Las Hijas del Almacenero – Relato ambientado en Chaco y Corrientes

Las Hijas del Almacenero – Relato ambientado en Chaco y Corrientes

por  Damian Barrios

La calle se llamaba Eduardo Madero, era de tierra y cuando llovía se convertía en un lodazal, donde quedaban empantanados toda clase de vehículos que costaba mucho trabajo liberar para llegar hasta el asfalto de la Avenida Armenia.

A escasos 50 metros de esta avenida estaba la casita donde vivían Doña María Luisa y Don José Perez, ambos jubilados. En el frente y a los costados de la casa había muchas  plantas con flores de variados tamaños y colores que Doña María Luisa cuidaba con mucho esmero y dedicación. Al fondo había una frondosa arboleda y varios árboles frutales.

240_f_47311125_bfzusg1iqxqduqubdzp4ztt6gjdduoxv

En la vereda delante del cerco de alambre tejido y enredadera, crecía un pasto muy verde al lado de un zanjón que corría todo a lo largo de la calle desde la avenida asfaltada hasta el fondo llegando al río y que cuando llovía se llenaba de agua que corría con la fuerza de un torrente caudaloso. Estaba entubado en las esquinas para permitir la circulación del tránsito.

Cruzando la avenida que en ese tramo era ancha y con grandes zanjones a ambos lados se estaba terminando de construir la Universidad del Nordeste en unos extensos baldíos que estaban alambrados y con caminos interiores por donde circulaban constantemente los camiones y otros vehículos utilizados en la construcción.

María Luisa se fué muy joven a trabajar a Buenos Aires, pero antes de irse dió un depósito para la compra de tres terrenos en un loteo de lo que en ese entonces era una gran extensión cubierta de espinillos y jacarandaes, a unas diez cuadras de la última parada del colectivo que circulaba por la calle Ayacucho comenzando su recorrido en el puerto y terminando en un importante establecimiento textil.

Con sus primeros salarios continuó pagando las cuotas de los terrenos hasta completarlo. Luego comenzó la edificación de la vivienda que ocuparían Doña Catalina y su concubino Juan Romero y con el aporte monetario de ella desde Buenos Aires y el trabajo de Juan y el único vecino que tenían entonces fueron construyendo las dos primeras casitas del barrio.

Juan y el vecino, al que todos llamaban por su apellido, Velazco, trabajaban para un fruticultor japonés que era el mayor proveedor de frutas de la región. Familiarizados con el cultivo y cuidado de estos árboles limpiaron sus amplios terrenos y fueron plantando en el fondo árboles frutales que conseguían en su lugar de trabajo, conservando los árboles de sombra. Algunos de los nuevos vecinos que iban construyendo en el barrio los imitaron plantando también árboles frutales por lo que luego de unos años muchas de las casas tenían abundancia de frutas en sus fondos.

Esto atraía a una gran variedad de pájaros multicolores y bandadas de parlanchinas y coloridas cotorras de paso quién sabe hacia dónde, que animaban el ambiente con sus cantos y revoloteos. También de vez en cuando aparecía un monito carayá trepándose al bananero, tomando alguna banana madura y escapando rápidamente, hacia su guarida en los bosques de la orilla del rio.

agapornis-416x236x80xX

Luego de muchos años en Buenos Aires, María Luisa se jubiló y volvió a su provincia natal a vivir con su anciana madre, doña Catalina, en la casita de la calle Eduardo Madero, instalando en el frente un salón de peluquería al que concurrían los vecinos y algunos músicos, los que solían amenizar las tardes y algunos fines de semana practicando temas de su repertorio, mateando y disfrutando de la sombra de la arboleda del fondo del terreno y de las frutas maduras que caían o podían alcanzar de los limoneros, guapurúes, mamones, guayabas y del gran bananero.

Doña Catalina que había quedado afectada por la muerte de su compañero de toda la vida también falleció pocos meses después. María Luisa quedó sola por un tiempo. Uno de los músicos era un primo que tenía parientes en Resistencia y en una oportunidad la invitó a un recital donde iban a actuar en esa ciudad en la celebración de una fiesta patria. Iban a parar todos en un caserón que era propiedad de la familia.

Allí conoció a Don José, un poco mayor que ella, viudo, todavía buen guitarrero y cantor, pese a su edad. Comenzó una amistad y con la complicidad de las hijas de Don José se formó la pareja que luego de algunos meses de idas y venidas de Corrientes a Resistencia y viceversa, se casaron y vinieron a vivir a la casita de la calle Madero.

En el barrio que se había formado convivía gente de todas las condiciones sociales. Desde el maestro de la escuela industrial que vivía sobre la Avenida Armenia en una casa de dos pisos con bien cuidado jardín en el frente y que poseía un automóvil, muy usado pero en buenas condiciones, que el maestro usaba para trasladarse diariamente a su lugar de trabajo y operarios de la cercana fábrica textil que iban construyendo sus casitas, hasta las familias que vivían en precarias viviendas varias cuadras más abajo en la costa del río.

Doña María Luisa vendió uno de los terrenos para comprar con el dinero algún tipo de vehículo de transporte, ya sea algún auto usado o tal vez una motoneta. Se decidió por esto último que parecía lo más práctico por el problema de la calle de tierra que era intransitable los días de lluvia. La patentó, le compró seguro y la flamante motoneta estaba allí parada bajo el techo de la entrada de coches que había a un costado de la casa, porque no conseguía quien le enseñara a manejarla.

Al lado de su propiedad había un almacén de comestibles y bebidas, donde siempre había gente hasta entrada la noche: clientes con mayoría de mujeres a determinadas horas del día y de hombres al atardecer y noche, que además de hacer compras comentaban los acontecimientos del lugar y sus habitantes.

El almacén y la vivienda estaban edificados en uno de los tres lotes de terreno que Don Joaquin, el almacenero y su esposa Jacinta habían comprado reservando los otros dos restantes para que edificaran su vivienda los hijos que se quedaran a vivir con ellos.

También se reunía allí en la vereda un grupo de muchachos antes de encaminarse hasta una cancha que ellos mantenían cortando el pasto, con arcos y banderines en las esquinas en uno de los espacios baldíos de la Universidad cruzando la avenida para jugar al fútbol. La ida era bulliciosa y muy animada. La vuelta era todo lo contrario. Regresaban silenciosos, exhaustos y golpeados ya sea por el juego ó por las peleas que habitualmente ocurrían cuando se enfrentaban a los rivales de barrio, los del otro lado de la Universidad que se hacían llamar “Los Bravos del Bañado Norte”.

Un par de cuadras hacia el río vivía un personaje al que todos temían y con razón. Era un hombre de edad indefinible, de mala traza y muy mal carácter que siempre andaba armado, con un cuchillo de grandes dimensiones a un lado y un revólver al otro lado de su cintura. Lo conocían como “Goyo” y vivía con un par de mujeres jóvenes a las que había traído a vivir a su rancho luego que las encontrara durmiendo en los bancos de piedra de la costanera y a las que mantenía amenazadas y temerosas de su mal genio y también porque ellas aunque quisieran irse no tenían adónde ir.

Poseía un carro tirado por un caballo, al que llamaba «Matungo», que usaba para trasladar cosas especialmente los días de lluvia cuando otros vehículos no se atrevían a desafiar al barro de la calle Madero. Una de las mujeres de Goyo a la que llamaban Maruca, se las ingeniaba para conseguir verduras y frutas demasiado maduras para la venta, que eran la fuente principal de alimento del rancho. Goyo aportaba a veces alguna carne que conseguía cuando trasladaba con su carro mercadería para un pequeño mercado que estaba casi en la costa del río y que en el verano funcionaba como parrilla y puesto de comida para los que venían a pasar el día, algunos a pescar y otros a disfrutar de una pequeña playa y arboleda que había allí.

Estefanía, la otra muchacha, que era la más presentable de las dos, caminaba por la costa del río llegando a veces hasta el puerto trayendo el dinero que podía conseguir ejerciendo la profesión más antigua con pescadores y marineros de barcazas ancladas cerca de la costa.

El almacenero tenía tres hijas. La mayor a la que llamaban Estercita, de unos dieciocho años, era muy bonita y popular entre los muchachos del barrio. Todos la pretendían y ella atendía a todos con mucha simpatía y jovialidad sin darle preferencia a ninguno en particular por el momento. Le seguía un varón llamado Horacio, que estudiaba en la Escuela de Comercio el curso de Administración de Empresas y las otras dos niñas eran Sofía de 14 años y Mariela de 12. Los cuatro ayudaban eficientemente al padre en el almacén y a la madre en la cocina.

Los refrescos que consumían en la vereda, el fútbol de los Sábados y las hijas del almacenero eran los motivos que tenían los muchachos para hacer del almacén su punto de encuentro.

Un Sábado a la tarde Doña María Luisa y Don José se habían sentado en el patio del frente de la casa a tomar mate con tortas fritas y a escuchar música en una vieja radio. En el almacén de al lado se oían las voces de los clientes adentro y las risas y chanzas de los muchachos en la vereda que no iban a jugar fútbol por el mal estado del campo de juego.

Había llovido el día anterior, la calle era el acostumbrado barrial y en el zanjón corría abundante agua. De pronto uno de los muchachos lanzó el alerta:

–¡Guarda que viene “el loco Goyo”!

Todos permanecieron expectantes ante la inminente presencia del temido personaje que venía en el carro castigando con saña al pobre caballo que hacía desesperados esfuerzos por avanzar en el barro.

Casi frente al almacén las ruedas del carro se hundieron tanto que no había forma de avanzar pese a los esfuerzos del animal al que el “Goyo” castigaba sin piedad asuzándolo con gritos e improperios. Los muchachos al ver que no había forma de que pudiera zafar, se subieron las botamangas de los pantalones, se sacaron las zapatillas, pusieron el tablón que utilizaban para cruzar sobre el zanjón y luego lo colocaron delante de la rueda empantanada del carro. Eran seis ó siete que con mucho esfuerzo consiguieron arrancar la rueda del barro y ponerla sobre el tablón. El carro entonces avanzó y Goyo ni siquiera los miró y siguió su camino mascullando improperios y maldiciones.

Don José y Doña María Luisa dejaron pasar a los muchachos para que se lavaran en la canilla de agua que tenían en un rincón del jardín mientras comentaban lo que había ocurrido. Doña María Luisa catalogó al Goyo como un “malparido” por la forma de tratar al caballo y por no dar ni siquiera las gracias a los que lo sacaron del atascamiento en el barro. Luego fué a poner al fuego una gran pava de aluminio que tenía para el mate que servía cuando estaban todos los músicos y les preparó mate cocido.

Se sentaron todos en el patio de ladrillos a conversar. Don José les preguntó cómo andaba el equipo de fútbol y “el Moncho” que parecía llevar la voz cantante del grupo se sinceró:

–La verdad Don José nunca le hemos podido ganar a esos hijos de su buena madre. Nos golean y encima nos «cagan» a patadas. Nos tienen de hijos. Nosotros somos un “rejuntado” de chicos del barrio con unos cuantos que juegan bien nada más y encima no tenemos arquero. Ellos tienen algunos que ya están fichados en clubes. Hay uno que juega en Ferroviarios y dos ó tres en Huracán.

Don José se quedó un momento pensativo y luego preguntó: –¿Cuando van a jugar de nuevo? –Todos los Sábados a la cuatro de la tarde, más ó menos, nos juntamos y hacemos partido. –Mirá, no les prometo nada, pero les voy a preguntar a dos de mis nietos que juegan en el Chaco Forever de Resistencia, si pueden venir un Sábado, a ver si equilibramos la balanza. Ellos juegan los Domingos así que el Sábado tal vez puedan venir. Tomaron el mate cocido y se fueron comentando la posibilidad del refuerzo prometido.

Llegó el Sábado y vinieron ansiosos a preguntarle a Don José si iban a venir sus nietos y éste le contestó que el Sábado que viene. Así que ese Sábado fueron a jugar igual que siempre y recibieron la goleada y la paliza habitual.

El Sábado siguiente bien temprano llegó una camioneta con chapa del Chaco y bajaron cuatro personas con algunos bultos. Don José los recibió y le dijo a Horacio, el hijo del almacenero, que era uno de integrantes del equipo, que avisara a los otros y vinieron todos. Don José los presentó. Dos eran sus nietos, altos, fortachones; un tercero, de un físico impresionante era el arquero, llamado Daniel y el cuarto hombre era el Sr. Martino, integrante del cuerpo técnico de Chaco Forever.

Abrieron los bultos que trajeron, que contenían un juego completo de uniformes y otros elementos, tres ó cuatro pelotas de fútbol y productos farmacéuticos para cortes y hematomas, que habían conseguido reunir en el Club. Mientras tomaban mate cocido con algunos “chipás” preparados por Doña María Luisa, conversaron sobre de qué jugaba cada uno, se repartieron el equipo que habían traído y fueron al campito a practicar. Luego a almorzar liviano, una siesta hasta las tres de la tarde y a las tres y media estaban todos reunidos frente al almacén listos para marchar rumbo al «campito».

Alrededor de las cuatro empezaron a llegar “Los Bravos del Bañado Norte” y se sorprendieron al ver a “sus victimas” cambiados y practicando. Dada la formalidad del momento, con dos equipos uniformados, decidieron designar un árbitro y eligieron a un vecino que a veces arbitraba en la Liga Correntina y vivía por ahí cerca. También se corrió la voz por el barrio y empezaron a venir los espectadores para ver lo que prometía ser un buen partido de fútbol.

Con el pitazo inicial los del Bañado Norte se encontraron frente a un equipo estructurado en base a un buen arquero, seguro e inteligente; un medio campo en el que uno de los nietos de Don José al que llamaban Rodrigo, era contención y distribución de juego y el otro nieto, Diego, un delantero veloz y escurridizo que les marcó dos goles en los primeros 10 minutos de juego.

Parecía que el toque de calidad que trajeron esos tres hicieron surgir todo lo bueno que tenían los chicos de la calle Madero que pasaron a dominar el juego creando numerosas situaciones de gol ante el azorado arquero de “Los Bravos”. Por otra parte casi todos sus intentos ofensivos terminaban controlados por una defensa bien parada ó en las manos seguras del arquero. No fué el mejor día para “Los Bravos” que terminaron perdiendo por 4 a 0.

No hubo peleas, si acciones fuertes en algunos pasajes y al término del partido se reunieron todos a conversar y a conocerse. Los del “Bañado Norte” estaban gratamente impresionados por la personalidad y el excelente nivel de juego de los visitantes. Estercita y su padre, Don Joaquin, el almacenero, que habían sido invitados, fueron a ver el partido. Desde que lo vió ella no le sacaba la vista de encima a Daniel, el arquero. Este se dió cuenta y de tanto en tanto le correspondía con una amplia sonrisa.

Estercita se enamoró y Daniel de ahí en adelante venía todos los Sábados, a reforzar al equipo de la calle Madero y a verla a ella. Con el permiso de su padre al que le aclaró que vendría a visitarla como amigo, comenzaron a salir. Iban al cine, al Parque Mitre, a caminar por la Plaza Libertad, por la Plaza Cabral, entraban a la Catedral, recorrían el Mercado, paseaban por la Costanera y contemplando en el puerto el ir y venir de la Balsa transportando pasajeros y vehiculos de una orilla a la otra del rio. Daniel siempre que podía traía algún otro compañero de su club y los encuentros sabatinos en el campito de la Universidad se convirtieron en verdaderos clásicos de barrio.

Un nuevo Club de fútbol organizado por los obreros de la fábrica textil cercana que se hacía llamar Deportivo Mandiyú (algodón en guaraní) comenzaron a venir a practicar al campito de la Universidad. Uno de sus directivos habló con los que jugaban en el equipo de Don José de la calle Madero, para que vinieran a formar parte del Club. Les enseñarían el oficio y le darían trabajo en la fábrica y libertad para concurrir a las prácticas. Casi todos ellos aceptaron, menos Horacio, el hermano de Estercita, que estaba comprometido en continuar y completar sus estudios.

A su vez los nietos de Don José completaron un curso de entrenamiento y estaban embarcados en lanchas guardacostas de la Prefectura Naval del Alto Paraná con base en Ituzaingó en la Provincia de Corrientes. Su sede central estaba en Posadas, Misiones y la extensión de su jurisdicción comprendía toda la frontera fluvial con Brasil y Paraguay en el río Paraná en las provincias de Misiones y parte de la de Corrientes.

Hubo un año en que las copiosas e incesantes lluvias de los últimos días de Diciembre provocaron graves inundaciones en localidades ribereñas del litoral. De acuerdo a publicaciones locales de la época «En Entre Ríos más de 7000 personas resultaron afectadas; en Santa Fe las lluvias anegaron mas de dos millones de hectáreas y 1500 vecinos debieron ser evacuados.

«…En Corrientes Defensa Civil de la provincia informó que 5000 personas, entre evacuados y autoevacuados fueron albergadas en escuelas o centros municipales. En los departamentos de Monte Caseros y Sauce solamente, sumaron mas de 600 los damnificados, mientras que en Pueblo Libertador, en el departamento de Esquina, el 70 por ciento del pueblo estaba bajo el agua…»

Efectivos de Gendarmería, el Ejército y la Prefectura Naval, además de los Bomberos Voluntarios de las localidades afectadas trabajaron arduamente, día y noche, para socorrer a los damnificados en toda la zona afectada.

inundaciones-2183320w620

Hubo numerosos actos de heroísmo en las arriesgadas maniobras de salvataje de las familias habitantes de las islas por el imponente caudal y la fuerza de la corriente del río que arrastraba todo a su paso, viviendas, animales y arboles de todos los tamaños que flotaban rápida y peligrosamente aguas abajo.

Los nietos de Don José participaron activamente en las tareas de socorro desde el comienzo del desastre a bordo de sus lanchas de la Prefectura Naval. En uno de esos salvatajes Rodrigo y sus compañeros rescataron a una familia que encontraron en medio de la furiosa correntada del rio aferrados a una «jangada» (jangada: balsa, plataforma hecha con maderos atados con alambre) que había chocado, derribado y arrastrado su casa lacustre montada en pilares de madera al borde del río, parte de la cual estaba todavía sobre la jangada. La madre, dos niñas y un pequeño de pocos meses en sus brazos se aferraban con todas sus fuerzas a los alambres que mantenían unidos los troncos que formaban la ¨jangada¨ resistiendo el oleaje, la lluvia y el fuerte viento. Rodrigo se ató una cadena alrededor de la cintura y saltó al agua cuando la lancha se acercó lo suficiente, enganchó la cadena a uno de esos alambres y subió a la ¨jangada¨. Desde la lancha tiraron de la cadena para que la ¨jangada¨ estuviera lo suficientemente cerca para que el fuera alcanzándoles los niños y la madre a sus compañeros a bordo. Este y otros actos de valor significaron para Rodrigo medallas de honor y ascensos hasta el grado que tenía ahora de Ayudante Principal. Era muy apreciado por su jefe y estaba de novio con una de sus hijas.

Diego también se hizo acreedor a medallas, honores y ascensos, pero en distintas circunstancias. Se especializó en la persecución y captura de peligrosos contrabandistas a los que muchas veces perseguía a través de la selva, acompañado de tres o cuatro compañeros hasta sus bases y escondites intercambiando con ellos violentos y sangrientos tiroteos y a veces también en abierta lucha cuerpo a cuerpo, mientras era alertada la Gendarmería, que acudía con mayor cantidad de efectivos, armamento y camiones para apresar a los delincuentes y transportar la mercadería que se pretendía contrabandear. Fruto de estos encuentros eran las cicatrices que Diego tenía por todo el cuerpo.

Lo de Diego y su implacable persecución a los contrabandistas y bandidos que se refugiaban en las islas era algo personal. El tenía una concubina en una de las islas, llamada Concepción a la que conoció en trágicas circunstancias. Siendo ella aún adolescente, los miembros de su familia sufrieron un asalto en el cual asesinaron al padre y violaron y mataron a la madre y a una hermana. Cuando ella volvió de la escuela a la que concurría cruzando el río en su pequeña canoa los encontró moribundos y en medio de su angustia y llanto, remó con todas sus fuerzas hasta encontrar a una lancha de la Prefectura.

Diego y un par de compañeros la acompañaron hasta la vivienda encontrándose con el dantesco espectáculo que a él le quedó grabado en la mente y desde entonces era un enemigo jurado de cualquier malviviente de las islas. Contribuyó en buena medida al saneamiento de la zona apresando o liquidando en lucha sin cuartel a una buena cantidad de ellos. El recuerdo de lo que había visto aquel día en aquella vivienda era el motor que lo lanzaba a la furia del combate.

ar_pna_gc182__pna

La vida era dura en las islas aún para Concepción que había nacido y se había criado allí. Cuando ella se quedó sola al cuidado de una tía, Diego la visitaba y la ayudaba en todo lo que podía hasta que nació el amor y finalmente se fué a vivir con ella. Pese a la tragedia sufrida, su juventud y su fortaleza de ánimo la ayudaron a sobrevivir y se convirtió en una buena y valiente compañera. Diego le enseñó el manejo de las armas, de las que siempre había alguna en la vivienda o llevaba consigo.

Cuando Diego les comunicó a sus compañeros su decisión de irse a vivir a la isla en la casa de Concepción, éstos organizaron un fin de semana de limpieza del lugar y un asado. Era verano así que todos durmieron afuera esa noche y a la mañana temprano se levantaron a continuar con la limpieza luego del mate cocido con tortas fritas hechas por Concepción y su tía.

Ese Domingo tuvieron la sorpresiva visita del jefe de la agrupación, un ingeniero naval, al que el lugar le pareció ideal para el emplazamiento de un puerto de escalada entre las dos bases ya establecidas. Caminó con un par de subalternos por la costa y hacia uno de los costados donde encontró un canal con suficiente profundidad como para que las lanchas de la prefectura pudieran atracar allí. Un año después diseñaron y empezaron la construcción y acondicionamiento del pequeño puerto y un cuartel que serviría para el alojamiento de una docena de guardacostas.

Cuando todo estuvo terminado y listo para funcionar nombraron a Diego, cuyo apellido era Perez como su abuelo, Oficial Principal y lo pusieron a cargo de la subestación a la que nombraron Puerto Porá. A Diego y Concepción le entregaron el título de propiedad, que no tenían, de la porción de terreno donde estaba edificada su vivienda y de una amplia sección en los fondos que limpiaron dejando algunos árboles de sombra y otros de frutas silvestres existentes en el lugar y un pedazo de la orilla del rio para ellos.

Unos par de años después una numerosa banda de contrabandistas atacó el puesto de guardacostas de Puerto Porá en represalia por la muerte en combate de algunos de sus componentes originándose una intensa batalla que duró un par de horas en el lugar hasta que llegó la Gendarmería. En el ataque, que tomó por sorpresa a la pequeña guarnición murieron todos sus integrantes, incluído su jefe a quién en homenaje póstumo lo ascendieron a Sub Prefecto y cambiaron el nombre de Puerto Porá al de Puerto Sub Prefecto Diego Perez. Diego murió en la puerta de su casa donde se había atricherado y Concepción se defendió del ataque desde un mirador elevado de la casa disparando su rifle casi con precisión militar. Ella y sus dos niños resultaron ilesos.

La lancha que tripulaba Rodrigo habia llegado con refuerzos cuando la batalla estaba en su apogeo cerrándoles a los delincuentes la escapatoria por la costa del rio, quedando encerrados entre el mortífero fuego de las lanchas de la Prefectura Naval y la gendarmería que vino por tierra, acabando con todos ellos. Como resultado de este ataque que costó tantas vidas, la Prefectura Naval aumentó el número de efectivos en  Puerto SP Diego Perez, colocó varias garitas con centinelas las 24 horas y cercó con alambres de púas todo el perímetro. Esta última gran batalla trajo seguridad y tranquilidad a los habitantes de esa parte de las islas y Puerto SP Diego Perez se convirtió en un floreciente pueblo ribereño. Los contrabandistas continuaron sus actividades lejos de allí utilizando otros lugares y otros métodos.

En la calle Madero un Sábado que no iba a haber partido por la lluvia, había sólo un par de muchachos en la vereda y algunas personas en el almacén. Había llovido mucho casi toda la semana y el zanjón era un torrente de agua turbia. Hacia media mañana cuando paró de llover y un tibio sol parecía querer asomar, vino Goyo a hacer pastar su caballo en la vereda de Don José y Doña María Luisa.

«Matungo» estiraba el pescuezo por sobre el cerco de enredaderas y arrancaba ramas de las plantas de Doña María Luisa que al verlo salió a espantarlo para que se fuera y dejara sus plantas en paz. El caballo se quería ir pero Goyo tenía agarrada la rienda envuelta en su puño y en el cuerpo y comenzó a insultarla y a patear el cerco con furia.

Don José tenía un viejo revólver que usaba en su juventud para matar vívoras y otras alimañas cuando comenzó a edificar en un terreno que había comprado su padre, en la orilla chaqueña del río Paraná. Hacía mucho que no lo usaba pero él confiaba en que funcionaría cuando tuviera necesidad de usarlo y siempre estaba por ahí a la vista, cargado y al alcance de la mano.

Al oír el tumulto y sabiendo que el pendenciero Goyo estaba armado acomodó el revólver en la cintura y salió a enfrentarlo. Goyo lo recibió con una andanada de insultos terminando con un –Y a vos también te voy a «cagar a tiros», viejo de mierda!, sacando el revólver de su cintura a lo que Don José respondió: –Pero cuando gustes, chamigo!… Ambos gatillaron casi al mismo tiempo produciendo un gran estruendo. El disparo de Goyo rozó la cabeza de Don José y fué a impactar en una pared. Don José lo hizo apuntando al suelo entre las patas del caballo, que pegó un gran salto derribando a Goyo, emprendiendo una loca carrera arrastrándolo, primero por la vereda, luego por el zanjón hasta dar en la esquina con el entubamiento contra el que fué a dar de lleno el cuerpo de Goyo que quedó inconsciente y medio ahogado.

Algunos vecinos acudieron en su ayuda cortando las riendas y sacándolo del zanjón mientras otros ayudaban a «Matungo» a salir del mismo, el que tan pronto se vió libre emprendió una frenética carrera por el barro de la calle perdiéndose de vista. Uno de los vecinos que era enfermero le administró a Goyo los primeros auxilios y lo dejó en su camastro al cuidado de las dos mujeres.

Unos días después cuando ya pudo pararse, entre el enfermero y su hermano lo ayudaron a llegar hasta la casa del maestro que lo llevó en su coche al hospital del cual salió unos quince días después bastante repuesto de los golpes que había recibido y de la diarrea y vómitos causados por toda el agua sucia que le hizo tragar el «Matungo» aquél día. Inmediatamente se puso a buscar sus armas entre la basura y el barro del zanjón, sin encontrarlas. Se murmuraba que un vecino que las había recogido las tenía escondidas. Tampoco nunca encontró a «Matungo». Y las dos mujeres aprovechando su ausencia también se fueron. Alguien las vió en la Rotonda de la Virgen sobre la Ruta subiendo a un camión con chapa de Brasil que iba al sur.

Al mediodía de aquél Sábado vino Daniel trayendo carne para hacerla asada en la parrilla de Don Joaquín. Luego de compartir un rato con Estercita y la familia pasó a saludar a Doña María Luisa y a Don José que le comentaron los sucesos de la mañana. Don Joaquín le había dicho que los invitara al asado. Así lo hizo y Doña María Luisa le dijo que irían y que ella llevaría empanadas.

Daniel había venido en una moto de gran cilindrada que había rescatado de un depósito de autos y motos en desuso y que habían reparado en el taller de Barranqueras. Vino acompañado del menor de los hermanos llamado Fernando, que había vuelto a casa luego de diplomarse en Buenos Aires en el mismo colegio de Artes y Oficios que sus hermanos mayores, Victor y Francisco, pero en el curso de tornería mecánica.

Mientras Sofía y Mariela atendían el almacén Estercita y sus padres tuvieron oportunidad de sentarse a tomar unos mates y a conversar con Daniel mientras se hacía el fuego en la parrilla. El les contó que el Sr. Martino lo había adoptado luego de que sus padres murieran en un accidente automovilístico en la Ruta 12 camino a Rosario a un partido en el que él iba a jugar. El vió el accidente desde el microbus donde iba con los jugadores y el técnico. Desde entonces pasó a ser uno más de la familia junto a los otros tres hijos varones que él ya tenía. Los dos mayores, Victor y Francisco, que cursaron estudios en el colegio de Artes y Oficios de Buenos Aires especializándose en herrería y actualmente tenían un taller en el puerto de Barranqueras donde se ocupaban de armar cajas para camiones y acoplados y trabajos de herrería en general.

El Sr. Martino estaba separado pero mantenía buenas relaciones con la madre de sus hijos y era profesor de Educación Física en una escuela secundaria de Resistencia, además de formar parte del cuerpo técnico del Club Chaco Forever. Fernando le prometió a Doña María Luisa que le enseñaría a manejar su motoneta y que si quería ellos le podían adosar un par de ruedas más pequeñas a ambos lados para mantenerla parada todo el tiempo y ella no se caiga. Cuando se volvieron a Resistencia Daniel manejaba su moto y Fernando se llevó manejando la motoneta para hacerle el agregado de las ruedas laterales. El Sábado siguiente la trajo y fueron con Doña María Luisa al campito de la Universidad a practicar el manejo de la motoneta aprendiendo lo básico ayudada por la seguridad que le daban las ruedas paralelas que le fueron agregadas.

Fernando hizo buenas migas de entrada con Sofía que iba a cumplir quince años en un par de meses y la enseñanza del manejo de la motoneta a Doña María Luisa le daba una buena excusa para venir con Daniel los Sábados a la calle Madero. Cuando estaban juntos era un concierto de risas y juegos juveniles de los que a veces también participaba Mariela cuando no estaba estudiando o haciendo deberes.

El deporte de Fernando era el remo, que practicaba en el Club Regatas Corrientes, cruzando el río en una canoa que también habían rescatado y reparado con sus hermanos en el taller de Barranqueras. Cuando venía temprano en la mañana Daniel y Estercita salían en la moto a recorrer la ruta, a conocer los pueblos vecinos. En una oportunidad llegaron hasta Itatí, visitando la Basílica y descansando en la costa del río.

En un momento de la conversación él le comentó que al parecer había un club europeo interesado en contratarlo por lo que había una posibilidad de partida hacia su nuevo destino en los próximos meses. Estercita se conmovió con la noticia y le confesó algo que tenía en mente en caso de que ocurriera esto. –Daniel… mi amor… …Yo quiero tener un hijo tuyo… –¿Qué?… No!… Estercita!… ¿Qué decís?… Sería un acto de gran irresponsabilidad de parte mía!… No puedo hacerle eso a tus padres… ¿Con qué cara y cómo le digo ésto a tu papá? –De eso me encargo yo… No te preocupes. Será lo único que me sostendrá cuando ya no estés más cerca mío… Yo presiento que estás destinado a grandes cosas y no quiero ser un obstáculo en tu camino, pero no me niegues ese consuelo, mi amor, por favor…

Pasó algún tiempo hasta que un día llegaron directivos del Club interesado en sus servicios, junto al que de ahí en mas sería su representante y se firmó el Contrato, recibiendo Daniel y el Club una buena cantidad de dinero y  fijándose la fecha de su comparencia y presentación en España. En una de las últimas visitas de Daniel antes de su partida Estercita logró su objetivo y en un rincón de la hermosa y florida Costanera de Corrientes, con el gran río como mudo testigo, le entregó su más preciado tesoro, su virginidad y la promesa de permanecer fiel a su gran amor para siempre.

Daniel se fué dejando parte de su corazón en Corrientes y al mismo tiempo ilusionado con el futuro prometedor que vislumbraba por delante. Tuvo que hacer banco por un tiempo hasta que el arquero titular terminara su contrato y luego pasó a ocupar la valla de uno de los grandes equipos de España. Desde sus primeras actuaciones que fueron muy exitosas logró convertirse en uno de los ídolos de los aficionados de su club con el que salió campeón de La Liga en su primer año de titularidad. Se destacó aparte de sus aptitudes físicas y extraordinarios reflejos por su disciplina y profesionalidad. En el momento oportuno su representante negoció su pase a otros clubes de España, Italia y Francia realizando excelentes performances en todos los clubes que jugó y ganando mucho dinero.

No olvidó a Estercita, que había tenido su bebé, al que todos llamaban Danielito, que se convirtió en el niño mimado del barrio. Todos sabían que era hijo de Daniel, el arquero chaqueño «Que la estaba rompiendo en Europa» como decía el Moncho, ni a la gente de la calle Madero. Regularmente les enviaba recortes de periódicos deportivos donde podían enterarse de la campaña de su equipo y a ella dinero para la manutención de su hijo al que pudo conocer y con quién compartió gratos momentos, en unas breves vacaciones que tuvo entre sus compromisos deportivos. Con el dinero que recibía, Estercita edificó en el fondo del terreno una cómoda casita para ella y su hijo, con living, cocina y baño en la planta baja y dos dormitorios y otro baño arriba.

Fernando y sus hermanos recuperaron un Rastrojero del corralón de vehículos abandonados, lo reacondicionaron, lo pintaron y se lo regalaron. También le enseñaron a manejarlo y a sacar el Registro de conducir. Fernando trabajaba en el taller de Barranqueras y luego practicaba remo todas las tardes en el Club Regatas Corrientes con un profesor, ex-remero de amplia experiencia internacional, con la idea de participar en las Olimpiadas a realizarse en Brasil. Su sueño se vió cumplido, logrando allí medalla de plata en una muy celebrada competencia.

Estercita se convirtió en el motor de las actividades del almacén ayudada un tiempo por su hermano Horacio hasta que él luego de graduarse de la Escuela de Comercio se mudó al centro de la ciudad donde puso con un compañero de la Escuela una oficina de contabilidad y asesoramiento financiero para las empresas de la provincia. Le quedó entonces Sofía y Mariela para ayudarla en el negocio, hasta que Sofía se casó con Fernando y se fué a vivir a Resistencia y Mariela entró a estudiar medicina en la Universidad. Sus padres llevaban una vida de semiretiro nada más que asesorando y supliendo en la atención del almacén a Estercita cuando ésta debía ausentarse a buscar mercadería en su Rastrojero. Goyo desapareció un día y no lo volvieron a ver en su rancho que quedó abandonado y todo el terreno, que era casi una manzana de grande, se convirtió en un basural.

Estercita sabía que había muy pocas posibilidades de que Daniel volviera a su lado y habiendo más de un pretendiente a su alrededor le era difícil mantener su promesa de fidelidad al padre de su hijo y le pareció necesario que el niño creciera con una figura paterna cerca suyo. De a poco fué cediendo a los requerimientos de uno de ellos, llamado Fabián, un muchacho muy simpático y emprendedor que hacía reparto de bebidas en su propio camión y que se llevaba muy bien con su hijo Danielito. En el almacén estableció un horario de atención al público los días de semana y el Domingo no atendía. Era el día de descanso dedicado a ellos dos. Salían en el Rastrojero muchas veces a pasar el día con Fernando y Sofía en Resistencia ó algún otro familiar del otro lado del río, o a pescar, que era uno de los pasatiempos favoritos de Fabián.

Daniel, alertado y aconsejado por su representante supo mantenerse al margen de las tentaciones que su fama y dinero le ofrecían. Tuvo varias relaciones pasajeras que vinieron a llenar el vacío y desarraigo que a veces sentía allá en Europa. Sabía que el sendero que lo había unido a Estercita tiempo atrás se había bifurcado y ella debía seguir por su senda y él por la suya, pero en el fondo de su corazón se ilusionaba con encontrar en su lugar de origen a la persona con la que compartiría su vida. Completó un curso de Kinesiología y Preparador Físico en Madrid que podría ser su ocupación profesional una vez terminada su carrera deportiva.

Cuando se casó su hermano Fernando con Sofía pidió un mes de licencia en el Club para asistir a la boda. Aprovechó su estadía en Resistencia para comprar una propiedad con muy amplio terreno que se extendía desde una importante avenida hasta la costa del río, en el cual comenzó la construcción de un complejo polideportivo con un gran gimnasio cubierto, canchas de fútbol, básquetbol, tenis, una pileta olímpica y facilidades para la práctica de canotaje, más locales comerciales donde funcionarían un negocio de artículos deportivos y de bar y confitería entre otros.

En la fiesta de la boda tuvo oportunidad de ver a Estercita, que estaba muy linda, con su nueva pareja, el apuesto Fabián y a su hijo Danielito. La reunión fué muy cordial. Le gustó que Estercita hubiera encontrado un nuevo amor. Los felicitó de corazón y  ellos lo invitaron a visitarlos. También concertaron para que Fabian fuera en adelante el proveedor de las bebidas que se consumirían en el Polideportivo.

Un día fué a reencontrarse con la gente que lo recordaba con cariño, a saludar a los padres de Estercita, a Doña María Luisa, Don José  y a los muchachos del barrio con quienes había jugado fútbol en la canchita de la Universidad. La calle Eduardo Madero había sido asfaltada y el zanjón entubado en toda su extensión hasta el río. Vió el basural en que se había convertido lo que había sido la vivienda de Goyo y al día siguiente fué a la Municipalidad de la Ciudad de Corrientes, hizo averiguaciones, consultó con un abogado y el resultado fué que adquirió la propiedad pagando los impuestos atrasados de muchos años que nadie pagaba. Limpiaron el predio e hizo construir una plazoleta con juegos para niños y varias canchas, una de fútbol 5, una de básquetbol, una de tenis y una de bochas para los mayores. Se formó una Comisión que se encargaría de la limpieza y cuidado de la plazoleta, de la que formaron parte «el Moncho» y los muchachos del barrio, más el enfermero que vivía enfrente, el maestro que vivía a la vuelta y otros vecinos voluntarios.

Concluído el mes de licencia volvió a Europa, jugó un par de años más y luego volvió a Resistencia, retirándose definitivamente del fútbol profesional. Tenía en Suiza una cartera de importantes inversiones que le generaba muy buenos dividendos y una abultada cuenta bancaria en España. Compró una buena vivienda casi frente al Complejo Polideportivo que estaba ya  terminado y funcionando y se dedicó por completo a él. Era un ídolo no solamente en Resistencia sino en todo el Chaco y en el país, de manera que el lugar se hizo popular muy pronto y al mismo concurrían con frecuencia deportistas destacados y futuras promesas que encontraron allí el lugar perfecto con todos los elementos necesarios para su entrenamiento.

El público en general podía disfrutar de la Confitería siempre muy concurrida, con el gran Salón de Fiestas edificado sobre una barranca, cuyos amplios ventanales permitían apreciar una magnífica vista del río y además comprar indumentaria deportiva de fabricación nacional ó de las mejores marcas extranjeras en los locales comerciales ubicados sobre la avenida. Designó a Horacio, el hermano de Estercita, Administrador y Asesor Financiero. Tenía una licenciada en Relaciones Públicas al frente en su Salón de Recepción y a Fernando como Jefe de Mantenimiento, con una cuadrilla de una docena de obreros, todos ellos especializados en sus respectivos rubros, cuidando cada detalle de las instalaciones. Mariela, patrocinada por Daniel, al concluir sus estudios con excelentes notas recibió una beca para especializarse en Medicina Deportiva en una importante institución de Madrid, al término del cual se unió a los profesionales que estaban al frente del Polideportivo de Resistencia.

Daniel mantenía su régimen de ejercicios y alimentación al que se acostumbró durante sus años de deportista profesional, con un estado físico impecable y una salud de hierro. Cuando cumplió 35 años hubo un gran festejo en el Polideportivo, con asado al mediodía para el personal y sus familias y Baile de Gala en el Salón de la Confitería al que fueron invitados personajes notables de la ciudad incluídos el Intendente y el Gobernador de la provincia y su esposa. Estos concurrieron con su hija que había cumplido 24 años unos días antes. Cecilia, que así se llamaba, era una verdadera belleza, muy fina, muy educada. Desde que se la presentaron Daniel quedó encandilado siguiéndola con la mirada cuando ella se deslizaba por la pista de baile con armoniosa elegancia.

En un momento dado la madre de Cecilia le murmuró al oído a Daniel: –¿Porqué no saca a bailar a mi hija? Creo que ella le tiene algo que decir… Así lo hizo en uno de sus valses preferidos. Al rodearla con sus brazos sintió una sensación de placer y emoción muy grande y se entregó a la danza por completo sumergiéndose en sus hermosos ojos experimentando la serena ternura que se reflejaban en ellos. Al finalizar el vals Cecilia le preguntó si podía acompañarla hasta su mesa. Así lo hicieron y ya en su silla ella tomó su cartera, sacó un papel impreso y se lo mostró. Daniel lo miró y lanzó una exclamación de sorpresa y alegría: –El programa de «il derbi della capitale» AS Roma vs SS Lazio… y firmado por mí!… ¿Cómo? –Mi hermano Miguel y yo estuvimos ese día en el Estadio Olimpico y su equipo le ganó a la Roma. Ud. me firmó este programa a la salida, junto a un montón de otras chicas… –¡Qué lindo recuerdo!… –Mi hermano trabaja para el Consulado Argentino y vive en Roma. Yo viví un tiempo allí con él mientras completaba mi maestría en el idioma italiano. Pero a Ud. lo vimos muchas veces acá en Resistencia antes de irse a Europa…

Y la conversación se extendió hasta el término de la fiesta. Daniel quedó prendado de la belleza y personalidad de Cecilia. Su imagen y su forma de ser lo conquistaron completamente y esa madrugada se fué a dormir con la certeza de que había encontrado la reina de sus sueños. Luego de varios meses de noviazgo se casaron en la Basílica de Nuestra Señora de Itatí en Corrientes. El Sr. Martino y la esposa del gobernador fueron los padrinos. Danielito y una sobrina de Cecilia fueron los portadores de los anillos. Concurrieron numerosas personalidades del deporte, la política e invitados especialmente algunos ex-compañeros de Daniel en equipos de fútbol de Europa. La fiesta fué en el Salón del Polideportivo y a la mañana siguiente partieron a su luna de miel visitando las ciudades donde Daniel jugó y otras que Cecilia quería conocer.

La madre de Cecilia, Valeria Gonzaga, era italiana de nacimiento y tenía familiares con títulos en la nobleza romana. Doña Valeria formaba ahora parte de un grupo llamado Sociedad de Beneficencia Argentina, compuesto mayormente por importantes damas de Chaco, Misiones, Corrientes y Santa Fe. De tanto en tanto realizaban actividades con fines benéficos. Bailes de Gala, Desfile de Modas con remates de indumentaria femenina donadas por conocidos diseñadores y joyas donadas por ellas mismas para ayudar a los hospitales más necesitados de la zona. En los meses previos a la boda, planearon con Cecilia un gran evento para luego de su regreso de la luna de miel al cual estarían invitadas algunas señoras de su familia de Italia y amigas de éstas que disfrutaban de muy holgada posición económica.

La presidenta de la Sociedad de Beneficencia era propietaria de importantes empresas en Misiones entre ellas un gran Hotel con una magnífica vista de las Cataratas del Iguazú, que ella puso a disposición del grupo para alojar a los invitados. Daniel entonces propuso realizar para los hombres un partido de fútbol entre jugadores retirados que fueron famosos en Europa a los que él se encargaría de invitar personalmente y un combinado compuesto por populares futbolistas veteranos del ambiente local. Todos ellos serían invitados a concurrir con sus respectivas esposas e hijas mayores si las tuvieran. El Club Rosario Central en el barrio de Arroyito en Rosario, prestó su estadio para el evento que se realizó un Sábado del mes de Septiembre. El Domingo se llevó cabo la Fiesta de Gala de la Sociedad de Beneficencia Argentina en el Salón de Fiestas del Polideportivo de Daniel en Resistencia. Ambos eventos fueron un gran éxito de concurrencia y donaciones que fueron entregados en su totalidad a las autoridades del Hospital Rural de Concepción del Bermejo.

El gran gimnasio cubierto del Polideportivo era multifuncional, de manera que podía adaptarse a diferentes eventos deportivos. En ocasiones era básquetball, en otras vólleyball y también se realizaban allí importantes veladas boxísticas. Las tribunas y el ring eran desmontables y en uno de los rincones había un par de cuadriláteros y todos los implementos que se usaban para las prácticas y entrenamiento de boxeo y fisicoculturismo. En una ocasión se organizó un Festival de Boxeo donde se presentaría en la pelea central un correntino que era campeón argentino y sudamericano de peso welter por el título que poseía un mexicano, campeón interamericano de la categoría. Se vendieron las ocho mil entradas y ante un estadio delirante el local conquistó la corona, luego de lo cual los promotores concertaron la revancha a realizarse en México.

En una de las peleas preliminares debutó un personaje singular al que apodaban «el polaco Pedro». Su verdadero nombre era Pedrag Srdl, pero como casi nadie podía pronunciar su apellido lo conocían más por el apodo. Su apoderado lo había descubierto en un obraje en Misiones, llamando la atención la gran fortaleza de su contextura física. Era colorado, pecoso y extremadamente tímido. En los primeros rounds de la pelea de aquella noche, recibió un persistente y variado castigo de parte de su rival, un moreno brasileño, bien ranqueado en su categoría, hasta que el polaco pareció despertar y con dos tremendos derechazos lo noqueó. El espectacular nocaut entusiasmó a los promotores que decidieron agregarlo al grupo que viajaría con el campeón en una gira por algunas capitales de Sudamérica previo a la revancha en Ciudad de México.

Estando el grupo en Puerto Rico se los contrató para una velada boxística en New York. En la gran ciudad «el polaco Pedro» encontró a un amigo que le contó sobre los miembros de la familia que habían sobrevivido a la guerra civil en su país y cómo se encontraban todos en su pueblo natal en Croacia y lo invitó a volver con él. No lo pensó mucho. Al día siguiente fueron al Consulado para regularizar su documentación, luego se despidió del grupo y partió tan pronto pudo hacia su lugar de origen.

El mexicano recuperó su cetro y el grupo, menos «el polaco Pedro», regresó a Resistencia. El campeón correntino realizó algunas peleas más, compró una propiedad en Molina Punta en Corrientes, concluyó la obra en construcción de la vivienda que estaba a medio terminar en el terreno, instalando un local de venta de bebidas casi a la entrada del Balneario y  le prestó dinero a su hermano para que comprara el terreno adyacente y una vivienda prefabricada para que viniera a vivir allí con su familia.

Don José y Doña María Luisa convivieron en paz y armonía sus últimos años en la casita de la calle Madero, ella ocupada con sus plantas, la peluquería y los músicos y él rasgueando su guitarra y ensayando alguna canción de su repertorio bajo la sombra de los árboles del fondo, escuchando el trinar de los pájaros y recibiendo de tanto en tanto la visita de sus hijos, nietos y algún biznieto.

El almacén de Estercita era ahora un amplio y bien surtido supermercado. Todo el barrio había sido asfaltado y sus calles, negocios y viviendas rebozaban de estudiantes de la Universidad, muchos de ellos venidos de otras provincias y de países vecinos. Para esos estudiantes la vivienda era un punto crítico. Alquilaban lo que podían y dónde podían. La oficina de Contabilidad, Administración y Asesoramiento de Horacio agregó una sección Inmobiliaria y se abocó a solucionar este problema. Formaron un Consorcio con una empresa constructora que fabricaba viviendas premoldeadas. Diseñaron y se pusieron a fabricar monoambientes que ellos financiaban, fabricaban y los colocaban dejándolos listos para ser habitados.

El primer conjunto de diez monoambientes se instaló en uno de los terrenos de su propiedad adyacentes al supermercado de Estercita y Fabián. Eran cinco departamentos en la planta baja y otros cinco arriba, que constaban de un pequeño living, lugar para la cama, cocina funcional y baño con calefón para agua caliente. Se conservaron algunos árboles debajo de los cuales se colocaron mesitas de piedra que los estudiantes podían utilizar cuando quisieran estar afuera. Muchos vecinos que tenían espacios vacíos ó terrenos que no ocupaban se adhirieron y el proyecto fué un éxito total.

«El Campito», la cancha donde jugaban fútbol los muchachos, se convirtió en un Complejo Deportivo donde se practicaban varias disciplinas atléticas además del fútbol. La avenida tenía ahora cuatro carriles y estaba iluminada y arbolada desde la Fábrica Textil hasta la Rotonda de la Virgen.

En Resistencia Cecilia puso una Academia de Lenguas donde ella enseñaba Italiano y otros profesores Inglés, Portugués, Francés y Chino. Tuvieron un par de mellizos que vinieron a completar y alegrar la vida de una familia muy unida y muy querida en la comunidad.

El señor Martino fué electo presidente del Club Chaco Forever por varios períodos en los cuales el Club realizó importantes avances, entre ellos la construcción de un buen estadio y la creación de una academia de fútbol, que intercambiaba promesas juveniles con clubes de Europa.

Daniel supervisaba el Polideportivo en donde confraternizaba con políticos y gente de influencia en la provincia. Luego de algunos años en los que pasó con buena aceptación popular por numerosas posiciones dentro del gobierno, desde Concejal hasta Intendente se postuló y fué electo diputado provincial. En el pequeño puerto del Polideportivo, adyacente a la Escuela de Actividades Náuticas que instaló Fernando se podía ver con cierta frecuencia a las dos lanchas de la Prefectura Naval en cuya tripulaciones estaba Rodrigo y estuvo Diego, compartiendo con los que para ellos eran sus hermanos, Daniel, ahora el diputado Daniel Martino, el matrimonio de Fernando y Sofia, la doctora Mariela y los hermanos mayores de Fernando, Victor y Francisco y sus respectivas familias.

Todos ellos habían concurrido, en circunstancias más tristes, a los velatorios de Diego cuando fué enterrado con todos los honores de su rango en el panteón de la Prefectura Naval en el Cementerio de Corrientes y a los de dos personas a los que ellos consideraban como a sus mentores y que se habían hecho acreedores a su respeto y afecto a través de los años, Don José, que falleció de avanzada edad y poco tiempo después de Doña Maria Luisa. Ellos habian manifestado su deseo de que a su deceso la propiedad se destinara a algo que sirviera a la comunidad. El familiar de Resistencia propuso y todos estuvieron de acuerdo en organizar alli una escuela para músicos que sería regenteada por el Departamento de Cultura de la Provincia de Corrientes. El Diputado chaqueño Daniel Martino y algunos colegas correntinos colaboraron en su organización y amueblamiento y en la compra de instrumentos. La compañía constructora e inmobiliaria de Horacio donó e instaló a continuación de la parte ya edificada que fué remodelada para adecuarse a su nueva función, un par de sus más grandes prefabricadas para que sirvieran de Salas de Ensayos.

Al fondo seguían dando sus frutos en generosa cantidad, los limoneros, guayavos, guapurúes, la gran planta bananera y las de mangos, que fueron plantados muchos años atrás por Juan Romero y su vecino Velazco, y más recientemente estuvieron al cuidado de Don José y que ahora al madurar sus frutos se repartían entre los niños del barrio. También habían crecido los dos arbolitos de ceibo que Daniel y sus hermanos les habían regalado al matrimonio en oportunidad de celebrar un aniversario de bodas.

La oficina de Cultura de la Provincia aportó los maestros de música y poco tiempo después se inauguraba la Academia que luego de algún tiempo dió excelentes cultores de la musica litoraleña.

Por muchos años, Estercita, Fabián y sus hijos se encargaron de la limpieza y manutención del terreno y del florido jardín que sirvió de distracción y fué el orgullo de Doña Maria Luisa, cuyo espíritu alegre y sonrisa siempre a flor de labios parecía flotar entre los crisantemos, gladiolos, jazmines, Santa Ritas y Rosa Chinas del jardín en una explosión de aromas y colores que como agradeciendo la atención al llegar la primavera florecían con la fuerza y el esplendor que tenía cuando Doña Maria Luisa lo regaba con tanto cariño y perduraban la mayor parte del año perfumando y alegrando la vista de los alumnos de la Academia de Música y de los vecinos que pasaban por aquella calle conocida entonces con el nombre de Eduardo Madero. FIN.

Dahlia mixed