le entregó a Carmen una de sus tarjetas con su teléfono y dirección particular y le dijo que le depositaría cinco mil dólares todos los meses para que reabriera y pusiera a funcionar nuevamente la escuelita y que la mantuviera al tanto de todo lo que ocurría. Tras lo cual se despidieron. Carmen prometió que así lo haría, agradeció efusivamente su promesa de ayuda con lágrimas en los ojos y un abrazo interminable.

Pasaron luego por el espacio que ocupaban “Peluche”, su madre y su hermanito. Tomó nota mental de que mandaría a instalar allí una cocina con garrafa, una ducha y cama con colchón.

La niña de los pies grandes, «Peluche», la acompañó luego hasta el taxi, se abrazaron, la señora estrechó la cabecita de ella contra su pecho murmurando. –Que Dios te bendiga, chica. Cuídate mucho. Adiós.

Carmen Fernandez había sido una chica normal con planes indefinidos sobre su futuro, que vivía con sus padres en Caseros muy cerca de la Villa El Mercado, un sector de cuatro a seis manzanas pobladas por precarias casillas, vecino al viejo Mercado Frutihortícola,  que había sido destinado por la Municipalidad de Tres de Febrero para una parquización que nunca se pudo concretar.

Un acontecimiento policial de gran resonancia ocurrió en la vecindad que influyó definitivamente en el curso de su vida.

Un grupo de tres jóvenes de la Villa El Mercado intentó asaltar a dos parejas que regresaban tarde en la noche a sus hogares muy cerca de la Villa. Los dos hombres eran primos y sus novias eran chicas del barrio. Venían de celebrar su graduación de la Escuela de Policía. Al verse amenazados se identificaron, desenfundaron sus armas y se desató una intensa balacera en la que dos de los asaltantes murieron en el lugar y un tercero se arrastró moribundo hasta casi frente a la casa de Carmen. Los policías también resultaron heridos, uno de ellos de gravedad.

Carmen asistió a los funerales de los muertos de la Villa a los que conocía desde la infancia. Se conmovió ante el dolor de las madres por la pérdida de sus hijos. Sintió la necesidad imperiosa de buscar alguna forma de ayudarlos. De a poco fué acercándose e interiorizándose de lo que ocurría en la vida diaria de los habitantes de la villa para ver de qué forma podría ayudar.

Confió sus inquietudes al Padre Francisco que era párroco de la Capilla de Villa Pineral. Este tenía conocimiento de un sacerdote de activa militancia social a favor de los habitantes de las villas y decidió invitarlo a una reunión en la que participarían además los representantes de la notoria villa Carlos Gardel y del asentamiento «Fuerte Apache».

Este sacerdote era el Padre Carlos Mugica, uno de los siete hijos de Adolfo Mugica fundador del Partido Demócrata Nacional, por el cual fué diputado y luego Ministro de Relaciones Exteriores del Gobierno del presidente Arturo Frondizi y de Carmen Echagüe, hija de terratenientes adinerados de Buenos Aires, que por sus esfuerzos y logros a favor de los pobres, estaba empezando a ser reconocido.

La reunión se realizó en la Capilla ubicada frente a la Plaza Pineral. Se trataron diversos temas relativos al mejoramiento de la calidad de vida y educación de los habitantes de los asentamientos de emergencia.

El Padre Mugica habló con entusiasmo y elocuencia de lo que ya había conseguido en lo que entonces se conocía como la Villa del Puerto donde había creado la Parroquia Cristo Obrero que se complementó con la fundación de una escuelita para niños y un taller de Artes y Oficios para adultos.

Una vez finalizada la reunión Carmen habló largamente con una directora de escuelas jubilada a quien llamaban la señora Mercedes, que era parte del grupo que acompañaba al Padre Mugica y estaba a cargo de la organización de la escuelita de la Parroquia Cristo Obrero. Allí Carmen decidió su destino; iba a dedicar su vida a este proyecto. Habló largamente con sus padres que con mucha pena y viendo que no la podrían convencer accedieron a sus deseos.

Pocos días después apareció en la puerta de su casa el Renault 4 azul del Padre Mugica y se fué con ellos. Acomodó sus pocas pertenencias en una habitación que le fué asignada en los fondos de la Parroquia. Por su experiencia y conocimientos adquiridos en la villa El Mercado se convirtió rápidamente en el brazo derecho de la Sra. Mercedes, que además de supervisar la escuelita estaba a cargo de la Contaduría y Finanzas.

Entre las múltiples actividades a las que se abocó Carmen estaba la de ir a los supermercados de la zona a recoger lo que éstos aportaban para el mantenimiento del comedor escolar y a depositar en el Banco las donaciones en efectivo y cheques que hubiere.

La escuelita comenzó a funcionar con alrededor de una docena de niños, al principio con la Sra. Mercedes como única docente. Al poco tiempo llegó una joven maestra voluntaria, Amalia, que fué a compartir la habitación con Carmen y que se hizo cargo del aula.

Una vecina llamada Liliana ó «Lilly» manejaba la cocina y la confección de pan casero y «chipás» en un gran horno de barro que había construído su marido, un joven paraguayo, de nombre Rubén, albañil en ocasiones y asociado con algunos personajes de mala fama en la villa. Ella era hija de un matrimonio polaco, católicos muy estrictos de la ciudad de Apóstoles en Misiones. Los padres de Lilly desaprobaron vehementemente su relación con este muchacho que había venido con un grupo de obreros de la construcción a realizar obras viales en el pueblo y cuando ella quedó embarazada la echaron de la casa.

Vinieron a parar a la Villa de Retiro por algunos conocidos de Rubén que los ayudaron a construir su precaria vivienda donde nació una niña a la que bautizaron Antonia que ahora tenía la misma edad que «Peluche», de la que se hizo muy amiga desde pequeñas. Aunque ahora convergían en este punto de sus vidas, tenían una formación y manera de ser muy diferentes. La madre de una, educada y trabajadora le inculcó desde su más temprana edad hábitos saludables; por el contrario la otra aunque inteligente y astuta, se crió en la calle y nunca tuvo acceso a una buena educación ni a esos buenos principios.

El Padre Mugica se vinculó activamente a las luchas populares a través del movimiento de Sacerdotes Tercermundistas recibiendo en el apogeo de sus actividades, críticas y amenazas de muerte que se concretaron una noche en Villa Luro, cuando fué ametrallado en la puerta de la iglesia de San Francisco Solano, tras celebrar una misa.

El asesinato pudo haber sido perpetrado por la Triple A, pero también por Montoneros. Nunca se aclaró totalmente quiénes lo mataron aunque la justicia señaló a  Rodolfo Eduardo Almirón,  jefe operativo de AAA (Alianza Anticomunista Argentina), como el autor material del asesinato.

La noticia de la muerte de su párroco causó gran conmoción y la interrupción inmediata de casi todos los proyectos y actividades en la Parroquia Cristo Obrero.

La Sra. Mercedes sufrió un paro cardíaco al recibir la noticia y se encontraba internada en un hospital. Carmen seguía haciendo la ronda de los supermercados, tratando de mantener funcionando a la escuelita, pero las donaciones tanto de comestibles como de dinero  fueron mermando paulatinamente hasta que cesaron por completo.

Lilly siguió produciendo pan casero y «chipás» que ella y su hija Antonia vendían en las aceras de la estación.

El fallecimiento de la Sra. Mercedes poco tiempo después de la muerte del Padre Mugica y la suspensión de todas las actividades en la escuelita, sumó a «Peluche» en una profunda depresión. Pasaba muchas horas del día sentada, descalza y harapienta en las inmediaciones de la estación. Ahí fue donde la señora venezolana la vió y comenzó así la etapa de recuperación de ella y de la escuelita.

Rubén, su padre, organizó una banda que se dedicaba a robar a repartidores de bebidas y comestibles. Traían al vehículo robado al medio de la villa más cercana, donde era vaciado por la gente, luego lo llevaban a un desarmadero clandestino donde lo vendían para partes.

La Policía Federal Argentina, mediante un paciente trabajo de inteligencia y con la colaboración de una importante fábrica de chacinados que fué asaltada y había perdido ya dos camiones, logró identificar a la banda y su manera de actuar. Así fue que les tendió una trampa. Uno de los camiones de la empresa sirvió de señuelo. En lugar de chacinados iba cargada con un grupo de tropa de élite de la Policía Federal, que terminó con la banda en medio de una lluvia de balas donde cayeron muertos todos sus integrantes.

Lilly y Antonia no sufrieron mucho por la pérdida ya que Rubén tenía mal carácter y las maltrataba con frecuencia. Sus productos de panadería ahora se vendían totalmente, y un día recibió una propuesta inesperada. Un hombre que trabajaba en una panadería de Retiro y era un comprador habitual, le propuso que formaran pareja y se fueran a vivir con él a Moreno, donde estaba construyendo una casita y quería instalar una panadería. El hombre y la propuesta les cayó bien y ambas se fueron con él a su nuevo hogar.

Al mismo tiempo que llegaba la ayuda monetaria de la señora venezolana la Arquidiócesis nombró un nuevo Párroco en reemplazo del Padre Mugica.

El nuevo Párroco vino acompañado por voluntarios de la Juventud Obrera Católica, ex-alumnos de la Universidad Salesiana del Trabajo de Almagro, que tomaron las riendas de los proyectos que habían quedado truncos con la muerte del Padre Mugica.

Uno de ellos de nombre Andrés, que era mecánico de profesión, se encargó del taller de Artes y Oficios haciendo además de chofer manejando el Renault 4 azul, el auto de la Parroquia. Se estableció una casi inmediata amistad y luego formaron pareja con Carmen y se quedó a vivir en la villa. «Peluche» y su madre hacían la limpieza de la Iglesia, la escuelita y el Taller.

Un día se apareció por la Parroquia la Sra. Marinelli. La recibieron con gran alegría y la agasajaron efusivamente. Ella quiso saber si les hacía falta algo en que ella pudiera contribuir.

Oscar, primo de Andrés, quería armar un taller de carpintería y le contó a la señora que él conocía un lugar en el que había trabajado como aprendiz que estaba cerrado hacía tiempo y en el que había máquinas que él y Andrés podrían restaurar y utilizar para la enseñanza del oficio de carpintería en la villa.

Lo fueron a ver y consiguieron comprar las máquinas casi a precio de donación. Otro ex-alumno del Colegio Pio IX se encargó del transporte de las mismas en uno de sus camiones y con sus empleados.

Armaron el taller rápidamente para que la Sra. Marinelli lo pudiera ver funcionando antes de partir. Media docena de muchachos comenzaron a tomar clases de inmediato. El propietario de los camiones les prestó uno de los más viejos, que Andrés reparó para usarlo en el transporte de la madera que utilizaban para la fabricación de los muebles y tablones que eran adquiridos por los habitantes de la villa y vecinos de los alrededores.

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La Carpintería de la Villa

Por varios años todo se desarrollaba normalmente hasta que terminó la bonanza con la llegada de los narcotraficantes y empezó a correr la droga y la lucha por el control del negocio de la distribución y venta de la misma que habitualmente se resolvía con mortal violencia.

La Parroquia y los talleres fueron por un tiempo los bastiones de la resistencia que terminó cuando Oscar y algunos voluntarios fueron acribillados a balazos por sicarios dentro de la carpintería.

El taller permaneció abierto por un tiempo pero como nadie concurría por el temor originado por las muertes del maestro y sus ayudantes, lo cerraron. En una de las paredes se erigió un altar con las fotos de los mártires y grandes crespones negros.

También empezaron a ocurrir casos de secuestro de mujeres jóvenes a las que obligaban a prostituirse y enviaban a distintos lugares del país y de países limítrofes. Se supone que «Peluche», la Chica de los Pies Grandes, fué una de ellas, porque un día desapareció de los lugares que frecuentaba y nunca más la volvieron a ver. Algunos creían que se la llevó consigo la Sra. Marinelli.

La villa se convirtió en un lugar muy peligroso. Los pocos voluntarios que aún quedaban ante el agravamiento y lo irreversible de la situación se fueron alejando poco a poco hasta no quedar ninguno.

Cuando Carmen fué al velatorio de su padre en Caseros, le comentó a su madre la situación por la que estaban atravesando y ésta le pidió con lágrimas en los ojos que volviera a casa. Así lo hizo y volvió con Andrés y el pequeño hijo de ambos.

Construyeron un galpón en el fondo donde Andrés puso un taller mecánico y Carmen se dedicó a atender la casa, a su mamá cuya salud era muy precaria y a su hijo.

La villa para ese tiempo se había convertido en un campo de batalla donde se dirimía a tiros la predominancia y el dominio territorial de las «mafias» y en el que ninguna autoridad se atrevía a intervenir. Ni ambulancias, ni bomberos podían acceder a la misma y los muertos eran arrojados a los costados de las carreteras y en los baldíos del conurbano.

Las familias de Liliana y Carmen mantuvieron la amistad iniciada en la Villa y se visitaban con frecuencia. La panadería de Moreno a la que llamaron «Lily» era conocida como la que producía el mejor «chipá» de la zona y en general todos sus productos panificados eran de gran aceptación.

Cuando falleció  la madre de Carmen vendieron la casa de Villa Pineral y se mudaron a Moreno donde edificaron una casa en el fondo y un gran galpón al frente donde Andrés atendía y reparaba camiones y colectivos.

Mantenían el recuerdo y la esperanza de volver a ver a «Peluche», la Niña de los Pies Grandes, algún día sana y salva, cosa que nunca ocurrió.  FIN.