Cuentos y Chistes

Las Hijas del Almacenero – Relato ambientado en Chaco y Corrientes

Las Hijas del Almacenero – Relato ambientado en Chaco y Corrientes

por  Damian Barrios

La calle se llamaba Eduardo Madero, era de tierra y cuando llovía se convertía en un lodazal, donde quedaban empantanados toda clase de vehículos que costaba mucho trabajo liberar para llegar hasta el asfalto de la Avenida Armenia.

A escasos 50 metros de esta avenida estaba la casita donde vivían Doña María Luisa y Don José Perez, ambos jubilados. En el frente y a los costados de la casa había muchas  plantas con flores de variados tamaños y colores que Doña María Luisa cuidaba con mucho esmero y dedicación. Al fondo había una frondosa arboleda y varios árboles frutales.

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En la vereda delante del cerco de alambre tejido y enredadera, crecía un pasto muy verde al lado de un zanjón que corría todo a lo largo de la calle desde la avenida asfaltada hasta el fondo llegando al río y que cuando llovía se llenaba de agua que corría con la fuerza de un torrente caudaloso. Estaba entubado en las esquinas para permitir la circulación del tránsito.

Cruzando la avenida que en ese tramo era ancha y con grandes zanjones a ambos lados se estaba terminando de construir la Universidad del Nordeste en unos extensos baldíos que estaban alambrados y con caminos interiores por donde circulaban constantemente los camiones y otros vehículos utilizados en la construcción.

María Luisa se fué muy joven a trabajar a Buenos Aires, pero antes de irse dió un depósito para la compra de tres terrenos en un loteo de lo que en ese entonces era una gran extensión cubierta de espinillos y jacarandaes, a unas diez cuadras de la última parada del colectivo que circulaba por la calle Ayacucho comenzando su recorrido en el puerto y terminando en un importante establecimiento textil.

Con sus primeros salarios continuó pagando las cuotas de los terrenos hasta completarlo. Luego comenzó la edificación de la vivienda que ocuparían Doña Catalina y su concubino Juan Romero y con el aporte monetario de ella desde Buenos Aires y el trabajo de Juan y el único vecino que tenían entonces fueron construyendo las dos primeras casitas del barrio.

Juan y el vecino, al que todos llamaban por su apellido, Velazco, trabajaban para un fruticultor japonés que era el mayor proveedor de frutas de la región. Familiarizados con el cultivo y cuidado de estos árboles limpiaron sus amplios terrenos y fueron plantando en el fondo árboles frutales que conseguían en su lugar de trabajo, conservando los árboles de sombra. Algunos de los nuevos vecinos que iban construyendo en el barrio los imitaron plantando también árboles frutales por lo que luego de unos años muchas de las casas tenían abundancia de frutas en sus fondos.

Esto atraía a una gran variedad de pájaros multicolores y bandadas de parlanchinas y coloridas cotorras de paso quién sabe hacia dónde, que animaban el ambiente con sus cantos y revoloteos. También de vez en cuando aparecía un monito carayá trepándose al bananero, tomando alguna banana madura y escapando rápidamente, hacia su guarida en los bosques de la orilla del rio.

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Luego de muchos años en Buenos Aires, María Luisa se jubiló y volvió a su provincia natal a vivir con su anciana madre, doña Catalina, en la casita de la calle Eduardo Madero, instalando en el frente un salón de peluquería al que concurrían los vecinos y algunos músicos, los que solían amenizar las tardes y algunos fines de semana practicando temas de su repertorio, mateando y disfrutando de la sombra de la arboleda del fondo del terreno y de las frutas maduras que caían o podían alcanzar de los limoneros, guapurúes, mamones, guayabas y del gran bananero.

Doña Catalina que había quedado afectada por la muerte de su compañero de toda la vida también falleció pocos meses después. María Luisa quedó sola por un tiempo. Uno de los músicos era un primo que tenía parientes en Resistencia y en una oportunidad la invitó a un recital donde iban a actuar en esa ciudad en la celebración de una fiesta patria. Iban a parar todos en un caserón que era propiedad de la familia.

Allí conoció a Don José, un poco mayor que ella, viudo, todavía buen guitarrero y cantor, pese a su edad. Comenzó una amistad y con la complicidad de las hijas de Don José se formó la pareja que luego de algunos meses de idas y venidas de Corrientes a Resistencia y viceversa, se casaron y vinieron a vivir a la casita de la calle Madero.

En el barrio que se había formado convivía gente de todas las condiciones sociales. Desde el maestro de la escuela industrial que vivía sobre la Avenida Armenia en una casa de dos pisos con bien cuidado jardín en el frente y que poseía un automóvil, muy usado pero en buenas condiciones, que el maestro usaba para trasladarse diariamente a su lugar de trabajo y operarios de la cercana fábrica textil que iban construyendo sus casitas, hasta las familias que vivían en precarias viviendas varias cuadras más abajo en la costa del río.

Doña María Luisa vendió uno de los terrenos para comprar con el dinero algún tipo de vehículo de transporte, ya sea algún auto usado o tal vez una motoneta. Se decidió por esto último que parecía lo más práctico por el problema de la calle de tierra que era intransitable los días de lluvia. La patentó, le compró seguro y la flamante motoneta estaba allí parada bajo el techo de la entrada de coches que había a un costado de la casa, porque no conseguía quien le enseñara a manejarla.

Al lado de su propiedad había un almacén de comestibles y bebidas, donde siempre había gente hasta entrada la noche: clientes con mayoría de mujeres a determinadas horas del día y de hombres al atardecer y noche, que además de hacer compras comentaban los acontecimientos del lugar y sus habitantes.

El almacén y la vivienda estaban edificados en uno de los tres lotes de terreno que Don Joaquin, el almacenero y su esposa Jacinta habían comprado reservando los otros dos restantes para que edificaran su vivienda los hijos que se quedaran a vivir con ellos.

También se reunía allí en la vereda un grupo de muchachos antes de encaminarse hasta una cancha que ellos mantenían cortando el pasto, con arcos y banderines en las esquinas en uno de los espacios baldíos de la Universidad cruzando la avenida para jugar al fútbol. La ida era bulliciosa y muy animada. La vuelta era todo lo contrario. Regresaban silenciosos, exhaustos y golpeados ya sea por el juego ó por las peleas que habitualmente ocurrían cuando se enfrentaban a los rivales de barrio, los del otro lado de la Universidad que se hacían llamar “Los Bravos del Bañado Norte”.

Un par de cuadras hacia el río vivía un personaje al que todos temían y con razón. Era un hombre de edad indefinible, de mala traza y muy mal carácter que siempre andaba armado, con un cuchillo de grandes dimensiones a un lado y un revólver al otro lado de su cintura. Lo conocían como “Goyo” y vivía con un par de mujeres jóvenes a las que había traído a vivir a su rancho luego que las encontrara durmiendo en los bancos de piedra de la costanera y a las que mantenía amenazadas y temerosas de su mal genio y también porque ellas aunque quisieran irse no tenían adónde ir.

Poseía un carro tirado por un caballo, al que llamaba «Matungo», que usaba para trasladar cosas especialmente los días de lluvia cuando otros vehículos no se atrevían a desafiar al barro de la calle Madero. Una de las mujeres de Goyo a la que llamaban Maruca, se las ingeniaba para conseguir verduras y frutas demasiado maduras para la venta, que eran la fuente principal de alimento del rancho. Goyo aportaba a veces alguna carne que conseguía cuando trasladaba con su carro mercadería para un pequeño mercado que estaba casi en la costa del río y que en el verano funcionaba como parrilla y puesto de comida para los que venían a pasar el día, algunos a pescar y otros a disfrutar de una pequeña playa y arboleda que había allí.

Estefanía, la otra muchacha, que era la más presentable de las dos, caminaba por la costa del río llegando a veces hasta el puerto trayendo el dinero que podía conseguir ejerciendo la profesión más antigua con pescadores y marineros de barcazas ancladas cerca de la costa.

El almacenero tenía tres hijas. La mayor a la que llamaban Estercita, de unos dieciocho años, era muy bonita y popular entre los muchachos del barrio. Todos la pretendían y ella atendía a todos con mucha simpatía y jovialidad sin darle preferencia a ninguno en particular por el momento. Le seguía un varón llamado Horacio, que estudiaba en la Escuela de Comercio el curso de Administración de Empresas y las otras dos niñas eran Sofía de 14 años y Mariela de 12. Los cuatro ayudaban eficientemente al padre en el almacén y a la madre en la cocina.

Los refrescos que consumían en la vereda, el fútbol de los Sábados y las hijas del almacenero eran los motivos que tenían los muchachos para hacer del almacén su punto de encuentro.

Un Sábado a la tarde Doña María Luisa y Don José se habían sentado en el patio del frente de la casa a tomar mate con tortas fritas y a escuchar música en una vieja radio. En el almacén de al lado se oían las voces de los clientes adentro y las risas y chanzas de los muchachos en la vereda que no iban a jugar fútbol por el mal estado del campo de juego.

Había llovido el día anterior, la calle era el acostumbrado barrial y en el zanjón corría abundante agua. De pronto uno de los muchachos lanzó el alerta:

–¡Guarda que viene “el loco Goyo”!

Todos permanecieron expectantes ante la inminente presencia del temido personaje que venía en el carro castigando con saña al pobre caballo que hacía desesperados esfuerzos por avanzar en el barro.

Casi frente al almacén las ruedas del carro se hundieron tanto que no había forma de avanzar pese a los esfuerzos del animal al que el “Goyo” castigaba sin piedad asuzándolo con gritos e improperios. Los muchachos al ver que no había forma de que pudiera zafar, se subieron las botamangas de los pantalones, se sacaron las zapatillas, pusieron el tablón que utilizaban para cruzar sobre el zanjón y luego lo colocaron delante de la rueda empantanada del carro. Eran seis ó siete que con mucho esfuerzo consiguieron arrancar la rueda del barro y ponerla sobre el tablón. El carro entonces avanzó y Goyo ni siquiera los miró y siguió su camino mascullando improperios y maldiciones.

Don José y Doña María Luisa dejaron pasar a los muchachos para que se lavaran en la canilla de agua que tenían en un rincón del jardín mientras comentaban lo que había ocurrido. Doña María Luisa catalogó al Goyo como un “malparido” por la forma de tratar al caballo y por no dar ni siquiera las gracias a los que lo sacaron del atascamiento en el barro. Luego fué a poner al fuego una gran pava de aluminio que tenía para el mate que servía cuando estaban todos los músicos y les preparó mate cocido.

Se sentaron todos en el patio de ladrillos a conversar. Don José les preguntó cómo andaba el equipo de fútbol y “el Moncho” que parecía llevar la voz cantante del grupo se sinceró:

–La verdad Don José nunca le hemos podido ganar a esos hijos de su buena madre. Nos golean y encima nos «cagan» a patadas. Nos tienen de hijos. Nosotros somos un “rejuntado” de chicos del barrio con unos cuantos que juegan bien nada más y encima no tenemos arquero. Ellos tienen algunos que ya están fichados en clubes. Hay uno que juega en Ferroviarios y dos ó tres en Huracán.

Don José se quedó un momento pensativo y luego preguntó: –¿Cuando van a jugar de nuevo? –Todos los Sábados a la cuatro de la tarde, más ó menos, nos juntamos y hacemos partido. –Mirá, no les prometo nada, pero les voy a preguntar a dos de mis nietos que juegan en el Chaco Forever de Resistencia, si pueden venir un Sábado, a ver si equilibramos la balanza. Ellos juegan los Domingos así que el Sábado tal vez puedan venir. Tomaron el mate cocido y se fueron comentando la posibilidad del refuerzo prometido.

Llegó el Sábado y vinieron ansiosos a preguntarle a Don José si iban a venir sus nietos y éste le contestó que el Sábado que viene. Así que ese Sábado fueron a jugar igual que siempre y recibieron la goleada y la paliza habitual.

El Sábado siguiente bien temprano llegó una camioneta con chapa del Chaco y bajaron cuatro personas con algunos bultos. Don José los recibió y le dijo a Horacio, el hijo del almacenero, que era uno de integrantes del equipo, que avisara a los otros y vinieron todos. Don José los presentó. Dos eran sus nietos, altos, fortachones; un tercero, de un físico impresionante era el arquero, llamado Daniel y el cuarto hombre era el Sr. Martino, integrante del cuerpo técnico de Chaco Forever.

Abrieron los bultos que trajeron, que contenían un juego completo de uniformes y otros elementos, tres ó cuatro pelotas de fútbol y productos farmacéuticos para cortes y hematomas, que habían conseguido reunir en el Club. Mientras tomaban mate cocido con algunos “chipás” preparados por Doña María Luisa, conversaron sobre de qué jugaba cada uno, se repartieron el equipo que habían traído y fueron al campito a practicar. Luego a almorzar liviano, una siesta hasta las tres de la tarde y a las tres y media estaban todos reunidos frente al almacén listos para marchar rumbo al «campito».

Alrededor de las cuatro empezaron a llegar “Los Bravos del Bañado Norte” y se sorprendieron al ver a “sus victimas” cambiados y practicando. Dada la formalidad del momento, con dos equipos uniformados, decidieron designar un árbitro y eligieron a un vecino que a veces arbitraba en la Liga Correntina y vivía por ahí cerca. También se corrió la voz por el barrio y empezaron a venir los espectadores para ver lo que prometía ser un buen partido de fútbol.

Con el pitazo inicial los del Bañado Norte se encontraron frente a un equipo estructurado en base a un buen arquero, seguro e inteligente; un medio campo en el que uno de los nietos de Don José al que llamaban Rodrigo, era contención y distribución de juego y el otro nieto, Diego, un delantero veloz y escurridizo que les marcó dos goles en los primeros 10 minutos de juego.

Parecía que el toque de calidad que trajeron esos tres hicieron surgir todo lo bueno que tenían los chicos de la calle Madero que pasaron a dominar el juego creando numerosas situaciones de gol ante el azorado arquero de “Los Bravos”. Por otra parte casi todos sus intentos ofensivos terminaban controlados por una defensa bien parada ó en las manos seguras del arquero. No fué el mejor día para “Los Bravos” que terminaron perdiendo por 4 a 0.

No hubo peleas, si acciones fuertes en algunos pasajes y al término del partido se reunieron todos a conversar y a conocerse. Los del “Bañado Norte” estaban gratamente impresionados por la personalidad y el excelente nivel de juego de los visitantes. Estercita y su padre, Don Joaquin, el almacenero, que habían sido invitados, fueron a ver el partido. Desde que lo vió ella no le sacaba la vista de encima a Daniel, el arquero. Este se dió cuenta y de tanto en tanto le correspondía con una amplia sonrisa.

Estercita se enamoró y Daniel de ahí en adelante venía todos los Sábados, a reforzar al equipo de la calle Madero y a verla a ella. Con el permiso de su padre al que le aclaró que vendría a visitarla como amigo, comenzaron a salir. Iban al cine, al Parque Mitre, a caminar por la Plaza Libertad, por la Plaza Cabral, entraban a la Catedral, recorrían el Mercado, paseaban por la Costanera y contemplando en el puerto el ir y venir de la Balsa transportando pasajeros y vehiculos de una orilla a la otra del rio. Daniel siempre que podía traía algún otro compañero de su club y los encuentros sabatinos en el campito de la Universidad se convirtieron en verdaderos clásicos de barrio.

Un nuevo Club de fútbol organizado por los obreros de la fábrica textil cercana que se hacía llamar Deportivo Mandiyú (algodón en guaraní) comenzaron a venir a practicar al campito de la Universidad. Uno de sus directivos habló con los que jugaban en el equipo de Don José de la calle Madero, para que vinieran a formar parte del Club. Les enseñarían el oficio y le darían trabajo en la fábrica y libertad para concurrir a las prácticas. Casi todos ellos aceptaron, menos Horacio, el hermano de Estercita, que estaba comprometido en continuar y completar sus estudios.

A su vez los nietos de Don José completaron un curso de entrenamiento y estaban embarcados en lanchas guardacostas de la Prefectura Naval del Alto Paraná con base en Ituzaingó en la Provincia de Corrientes. Su sede central estaba en Posadas, Misiones y la extensión de su jurisdicción comprendía toda la frontera fluvial con Brasil y Paraguay en el río Paraná en las provincias de Misiones y parte de la de Corrientes.

Hubo un año en que las copiosas e incesantes lluvias de los últimos días de Diciembre provocaron graves inundaciones en localidades ribereñas del litoral. De acuerdo a publicaciones locales de la época «En Entre Ríos más de 7000 personas resultaron afectadas; en Santa Fe las lluvias anegaron mas de dos millones de hectáreas y 1500 vecinos debieron ser evacuados.

«…En Corrientes Defensa Civil de la provincia informó que 5000 personas, entre evacuados y autoevacuados fueron albergadas en escuelas o centros municipales. En los departamentos de Monte Caseros y Sauce solamente, sumaron mas de 600 los damnificados, mientras que en Pueblo Libertador, en el departamento de Esquina, el 70 por ciento del pueblo estaba bajo el agua…»

Efectivos de Gendarmería, el Ejército y la Prefectura Naval, además de los Bomberos Voluntarios de las localidades afectadas trabajaron arduamente, día y noche, para socorrer a los damnificados en toda la zona afectada.

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Hubo numerosos actos de heroísmo en las arriesgadas maniobras de salvataje de las familias habitantes de las islas por el imponente caudal y la fuerza de la corriente del río que arrastraba todo a su paso, viviendas, animales y arboles de todos los tamaños que flotaban rápida y peligrosamente aguas abajo.

Los nietos de Don José participaron activamente en las tareas de socorro desde el comienzo del desastre a bordo de sus lanchas de la Prefectura Naval. En uno de esos salvatajes Rodrigo y sus compañeros rescataron a una familia que encontraron en medio de la furiosa correntada del rio aferrados a una «jangada» (jangada: balsa, plataforma hecha con maderos atados con alambre) que había chocado, derribado y arrastrado su casa lacustre montada en pilares de madera al borde del río, parte de la cual estaba todavía sobre la jangada. La madre, dos niñas y un pequeño de pocos meses en sus brazos se aferraban con todas sus fuerzas a los alambres que mantenían unidos los troncos que formaban la ¨jangada¨ resistiendo el oleaje, la lluvia y el fuerte viento. Rodrigo se ató una cadena alrededor de la cintura y saltó al agua cuando la lancha se acercó lo suficiente, enganchó la cadena a uno de esos alambres y subió a la ¨jangada¨. Desde la lancha tiraron de la cadena para que la ¨jangada¨ estuviera lo suficientemente cerca para que el fuera alcanzándoles los niños y la madre a sus compañeros a bordo. Este y otros actos de valor significaron para Rodrigo medallas de honor y ascensos hasta el grado que tenía ahora de Ayudante Principal. Era muy apreciado por su jefe y estaba de novio con una de sus hijas.

Diego también se hizo acreedor a medallas, honores y ascensos, pero en distintas circunstancias. Se especializó en la persecución y captura de peligrosos contrabandistas a los que muchas veces perseguía a través de la selva, acompañado de tres o cuatro compañeros hasta sus bases y escondites intercambiando con ellos violentos y sangrientos tiroteos y a veces también en abierta lucha cuerpo a cuerpo, mientras era alertada la Gendarmería, que acudía con mayor cantidad de efectivos, armamento y camiones para apresar a los delincuentes y transportar la mercadería que se pretendía contrabandear. Fruto de estos encuentros eran las cicatrices que Diego tenía por todo el cuerpo.

Lo de Diego y su implacable persecución a los contrabandistas y bandidos que se refugiaban en las islas era algo personal. El tenía una concubina en una de las islas, llamada Concepción a la que conoció en trágicas circunstancias. Siendo ella aún adolescente, los miembros de su familia sufrieron un asalto en el cual asesinaron al padre y violaron y mataron a la madre y a una hermana. Cuando ella volvió de la escuela a la que concurría cruzando el río en su pequeña canoa los encontró moribundos y en medio de su angustia y llanto, remó con todas sus fuerzas hasta encontrar a una lancha de la Prefectura.

Diego y un par de compañeros la acompañaron hasta la vivienda encontrándose con el dantesco espectáculo que a él le quedó grabado en la mente y desde entonces era un enemigo jurado de cualquier malviviente de las islas. Contribuyó en buena medida al saneamiento de la zona apresando o liquidando en lucha sin cuartel a una buena cantidad de ellos. El recuerdo de lo que había visto aquel día en aquella vivienda era el motor que lo lanzaba a la furia del combate.

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La vida era dura en las islas aún para Concepción que había nacido y se había criado allí. Cuando ella se quedó sola al cuidado de una tía, Diego la visitaba y la ayudaba en todo lo que podía hasta que nació el amor y finalmente se fué a vivir con ella. Pese a la tragedia sufrida, su juventud y su fortaleza de ánimo la ayudaron a sobrevivir y se convirtió en una buena y valiente compañera. Diego le enseñó el manejo de las armas, de las que siempre había alguna en la vivienda o llevaba consigo.

Cuando Diego les comunicó a sus compañeros su decisión de irse a vivir a la isla en la casa de Concepción, éstos organizaron un fin de semana de limpieza del lugar y un asado. Era verano así que todos durmieron afuera esa noche y a la mañana temprano se levantaron a continuar con la limpieza luego del mate cocido con tortas fritas hechas por Concepción y su tía.

Ese Domingo tuvieron la sorpresiva visita del jefe de la agrupación, un ingeniero naval, al que el lugar le pareció ideal para el emplazamiento de un puerto de escalada entre las dos bases ya establecidas. Caminó con un par de subalternos por la costa y hacia uno de los costados donde encontró un canal con suficiente profundidad como para que las lanchas de la prefectura pudieran atracar allí. Un año después diseñaron y empezaron la construcción y acondicionamiento del pequeño puerto y un cuartel que serviría para el alojamiento de una docena de guardacostas.

Cuando todo estuvo terminado y listo para funcionar nombraron a Diego, cuyo apellido era Perez como su abuelo, Oficial Principal y lo pusieron a cargo de la subestación a la que nombraron Puerto Porá. A Diego y Concepción le entregaron el título de propiedad, que no tenían, de la porción de terreno donde estaba edificada su vivienda y de una amplia sección en los fondos que limpiaron dejando algunos árboles de sombra y otros de frutas silvestres existentes en el lugar y un pedazo de la orilla del rio para ellos.

Unos par de años después una numerosa banda de contrabandistas atacó el puesto de guardacostas de Puerto Porá en represalia por la muerte en combate de algunos de sus componentes originándose una intensa batalla que duró un par de horas en el lugar hasta que llegó la Gendarmería. En el ataque, que tomó por sorpresa a la pequeña guarnición murieron todos sus integrantes, incluído su jefe a quién en homenaje póstumo lo ascendieron a Sub Prefecto y cambiaron el nombre de Puerto Porá al de Puerto Sub Prefecto Diego Perez. Diego murió en la puerta de su casa donde se había atricherado y Concepción se defendió del ataque desde un mirador elevado de la casa disparando su rifle casi con precisión militar. Ella y sus dos niños resultaron ilesos.

La lancha que tripulaba Rodrigo habia llegado con refuerzos cuando la batalla estaba en su apogeo cerrándoles a los delincuentes la escapatoria por la costa del rio, quedando encerrados entre el mortífero fuego de las lanchas de la Prefectura Naval y la gendarmería que vino por tierra, acabando con todos ellos. Como resultado de este ataque que costó tantas vidas, la Prefectura Naval aumentó el número de efectivos en  Puerto SP Diego Perez, colocó varias garitas con centinelas las 24 horas y cercó con alambres de púas todo el perímetro. Esta última gran batalla trajo seguridad y tranquilidad a los habitantes de esa parte de las islas y Puerto SP Diego Perez se convirtió en un floreciente pueblo ribereño. Los contrabandistas continuaron sus actividades lejos de allí utilizando otros lugares y otros métodos.

En la calle Madero un Sábado que no iba a haber partido por la lluvia, había sólo un par de muchachos en la vereda y algunas personas en el almacén. Había llovido mucho casi toda la semana y el zanjón era un torrente de agua turbia. Hacia media mañana cuando paró de llover y un tibio sol parecía querer asomar, vino Goyo a hacer pastar su caballo en la vereda de Don José y Doña María Luisa.

«Matungo» estiraba el pescuezo por sobre el cerco de enredaderas y arrancaba ramas de las plantas de Doña María Luisa que al verlo salió a espantarlo para que se fuera y dejara sus plantas en paz. El caballo se quería ir pero Goyo tenía agarrada la rienda envuelta en su puño y en el cuerpo y comenzó a insultarla y a patear el cerco con furia.

Don José tenía un viejo revólver que usaba en su juventud para matar vívoras y otras alimañas cuando comenzó a edificar en un terreno que había comprado su padre, en la orilla chaqueña del río Paraná. Hacía mucho que no lo usaba pero él confiaba en que funcionaría cuando tuviera necesidad de usarlo y siempre estaba por ahí a la vista, cargado y al alcance de la mano.

Al oír el tumulto y sabiendo que el pendenciero Goyo estaba armado acomodó el revólver en la cintura y salió a enfrentarlo. Goyo lo recibió con una andanada de insultos terminando con un –Y a vos también te voy a «cagar a tiros», viejo de mierda!, sacando el revólver de su cintura a lo que Don José respondió: –Pero cuando gustes, chamigo!… Ambos gatillaron casi al mismo tiempo produciendo un gran estruendo. El disparo de Goyo rozó la cabeza de Don José y fué a impactar en una pared. Don José lo hizo apuntando al suelo entre las patas del caballo, que pegó un gran salto derribando a Goyo, emprendiendo una loca carrera arrastrándolo, primero por la vereda, luego por el zanjón hasta dar en la esquina con el entubamiento contra el que fué a dar de lleno el cuerpo de Goyo que quedó inconsciente y medio ahogado.

Algunos vecinos acudieron en su ayuda cortando las riendas y sacándolo del zanjón mientras otros ayudaban a «Matungo» a salir del mismo, el que tan pronto se vió libre emprendió una frenética carrera por el barro de la calle perdiéndose de vista. Uno de los vecinos que era enfermero le administró a Goyo los primeros auxilios y lo dejó en su camastro al cuidado de las dos mujeres.

Unos días después cuando ya pudo pararse, entre el enfermero y su hermano lo ayudaron a llegar hasta la casa del maestro que lo llevó en su coche al hospital del cual salió unos quince días después bastante repuesto de los golpes que había recibido y de la diarrea y vómitos causados por toda el agua sucia que le hizo tragar el «Matungo» aquél día. Inmediatamente se puso a buscar sus armas entre la basura y el barro del zanjón, sin encontrarlas. Se murmuraba que un vecino que las había recogido las tenía escondidas. Tampoco nunca encontró a «Matungo». Y las dos mujeres aprovechando su ausencia también se fueron. Alguien las vió en la Rotonda de la Virgen sobre la Ruta subiendo a un camión con chapa de Brasil que iba al sur.

Al mediodía de aquél Sábado vino Daniel trayendo carne para hacerla asada en la parrilla de Don Joaquín. Luego de compartir un rato con Estercita y la familia pasó a saludar a Doña María Luisa y a Don José que le comentaron los sucesos de la mañana. Don Joaquín le había dicho que los invitara al asado. Así lo hizo y Doña María Luisa le dijo que irían y que ella llevaría empanadas.

Daniel había venido en una moto de gran cilindrada que había rescatado de un depósito de autos y motos en desuso y que habían reparado en el taller de Barranqueras. Vino acompañado del menor de los hermanos llamado Fernando, que había vuelto a casa luego de diplomarse en Buenos Aires en el mismo colegio de Artes y Oficios que sus hermanos mayores, Victor y Francisco, pero en el curso de tornería mecánica.

Mientras Sofía y Mariela atendían el almacén Estercita y sus padres tuvieron oportunidad de sentarse a tomar unos mates y a conversar con Daniel mientras se hacía el fuego en la parrilla. El les contó que el Sr. Martino lo había adoptado luego de que sus padres murieran en un accidente automovilístico en la Ruta 12 camino a Rosario a un partido en el que él iba a jugar. El vió el accidente desde el microbus donde iba con los jugadores y el técnico. Desde entonces pasó a ser uno más de la familia junto a los otros tres hijos varones que él ya tenía. Los dos mayores, Victor y Francisco, que cursaron estudios en el colegio de Artes y Oficios de Buenos Aires especializándose en herrería y actualmente tenían un taller en el puerto de Barranqueras donde se ocupaban de armar cajas para camiones y acoplados y trabajos de herrería en general.

El Sr. Martino estaba separado pero mantenía buenas relaciones con la madre de sus hijos y era profesor de Educación Física en una escuela secundaria de Resistencia, además de formar parte del cuerpo técnico del Club Chaco Forever. Fernando le prometió a Doña María Luisa que le enseñaría a manejar su motoneta y que si quería ellos le podían adosar un par de ruedas más pequeñas a ambos lados para mantenerla parada todo el tiempo y ella no se caiga. Cuando se volvieron a Resistencia Daniel manejaba su moto y Fernando se llevó manejando la motoneta para hacerle el agregado de las ruedas laterales. El Sábado siguiente la trajo y fueron con Doña María Luisa al campito de la Universidad a practicar el manejo de la motoneta aprendiendo lo básico ayudada por la seguridad que le daban las ruedas paralelas que le fueron agregadas.

Fernando hizo buenas migas de entrada con Sofía que iba a cumplir quince años en un par de meses y la enseñanza del manejo de la motoneta a Doña María Luisa le daba una buena excusa para venir con Daniel los Sábados a la calle Madero. Cuando estaban juntos era un concierto de risas y juegos juveniles de los que a veces también participaba Mariela cuando no estaba estudiando o haciendo deberes.

El deporte de Fernando era el remo, que practicaba en el Club Regatas Corrientes, cruzando el río en una canoa que también habían rescatado y reparado con sus hermanos en el taller de Barranqueras. Cuando venía temprano en la mañana Daniel y Estercita salían en la moto a recorrer la ruta, a conocer los pueblos vecinos. En una oportunidad llegaron hasta Itatí, visitando la Basílica y descansando en la costa del río.

En un momento de la conversación él le comentó que al parecer había un club europeo interesado en contratarlo por lo que había una posibilidad de partida hacia su nuevo destino en los próximos meses. Estercita se conmovió con la noticia y le confesó algo que tenía en mente en caso de que ocurriera esto. –Daniel… mi amor… …Yo quiero tener un hijo tuyo… –¿Qué?… No!… Estercita!… ¿Qué decís?… Sería un acto de gran irresponsabilidad de parte mía!… No puedo hacerle eso a tus padres… ¿Con qué cara y cómo le digo ésto a tu papá? –De eso me encargo yo… No te preocupes. Será lo único que me sostendrá cuando ya no estés más cerca mío… Yo presiento que estás destinado a grandes cosas y no quiero ser un obstáculo en tu camino, pero no me niegues ese consuelo, mi amor, por favor…

Pasó algún tiempo hasta que un día llegaron directivos del Club interesado en sus servicios, junto al que de ahí en mas sería su representante y se firmó el Contrato, recibiendo Daniel y el Club una buena cantidad de dinero y  fijándose la fecha de su comparencia y presentación en España. En una de las últimas visitas de Daniel antes de su partida Estercita logró su objetivo y en un rincón de la hermosa y florida Costanera de Corrientes, con el gran río como mudo testigo, le entregó su más preciado tesoro, su virginidad y la promesa de permanecer fiel a su gran amor para siempre.

Daniel se fué dejando parte de su corazón en Corrientes y al mismo tiempo ilusionado con el futuro prometedor que vislumbraba por delante. Tuvo que hacer banco por un tiempo hasta que el arquero titular terminara su contrato y luego pasó a ocupar la valla de uno de los grandes equipos de España. Desde sus primeras actuaciones que fueron muy exitosas logró convertirse en uno de los ídolos de los aficionados de su club con el que salió campeón de La Liga en su primer año de titularidad. Se destacó aparte de sus aptitudes físicas y extraordinarios reflejos por su disciplina y profesionalidad. En el momento oportuno su representante negoció su pase a otros clubes de España, Italia y Francia realizando excelentes performances en todos los clubes que jugó y ganando mucho dinero.

No olvidó a Estercita, que había tenido su bebé, al que todos llamaban Danielito, que se convirtió en el niño mimado del barrio. Todos sabían que era hijo de Daniel, el arquero chaqueño «Que la estaba rompiendo en Europa» como decía el Moncho, ni a la gente de la calle Madero. Regularmente les enviaba recortes de periódicos deportivos donde podían enterarse de la campaña de su equipo y a ella dinero para la manutención de su hijo al que pudo conocer y con quién compartió gratos momentos, en unas breves vacaciones que tuvo entre sus compromisos deportivos. Con el dinero que recibía, Estercita edificó en el fondo del terreno una cómoda casita para ella y su hijo, con living, cocina y baño en la planta baja y dos dormitorios y otro baño arriba.

Fernando y sus hermanos recuperaron un Rastrojero del corralón de vehículos abandonados, lo reacondicionaron, lo pintaron y se lo regalaron. También le enseñaron a manejarlo y a sacar el Registro de conducir. Fernando trabajaba en el taller de Barranqueras y luego practicaba remo todas las tardes en el Club Regatas Corrientes con un profesor, ex-remero de amplia experiencia internacional, con la idea de participar en las Olimpiadas a realizarse en Brasil. Su sueño se vió cumplido, logrando allí medalla de plata en una muy celebrada competencia.

Estercita se convirtió en el motor de las actividades del almacén ayudada un tiempo por su hermano Horacio hasta que él luego de graduarse de la Escuela de Comercio se mudó al centro de la ciudad donde puso con un compañero de la Escuela una oficina de contabilidad y asesoramiento financiero para las empresas de la provincia. Le quedó entonces Sofía y Mariela para ayudarla en el negocio, hasta que Sofía se casó con Fernando y se fué a vivir a Resistencia y Mariela entró a estudiar medicina en la Universidad. Sus padres llevaban una vida de semiretiro nada más que asesorando y supliendo en la atención del almacén a Estercita cuando ésta debía ausentarse a buscar mercadería en su Rastrojero. Goyo desapareció un día y no lo volvieron a ver en su rancho que quedó abandonado y todo el terreno, que era casi una manzana de grande, se convirtió en un basural.

Estercita sabía que había muy pocas posibilidades de que Daniel volviera a su lado y habiendo más de un pretendiente a su alrededor le era difícil mantener su promesa de fidelidad al padre de su hijo y le pareció necesario que el niño creciera con una figura paterna cerca suyo. De a poco fué cediendo a los requerimientos de uno de ellos, llamado Fabián, un muchacho muy simpático y emprendedor que hacía reparto de bebidas en su propio camión y que se llevaba muy bien con su hijo Danielito. En el almacén estableció un horario de atención al público los días de semana y el Domingo no atendía. Era el día de descanso dedicado a ellos dos. Salían en el Rastrojero muchas veces a pasar el día con Fernando y Sofía en Resistencia ó algún otro familiar del otro lado del río, o a pescar, que era uno de los pasatiempos favoritos de Fabián.

Daniel, alertado y aconsejado por su representante supo mantenerse al margen de las tentaciones que su fama y dinero le ofrecían. Tuvo varias relaciones pasajeras que vinieron a llenar el vacío y desarraigo que a veces sentía allá en Europa. Sabía que el sendero que lo había unido a Estercita tiempo atrás se había bifurcado y ella debía seguir por su senda y él por la suya, pero en el fondo de su corazón se ilusionaba con encontrar en su lugar de origen a la persona con la que compartiría su vida. Completó un curso de Kinesiología y Preparador Físico en Madrid que podría ser su ocupación profesional una vez terminada su carrera deportiva.

Cuando se casó su hermano Fernando con Sofía pidió un mes de licencia en el Club para asistir a la boda. Aprovechó su estadía en Resistencia para comprar una propiedad con muy amplio terreno que se extendía desde una importante avenida hasta la costa del río, en el cual comenzó la construcción de un complejo polideportivo con un gran gimnasio cubierto, canchas de fútbol, básquetbol, tenis, una pileta olímpica y facilidades para la práctica de canotaje, más locales comerciales donde funcionarían un negocio de artículos deportivos y de bar y confitería entre otros.

En la fiesta de la boda tuvo oportunidad de ver a Estercita, que estaba muy linda, con su nueva pareja, el apuesto Fabián y a su hijo Danielito. La reunión fué muy cordial. Le gustó que Estercita hubiera encontrado un nuevo amor. Los felicitó de corazón y  ellos lo invitaron a visitarlos. También concertaron para que Fabian fuera en adelante el proveedor de las bebidas que se consumirían en el Polideportivo.

Un día fué a reencontrarse con la gente que lo recordaba con cariño, a saludar a los padres de Estercita, a Doña María Luisa, Don José  y a los muchachos del barrio con quienes había jugado fútbol en la canchita de la Universidad. La calle Eduardo Madero había sido asfaltada y el zanjón entubado en toda su extensión hasta el río. Vió el basural en que se había convertido lo que había sido la vivienda de Goyo y al día siguiente fué a la Municipalidad de la Ciudad de Corrientes, hizo averiguaciones, consultó con un abogado y el resultado fué que adquirió la propiedad pagando los impuestos atrasados de muchos años que nadie pagaba. Limpiaron el predio e hizo construir una plazoleta con juegos para niños y varias canchas, una de fútbol 5, una de básquetbol, una de tenis y una de bochas para los mayores. Se formó una Comisión que se encargaría de la limpieza y cuidado de la plazoleta, de la que formaron parte «el Moncho» y los muchachos del barrio, más el enfermero que vivía enfrente, el maestro que vivía a la vuelta y otros vecinos voluntarios.

Concluído el mes de licencia volvió a Europa, jugó un par de años más y luego volvió a Resistencia, retirándose definitivamente del fútbol profesional. Tenía en Suiza una cartera de importantes inversiones que le generaba muy buenos dividendos y una abultada cuenta bancaria en España. Compró una buena vivienda casi frente al Complejo Polideportivo que estaba ya  terminado y funcionando y se dedicó por completo a él. Era un ídolo no solamente en Resistencia sino en todo el Chaco y en el país, de manera que el lugar se hizo popular muy pronto y al mismo concurrían con frecuencia deportistas destacados y futuras promesas que encontraron allí el lugar perfecto con todos los elementos necesarios para su entrenamiento.

El público en general podía disfrutar de la Confitería siempre muy concurrida, con el gran Salón de Fiestas edificado sobre una barranca, cuyos amplios ventanales permitían apreciar una magnífica vista del río y además comprar indumentaria deportiva de fabricación nacional ó de las mejores marcas extranjeras en los locales comerciales ubicados sobre la avenida. Designó a Horacio, el hermano de Estercita, Administrador y Asesor Financiero. Tenía una licenciada en Relaciones Públicas al frente en su Salón de Recepción y a Fernando como Jefe de Mantenimiento, con una cuadrilla de una docena de obreros, todos ellos especializados en sus respectivos rubros, cuidando cada detalle de las instalaciones. Mariela, patrocinada por Daniel, al concluir sus estudios con excelentes notas recibió una beca para especializarse en Medicina Deportiva en una importante institución de Madrid, al término del cual se unió a los profesionales que estaban al frente del Polideportivo de Resistencia.

Daniel mantenía su régimen de ejercicios y alimentación al que se acostumbró durante sus años de deportista profesional, con un estado físico impecable y una salud de hierro. Cuando cumplió 35 años hubo un gran festejo en el Polideportivo, con asado al mediodía para el personal y sus familias y Baile de Gala en el Salón de la Confitería al que fueron invitados personajes notables de la ciudad incluídos el Intendente y el Gobernador de la provincia y su esposa. Estos concurrieron con su hija que había cumplido 24 años unos días antes. Cecilia, que así se llamaba, era una verdadera belleza, muy fina, muy educada. Desde que se la presentaron Daniel quedó encandilado siguiéndola con la mirada cuando ella se deslizaba por la pista de baile con armoniosa elegancia.

En un momento dado la madre de Cecilia le murmuró al oído a Daniel: –¿Porqué no saca a bailar a mi hija? Creo que ella le tiene algo que decir… Así lo hizo en uno de sus valses preferidos. Al rodearla con sus brazos sintió una sensación de placer y emoción muy grande y se entregó a la danza por completo sumergiéndose en sus hermosos ojos experimentando la serena ternura que se reflejaban en ellos. Al finalizar el vals Cecilia le preguntó si podía acompañarla hasta su mesa. Así lo hicieron y ya en su silla ella tomó su cartera, sacó un papel impreso y se lo mostró. Daniel lo miró y lanzó una exclamación de sorpresa y alegría: –El programa de «il derbi della capitale» AS Roma vs SS Lazio… y firmado por mí!… ¿Cómo? –Mi hermano Miguel y yo estuvimos ese día en el Estadio Olimpico y su equipo le ganó a la Roma. Ud. me firmó este programa a la salida, junto a un montón de otras chicas… –¡Qué lindo recuerdo!… –Mi hermano trabaja para el Consulado Argentino y vive en Roma. Yo viví un tiempo allí con él mientras completaba mi maestría en el idioma italiano. Pero a Ud. lo vimos muchas veces acá en Resistencia antes de irse a Europa…

Y la conversación se extendió hasta el término de la fiesta. Daniel quedó prendado de la belleza y personalidad de Cecilia. Su imagen y su forma de ser lo conquistaron completamente y esa madrugada se fué a dormir con la certeza de que había encontrado la reina de sus sueños. Luego de varios meses de noviazgo se casaron en la Basílica de Nuestra Señora de Itatí en Corrientes. El Sr. Martino y la esposa del gobernador fueron los padrinos. Danielito y una sobrina de Cecilia fueron los portadores de los anillos. Concurrieron numerosas personalidades del deporte, la política e invitados especialmente algunos ex-compañeros de Daniel en equipos de fútbol de Europa. La fiesta fué en el Salón del Polideportivo y a la mañana siguiente partieron a su luna de miel visitando las ciudades donde Daniel jugó y otras que Cecilia quería conocer.

La madre de Cecilia, Valeria Gonzaga, era italiana de nacimiento y tenía familiares con títulos en la nobleza romana. Doña Valeria formaba ahora parte de un grupo llamado Sociedad de Beneficencia Argentina, compuesto mayormente por importantes damas de Chaco, Misiones, Corrientes y Santa Fe. De tanto en tanto realizaban actividades con fines benéficos. Bailes de Gala, Desfile de Modas con remates de indumentaria femenina donadas por conocidos diseñadores y joyas donadas por ellas mismas para ayudar a los hospitales más necesitados de la zona. En los meses previos a la boda, planearon con Cecilia un gran evento para luego de su regreso de la luna de miel al cual estarían invitadas algunas señoras de su familia de Italia y amigas de éstas que disfrutaban de muy holgada posición económica.

La presidenta de la Sociedad de Beneficencia era propietaria de importantes empresas en Misiones entre ellas un gran Hotel con una magnífica vista de las Cataratas del Iguazú, que ella puso a disposición del grupo para alojar a los invitados. Daniel entonces propuso realizar para los hombres un partido de fútbol entre jugadores retirados que fueron famosos en Europa a los que él se encargaría de invitar personalmente y un combinado compuesto por populares futbolistas veteranos del ambiente local. Todos ellos serían invitados a concurrir con sus respectivas esposas e hijas mayores si las tuvieran. El Club Rosario Central en el barrio de Arroyito en Rosario, prestó su estadio para el evento que se realizó un Sábado del mes de Septiembre. El Domingo se llevó cabo la Fiesta de Gala de la Sociedad de Beneficencia Argentina en el Salón de Fiestas del Polideportivo de Daniel en Resistencia. Ambos eventos fueron un gran éxito de concurrencia y donaciones que fueron entregados en su totalidad a las autoridades del Hospital Rural de Concepción del Bermejo.

El gran gimnasio cubierto del Polideportivo era multifuncional, de manera que podía adaptarse a diferentes eventos deportivos. En ocasiones era básquetball, en otras vólleyball y también se realizaban allí importantes veladas boxísticas. Las tribunas y el ring eran desmontables y en uno de los rincones había un par de cuadriláteros y todos los implementos que se usaban para las prácticas y entrenamiento de boxeo y fisicoculturismo. En una ocasión se organizó un Festival de Boxeo donde se presentaría en la pelea central un correntino que era campeón argentino y sudamericano de peso welter por el título que poseía un mexicano, campeón interamericano de la categoría. Se vendieron las ocho mil entradas y ante un estadio delirante el local conquistó la corona, luego de lo cual los promotores concertaron la revancha a realizarse en México.

En una de las peleas preliminares debutó un personaje singular al que apodaban «el polaco Pedro». Su verdadero nombre era Pedrag Srdl, pero como casi nadie podía pronunciar su apellido lo conocían más por el apodo. Su apoderado lo había descubierto en un obraje en Misiones, llamando la atención la gran fortaleza de su contextura física. Era colorado, pecoso y extremadamente tímido. En los primeros rounds de la pelea de aquella noche, recibió un persistente y variado castigo de parte de su rival, un moreno brasileño, bien ranqueado en su categoría, hasta que el polaco pareció despertar y con dos tremendos derechazos lo noqueó. El espectacular nocaut entusiasmó a los promotores que decidieron agregarlo al grupo que viajaría con el campeón en una gira por algunas capitales de Sudamérica previo a la revancha en Ciudad de México.

Estando el grupo en Puerto Rico se los contrató para una velada boxística en New York. En la gran ciudad «el polaco Pedro» encontró a un amigo que le contó sobre los miembros de la familia que habían sobrevivido a la guerra civil en su país y cómo se encontraban todos en su pueblo natal en Croacia y lo invitó a volver con él. No lo pensó mucho. Al día siguiente fueron al Consulado para regularizar su documentación, luego se despidió del grupo y partió tan pronto pudo hacia su lugar de origen.

El mexicano recuperó su cetro y el grupo, menos «el polaco Pedro», regresó a Resistencia. El campeón correntino realizó algunas peleas más, compró una propiedad en Molina Punta en Corrientes, concluyó la obra en construcción de la vivienda que estaba a medio terminar en el terreno, instalando un local de venta de bebidas casi a la entrada del Balneario y  le prestó dinero a su hermano para que comprara el terreno adyacente y una vivienda prefabricada para que viniera a vivir allí con su familia.

Don José y Doña María Luisa convivieron en paz y armonía sus últimos años en la casita de la calle Madero, ella ocupada con sus plantas, la peluquería y los músicos y él rasgueando su guitarra y ensayando alguna canción de su repertorio bajo la sombra de los árboles del fondo, escuchando el trinar de los pájaros y recibiendo de tanto en tanto la visita de sus hijos, nietos y algún biznieto.

El almacén de Estercita era ahora un amplio y bien surtido supermercado. Todo el barrio había sido asfaltado y sus calles, negocios y viviendas rebozaban de estudiantes de la Universidad, muchos de ellos venidos de otras provincias y de países vecinos. Para esos estudiantes la vivienda era un punto crítico. Alquilaban lo que podían y dónde podían. La oficina de Contabilidad, Administración y Asesoramiento de Horacio agregó una sección Inmobiliaria y se abocó a solucionar este problema. Formaron un Consorcio con una empresa constructora que fabricaba viviendas premoldeadas. Diseñaron y se pusieron a fabricar monoambientes que ellos financiaban, fabricaban y los colocaban dejándolos listos para ser habitados.

El primer conjunto de diez monoambientes se instaló en uno de los terrenos de su propiedad adyacentes al supermercado de Estercita y Fabián. Eran cinco departamentos en la planta baja y otros cinco arriba, que constaban de un pequeño living, lugar para la cama, cocina funcional y baño con calefón para agua caliente. Se conservaron algunos árboles debajo de los cuales se colocaron mesitas de piedra que los estudiantes podían utilizar cuando quisieran estar afuera. Muchos vecinos que tenían espacios vacíos ó terrenos que no ocupaban se adhirieron y el proyecto fué un éxito total.

«El Campito», la cancha donde jugaban fútbol los muchachos, se convirtió en un Complejo Deportivo donde se practicaban varias disciplinas atléticas además del fútbol. La avenida tenía ahora cuatro carriles y estaba iluminada y arbolada desde la Fábrica Textil hasta la Rotonda de la Virgen.

En Resistencia Cecilia puso una Academia de Lenguas donde ella enseñaba Italiano y otros profesores Inglés, Portugués, Francés y Chino. Tuvieron un par de mellizos que vinieron a completar y alegrar la vida de una familia muy unida y muy querida en la comunidad.

El señor Martino fué electo presidente del Club Chaco Forever por varios períodos en los cuales el Club realizó importantes avances, entre ellos la construcción de un buen estadio y la creación de una academia de fútbol, que intercambiaba promesas juveniles con clubes de Europa.

Daniel supervisaba el Polideportivo en donde confraternizaba con políticos y gente de influencia en la provincia. Luego de algunos años en los que pasó con buena aceptación popular por numerosas posiciones dentro del gobierno, desde Concejal hasta Intendente se postuló y fué electo diputado provincial. En el pequeño puerto del Polideportivo, adyacente a la Escuela de Actividades Náuticas que instaló Fernando se podía ver con cierta frecuencia a las dos lanchas de la Prefectura Naval en cuya tripulaciones estaba Rodrigo y estuvo Diego, compartiendo con los que para ellos eran sus hermanos, Daniel, ahora el diputado Daniel Martino, el matrimonio de Fernando y Sofia, la doctora Mariela y los hermanos mayores de Fernando, Victor y Francisco y sus respectivas familias.

Todos ellos habían concurrido, en circunstancias más tristes, a los velatorios de Diego cuando fué enterrado con todos los honores de su rango en el panteón de la Prefectura Naval en el Cementerio de Corrientes y a los de dos personas a los que ellos consideraban como a sus mentores y que se habían hecho acreedores a su respeto y afecto a través de los años, Don José, que falleció de avanzada edad y poco tiempo después de Doña Maria Luisa. Ellos habian manifestado su deseo de que a su deceso la propiedad se destinara a algo que sirviera a la comunidad. El familiar de Resistencia propuso y todos estuvieron de acuerdo en organizar alli una escuela para músicos que sería regenteada por el Departamento de Cultura de la Provincia de Corrientes. El Diputado chaqueño Daniel Martino y algunos colegas correntinos colaboraron en su organización y amueblamiento y en la compra de instrumentos. La compañía constructora e inmobiliaria de Horacio donó e instaló a continuación de la parte ya edificada que fué remodelada para adecuarse a su nueva función, un par de sus más grandes prefabricadas para que sirvieran de Salas de Ensayos.

Al fondo seguían dando sus frutos en generosa cantidad, los limoneros, guayavos, guapurúes, la gran planta bananera y las de mangos, que fueron plantados muchos años atrás por Juan Romero y su vecino Velazco, y más recientemente estuvieron al cuidado de Don José y que ahora al madurar sus frutos se repartían entre los niños del barrio. También habían crecido los dos arbolitos de ceibo que Daniel y sus hermanos les habían regalado al matrimonio en oportunidad de celebrar un aniversario de bodas.

La oficina de Cultura de la Provincia aportó los maestros de música y poco tiempo después se inauguraba la Academia que luego de algún tiempo dió excelentes cultores de la musica litoraleña.

Por muchos años, Estercita, Fabián y sus hijos se encargaron de la limpieza y manutención del terreno y del florido jardín que sirvió de distracción y fué el orgullo de Doña Maria Luisa, cuyo espíritu alegre y sonrisa siempre a flor de labios parecía flotar entre los crisantemos, gladiolos, jazmines, Santa Ritas y Rosa Chinas del jardín en una explosión de aromas y colores que como agradeciendo la atención al llegar la primavera florecían con la fuerza y el esplendor que tenía cuando Doña Maria Luisa lo regaba con tanto cariño y perduraban la mayor parte del año perfumando y alegrando la vista de los alumnos de la Academia de Música y de los vecinos que pasaban por aquella calle conocida entonces con el nombre de Eduardo Madero. FIN.

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La Niña de los Pies Grandes – Un Cuento «Villero» ambientado en Retiro, Buenos Aires, Argentina

La Niña de los Pies Grandes – Un Cuento «Villero» ambientado en Retiro, Buenos Aires, Argentina

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Por las bocas de salida de la estación cabecera del Ferrocarril San Martin, en Retiro, la gente entra y sale constantemente, según llegan unos trenes y se van otros con su carga de pasajeros. La estación es amplia y los andenes largos.

Si uno camina hasta casi el final del mismo, mirando a su derecha verá lo que es conocido como la Villa 31. Si bien no es la más grande de la Ciudad, sí es la más emblemática, por su ubicación estratégica, junto al principal centro de transbordo de pasajeros de la Capital Federal y muy cerca de los barrios más cotizados.

Según datos de Wikipedia, «entre 1880 y 1910, llegaron a la Argentina cuatro millones de europeos, de los cuales el 60% se radicó en Buenos Aires.

«En 1931 el Gobierno decidió dar refugio a un contingente de inmigrantes polacos en unos galpones vacíos ubicados en Puerto Nuevo.

«Al año siguiente surge sobre la Avda. Costanera el primer asentamiento de viviendas precarias construídas con chapas y otros materiales.

«En 1976 el Intendente Cacciatore trató de erradicar esta llamada «villa miseria» utilizando topadoras, tras los cual, sus habitantes fueron cargados en camiones y llevados al Conjunto Habitacional de Ciudadela (Barrio «Ejército de los Andes»), que pronto colmó su capacidad.

«El hacinamiento originó violencia: un tiroteo entre la policía y bandas del asentamiento inició la vigencia de «Fuerte Apache». Pronto la zona se convirtió en una de las más peligrosas del Conurbano».

Villa 31
La Villa 31 de Retiro, Buenos Aires

En la Villa 31 habitaban más de 40.000 personas. Una de éstos habitantes es una niña de 9 años a quien pusieron de apodo «Peluche», que deambulaba por las adyacencias de la estación, vistiendo harapos y descalza. Su madre, sentada por ahí con un niño en brazos pedía limosna a la gente que pasaba apresuradamente a su lado.

Un día este submundo de miseria se topó con otro totalmente diferente, de opulencia y bienestar en la persona de una señora que la vió desde su vehículo y se apiadó de ella.

Esta señora de nacionalidad venezolana, de nombre Guadalupe Marinelli, una ex Miss Venezuela, ahora ya entrada en años, estaba de visita en Buenos Aires. Era viuda de un magnate que hizo una enorme fortuna con negocios inmobiliarios en Nueva York y Miami, que junto a su hijo heredaron al fallecer el marido. Ella tomó su parte, dejó al hijo las empresas de su padre y se dedicó a viajar y a hacer obras de beneficiencia.

Quiso el destino que pasando con su auto por Retiro, viera a la pequeña sentada en la acera. Hizo detener el vehículo, se bajó y habló con ella. Luego la tomó de la mano y subieron al coche. Ya de regreso a su lujosa suite de un gran hotel, a escasas cuatro cuadras de donde la recogió, en el mismo barrio de Retiro, pero ya con el nombre Puerto Madero, dió órdenes a su personal para que la asearan y vistieran decorosamente, sin estridencias. Costó un poco encontrarle zapatos por el tamaño y la forma de sus pies. Pero un par de horas después ya estaban las dos almorzando.

La señora le hizo muchas preguntas a las que «Peluche» contestaba con inteligencia y claridad. Le contó que por un tiempo había estado yendo a una escuelita que un buen sacerdote al que conocían como el Padre Mugica había establecido como parte de la Parroquia «Cristo Obrero» que él fundó en la villa. La misma dejó de funcionar cuando «el Padre» fué asesinado. La dama se conmovió y le preguntó si la podría llevar hasta el lugar.

Así fué que al día siguiente la señora Marinelli, disfrazada con la ropa de la mucama y con un pañuelo que le envolvía la cabeza, tomaron un taxi que las dejó en la entrada de la villa y se dirigieron caminando hasta la Parroquia. El lugar estaba semiabandonado. Una voluntaria llamada Carmen Fernández mantenía el lugar como podía. Hablaron las dos mujeres un rato largo yendo luego a lo que fué la oficina.

Carmen encontró los datos que la señora le pedía: Personería Jurídica y Cuenta Bancaria de la Parroquia, que estaba en cero pero activa todavía.

La señora Guadalupe Marinelli le entregó a Carmen una de sus tarjetas con su teléfono y dirección particular y le dijo que le depositaría cinco mil dólares todos los meses para que reabriera y pusiera a funcionar nuevamente la escuelita y que la mantuviera al tanto de todo lo que ocurría. Tras lo cual se despidieron. Carmen prometió que así lo haría, agradeció efusivamente su promesa de ayuda con lágrimas en los ojos y un abrazo interminable.

Pasaron luego por el espacio que ocupaban “Peluche”, su madre y su hermanito. Tomó nota mental de que mandaría a instalar allí una cocina con garrafa, una ducha y cama con colchón.

La niña de los pies grandes, «Peluche», la acompañó luego hasta el taxi, se abrazaron, la señora estrechó la cabecita de ella contra su pecho murmurando. –Que Dios te bendiga, chica. Cuídate mucho. Adiós.

Carmen Fernandez había sido una chica normal con planes indefinidos sobre su futuro, que vivía con sus padres en Caseros muy cerca de la Villa El Mercado, un sector de cuatro a seis manzanas pobladas por precarias casillas, vecino al viejo Mercado Frutihortícola,  que había sido destinado por la Municipalidad de Tres de Febrero para una parquización que nunca se pudo concretar.

Un acontecimiento policial de gran resonancia ocurrió en la vecindad que influyó definitivamente en el curso de su vida.

Un grupo de tres jóvenes de la Villa El Mercado intentó asaltar a dos parejas que regresaban tarde en la noche a sus hogares muy cerca de la Villa. Los dos hombres eran primos y sus novias eran chicas del barrio. Venían de celebrar su graduación de la Escuela de Policía. Al verse amenazados se identificaron, desenfundaron sus armas y se desató una intensa balacera en la que dos de los asaltantes murieron en el lugar y un tercero se arrastró moribundo hasta casi frente a la casa de Carmen. Los policías también resultaron heridos, uno de ellos de gravedad.

Carmen asistió a los funerales de los muertos de la Villa a los que conocía desde la infancia. Se conmovió ante el dolor de las madres por la pérdida de sus hijos. Sintió la necesidad imperiosa de buscar alguna forma de ayudarlos. De a poco fué acercándose e interiorizándose de lo que ocurría en la vida diaria de los habitantes de la villa para ver de qué forma podría ayudar.

Confió sus inquietudes al Padre Francisco que era párroco de la Capilla de Villa Pineral. Este tenía conocimiento de un sacerdote de activa militancia social a favor de los habitantes de las villas y decidió invitarlo a una reunión en la que participarían además los representantes de la notoria villa Carlos Gardel y del asentamiento «Fuerte Apache».

Este sacerdote era el Padre Carlos Mugica, uno de los siete hijos de Adolfo Mugica fundador del Partido Demócrata Nacional, por el cual fué diputado y luego Ministro de Relaciones Exteriores del Gobierno del presidente Arturo Frondizi y de Carmen Echagüe, hija de terratenientes adinerados de Buenos Aires, que por sus esfuerzos y logros a favor de los pobres, estaba empezando a ser reconocido.

La reunión se realizó en la Capilla ubicada frente a la Plaza Pineral. Se trataron diversos temas relativos al mejoramiento de la calidad de vida y educación de los habitantes de los asentamientos de emergencia.

El Padre Mugica habló con entusiasmo y elocuencia de lo que ya había conseguido en lo que entonces se conocía como la Villa del Puerto donde había creado la Parroquia Cristo Obrero que se complementó con la fundación de una escuelita para niños y un taller de Artes y Oficios para adultos.

Una vez finalizada la reunión Carmen habló largamente con una directora de escuelas jubilada a quien llamaban la señora Mercedes, que era parte del grupo que acompañaba al Padre Mugica y estaba a cargo de la organización de la escuelita de la Parroquia Cristo Obrero. Allí Carmen decidió su destino; iba a dedicar su vida a este proyecto. Habló largamente con sus padres que con mucha pena y viendo que no la podrían convencer accedieron a sus deseos.

Pocos días después apareció en la puerta de su casa el Renault 4 azul del Padre Mugica y se fué con ellos. Acomodó sus pocas pertenencias en una habitación que le fué asignada en los fondos de la Parroquia. Por su experiencia y conocimientos adquiridos en la villa El Mercado se convirtió rápidamente en el brazo derecho de la Sra. Mercedes, que además de supervisar la escuelita estaba a cargo de la Contaduría y Finanzas.

Entre las múltiples actividades a las que se abocó Carmen estaba la de ir a los supermercados de la zona a recoger lo que éstos aportaban para el mantenimiento del comedor escolar y a depositar en el Banco las donaciones en efectivo y cheques que hubiere.

La escuelita comenzó a funcionar con alrededor de una docena de niños, al principio con la Sra. Mercedes como única docente. Al poco tiempo llegó una joven maestra voluntaria, Amalia, que fué a compartir la habitación con Carmen y que se hizo cargo del aula.

Una vecina llamada Liliana ó «Lilly» manejaba la cocina y la confección de pan casero y «chipás» en un gran horno de barro que había construído su marido, un joven paraguayo, de nombre Rubén, albañil en ocasiones y asociado con algunos personajes de mala fama en la villa. Ella era hija de un matrimonio polaco, católicos muy estrictos de la ciudad de Apóstoles en Misiones. Los padres de Lilly desaprobaron vehementemente su relación con este muchacho que había venido con un grupo de obreros de la construcción a realizar obras viales en el pueblo y cuando ella quedó embarazada la echaron de la casa.

Vinieron a parar a la Villa de Retiro por algunos conocidos de Rubén que los ayudaron a construir su precaria vivienda donde nació una niña a la que bautizaron Antonia que ahora tenía la misma edad que «Peluche», de la que se hizo muy amiga desde pequeñas. Aunque ahora convergían en este punto de sus vidas, tenían una formación y manera de ser muy diferentes. La madre de una, educada y trabajadora le inculcó desde su más temprana edad hábitos saludables; por el contrario la otra aunque inteligente y astuta, se crió en la calle y nunca tuvo acceso a una buena educación ni a esos buenos principios.

El Padre Mugica se vinculó activamente a las luchas populares a través del movimiento de Sacerdotes Tercermundistas recibiendo en el apogeo de sus actividades, críticas y amenazas de muerte que se concretaron una noche en Villa Luro, cuando fué ametrallado en la puerta de la iglesia de San Francisco Solano, tras celebrar una misa.

El asesinato pudo haber sido perpetrado por la Triple A, pero también por Montoneros. Nunca se aclaró totalmente quiénes lo mataron aunque la justicia señaló a  Rodolfo Eduardo Almirón,  jefe operativo de AAA (Alianza Anticomunista Argentina), como el autor material del asesinato.

La noticia de la muerte de su párroco causó gran conmoción y la interrupción inmediata de casi todos los proyectos y actividades en la Parroquia Cristo Obrero.

La Sra. Mercedes sufrió un paro cardíaco al recibir la noticia y se encontraba internada en un hospital. Carmen seguía haciendo la ronda de los supermercados, tratando de mantener funcionando a la escuelita, pero las donaciones tanto de comestibles como de dinero  fueron mermando paulatinamente hasta que cesaron por completo.

Lilly siguió produciendo pan casero y «chipás» que ella y su hija Antonia vendían en las aceras de la estación.

El fallecimiento de la Sra. Mercedes poco tiempo después de la muerte del Padre Mugica y la suspensión de todas las actividades en la escuelita, sumó a «Peluche» en una profunda depresión. Pasaba muchas horas del día sentada, descalza y harapienta en las inmediaciones de la estación. Ahí fue donde la señora venezolana la vió y comenzó así la etapa de recuperación de ella y de la escuelita.

Rubén, su padre, organizó una banda que se dedicaba a robar a repartidores de bebidas y comestibles. Traían al vehículo robado al medio de la villa más cercana, donde era vaciado por la gente, luego lo llevaban a un desarmadero clandestino donde lo vendían para partes.

La Policía Federal Argentina, mediante un paciente trabajo de inteligencia y con la colaboración de una importante fábrica de chacinados que fué asaltada y había perdido ya dos camiones, logró identificar a la banda y su manera de actuar. Así fue que les tendió una trampa. Uno de los camiones de la empresa sirvió de señuelo. En lugar de chacinados iba cargada con un grupo de tropa de élite de la Policía Federal, que terminó con la banda en medio de una lluvia de balas donde cayeron muertos todos sus integrantes.

Lilly y Antonia no sufrieron mucho por la pérdida ya que Rubén tenía mal carácter y las maltrataba con frecuencia. Sus productos de panadería ahora se vendían totalmente, y un día recibió una propuesta inesperada. Un hombre que trabajaba en una panadería de Retiro y era un comprador habitual, le propuso que formaran pareja y se fueran a vivir con él a Moreno, donde estaba construyendo una casita y quería instalar una panadería. El hombre y la propuesta les cayó bien y ambas se fueron con él a su nuevo hogar.

Al mismo tiempo que llegaba la ayuda monetaria de la señora venezolana la Arquidiócesis nombró un nuevo Párroco en reemplazo del Padre Mugica.

El nuevo Párroco vino acompañado por voluntarios de la Juventud Obrera Católica, ex-alumnos de la Universidad Salesiana del Trabajo de Almagro, que tomaron las riendas de los proyectos que habían quedado truncos con la muerte del Padre Mugica.

Uno de ellos de nombre Andrés, que era mecánico de profesión, se encargó del taller de Artes y Oficios haciendo además de chofer manejando el Renault 4 azul, el auto de la Parroquia. Se estableció una casi inmediata amistad y luego formaron pareja con Carmen y se quedó a vivir en la villa. «Peluche» y su madre hacían la limpieza de la Iglesia, la escuelita y el Taller.

Un día se apareció por la Parroquia la Sra. Marinelli. La recibieron con gran alegría y la agasajaron efusivamente. Ella quiso saber si les hacía falta algo en que ella pudiera contribuir.

Oscar, primo de Andrés, quería armar un taller de carpintería y le contó a la señora que él conocía un lugar en el que había trabajado como aprendiz que estaba cerrado hacía tiempo y en el que había máquinas que él y Andrés podrían restaurar y utilizar para la enseñanza del oficio de carpintería en la villa.

Lo fueron a ver y consiguieron comprar las máquinas casi a precio de donación. Otro ex-alumno del Colegio Pio IX se encargó del transporte de las mismas en uno de sus camiones y con sus empleados.

Armaron el taller rápidamente para que la Sra. Marinelli lo pudiera ver funcionando antes de partir. Media docena de muchachos comenzaron a tomar clases de inmediato. El propietario de los camiones les prestó uno de los más viejos, que Andrés reparó para usarlo en el transporte de la madera que utilizaban para la fabricación de los muebles y tablones que eran adquiridos por los habitantes de la villa y vecinos de los alrededores.

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La Carpintería de la Villa

Por varios años todo se desarrollaba normalmente hasta que terminó la bonanza con la llegada de los narcotraficantes y empezó a correr la droga y la lucha por el control del negocio de la distribución y venta de la misma que habitualmente se resolvía con mortal violencia.

La Parroquia y los talleres fueron por un tiempo los bastiones de la resistencia que terminó cuando Oscar y algunos voluntarios fueron acribillados a balazos por sicarios dentro de la carpintería.

El taller permaneció abierto por un tiempo pero como nadie concurría por el temor originado por las muertes del maestro y sus ayudantes, lo cerraron. En una de las paredes se erigió un altar con las fotos de los mártires y grandes crespones negros.

También empezaron a ocurrir casos de secuestro de mujeres jóvenes a las que obligaban a prostituirse y enviaban a distintos lugares del país y de países limítrofes. Se supone que «Peluche», la Chica de los Pies Grandes, fué una de ellas, porque un día desapareció de los lugares que frecuentaba y nunca más la volvieron a ver. Algunos creían que se la llevó consigo la Sra. Marinelli.

La villa se convirtió en un lugar muy peligroso. Los pocos voluntarios que aún quedaban ante el agravamiento y lo irreversible de la situación se fueron alejando poco a poco hasta no quedar ninguno.

Cuando Carmen fué al velatorio de su padre en Caseros, le comentó a su madre la situación por la que estaban atravesando y ésta le pidió con lágrimas en los ojos que volviera a casa. Así lo hizo y volvió con Andrés y el pequeño hijo de ambos.

Construyeron un galpón en el fondo donde Andrés puso un taller mecánico y Carmen se dedicó a atender la casa, a su mamá cuya salud era muy precaria y a su hijo.

La villa para ese tiempo se había convertido en un campo de batalla donde se dirimía a tiros la predominancia y el dominio territorial de las «mafias» y en el que ninguna autoridad se atrevía a intervenir. Ni ambulancias, ni bomberos podían acceder a la misma y los muertos eran arrojados a los costados de las carreteras y en los baldíos del conurbano.

Las familias de Liliana y Carmen mantuvieron la amistad iniciada en la Villa y se visitaban con frecuencia. La panadería de Moreno a la que llamaron «Lily» era conocida como la que producía el mejor «chipá» de la zona y en general todos sus productos panificados eran de gran aceptación.

Cuando falleció  la madre de Carmen vendieron la casa de Villa Pineral y se mudaron a Moreno donde edificaron una casa en el fondo y un gran galpón al frente donde Andrés atendía y reparaba camiones y colectivos.

Mantenían el recuerdo y la esperanza de volver a ver a «Peluche», la Niña de los Pies Grandes, algún día sana y salva, cosa que nunca ocurrió.  FIN.

La Concepción de Marco Antonio – Relato ambientado en Corrientes

La Concepción de Marco Antonio – Relato ambientado en Corrientes

 

Por Don Juan de Vera (@damianbarrios)

 

Marco Antonio nació muy cerca de la Plaza Libertad en la ciudad capital de la provincia de Corrientes un dia de abril de 1935.

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Plaza Libertad. Estación de «El Económico» al fondo

En uno de los lados de la Plaza, corre la calle Ayacucho, en ese entonces la principal arteria de la ciudad, por donde circulaba un  vehículo de transporte público que comenzaba su recorrido en el puerto pasando por el Mercado, continuando su recorrido paralelo a la muy comercial calle Junin, con parada en la Plaza Libertad frente mismo al Cine Itatí, pasando por el Lawn Tennis Club y terminando en los portones del Hipódromo. Más allá sólo hay montes de espinillos, palmeras, palos borrachos, «ñangapiryes» y unas pocas casas habitadas. También están esparcidos en las cercanías  la Escuela 30, la Comisaría Quinta, un Hospital Regional, un cuartel de la Gendarmería Nacional y un Recreo Bailable llamado “El Descanso”.

Paralela a Ayacucho corre la calle San Martín donde se ubica la estación terminal de El Económico, un trencito de trocha angosta, que une San Luís del Palmar con un Ingenio Azucarero y termina en la ciudad de Corrientes. Para 1911 se extendió la línea hasta Caá Catí (Estación General Paz) y un ramal desde Lomas de Vallejos a Mburucuyá, totalizando 208 Km de vías que atraviesan campos sembrados de arroz, naranjales, lagunas, esteros y varios pequeños poblados en donde paraba, recogía o entregaba mercadería y pasajeros.

La abuela de Marco Antonio, que se llamaba Catalina, era de Gral. Paz, donde su familia poseía una chacra de naranjas y otras frutas del lugar que nadie parecía querer cosechar. Todos los hombres habían abandonado el pueblo yéndose a las ciudades en busca de mejores horizontes.

Ella tuvo un romance con un joven lugareño y quedó embarazada. Anduvo rodando tras el que ella creía que era el hombre de su destino. Pero un día ya muy próxima a dar a luz él desapareció de los lugares que frecuentaba y no lo vió más. Un hermano le  contó que se había marchado a la ciudad. Reunió como pudo el dinero para el pasaje y se fué tras él. En el viaje dió a luz casi llegando a la estación de un pueblito llamado Santa Ana a una niña a la que llamó Maria Luisa.

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«El Económico» en la estación de Santa Ana

Al llegar a la ciudad de Corrientes consiguió albergue frente a la estación en una especie de  Hotel Alojamiento, una casa grande con varias habitaciones y un amplio comedor, regenteada por una parienta lejana llamada Irma Baez, que la aceptó a condición de que la ayudara con la limpieza y atención del lugar.

Al cabo de un tiempo uno de los pasajeros que la conocía le contó que había visto al padre de su hija en un viaje que hizo a la ciudad de Rosario. Al parecer trabajaba de maletero en la estación terminal de ómnibus. Su primer impulso fué ir en su busca, pero no tenía el dinero necesario para el viaje. Casi al mismo tiempo conoció a un par de muchachos que vivían a la vuelta por la calle Velez Sársfield, que traían pescado los Domingos a la noche para consumir en el hotel. Ella se sintió atraída por uno de ellos llamado Juan que luego de un tiempo le propuso que se mudara con ellos dos que ahora vivían solos tras el reciente fallecimiento de su madre.

Así lo hizo y luego de algunos años tuvieron dos niñas, a las que llamaron Isabel y Mariela, dos y cuatro años menor que María Luisa y que pasaban la mayor parte de su tiempo en el Hotel cuando no tenían que ir a la escuela.

La «tía Irma» tenía la costumbre de poner fuerte la radio y cantar los temas que transmitían por la emisora mientras realizaba sus tareas.

Isabel en sus ratos libres y cuando ayudaba en los quehaceres a la tía también escuchaba, memorizaba la letra de las canciones y las cantaba al mismo tiempo con voz clara y vibrante.

Mariela, la menor de las tres, era una excelente alumna, sacaba muy buenas notas en la escuela 30 a la que concurría y quería ser maestra.

Ya adolescentes, María Luisa, la mayor, consiguió ubicarse de niñera en la casa de unos señores de mucho poder y dinero que habitaban una mansión sobre la Costanera frente al río, donde la utilizaban para todo servicio y le pagaban una miseria.

Solamente había un destello de felicidad para ella cuando podía ver o hablar a escondidas de su madre con un muchacho de la vecindad llamado Antonio. El era un estudiante en la Escuela de Comercio, hijo del dueño de un corralón de venta de carbón, papas y leña, cuyo local estaba a la vuelta de la esquina, por la calle Ayacucho. Ayudaba a su padre en el negocio con la contaduría y a veces en la entrega de pedidos, en un carro tirado por un caballo.

En su tiempo libre pasaba silbando fuerte en bicicleta por delante de la casa de María Luisa. Cuando lo oía ella tomaba un par de tachos y se dirigía corriendo a la Plaza donde había un caño de agua potable que abastecía a los vecinos, para traer agua, pero más que nada para encontrarse con él. Allí conversaban entre alguna que otra caricia de manos y besitos en la mejilla.

Doña Cata como la llamaban algunos, pese a que todavía no pasaba de los “treinta y pico”,  tenia una vecina llamada Florenciana, la que tenía una hija de la misma edad que Maria Luisa llamada Clotilde, la que pese a haber compartido su niñez y ahora adolescencia con María Luisa, nunca se llevaron bien.

Fué Clotilde la que le contó a Doña Cata que había visto a Maria Luisa en el caño de agua de la Plaza muy acaramelada con el tal Antonio. Esta se puso furiosa y les prohibió que se vieran más. Lo cual ellos no cumplieron por la rebeldía propia de su edad y por el amor incipiente que se profesaban.

Un dia Clotilde vino corriendo a avisarle a Doña Cata que Maria Luisa contrariando la prohibición que ella les había impuesto, estaba viéndose con el muchacho en el caño de agua de la Plaza. El resultado fue una brutal paliza que mandó a María Luisa al hospital.

Antonio fué a visitarla. Cuando la vió tan lastimada retornó a su casa enfurecido y tomando la pistola que su padre guardaba en un armario fué a buscar a la agresora de su amada que cuando lo vió venir pudo escapar corriendo, metiéndose en el rancho y cerrando la puerta. Luego de un tiempo la muchacha se recuperó aunque le quedaron las marcas de aquella paliza.

Juan y «Zeppi», que era el apodo de su hermano Cipriano, continuaban dedicando todo el día Domingo desde muy temprano hasta el atardecer y a veces hasta entrada la noche a la pesca junto a su primo Rafael que vivía en la costa del río y poseía canoas.

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La madre de Rafael tenía un kiosko de venta de vino en damajuanas, carbón y leña que era frecuentado por los isleños que habitaban precarias viviendas al otro lado del río y a los que también servía Rafael llevando y entregando mercadería en sus canoas.

La razón por la cual estas viviendas eran muy humildes e improvisadas era que de tanto en tanto en alguna crecida el rio se las llevaba, luego de lo cual ellos volvían a levantarlas con lo que podían recuperar.

En una ocasión vinieron a hospedarse en el Hotel Alojamiento de la «tía Irma» frente a la estación del Económico, unos músicos que venían de San Luis del Palmar, que al escuchar cantar a Isabel quedaron gratamente impresionados por su voz y su manera de cantar.

Se juntaban todas las tardes a practicar bajo un enorme árbol en la casa de Doña Cata y a enseñarle a Isabel cómo cantar acompañada por ellos. Le habían propuesto a la madre que ella pasara a formar parte del grupo. Isabel sólo tenía 16 años, aunque aparentaba más. Al mismo tiempo uno de ellos de nombre Dalmacio comenzó a cortejarla. A Isabel le gustaba cantar y también le gustaba Dalmacio.

El grupo musical lo formaban el padre, Don Rolando Benítez, dos de sus cuatro hijos, Ramón y Luis y un sobrino, el llamado Dalmacio, todos muy educados y de buena presencia.

Eran hacendados de San Luis del Palmar, con un buen pasar donde la música ocupó siempre un lugar predominante en la familia desde que el abuelo materno que fué maestro de música y tuvo un negocio en la Ciudad de Corrientes con venta de instrumentos musicales y todo lo que pudiera necesitar un músico les enseñara no solamente a tocar sino también a querer y a practicar la música litoraleña.

Todos en el grupo podían tocar cualquiera de los instrumentos del cuarteto, pero ninguno se animaba a cantar, así que Isabel vino a llenar ese espacio vacío. A Don Rolando se le ocurrió que podían armar un lugar para actuar en el gran comedor del Hotel. Irma los dejó organizarse y un Sábado sin mucha propaganda se presentaron como «Los Sanluiseños» con su vocalista: Isabelita, «La nueva voz del Litoral».

El público esa noche consistió mayormente de gente de la vecindad y un par de periodistas locales, que se encargaron de divulgar las bondades del Conjunto. La consumición de empanadas, sandwiches, bebidas y refrescos fué suficiente para justificar la iniciativa, que se prolongó por un tiempo.

En cada presentación el público era cada vez más numeroso y entusiasta. Isabelita era muy aplaudida, ganando confianza y superándose en cada actuación. Comenzaron a llegar las invitaciones para actuar en programas de radio y en grandes salones de baile de la ciudad, llevando numeroso público a todas sus presentaciones.

Los cinco se llevaban muy bien y repartían las ganancias equitativamente lo cual sirvió para convencer a Doña Cata de la conveniencia de permitir que su hija se uniera al grupo.

Dalmacio era el más desenvuelto y además de tocar muy bien la guitarra, era el presentador, animador y el que recitaba los versos de algunas de las canciones del repertorio del conjunto.

Cuando el romance entre él e Isabelita ya era ya muy visible y tórrido, pidió su mano y se convirtió en su novio oficial.

Comenzó a hacerse sentir la fatiga por tantos compromisos y actuaciones continuadas y decidieron volver a su pueblo. Vendrían a la ciudad cuando fuera necesario, a cumplir  contratos pre-establecidos más los que consiguiera su representante y nada más.

Unos días antes de partir Isabel y Dalmacio con el consentimiento de Doña Cata, se casaron en la Capilla de Santa Rosa de Lima de la avenida 3 de Abril que se colmó de gente para la sencilla ceremonia por la popularidad de Isabel y del Cuarteto.

El día de la partida improvisaron una actuación final en la Plaza Libertad que estuvo muy concurrida.

Alberto, propietario de un taller de reparaciones de radios y otros artefactos del hogar frente a la Plaza, les facilitó los parlantes que él utilizaba para hacer propaganda por el barrio.

Los músicos tocaron lo mejor de su repertorio hasta que el trencito con su silbato les anunció la inminencia de la partida. Guardaron sus instrumentos y entre abrazos y «sapucais» del público subieron al tren.

Muchos jóvenes entusiastas los acompañaron corriendo a la par del trencito, que marchaba a media máquina, desde el andén de la estación hasta pasando el Puente Liberal y el Lawn Tennis Club, para luego regularizar su marcha lanzando al aire su estridente silbato perdiéndose de a poco en la distancia.

Doña Cata empezó a concurrir al hipódromo donde casi siempre terminaba perdiendo buena parte del salario que Juan y Zeppi traían a la casa. Llevaba a María Luisa que acababa de cumplir 18 años y se sentía halagada cuando los hombres la felicitaban por la belleza y gracia juvenil de su hija. Ya algunos la saludaban con un «–¿Cómo le va?… mi querida suegra!»

Uno de esos Domingos conoció a Marco Marola, un contratista de obras también aficionado a las carreras de caballos, que ganó bastante dinero apostando ese día con los datos que le proporcionaban sus amigos del ambiente turfistico local. Lo festejó en el Restaurant del hipódromo y convidó a Catalina a quien vió acongojada por las pérdidas sufridas y a su hija Maria Luisa. Le gustó la muchachita y aprovechó la situación para cortejarla.

Marco era un italiano bien parecido, alto, de rojizo cabello ensortijado y penetrantes ojos verdes. Tras la última carrera compró un matambre entero en el restaurante, un par de botellas de vino, una bolsita de hielo y las llevó a ambas hasta la casa en su camioneta. Comieron y bebieron hasta que el vino comenzó a surtir efecto. Doña Cata tras mucho beber se quedó dormida con la cabeza sobre los brazos apoyados en la mesa.

Maria Luisa que nunca había bebido, no podía contener la risa. Se reía de todo lo que hacía y decía Marco. Este comenzó a abrazarla y ponerle en la boca vasos de vino fresco con rodajas de limón, hasta quedar ella sin voluntad de ofrecer ninguna resistencia a sus avances. Ardientes besos en las manos, brazos, cuello y en la boca. La muchacha empezó a sentirse de pronto mujer y en el ardor de la pasión a gozar de las sabias caricias del hombre que la tenía a su merced.

El la sentó en el borde de la cama y lentamente, saboreando cada momento comenzó a quitarle la ropa y a besar cada una de las partes que iba descubriendo. Luego sacándose la suya se acostó sobre ella que ya estaba semidormida boca arriba y con las piernas abiertas.

El la poseyó cuántas veces quiso y por donde quiso, mientras ella completamente sometida murmuraba bajito el nombre de Antonio entre quejidos de dolor y de placer. Antes de retirarse la tapó con una sábana, se subió a su camioneta y se marchó.

Doña Cata despertó súbitamente con deseos de vomitar, se dirigió corriendo a una parte del patio que era de tierra y lo hizo. Luego regresó y vió a su hija durmiendo desnuda en la cama. Intuyó lo que había sucedido y no sabía si enojarse o celebrarlo ya que Marco le agradaba y si prosperaba algún tipo de romance, indudablemente esto mejoraría su situación económica.

Juan y Zeppi regresaron más tarde y más borrachos que de costumbre.

Zeppi se fué tambaleando hasta el fondo donde abrió su catre de lona plegable y se durmió de inmediato. Juan se tuvo que aguantar la andanada de improperios de Doña Cata, porque volvieron borrachos y porque no habían traído ningún pescado que al parecer dejaron olvidado en la casa del primo, tras lo cual lo echaron afuera y le cerraron la puerta.

Se acomodó entonces junto a su hermano en el catre y durmieron hasta que el sol dándole en la cara los despertó. Tomaron un par de mates cada uno y se fueron a trabajar. El dueño de la fidelería donde trabajaban sabía que los lunes ellos llegaban siempre tarde, asi que ya no perdía tiempo reprochándolos. Simplemente les descontaba del sueldo a ambos.

Maria Luisa fué a su esclavizante trabajo de mucama, mandadera y niñera. Cuando se presentaba la ocasión durante el día comía algún bocado que había quedado de sobra en la mesa o en la cocina y que los patrones destinaban a la basura.

Tenía una idea vaga de lo que le había ocurrido el día anterior. Estaba mareada y sentía que algo había diferente en las partes más íntimas de su cuerpo que la tenía incómoda e inquieta. Además estaba dominada por un sentimiento de vergüenza y de culpabilidad y sentía una voz interior que parecía gritarle a su conciencia que había traicionado a su querido Antonio.

Temía encontrarlo en el camino de regreso a su casa en la noche, porque no sabría como contarle lo que le había ocurrido el día anterior, así que lo hizo por una calle diferente a la que acostumbraba a utilizar.

Al cruzar la Plaza Cabral se sentó en un banco, puso su rostro entre las manos y comenzó a sollozar. Pasaron varios minutos y de pronto sintió que le hablaban. Era un hombre que paseaba un perrito  que al verla llorando tan desconsoladamente se detuvo a preguntarle qué le pasaba.

Ella se levantó como para irse pero se enredó con la correa del perro y a punto de caer alcanzó a sostenerse en los brazos del hombre que trataba de calmarla con voz serena y pausada. Se acurrucó entre sus brazos y le contó lo que le pasaba y de su temor de regresar a casa donde seguramente su madre la castigaría severamente. El le dijo que se llamaba Giorgio Palmieri y tenía una hija de su edad y que podía, si quería, pasar la noche en su casa distante sólo un par de cuadras de allí.

Era una casa antigua pero muy bien conservada con un jardín florido en el frente; acomodaron un sofá cerca de la cama de la hija del señor Palmieri que se llamaba Roxana. Esta le prestó ropas para que se pudiera bañar y cambiarse y ambas conversaron un largo rato antes de dormirse, con ¨Peluche¨, el perrito de Roxana durmiendo en una alfombra entre ambas.

Esta le comentó que acababa de cumplir los 18 años, que estaba de novia con un muchacho de Resistencia que se llamaba Francisco y que pensaban casarse apenas él concluyera sus estudios en la Escuela para Maestros, lo cual ocurriría en un par de meses. El ya tenía asegurado un puesto de trabajo en Corrientes y vivirían al principio en la casa paterna. María Luisa le contó que su pretendiente-novio también se recibiría de la Escuela de Comercio para esa fecha.

Se levantaron tarde y María Luisa fué corriendo a su lugar de trabajo para encontrarse con la señora de la casa furiosa por la tardanza que la despidió sin miramientos y sin ninguna promesa de pagarle nada.

Era la gota que colmaba el vaso de sus amarguras. Desesperada cruzó la Avda. Costanera con toda la intención de tirarse al río y terminar con su desgraciada existencia de una vez.

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Costanera de la ciudad de Corrientes

En esa parte de la costa había una playa y para encontrar aguas profundas tendría que caminar un par de largas cuadras.

De pronto de unos árboles cercanos surgió el estridente trinar de algunos coloridos pájaros. Se detuvo a mirarlos y a escuchar. Ellos parecieron enterarse de que tenían audiencia y redoblaron la intensidad de sus gorgeos.

Maria Luisa aspiró profundamente la fresca brisa que venía del ancho río, observó el magnífico panorama que tenía ante su vista y el revoloteo y canto de los pájaros que parecían querer decirle: ¡Vamos! …que la vida es linda y vale la pena vivir!…

Desechando la idea del suicidio volvió apresuradamente a la casa de Roxana y desayunaron juntas. Luego fueron hasta el lugar de trabajo de su padre, que era dueño de una zapatería  y tenía un bien ubicado local en la céntrica y muy transitada calle Junin.

El las vió llegar y las recibió con una amplia sonrisa y un abrazo. Luego de escuchar lo del despido le dijo a Maria Luisa: –No te preocupes. Puedes trabajar aquí si quieres. Ya nos arreglaremos. Pero primero tenemos que ir a hablar con tu madre.

Concluída la jornada, donde el Sr. Palmieri había comenzado a enseñarle a María Luisa lo que había que hacer, cerraron el local, cenaron lo que su hija Roxana había preparado y los tres subieron al automóvil que estaba en el garage rumbo a la casa de Doña Cata.

Esta al ver llegar a su hija en auto y acompañada disimuló su enojo y escuchó con atención la propuesta del hombre.

María Luisa trabajaría en la zapatería y viviría en su casa haciéndole compañía a su hija. Vendría a visitar a su madre cuando quisiera y le traería parte de sus ganancias para ayudarla con el mantenimiento de la casa. Doña Cata puso algunas condiciones y al final aceptó la propuesta.

Cuando salían María Luisa alcanzó a ver casi en las sombras la silueta de una bicicleta y un muchacho al que reconoció a pesar de la oscuridad. El corazón le dió un brinco y tuvo que hacer un esfuerzo para no correr a su lado.

Subieron al auto y tomaron por la calle Ayacucho hacia el centro con la bicicleta siguiéndolos de cerca.

El Sr. Palmieri lo notó y al llegar a su casa estacionó el vehículo y se acercó al ciclista que estaba ya en su vereda. Le preguntó quién era y cual era el motivo de su seguimiento. Las chicas se acercaron para escuchar la conversación y alcanzaron a oír que Antonio con voz clara y firme le decía al Sr. Palmieri que él era el pretendiente de María Luisa y que por no haberla visto en los días pasados necesitaba hablar con ella para saber qué estaba pasando.

El Sr. Palmieri comprendió de inmediato la situación, invitó al muchacho a pasar y ya sentados en el jardín trasero de la casa mientras tomaban un refresco lo escuchó atentamente.

El le dijo que hacía tiempo que pensaba pedirle la mano de María Luisa a su madre, doña Cata, pero que no lo había hecho todavía porque no había buena relación entre ambos y temía que ella lo rechazara. Le contó que había construído una vivienda dentro del terreno donde su padre tenía el negocio para vivir allí con María Luisa una vez casados. El terreno era muy grande; el frente que daba a la calle Ayacucho tenía más de 80 metros de largo y se extendía hacia el fondo hasta la calle San Martín.

El le propuso a su padre dividirlo y vender una parte para comprar un camión usado. Así lo hicieron y entre él y dos primos que tenían un taller mecánico lo pusieron a punto para usarlo en el reparto en lugar del carro y el caballo.

A los productos que podían distribuir le agregaron jabones y aceites al por mayor junto a los ya establecidos de papas, ajo, cebollas, carbón y leña.

Con el camión funcionando emplearon a un peón para la carga y descarga de los productos que comerciaban y todo parecía marchar sobre rieles.

Con el apoyo del Sr. Palmieri consiguieron convencer a Doña Cata que aceptara sus relaciones y esto multiplicó el entusiasmo y empeño de Antonio en el desarrollo y progreso del negocio y en sus atenciones hacia la mujer que amaba.

Roxana y Francisco fijaron fecha de bodas y el Sr. Palmieri les propuso a María Luisa y Antonio celebrar una doble boda. El les saldría de padrino y correría con los gastos de la fiesta. El padre de Antonio les regalaría los muebles del dormitorio. Finalmente todo fué aceptado y se realizó de acuerdo a lo planeado.

María Luisa tomó las riendas del hogar y además de sus tareas en la casa ayudaba eficientemente en el negocio. El padre de Antonio se iba retirando paulatinamente del manejo de la empresa que ya era administrado en su totalidad por su hijo y vivía en una casa quinta cerca del río en Molina Punta.

Mariela se recibió de maestra y daba clases en la Escuela 30. Estuvo de novia varios meses con un colega con el que se casó y fueron a vivir a la casa de la calle Velez Sarsfield, ampliada, junto a Doña Cata.

Antonio estaba tan atareado y era tan feliz que nunca tuvo tiempo, ni ganas, de preguntarse porqué su primogénito, Marco Antonio, nació tan pronto y tenía ojos verdes y el pelo rojizo y ensortijado. Y le pareció razonable lo que oyó por ahí de que eso ocurría a veces con los sietemesinos.

Pero había una persona a la que Doña Cata le había comentado lo ocurrido aquel Domingo cuando Marco Marola las trajo en su camioneta desde el Hipódromo y que ahora tenía la certeza de saber de quién era el hijo de Maria Luisa. Esta persona era Doña Florenciana que a su vez se lo contó a su hija Clotilde.

Clotilde siempre tuvo celos y envidia de la popularidad y aceptación de que gozaba Maria Luisa. Ahora sabiendo lo que su madre le había comentado sintió que tenía un arma de mucho poder en sus manos y que podía acabar con la armonía y felicidad del matrimonio de Antonio y Maria Luisa.

Pero quería que su venganza alcanzara tanto a Maria Luisa y Antonio como a Marco Marola porque éste la ignoraba, no prestando atención a sus poco disimuladas insinuaciones cuando se veían al pasar en las visitas de los Domingos de éste a la casa vecina.

Marco venía casi todos los Domingos a visitar a Doña Cata con la que compartía buenos momentos en el Hipódromo donde ella era una compañera alegre y divertida.

Luego de una liviana comida en el Restaurant la traía a la casa y terminaba la jornada en la cama donde ella lo complacía en todo lo que él quisiera.

Tanto el baño de Doña Cata como el de su vecina Florenciana estaban en el fondo de la propiedad y tenían a un costado una ducha parcialmente cubierta con una lona corrediza.

Una vez que Marco fué al baño notó que en el de al lado Clotilde estaba desnudándose como para bañarse con la cortina parcialmente descorrida y en actitud abiertamente provocativa.

Marco no necesitaba más que eso. Cruzó el alambrado y con ella en cuatro patas sobre el piso de madera la desvirgó y penetró con vigorosas arremetidas que ella aguantaba estoicamente murmurando guturales sonidos de dolor y de placer.

Pero de pronto cambió su actitud y comenzó a lanzar pedidos de ayuda y socorro a los gritos, llamando la atención de Doña Cata y de todos los que estaban reunidos en la casa de Doña Florenciana los que acudieron prestamente en el momento justo que Marco eyaculaba y a la vez trataba de alejarse subiéndose los pantalones y pasando a través del alambrado.

Escapó como pudo en medio de los insultos de todos, menos de Doña Cata que culpaba, también a los gritos, a Clotilde, adjudicándole toda la culpa de lo sucedido, armándose un vocerío descomunal de uno y otro lado del alambrado.

Marco, a la carrera, seguido de cerca por uno de los hermanos de Clotilde, tomó al pasar las llaves y escapó del lugar con su camioneta previo a un forcejeo y algunas trompadas lanzadas por su perseguidor.

El incidente y los comentarios, algunos distorsionados y/o aumentados en proporción, según la fantasía de la que lo contaba, se corrió como reguero de pólvora por todo el vecindario.

Ya con anterioridad las vecinas murmuraban sobre las visitas de Marco a Doña Cata los Domingos en ausencia de Juan y su hermano, ocupados como siempre con la pesca hasta la noche y esto venía a confirmar las suposiciones de las malas lenguas del lugar.

Entre los comentarios de los días subsiguientes resurgieron con más fuerza lo de la posible paternidad de Marco del hijo de Maria Luisa que ya Clotilde se había encargado de divulgar. Tanto que llegó a oídos de Antonio quien inmediatamente le exigió explicaciones a Maria Luisa.

Ella, como cuando ocurrió la violación, tampoco esta vez, encontró la forma adecuada de decírselo a él de manera que pudiera comprender lo que le había pasado, así que con el corazón oprimido por la angustia solo alcanzaba a llorar desconsoladamente.

Antonio tomó esta actitud de ella como aceptación de lo que las vecinas comentaban y sumido en el desconcierto y la sorpresa que esto le causaba, sumado a su orgullo de varón herido, se encerró en un silencio condenatorio sin saber que hacer por varios días.

Hasta que las obligaciones del negocio lo obligaron a salir de su estupor. Poco a poco fue volviendo a la normalidad tratando de olvidar su dolor y rabia.

Maria Luisa, que se mudó al cuarto que habían construído para Marco Antonio también se sumó a la actividad y volvieron a la rutina cotidiana pero sin hablarse.

El siguiente Domingo, Doña Cata y Marco se encontraron en el Hipódromo y allí él se enteró de lo que estaba ocurriendo con Antonio y Maria Luisa.

Pese a sus extravíos donjuanescos tenía buenos sentimientos en algún rincón de su corazón y reconociendo su culpabilidad sintió la necesidad de encarar las consecuencias de sus actos especialmente éste que estaba destruyendo la vida de una persona inocente.

Al día siguiente fué a ver a Antonio y hablaron de hombre a hombre. Le dijo que él era el único responsable de lo sucedido y que estaba dispuesto a hacer lo necesario para reparar el daño causado.

Antonio lo escuchó, con llamas de furia en sus ojos y haciendo un gran esfuerzo para no echarlo a golpes de su negocio, pero luego palpando la  sinceridad y el genuino arrepentimiento de su interlocutor fué paulatinamente disminuyendo su enojo.

Se disipó el gran peso que se había adueñado de su corazón y de a poco se fué derritiendo el hielo del despecho y el fuego de la ira que lo estaba consumiendo.

Cuando Marco se retiró Antonio fué a buscar a Maria Luisa que estaba atendiendo al niño en su habitación. Ella lo vió entrar con los ojos llenos de lágrimas y una mirada que suplicaba perdón y comprensión. El se acercó y sin saber qué decir, vencido por la sinceridad de esa mirada, los abrazó con mucha fuerza y ternura al mismo tiempo que una lágrima rebelde rodaba por su mejilla, permaneciendo abrazados un largo tiempo.

Clotilde se casó pero no tuvo mucha suerte con el compañero de vida que le tocó, el que luego de los meses que duró la luna de miel se convirtió en un monstruo que la maltrataba constantemente, especialmente cuando bebía, cosa que ocurría con frecuencia, hasta que un día cuando bajaba de un transporte público borracho cayó bajo las ruedas del mismo falleciendo en el acto.

Algún tiempo después Clotilde se juntó con un estibador que trabajaba en el puerto de Barranqueras y se fué al Chaco a vivir con él y no se la vió más por el barrio.

Juan y Zeppi murieron ahogados una noche en que los sorprendió una tormenta cuando estaban pescando bastante ebrios en el medio del río. El primo sobrevivió manteniéndose a flote tomado de la canoa semisumergida hasta que lo recogieron otros pescadores al día siguiente después que pasó la tormenta.

Para ese entonces Marco Marola conoció a una muchachita alegre y muy popular en el Hipódromo al que ella concurría frecuentemente con una prima. Se llamaba Sabrina y era la única heredera de una cadena de tiendas con sucursales en toda la Mesopotamia, que acostumbraba a jugar fuerte ganando y perdiendo mucho dinero en sus apuestas sin parecer importarle demasiado cuando perdía y celebrando estrepitósamente cuando ganaba.

Marco se había forjado una buena posición económica con su trabajo y conexiones en el ámbito empresarial de la ciudad y de la provincia.

Los Domingos también apostaba y ganaba fuerte, pero siempre con la ayuda de los «datos» precisos que le daban sus amigos del círculo íntimo del Hipódromo: jockeys, cuidadores y propietarios de caballos, con una buena proporción de aciertos y buenas ganancias en general, que sus amigos se lo daban con la condición de que estos «datos» fueran para su uso exclusivo y no los divulgara. El cumplía estrictamente con este requisito y siempre retribuía con generosas propinas a los que se los proveían.

Un día que estaba en la corta fila de la ventanilla para apostar por un caballo que al parecer no era el favorito para esa carrera, notó cerca suyo a Sabrina que parecía querer apostar al mismo caballo, la que luego pareció cambiar de parecer y se fué a la fila de otra ventanilla.

Marco dejó de lado su reserva habitual, la llamó discretamente y le dijo por lo bajo: –Vení… Apostále a éste… Es «fija»… No puede perder…

Ella se quedó a su lado y apostó fuerte como era su costumbre.

El caballo ganó, pagó buen dividendo y ella lo celebró alborozadamente abrazando a Marco y dándole un prolongado beso en la boca.

Sabrina era muy abierta y efusiva y estaba acostumbrada a tomar la iniciativa en todas sus ya numerosas aventuras amorosas. Era audaz y muy atrevida, podría decirse que era algo así como la versión femenina de Marco.

Este se dejó arrastrar por ese torbellino de mujer que lo envolvió y acaparó por completo.

A pesar de los evidentes defectos de la muchacha y desoyendo los consejos de los amigos, se enamoró de ella y comenzó a cortejarla. Se inició así un romance lleno de peripecias y encontrados momentos de placer y de amarguras.

Esta nueva situación era para él inédita y tenía un destino final imprevisible. Para ella era una aventura más con final abierto, como a ella le gustaba.

Marco conoció y trató a los padres de Sabrina, a quienes luego de algún tiempo, les pidió formalmente su mano.

Sabrina por su parte aceptó ser su novia oficial pero sin comprometerse de ninguna manera a cambiar su estilo de vida. Le dijo abiertamente que tendría que aceptarla como era, independiente, caprichosa, infiel y que no podrían tener familia por una intervención ginecológica que tuvo cuando era aún adolescente.

Marco aceptó sus términos sin muchas objeciones. Tal vez pensó que una vez casada podría sentar cabeza.

La boda se realizó con gran pompa y esplendor en la Iglesia Catedral de la ciudad de Corrientes, concurriendo a la misma y a la subsiguiente Fiesta de Gala, que se realizó en el Lawn Tennis Club, la flor y nata de la sociedad correntina.

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A Marco su enlace con Sabrina le trajo el plus de relacionarse con las más importantes familias del área, lo cual benefició mucho a su empresa constructora.

La prima de Sabrina, llamada Natalia, que era su mejor amiga y confidente, era hija de un magnate, dueño de hoteles y restaurantes en lugares de turismo de la zona, el que le encargó, luego de conocerlo un poco más y escuchar recomendaciones sobre la profesionalidad de Marco, la construcción de un hotel en los Esteros del Iberá.

Este hotel era parte de un proyecto conjunto entre el Gobierno Provincial y algunas empresas particulares para promover el turismo hacia los Esteros del Iberá, el segundo más grande cuerpo de agua fresca del mundo (sólo superado por el Pantanal en Brasil) y que comprendía una buena parte del territorio de la provincia de Corrientes.

Los esteros aún permanecían casi vírgenes y eran y son uno de los lugares más importantes en América del Sur para la observación de la fauna y las aves de la región.

En los terrenos adyacentes al Aeropuerto de la ciudad se proyectaba construír un Centro de Transportes en el que funcionaría además de la terminal aérea, un importante Centro Comercial, la Terminal de Omnibus de Larga Distancia y la estación del trencito «El Económico» que tenía en construcción en una fábrica de Holanda unos coches especiales de cómodos asientos, amplio lugar para equipajes y con ventanas panorámicas.

La Dirección Provincial de Vialidad se encargaría de la construcción de los caminos y vías de acceso.

La Empresa propietaria del tren «El Económico», constituída por miembros de las familias más importantes de la ciudad, construiría un ramal que uniría Plaza Libertad con una parada en la Terminal de Transportes donde los turistas que llegaran en avión tomarían el tren para llegar hasta el Centro Cívico de los Esteros donde se estaba construyendo el Hotel, la estación terminal del tren y algunos edificios del Gobierno de la Provincia alrededor de una plaza.

El Proyecto comenzó y durante la construcción del Hotel Marco vivía cerca de la obra en los Esteros toda la semana, en una de las propiedades que su padre le había regalado a Natalia, llamada «La Hacienda», volviendo el Domingo a la ciudad, para almorzar con la familia y luego concurrir al Hipódromo con Sabrina, Natalia y su novio.

Natalia era una amazona en toda la extensión de la palabra. Aprendió a cabalgar desde muy niña y se crió rondando las caballerizas. En una de ésas fue que conoció a su actual prometido, Fernando Aristizábal, también hijo de hacendados.

En «La Hacienda» se criaban caballos de carrera que luego competían en los Hipódromos del país, para que luego de ganar algunas carreras o algún importante premio eran vendidos generalmente a muy buen precio ya sea localmente o al exterior.

Natalia recorría los esteros montada en algunos de ellos, a veces en partes donde los esteros tenían bastante profundidad lo que obligaba a los caballos a nadar.

Así fué que se le ocurrió entrenar a una docena de ellos para hacer esto con los turistas que quisieran intentarlo con ella a la cabeza. También entrenó a personal para acompañarlos en canoas a lo largo del trayecto. La idea la caratuló como «Turismo Aventura» y tuvo muy buena acogida, con turistas de todas las edades y de todo el mundo, atravezando los esteros a caballo y en grupo.

Nota del autor: Recomendamos ver en you tube: Ibera en Movimiento – Una Cabalgata en los Esteros

El Domingo al finalizar la reunión hípica pasaban por la casa de Antonio y Maria Luisa que habían remodelado su vivienda construyendo un amplio comedor-cocina y acogedor living con una enorme chimenea que proveía a toda la casa de calefacción en invierno.

Maria Luisa que sabía las preferencias de todos y se había convertido en una excelente cocinera, los esperaba con una opípara cena.

En ocasiones encargaban la comida a una Rotisería ubicada casi en frente del negocio de ellos de propiedad de Ramón Albornoz, a quién ellos conocían desde la infancia.

Luego de la cena los hombres se entretenían jugando al truco, un juego de cartas en el que jugaban en pareja: Albornoz y su primo contra Marco y Antonio en un amplio jardín bien iluminado por el sol del crepúsculo.

Las damas se reunían a conversar, a ver películas o novelas, mientras tejían o bordaban en el living de la casa. La esposa de Albornoz era la que les enseñaba estas labores que las mantenía ocupadas hasta la hora de volver a casa.

A todos los amigos y familiares les agradaba el cálido ambiente y la tranquilidad que reinaba en ese hogar donde Marco Antonio creció feliz rodeado por el amor y las atenciones de prácticamente dos sets de padres. Y como en aquellos cuentos con final feliz también llegó la redención tanto de Sabrina que dejó de ser la muchachita alocada y sin frenos que fuera hasta entonces como la de Marco Marola que dejó para siempre sepultado en el pasado sus aventuras donjuanescas para convertirse ambos en una pareja estable y muy querida por todos los que los trataban.

Para Sabrina, Marco Antonio era el hijo que ella nunca podría tener. Lo mimaba como propio y Marco Antonio correspondía con creces dándoles a Sabrina y a todos ellos motivos para quererlo cada día más. La felicidad del hogar de Antonio y María Luisa se vió bendecido un par de años después con la llegada de una muchachita vivaracha y juguetona a la que bautizaron Isabella. Ella era la constante compañera de María Luisa en sus tareas hogareñas y el varón el fiel ayudante de su padre en el negocio que creció con el tiempo, llegando a ser Marco Antonio uno de los más influyentes comerciantes de la ciudad.

En sus últimos años Antonio y María Luisa dejaron el negocio familiar en manos de Marco Antonio y se retiraron a vivir a la propiedad que había sido del abuelo. Marco y Sabrina se fueron a vivir a una posada que edificaron en los esteros, donde eran vecinos de “La Hacienda” de Natalia y Fernando, compartiendo la atención con otros comerciantes y autoridades locales de los numerosos turistas que venían de todo el mundo a visitar los Esteros.

Fernando fué Intendente del lugar por varios períodos y a él se debe en gran parte los progresos edilicios y de comodidades que se brindaban a los turistas. Hizo construir un Parque y Balneario Municipal en una sección arbolada y con una playa natural de suave declive, un Hipódromo donde se realizaban reuniones hípicas los fines de semana y en ocasiones especiales presentaciones musicales y de espectáculos teatrales, cinematográficos y desfiles de comparsas en la época de Carnaval y consiguió que la Corporación que manejaba los intereses del trencito “El Económico” extendiera sus servicios llegando con uno de sus ramales hasta las imponentes Cataratas del Iguazú en la frontera de Brasil y Argentina.

También introdujo mejoras en el pequeño y muy bien cuidado cementerio de los esteros donde se destacan dos mausoleos con paredes de mármol blanco, uno al lado del otro y donde descansan en medio de la serenidad del lugar los restos mortales de Marco y Sabrina en uno y muy cerca, casi pegado a éste, los de María Luisa y Antonio. En las puertas de bronce de ambos hay una foto de los cuatro de cuando eran jóvenes y le sonreían a la vida y la vida les sonreía a ellos.

Ocurrió «Allá lejos y Hace Tiempo» – Relato futbolero ambientado en el Barrio de Boedo

Cuando estudiaba Artes Gráficas en el Colegio Pio IX en Almagro, de pupilo, entre los años 1946 al 51 todavía vivía en el Colegio el Padre Lorenzo Massa, fundador del Club San Lorenzo de Almagro. Gracias a él y su conexión con el Club los jugadores de la primera división venían a hacer de árbitros en nuestros partidos de fútbol en las Olimpíadas del Colegio, entre los artesanos que éramos unos 500 alumnos y los estudiantes que conformaban la otra mitad, también otros 500 más ó menos. Los estudiantes nos llamaban «bichos canastos» por nuestro uniforme gris oscuro de trabajo y nosotros reciprocicábamos llamándolos «las vacas lecheras» por sus uniformes blancos.

Ser pupilos significaba que pasábamos todo el año dentro del colegio, menos dos semanas de vacaciones en Febrero. En el Colegio teníamos todo lo necesario. Talleres para la enseñanza de los oficios: mecánica, herrería, carpintería, tipografía, imprenta, sastrería, etc. Dormitorios, comedores, aulas, patios de juego para los recreos, la Basílica de San Carlos para la parte religiosa, que significaba: misa todos los días a las siete de la mañana, vísperas a la tarde, solemne TeDeum los Domingos. También los alumnos más destacados hacían de monaguillos en todos los servicios religiosos incluídos casamientos en el camarín de María Auxiliadora ó velatorios en la Cripta, el subsuelo de la Basílica.

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Escaleras que conducen al Camarin de María Auxiliadora

También gracias al Padre Massa íbamos los Domingos con el Colegio a ver los partidos de fútbol de la Primera División al viejo Gasómetro de Avda. La Plata, al que íbamos caminando en perfecta formación «de a cuatro en fondo» como ordenaban los coadjutores encargados de la salida. Y teníamos ubicación preferencial, todo alrededor dentro de la cancha.

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San Lorenzo con su fundador el Padre Lorenzo Massa

El último partido que fuimos a ver fué un San Lorenzo-Boca. San Lorenzo formaba con: Blazina, Vanzini y  Basso, Zubieta, Grecco y Colombo, Imbelloni-Farro-Pontoni-Martino y Silva. Ya en el segundo tiempo San Lorenzo ganaba cómodamente por 3 a 1. Los delanteros de San Lorenzo, Farro, Pontoni y Martino, se estaban haciendo un picnic dentro del área de Boca, esquivando los guadañazos de los temibles defensores que tenía Boca, especialmente lo que entonces se llamaban los «fullbacks», Marante y Dezorzi.

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San Lorenzo Campeón del Fútbol Argentino en 1946

Vino un tiro libre de casi media cancha. Una distancia considerable. Lo ejecutó Mario Boyé, famoso por la potencia con que le entraba a la pelota y Mierko Blazina, el arquero de San Lorenzo, la miró meterse allá arriba en un ángulo imposible. Ya casi sobre la hora otra vez Boyé, que entró como una tromba al área y convirtió el 3 a 3, luego de lo cual pasó por detrás del arco y le hizo un gesto obsceno con el brazo a la tribuna de San Lorenzo. Hubo una avalancha contra el alambrado en donde estábamos nosotros y los consiguientes irreproducibles insultos contra la madre de Boyé. Sobresalió claramente los de una señora que se lo estaba gritando casi en las orejas de nuestro Director, el Padre Emilio Cantarutti. Fué la última vez que fuimos a la cancha. De ahí en adelante sólo salíamos para ir al Santuario de la Virgen de Luján.

Mis vacaciones de post-graduado

Mis vacaciones de post-graduado

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@Damian Barrios

Estaba por cumplir 18 años de edad, había aprobado el curso completo de Maestro de Tipografia en un Colegio de Artes y Oficios en Almagro, Buenos Aires, de la Orden de Don Bosco, que contaba con muy buenos profesores venidos de Turin, Italia, en todos los oficios que se enseñaban allí: mecánica, carpintería, sastrería, artes gráficas, herrería, decoración, etc.

Eramos “pupilos”, lo que significaba que éramos “alumnos internos”. Pasábamos todo el año dentro del colegio, en un régimen semi-militar. Levantarse a las 6 de la mañana, hacer las camas, vestirse con el uniforme gris oscuro de taller, asistir a misa, desayuno, recreo y taller hasta el mediodía. Luego almuerzo, recreo de una hora, donde jugábamos al fútbol con pelotas de goma Nro. 3, en dos grandes patios, que resultaban chicos, porque éramos más de quinientos. Era lo mejor del día aunque recibíamos más de un pelotazo a veces en plena cara por la aglomeración de pupilos y pelotas. Esto en invierno era particularmente doloroso porque te quedaba la cara ardiendo por un rato largo.

Al término del recreo venían las clases, hasta las 5 de la tarde. Merienda y luego estudio, hasta las 8 de la noche, tiempo que utilizábamos para estudiar y realizar las tareas para el día siguiente. Finalizando la jornada con cena, plegaria, sermón en uno de los patios y a dormir.

Teníamos 15 días de vacaciones en Febrero donde podían ir a casa, los que la tenían, que no eran muchos. Casi todos éramos provincianos desarraigados, hijos de padres separados ó huérfanos. Una buena cantidad de nuestros compañeros pupilos provenían de la Europa de post-guerra. Había italianos, españoles, polacos, yugoeslavos, ucranianos, croatas, etc.

Ya tenía un lugar para trabajar cuando volviera de mis vacaciones y mi madre como premio a las buenas calificaciones obtenidas, me dió permiso para pasarlas en la casa de mi padre en una provincia de la que somos oriundos.

Mis padres se separaron luego del nacimiento de mi hermana, un año y medio menor que yo. Mi madre se fué a Formosa donde consiguió trabajo en una zapatería. Mi padre era plomero y capataz de obras, además de ser bien parecido y tenía novias, amantes e hijos por doquier.

Luego de un par de años en Formosa mi madre se radicó en Buenos Aires donde consiguió una beca para mí y mi hermana a la que inscribió en el Colegio María Auxiliadora, frente a mi colegio cruzando la calle Yapeyú en el Barrio de Almagro.

Ella alquilaba una pieza a unas tres cuadras de  nuestros colegios. Tenía dos trabajos, uno de tiempo completo en la fábrica de pelotas Superball situada casi enfrente de donde vivía por la calle Adolfo Berro y otro de parte de tiempo, trabajando algunas horas en determinados días de la semana y el Sábado todo el día en la Sastrería Militar en Palermo, donde se confeccionaban uniformes para los conscriptos del Ejército Argentino.

En aquél tiempo de mis vacaciones de post-graduado mi padre vivía con una joven concubina que ya le había dado dos niñas en una buena casa por la calle Colombia, con mucho terreno que usaba en partes para plantar vegetales, cerca de las vías del Ferrocarril, el que luego de cruzar un puente, un par de cuadras más adelante, terminaba su recorrido en un amplio edificio que llamaban «La Terminal», con mucho terreno alrededor, donde había talleres, galpones, espacio para maniobras, etc.

También había en el rincón más lejano sobre una elevación del terreno, una gran fosa construída de cemento armado que se usaba para lavar los coches del tren. Un par de molinos de viento proveía el agua que al llegar a determinada altura desbordaba por la ladera de la meseta donde estaba emplazada hacia un arroyo que pasaba por debajo del puente para desembocar en el río después de un largo recorrido.

En esos dias de verano cuando no se estaban lavando coches los chicos del barrio lo usaban como pileta de natación y lugar de esparcimiento.

Allí se bañaban desnudos, niños y niñas como de 8 hasta  14 ó 15 años, sin ninguna supervisión de adultos, jugando en el agua, nadando los que podían hacerlo en la parte del medio de la fosa donde la profundidad alcanzaba a algo más de un metro y también practicando sexo a la vista de todos.

Las chicas eran mayoría. Algunas de ellas buscaban abiertamente la atención de los pocos varones que había, recostándose al borde del agua abriendo y cerrando las piernas provocativamente e invitando por su nombre a alguno en particular.

Tuve oportunidad también de ver algo así como un rito de iniciación a la vida sexual, que consistía en desflorar a las niñas vírgenes. De esto se encargaban algunas de las mayorcitas que sostenían a la candidata a iniciar mientras el encargado del himeneo hacía su “trabajo”. Luego de desflorarla y penetrarla éste sacaba su largo y delgado pene y rociaba de semen a todas las que estaban alrededor que escapaban sumergiéndose y chapoteando en el agua en medio de risas y jarana, para luego continuar como si nada hubiera pasado. Me quedó la impresión de que las candidatas a ser “iniciadas” sabían de antemano lo que iba a suceder porque la resistencia era mínima y las protestas parecían como de protocolo.

Pese a la indignación que esto me causó comprendí que en el par semanas de mis vacaciones no había nada duradero que pudiera hacer ya que esto parecía ser una costumbre establecida del lugar. Lo comenté con mi madrastra y la respuesta fué de que las chicas no le daban mucha importancia a la virginidad y que una vez iniciadas se sentían más libres y dueñas de la situación en cuanto se presentara una relación con el sexo opuesto. Así que lo dejé ahí sin más comentarios.

La propiedad lindera con el costado izquierdo de la casa de mi padre tenía bastante  terreno y había allí dos casas habitadas por las familias de dos hermanas que tenían una hija adolescente cada una. La chica del frente se llamaba Teresa y la de la casa de atrás Nilda.

En la casa que daba a los fondos había otra familia compuesta por la madre, dos hijos varones que trabajaban todo el día fuera de casa y una chica con muy buenos atributos físicos a la que llamaban “Chonga” que al parecer estaba a cargo de las tareas y el manejo de la casa.

Al lado de ellos había una panadería, la que era atendida por la madre y una hija adolescente a la que llamaban “la Porteñita”, cuyo verdadero nombre era Amanda. El padrastro de Amanda revendía pan y facturas que compraba en la Panificadora del Nordeste y repartía con un carro tirado por un caballo, para lo cual salía muy temprano en la mañana y regresaba casi al anochecer.

Y en la esquina había un almacén donde había otra chica llamada Laura.

Casi frente al almacén habia un terreno deshabitado con un molino de viento funcionando, del que los vecinos sacaban agua o utilizaban para refrescarse en las calurosas tardes de  verano.

Un hermoso ramillete de mujercitas para todos los gustos y sin mucha competencia a la vista. Así el chico graduado en Buenos Aires, bien parecido y con un buen oficio significaba un buen partido para todas ellas y sus madres, por lo tanto gozaba de todas las libertades necesarias para concretar cualquier cosa.

Habiendo estado internado cinco años de pupilo, con nulo contacto con personas del sexo opuesto, era una excitante novedad ser el centro de atención de ellas. Me gustaban todas, pero el tiempo que podía dispensarles dependía mayormente de las oportunidades que ellas me podían brindar.

Nilda se acercaba al alambrado a conversar cuando me veía cerca. Me permitía que le tomara las manos y alguno que otro beso furtivo, y no más de eso, porque me decía que su madre estaba mirando.

Teresa se escapaba de su madre cuando ésta dormía la siesta y venía «a dormir» la suya en un colchón colocado en el suelo con mis pequeñas hermanastras jugando y haciendo una especie de gimnasia pedaleando en el aire, que le permitía mostrar sus lindas piernas y algo más. Mi madrastra aprovechaba su presencia para descansar de las tareas de la casa y de las niñas y dormía profundamente.

Teresa inventó un juego en el que yo era el papá, ella la mamá y las niñas nuestras hijas. Esto nos permitía dormir abrazados, besarnos y acariciarnos. Luego de que la besaba en la boca me dirigía a que le besara los senos y en una oportunidad me aventuré a sacar el pene y ponérselo entre las piernas sin perder de vista la cama donde dormía mi madrastra. No llegamos a practicar sexo porque no nos atrevíamos, especialmente yo, que nunca lo había hecho y supongo que ella tampoco.

Luego de la siesta pasaba a través de los alambrados que separaban las propiedades para llegar hasta la panadería. Allí la madre de “la Porteñita” nos invitaba a que fuéramos a tomar mate a la cocina y nos daba bizcochitos de grasa para acompañar. La cocina estaba separada de la casa y del despacho de pan, así que teníamos privacidad para lo que quisiéramos hacer.

Amanda era muy bonita, desenvuelta, buena conversadora y de a ratos soltaba una risa vibrante y contagiosa. Soñaba con volver a Buenos Aires donde había nacido y vivió su infancia. Era evidente su interés por entablar relación con alguien como yo que podría realizar ese sueño algún día. Así que no tenía reparos en dejarse abrazar y acariciar. Pero a mí me faltaba audacia para llegar más allá de los besos y las caricias y estaba empezando a enamorarme de ella. Hasta le prometí que volvería un día y la llevaría conmigo a Buenos Aires.

Laura, la chica del almacén quería enseñarme a bailar, lo cual ella lo hacía muy bien con un hermano mayor, pero la danza no era lo mejor que yo podia hacer. No acertaba con el ritmo ni con los pasos. Sólo nos abrazábamos y en alguna oportunidad con nuestros cuerpos y rostros muy cercanos, tratando de movernos al compás de alguna música cualquiera a la que yo no le prestaba la suficiente atención, nos besábamos.

Cuando el crepúsculo teñía de colores el cielo claro y sereno, caminaba por la calle Belgrano unas quince cuadras hasta la costa del río. Llevaba una gruesa y rústica caña de pescar con la que nunca pesqué nada, pero que me daba la sensación de que iba a hacer algo con ella.

En esa parte el río tenía una entrada protegida de la fuerza de la correntada de la parte más caudalosa y que los pescadores usaban para atar sus canoas y bajar con el fruto de su jornada de pesca. Allí también venían a comprar pescado fresco particulares y dueños de restaurantes del centro de la ciudad.

Sentado en una piedra grande y con mi línea quietamente sumergida en las aguas del rio cuyas pequeñas olas golpeaban la roca provocando un armonioso vaivén, observaba toda la actividad del lugar, con algunas canoas que llegaban cargadas de peces y otras que salían vacías, escuchando las voces de los pescadores hasta que el manto de la noche envolvía todo el escenario y con la partida del último pescador también el lugar se cubría de un sereno silencio sólo interrumpido por el murmullo rítmico de las olas golpeando la costa y por el canto apagado de algún pájaro nocturno.

En el camino de vuelta me salían a ladrar los perros y algunos se me acercaban agresivamente con evidente intención de dejar las marcas de sus dientes en mis tobillos. Ahí la caña de pescar tenía un uso práctico ya que con ella y algunas patadas bien ubicadas podía sortear las zonas de más peligro, aunque siempre había alguno que alcanzaba a morder.

Llegaba a la casa cuando mi padre y casi toda la familia ya dormían. Comía lo que encontraba en la cocina, luego tomaba un catre de lona que había en un rincón de la cocina, lo abría en un costado del terreno donde crecían algunos arbustos y un árbol de frutas negras, que parecían uvas, que los del lugar llamaban «guapurú», cerca de un pozo donde se juntaba agua de lluvia, metía los pies en el agua y le aplicaba algo de barro a los lugares donde habían alcanzado a morder los perros. Me hacía la ilusión de que ese barro tenía propiedades curativas. Luego me acostaba boca arriba mirando las estrellas que brillaban fulgurantes en un cielo límpido y sereno.

Una noche cuando ya estaba a punto de quedarme dormido sentí que unos brazos rodeaban mi cabeza y vi un bello rostro de mujer y unos labios rojos muy cerca de los míos. Era la vecina del fondo, la bien dotada a la que llamaban “Chonga”, que luego de besarme en la boca, se acomodó en el catre y se abrazó a mí mientras sentía que sus delicadas manos se metían en mi pantalón hurgando, acariciando y sacando afuera lo que encontraba.

Tuve que separarla y bajarme del catre rápidamente para no manchar la lona blanca. Ella hizo lo mismo, se arrodilló y tomando el pene con ambas manos se lo llevó a la boca en el momento que eyaculaba profusamente. Luego sigilosamente como había venido desapareció en la oscuridad en dirección a su casa.

A la mañana siguiente observé el movimiento de la familia del fondo. Ví que “Chonga” les preparaba el desayuno a medida que se iba levantando y que luego todos se iban a sus respectivos trabajos. Mi madrastra también se fué al Mercado a hacer compras llevándose a sus niñas.

Entonces fuí a la huerta que mi padre tenía en el fondo  separado de su casa por el alambrado para hablar con ella. Cuando me vió me saludó desde su cocina con una sonrisa y un alegre ¡Hola! Ya voy…

Pasó un rato hasta que vino a mi encuentro. Noté que se había sacado el delantal y tenía puesto un `batón` que se abría en el frente. Cruzó el alambrado y fuímos tomados de la mano hasta un espacio abierto en medio de unas plantas de choclo.

Se acostó sobre las hojas secas y desprendió los botones de la bata dejando al descubierto su hermoso cuerpo. Me bajé apresuradamente los pantalones, me acosté sobre ella y comencé a arremeter contra su frente sin encontrar donde penetrar.

Ella entonces me dijo sin poder contener la risa: —Parece que nunca cogistes a una “mina”… ¿Así que éste es tu debut? Mirá… te voy a mostrar dónde es que la querés meter, así no te lastimás «el pito». Eso sí, cuando me la pongas no termines adentro, porque con el “queso” que tenés encima me vas a dejar preñada de trillizos por lo menos… Ja! Ja! Ja!… Con la piernas muy abiertas me mostró el interior de su vagina y el lugar donde “debía meterla”.

Esos momentos vividos aquel día en medio de los choclos fue mi primera e inolvidable experiencia que luego fué tan útil y necesaria en mi vida. Allí comenzó la clase de educación sexual que me estaba faltando y que prosiguió en los días y noches subsiguientes con una guía experta y generosa. Hasta los encantos de Amanda “la Porteñita” pasaron a segundo plano porque la “Chonga” había tomado posesión casi absoluta de todos mis pensamientos.

La «Chonga», nunca supe su verdadero nombre, era enfermera a domicilio, la venían a buscar para atender pacientes que no se podían trasladar por sí mismos, aplicarles inyecciones y otros menesteres y pese a su juventud tenía vasta experiencia en cuestiones sexuales, de salud y de la vida en general.

A veces la veía salir apresuradamente con su maletín acompañada de alguien que la venía a buscar en algún vehículo. Me contó que había comenzado a hacer suplencias en el Hospital J.R. Vidal.

Cuando tuve la oportunidad le pregunté sobre lo que ocurría en «la fosa» con la «iniciación» y demás y me dijo: –Bueno, por acá es así. Lo mío fué diferente… A mí «me echaron en gorra». Se juntan unos cuantos, te vienen por detrás, te tapan la cara con la gorra, te acuestan en el suelo y «aguantáte Catalina»…

Al día siguiente nos encontramos nuevamente entre los choclos y de entrada me preguntó qué me había parecido el ver su parte más íntima y de inmediato acotó: —Es fea ¿no? Sin embargo hay un viejo platudo al que le voy a poner inyecciones que me paga para que me siente sobre su cara. —Uhhh… dije yo —¿Y él qué hace? —Bueno, yo me pongo en cuclillas y él me la lambe toda, la chupa, me mete la lengua y no me quiere dejar ir a veces. Ja! Ja! Ja! Sobre gustos no hay nada escrito…¿no?

Cuando ya parecía que estaba colmado el vaso de mis posibilidades románticas surgió una más. Las hijas de Balta. Este era un viudo amigo de la infancia de mi padre, cuyo nombre completo era Baltazar y tenía dos hijas, una adolescente de dieciséis años llamada Martita y otra de diecinueve a la que llamaban Mariela.

Vivían en un rancho cómodo y muy limpio en una parte elevada del terreno, casi al borde de un arroyo al que llamaban Guazú, que crecía y se convertía en un torrente de mucho caudal en la temporada de las lluvias.

Balta había limpiado y rellenado con arena sacada del mismo arroyo asegurándola con troncos y piedras, parte de la orilla creando una pequeña playa donde las chicas jugaban en su tiempo libre.

También concurrían con frecuencia algunos muchachos de la vecindad, amigos de la infancia de ellas, que se lanzaban al agua y lo cruzaban a nado.

Otras veces se aventuraban a flotar aguas abajo en una rústica balsa hecha de troncos en las aguas a veces tumultuosas del arroyo cuando la lluvia hacía crecer el caudal del mismo.

Normalmente el arroyo corría plácidamente bajo los árboles de la costa creando un murmullo sedante en un ambiente fresco camino a su desembocadura en el río Parana no muy lejos de allí.

La casa de Balta estaba a unas pocas cuadras de la de mi padre, el que lo visitaba con frecuencia, para tomar mate, cebado por Martita, la menor de las hermanas, mientras Mariela se ocupaba de otras tareas en la casa.

En ocasiones hacían asado o consumían empanadas hechas por Mariela, mientras jugaban al truco si venía algún otro vecino para jugar a veces de a cuatro o de a seis según la cantidad de visitantes. También jugaban a «la Taba» uno de los juegos más populares del lugar.

Me llamaba la atención la familiaridad con que Mariela trataba a mi padre, besándolo efusivamente cuando llegaba o se iba, aún en presencia de otras personas. Lo hacía con tanta naturalidad que ya parecía costumbre establecida y que no molestaba a nadie.

A Balta tampoco parecía importarle mucho. Mi padre retribuía este trato preferencial de Mariela alabando las virtudes domésticas de ella.

Un Domingo a la tarde que fuímos de visita sólo estaban las chicas.

De camino mi padre había comprado en el almacén de los Pellegrini, en la esquina de Ayacucho y Perú, algunos comestibles que al llegar entregó a Mariela. Nos dijeron que Balta se había ido a visitar a un hermano que vivía en las afueras de la ciudad.

Hacía bastante calor y mi padre me dijo que me fuera con Martita a la orilla del arroyo, donde estaríamos mejor bajo el fresco que proporcionaban los árboles y donde podríamos también  jugar en el agua.

Martita aceptó de inmediato y en el camino se despojó del vestido que tenía puesto dejándolo sobre un banco que había en el patio, quedando con lo mínimo, un portasenos y un brevísimo short.

Me tomó de la mano para bajar la cuesta que nos permitiría llegar a la orilla y a mitad de camino resbaló arrastrándome para caer ambos uno encima del otro en medio del matorral de los costados.

Me invadió una sensación de placer indescriptible al tener entre mis brazos el cuerpo vibrante, sacudido por la risa que le causó la caída, de esa niña floreciendo ya como mujer y comencé a acariciarla y besarla con mucha pasión y ansiedad.

Martita correspondió y aceptó mis caricias tiernamente. De sus labios dulces y puros fuí bajando hasta llenarla de besos en todo su cuerpo hasta que el placer se adueño de mis sentidos y ya a punto de eyacular tuve que sacar el pene y hacerlo hacia los matorrales, causándole a ella mucha risa.

En esos momentos sentimos los gritos de un par de muchachos que vivían en la orilla de enfrente que estaban cruzando el arroyo nadando y chapoteando ruidosamente en el agua.

Nos incorporamos para recibirlos. Habían traido un globo con el que improvisamos algo parecido a un juego de vóleybol.

Cuando empezó a oscurecer terminamos con los juegos, nos despedimos y nos encaminamos cada uno para su vivienda.

Martita fue a la cocina a preparar un mate cocido para ambos mientras yo buscaba a mi padre al que encontré dormido en un sillón.

No quise despertarlo y en mi camino hacia la cocina alcancé a ver por la puerta entreabierta de su habitación a Mariela desnuda, secándose el pelo al parecer luego de haberse bañado.

No pude evitar detenerme a mirarla. La mayor parte de su hermoso cuerpo era de un claro color tostado por el sol con partes mas blancas donde tenía la ropa que usaba en su diario andar.

Ella captó mi presencia y sabía que la estaba observando embelezado. Me miró, sonrió e hizo un gesto como preguntando –Te gusta?

Entonces sentí que mi padre se había despertado y venía hacia nosotros. Cuando estuvo cerca me mandó a la cocina a tomar el mate cocido que Martita estaba preparando.

El entró donde estaba Mariela y alcancé a oír la risa de ambos y la puerta del dormitorio que se cerraba…

Ya faltaban pocos días para que terminaran mis vacaciones.

Era Jueves y el Lunes debía tomar el micro para volver a Buenos Aires. Esa noche a pesar de que se presentaba muy oscura y con amenaza de tormenta, ignorando las advertencias de mi padre, abrí mi catre afuera en el lugar de siempre y me dormí casi de inmediato.

Un trueno acompañado de relámpagos me despertó. Con sorpresa ví sentado al lado del catre un perro muy grande, más grande que un gran danés, que me miraba con una mirada extraña, casi humana. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. No podía apartar mis ojos de los suyos y nos estuvimos mirando por un largo momento. Ni su mirada ni su actitud eran amenazantes, más bien como la de un perro guardián.

Casi al mismo tiempo comenzó a llover copiosamente por lo que sacudiendo el temor que me paralizaba en ese momento tomé el catre y me fuí adentro apresuradamente. Lo puse en el medio de la pieza cerca de la cama de mi padre aún temblando por la impresión que me había causado la extraña presencia.

Al día siguiente pregunté a mi madrastra y a los vecinos quién tenía un perro tan grande. Una viejita que me escuchó en el almacén me dijo con voz cascada: —Por aquí no hay perros así de grande. Lo que vos viste, m´hijo, fué un lobizón. Y si no te quiso asustar era la hembra del lobizón, que anda cerca de donde él anda, para que no le haga mucho daño a la gente. El es un espiritu maligno que le gusta asustar y hacer maldades a la gente.

La viejita tenía una mirada extraña, casi hipnótica que me hizo acordar un poco a la del perro grande que había visto a la madrugada junto a mi catre.

Cuando salió quise seguirla y preguntarle cosas que aparentemente ella sabía pero no ví por dónde se había ido y desapareció de mi vista.

Pregunté de dónde era y me dijo el dependiente del almacén que nunca la había visto antes. –Pero que lo que ella dijo podría ser cierto. A un primo mío que trabajó en el Chaco en la cosecha de algodón parece que se le apareció el lobizón una noche en su rancho. Lo encontraron perdido en el bosque varios días después, muerto de hambre, con el pelo blanco y medio loco…

En los siguientes días continué con mi rutina de parodia de pesca en la costa del río y volver tarde en la noche, notando que los perros me ladraban pero de lejos como temerosos de mí o de algo que venía conmigo. Una perra que era la más audaz que siempre conseguía llegar y morderme arremetió contra mis tobillos como era su costumbre, pero se detuvo súbitamente a mitad de camino, lanzó un quejido raro y retrocedió a esconderse precipitadamente tras el cerco de su casa. Yo también percibía una casi palpable presencia cerca mío que me daba una sensación de tanta seguridad que me sentía capaz de caminar toda la noche y por donde fuera sin temor a nada.

Viernes, Sábado y Domingo estuve despidiéndome de mis nuevas casi «amigovias».

El Viernes a la tarde ví a Laura, la chica del almacén, que me despidió con un sonoro beso y un –Te vamos a extrañar!… Volvé pronto!…

A la noche fuí con mi familia a un parque de diversiones que se había instalado un par de días antes en el amplio terreno baldío frente al almacén de los Pellegrini en la esquina de Ayacucho y Perú. Alli me encontré con Teresa y Nilda que habían concurrido con sus respectivas madres. Con dinero que me dió mi padre invité a Teresa a la rueda gigante que llamaban «La Vuelta al Mundo». Ella estaba tan aterrorizada por la altura en que estábamos que la despedida consistió en agarrarse fuerte de mí gritando que quería bajarse. Con Nilda que aseguraba que no le tenía miedo a nada, subimos al «Tren Fantasma» y la oscuridad y los siniestros personajes que se nos aparecían en el camino hizo que esta despedida fuera un poco más romántica.

En horas de la siesta del Sábado hacía mucho calor y ví que jugaban al carnaval en el terreno de la panadería con agua que sacaban de un aljibe. Me sumé al juego y más tarde, cuando comenzaba a oscurecer fuimos a tomar mate con Amanda que estaba empapada. Su liviano vestido dejaba ver buena parte de sus encantos.

Como de costumbre la madre nos dió los bizcochitos para acompañar al mate y nos dejó solos en la cocina. También trajo una toalla y ropa seca para Amanda. Me tiró la toalla y me dijo: –Tomá, ayudala a secarse y vestirse que pronto viene su padre y vamos a cenar… Lo cual hice casi temblando por la excitación de tenerla tan cerca, poder verla y beber con mis extasiados ojos tanta belleza y gracia juvenil. Ella se reía con su risa cristalina y divertida al ver mi turbación y embelezo.

Cuando terminé de sacarle el cabello y la espalda, de pronto ella se dió vuelta, clavó sus lindos ojos en los míos con una mirada pícara y provocativa, se levantó en puntas de pies para besarme en la boca y luego tomándome la cabeza la llevó hasta su hermoso y delicado busto permitiendo que lo besara y acariciara por algunos increíblemente deliciosos momentos.

Luego con voz susurrante me dijo: –Yo sé que la «Chonga» te dá «el pan dulce«. Pero yo también te quiero dar algo para que no te olvides de mí y tal vez vengas de nuevo a buscarme algún día como me prometistes… Dicho lo cual se dió vuelta mostrando sus bien formadas nalgas diciéndome: –Te gusta? Te puedo dejar entrar por la puerta de atrás… la de adelante la tengo reservada para el que me lleve al altar. Querés?…

Me bajé apresuradamente el pantalón, la traje hacia mí y cuando estaba tratando de ubicar «la puerta de atrás» vimos que entraba el carro de reparto de su padrastro. Todo se paralizó y en un instante nos vestimos y nos sentamos a tomar mate.

En la madrugada del Sábado sentimos sirenas de ambulancias y hubo una que paró al frente de la casa de «Chonga». Había ocurrido un accidente en la ruta donde colisionaron de frente dos micros de larga distancia, un terrible accidente causado por la densa bruma de la madrugada y la venían a buscar para ayudar a asistir a los numerosos heridos. «Chonga» se sumó rápidamente a los otros dos enfermeros que ya estaban a bordo del vehículo y partieron raudamente.

El lunes cuando fuí a la Terminal de Omnibus todavía no había vuelto, así que no tuve oportunidad de despedirme de ella.

Hubo demoras en la partida de los micros por el accidente, que ocurrió casi a la entrada de la ciudad, sobre un puente. Nos contaron que uno de los micros habia caído al río y el otro se había incendiado. Estuvieron todo el día Domingo sacando heridos y algunos muertos de ambos vehículos de transporte que venían con su carga completa de pasajeros.

Al pasar por el lugar, ya en el ómnibus camino a Buenos Aires, vimos algunos voluntarios que todavía estaban trabajando casi en la oscuridad en busca de los pasajeros que faltaban.

Se terminaron las vacaciones con esta nota trágica y volví a Buenos Aires a continuar con mi vida. El trabajo que había conseguido por recomendación de mis profesores y especialmente mi ex-maestro de tipografía era en un excelente taller cuyo dueño había sido alumno de nuestro colegio. El ambiente era bueno y la paga excelente.

Pasaron algunos años y muchas cosas. Una de ellas fué que me casé con una chica de mi barrio. Una buena muchacha, dulce, comprensiva y buena compañera.

Mantuve correspondencia con una de las «amigovias» que conocí en aquellas vacaciones de post-graduado. A Nilda le gustaba escribir y me tenía al tanto de los avatares en la vida de todas.

Ella se casó con un empleado de la Municipalidad de la ciudad y su prima Teresa con un albañil el que amplió la casa en la que ahora vivían junto a su madre.

Laura, la chica del almacén, seguía soltera y aparentemente no pensaba casarse.

«Chonga» se juntó con un joven médico que la llevó a vivir al Impenetrable, en la selva chaqueña, donde estaban a cargo de un pequeño hospital que servía a un poblado de indígenas.

Amanda, «la Porteñita» se casó con el hijo del dueño de la Panificadora del Nordeste y vivía en una hermosa casa frente a la Costanera.

Por mi padre supe que Mariela, la hija mayor de Balta se casó con un chofer de micros de larga distancia y se fué a vivir  con él a la ciudad de Rosario. Martita se casó con uno de los muchachos de la vecindad que se había recibido de maestro y enseñaba en la Escuela Mariano Moreno del centro de la ciudad. Vivían en la casa al lado del Arroyo Guazú en compañía de su padre, el que se encontraba muy delicado de salud.

Pasaron algunos años y ocurrió un episodio que me hizo recordar aquella noche de mis vacaciones de post-graduado en la casa de mi padre en que se me apareció y aparentemente me adoptó un «lobizón benigno».

Siempre me sentí atraído por los ríos y de acercarme a las costas. Así lo hice una vez llevando de la mano a mi hijo cuando éste tendría unos dos años.

De pronto de entre los matorrales apareció una jauría de por lo menos diez ó doce perros salvajes que se nos venían encima.

Cargué a mi hijo y empecé a correr desesperadamente hacia el tejido por debajo del cual habíamos pasado para entrar al lugar que no estaba muy lejos.

Llegué cuando los perros ya estaban encima nuestro. Me dí vuelta enfrentándolos, sabiendo que no tenía ninguna chance de que pudiera ahuyentarlos. Nos rodeaban y ladraban enfurecidos lanzándose hacia nosotros mostrando sus temibles colmillos.

Colgué a mi niño lo más alto que pude en el alambrado, tomé del suelo dos puñados de arena y pedregullo y lo lancé hacia ellos gritando con todas mis fuerzas: Fuera!… Fuera!… El que parecía el lider de la jauría, que estaba más cerca casi encima nuestro, pareció recibir el impacto en la cara. Lanzó un agudo aullido y se detuvo restregándose los ojos con la pata delantera. Casi al mismo tiempo todos dejaron de ladrar,  algunos lanzaron temerosos quejidos agachando la cabeza, pegaron la vuelta y desaparecieron rápidamente entre la maleza.

Este súbito cambio de actitud de los perros todavía sigue siendo inexplicable para mí. ¿Fué la arena y pedregullo que yo les arrojé lo que los detuvo? Me cuesta creerlo, pero de lo que estoy seguro es que hubo «algo» que los detuvo. «Algo» mucho más fuerte que un puñado de arena y pedregullo.

Hubo otras ocasiones en las que ante la presencia de una amenaza de peligro presentía que había algo, no me atrevería a decir «sobrenatural», pero «algo», que estaba allí como protegiéndome. ¿Sería un trauma psicológico creado en aquél momento que permanecía fijado muy fuerte en mi subconsciente y que se hacía presente en el momento necesario y oportuno? Inclusive todavía me parece ver los ojos extraños de la viejita del almacén cuando recuerdo el incidente de aquella lluviosa madrugada. ¿Será que realmente un «lobizón benigno”, si es que se puede creer que esto exista, me adoptó aquella noche en la casa de mi padre en mis vacaciones de Post-Graduado?

 

Anécdota Graciosa – Ocurrió en Ontario, Canada

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Carruajes blancos con cocheros de librea en Niagara on the Lake

Cuando éramos jóvenes, hace ya unos cuantos años, en los fines de semana largos, acostumbrábamos a viajar hacia el norte en verano, visitando las partes de Canadá más cercanas a nuestro lugar de residencia en Long Island, New York. Nuestros lugares preferidos eran las Cataratas del Niágara y sus alrededores, a veces y otras la provincia de Quebec, especialmente la ciudad de Montreal.

En una oportunidad estando de visita en Niagara Falls visitamos un pueblito llamado Niagara-on-the-Lake, cercano a las cataratas, en la provincia de Ontario que tenía la particularidad de sus costumbres muy británicas: blancos carruajes, porteros de hotel uniformados, su manera de hablar, etc. El camino entre estos dos puntos es muy pintoresco. En tramos se puede ver el rio corriendo con fuerza encajonado por las rocas de la ribera, se veían ardillas negras correteando por el césped y trepando ágilmente por los troncos de los árboles, granjas con stands a la vera del camino en los que se puede comprar y consumir sus productos. Paramos en uno que ofrecía unas soberbias frutas. Yo comí varios suculentos duraznos y luego seguimos nuestro camino.

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Luego de recorrer el pueblo y estar sentados un tiempo cerca del agua observando las actividades acuáticas y la majestuosidad del paisaje en la confluencia del Rio Niágara y el Lago Ontario, decidimos volver a nuestro hotel en Niagara Falls. A mi se me dió por ir al baño con cierta urgencia de manera que estacioné casi a las puertas de un gran hotel, muy florido y con mesas afuera del que entraba y salía bastante gente, suponiendo que en alguna parte de la planta baja habría un baño. Por suerte había. Y como era mi costumbre, a pesar de que el baño estaba reluciente de limpio, puse papel higiénico todo alrededor antes de sentarme en el inodoro. Cuando salía a la calle, el portero, de impecable uniforme, muy cortésmente me hizo saber (en un inglés bien británico) que tenia una tira de papel higiénico flameando en mi trasero.

Nos reímos la mayor parte del camino de vuelta, hasta que en una elevación del camino ya podíamos ver las luces de las Cataratas y del Puente Internacional que une Canada con Estados Unidos.

 

Chistes en Castellano

repuestos

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Foto de Ramon Barrios.

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Dos madres hablan de sus respectivo hijos:
– Tengo un hijo más tonto!
– Pues anda que yo!
Los dos hijos se acercan, y dice la madre 1:
– Anda, Marianico, vete a casa a ver si estoy.
Y el niño se va. Y dice la madre 2:
– Anda Santiaguico, toma esta peseta y cómprame una T.V. en color,
y el niño también se va. Durante el camino, se encuentran los dos,
y dicen:
– Tengo una madre más tonta!
– Pues anda que yo!
– Fíjate, la mía me manda ir a casa a ver si está y no me da la llave.
– Pues fíjate la mía, que me da dinero para comprar una T.V. en
color, y no me dice de qué color la quiere!

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Un tipo fue a visitar a su amigo y vecino japonés que había sido víctima de un grave accidente automovilístico. Al llegar encontró al nipón todo entubado.
El vecino da la vuelta por alrededor de la cama, para estar más cerca y de pronto el japonés con los ojos casi fuera de órbita, grita:
– ¡ SAKARO AOTA NAKAMY ANYOBA, SUSHI MASHUTA!
Dicho esto, lanzó un débil suspiro y pasó a mejor vida.
Las últimas palabras de su amigo muerto le quedaron grabadas en la mente. En el funeral, se aproximó a la madre y a la viuda y les dijo abrazándolas:
– Señora Fumiko y señora Shakita, nuestro querido Fuyiro, segundos antes de su fallecimiento, me dijo estas palabras:  ” ¡ SAKARO
AOTA NAKAMY ANYOBA, SUSHI MASHUTA!”   Y no sé qué quieren decir.
La madre de Fuyiro se desmayó casi al instante.
La viuda lo miró con rabia y respondió:
– «¡NO PISES LA MANGUERA DEL OXÍGENO, BESTIA!»


 


Una anciana le dice a otra:
– Con los años, mi marido se ha convertido en una fiera en la cama.
– ¿Te hace el amor como un salvaje?
– No, nena… se mea en las sábanas para marcar su territorio.

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El hombre fue a registrar a su hijo recién nacido. El encargado le pregunta:                             —Es Ud. casado?    —Si, señor.    —Con prole?    —No, con Lupita.    —Prole quiere decir hijos. —Ahhh… Si… Tengo una prola y ahora este prolito…

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Pepe le había prestado la sierra eléctrica a Manolo y ahora la necesitaba. Lo llama por teléfono y le dice: —Manolo… Te llamo por la sierra eléctrica… Y éste le contesta: —Coño! Que bien se oye!

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—Manolo! Tienes una media verde y otra roja!   —Pues, si… Y esto no es nada: en casa tengo otro par igual…

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En el teatro actuaba un ventrílocuo con su muñeco Pirulo. En un momento de la función dice: —Ahora, les voy a contar un chiste gallego… Y del medio de la sala se escucha: —Oiga, no se meta con nosotros los gallegos que somos gente muy instruida e inteligente, eh? —Perdón, señor. No es mi intención ofender a una colectividad a la que aprecio. Sin ir mas lejos, yo soy hijo de gallegos. —No tenga pena, hombre. No es con Ud. Es con el enano bocón que tiene sobre su rodilla.

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Era un pueblo chico y había unos cuantos «Manolo´s». Un día un Manolo se cruzó en la calle con otro Manolo al que no veía hacia un tiempo. Este lo saluda: –Hola, tocayo! –Hola! Como esta Don?… Cómo es que se llamaba este tío?

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Paco era muy celoso. Un día un amigo le dijo: –Tú sabes que se murmura en el pueblo que tu mujer, la Paca te traiciona con tu mejor amigo? Enceguecido de rabia y sediento de venganza Paco corrió a su casa y mató al perro.

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En una de las montañas de los Alpes había una oficina que controlaba los movimientos telúricos de la zona, manejada por científicos franceses. En una oportunidad detectaron un terremoto que se pronosticaba peligroso para Galicia. Se comunicaron telegráficamente con sus pares gallegos haciéndoles saber del peligro: «Movimiento telúrico en dirección a Uds. Escala Richter 8, Mercalli 7. Contéstennos si recibieron este aviso». Pasaron varios dias sin respuesta. 10 días después contestaron: «Movimiento telúrico dominado. Encontramos al tal Mercalli en una aldea y ya fue juzgado y ejecutado, pese a jurar que no tenía ninguna conexión con el Movimiento Telúrico, y que ni sabía lo que era, según él. Al otro cabecilla lo ubicamos pero escapó por la frontera. Disculpen la demora en contestar, pero es que aquí tuvimos un terremoto de la gran puta!

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Paco le dijo a Manolo: –Que te parece si intentamos algo que nos ponga en el Libro de Guinness. Algo que no haya hecho ningún gallego hasta ahora. Estuvieron pensando mucho tiempo hasta que se decidieron: Intentaremos cruzar a nado el Canal de la Mancha!.. Y empezaron a entrenar en la ría del pueblo. Cuando se sintieron suficientemente preparados anunciaron la fecha del intento. Ese día se llegaron a la costa francesa y ante buena cantidad de público y prensa se lanzaron al agua. Todo iba bien hasta que Paco comenzó a sentir cansancio y calambres. Manolo lo alentaba: –Vamos, Paco! Piensa en las inglesitas que nos esperan en la otra orilla con tecito caliente. Fuerza, que ya llegamos! Paco seguía quejándose hasta que faltando unos 500 metros con la costa inglesa a la vista, iluminada por las luces de la televisión y bastante público no pudo más y dijo: –Sigue tú, Manolo. No puedo más. Yo me vuelvo!…

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–Manolo, Tienes buena memoria para las caras? –Pues, sí… –Qué bueno!.. Porque acabo de romper el espejo y tendrás que afeitarte de memoria.

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Manolo lee en el diario: «Alud mata a 200 personas». Y comenta: –Estos árabes son sanguinarios!

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-Buenos días Dra., quería saber si puedo tomar las píldoras anticonceptivas con diarrea…
– Mire… yo las tomo con agua, pero si le gustan así, no hay contraindicaciones.

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Durante un atraco a un Banco, antes de darse a la fuga, el ladrón pregunta a un rehén:
– ¿Tú me has visto robar este Banco? El rehén asustado le dice que sí, y recibe un tiro en la cabeza. Después se vuelve al resto de rehenes apuntándoles y pregunta a dos mujeres y un hombre:
– ¿Me habéis visto robar este Banco? Y el hombre, responde:
– Yo no he visto nada, pero mi mujer y mi suegra, aqui presentes, no han perdido detalle.

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El marido totalmente borracho, le dice a su mujer al acostarse:
– Me ha sucedido algo increíble. He ido al baño y al abrir la puerta se ha encendido la luz automáticamente.
– ¡Pepe! Has vuelto a mear en la nevera!!!..

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Manolo le dice a Paco:
– Oye!… No sigas bebiendo que te estás poniendo borroso…

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Después de 197 años la selección nacional de Galicia clasifica para jugar un Mundial de fútbol. Les toca contra Inglaterra el primer partido y juegan en Wembley. Había mucha niebla por lo que el referi reúne a los jugadores en el centro del campo y luego de consultar con los capitanes suspende el partido. Los de la delegación gallega ya de vuelta en el hotel se dan cuenta de que falta el portero y lo van a buscar al estadio. Lo encuentran bajo sus tres palos, tratando de ver a través de la espesa niebla y en posición de defender su portería y le dicen: —¿Qué haces aquí? No te enterastes de que el partido se suspendió? Y contesta el portero: —¡Ya me extrañaba a mí que domináramos tanto!

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CHISTES MEDIO VERDES

–Princesa… te invito a un trago de vino… –No puedo, me cae mal para las piernas…         –¿Se te hinchan? –No… Se me abren…

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Va un padre con la hija recién nacida al registro a ponerle nombre: –¿Cómo se va a llamar su niña? –Debora… –¿Está seguro señor Navos?

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Un viejo estaba sentado en un banco de la plaza, cuando se sienta a su lado un joven con el pelo revuelto y de varios colores. El viejo lo mira detenidamente y el joven le dice: –¿Qué pasa abuelo? ¿Nunca hicistes nada salvaje en tu vida? Y el viejo responde: –Una vez me emborraché y practiqué sexo con una lora. Ahora estoy pensando si no serás tú el fruto de esa locura…

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Llega el importante ejecutivo a su casa con cara de preocupación. La mujer le pregunta el motivo y el hombre le responde: –Tengo un grave problema en la oficina. A lo que la esposa amorosamente le dice: –Mi amor, nunca digas «tengo un problema´´… dí mejor «tenemos un problema«, porque para eso somos una pareja muy unida. A lo que el marido le responde: –Bueno, entonces te informo que nuestra secretaria va a tener un hijo nuestro.

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Manolo se olvidó las únicas llaves que tenía dentro del auto. Dió vueltas alrededor buscando un objeto contundente para romper el vidrio, cuando pasa Pepe y al ver lo que sucedía le dice –Hombre… Usa la cabeza… Y  cuando vé que Manolo se acomoda para darle el cabezaso al vidrio del auto le dice: –No, hombre… Usa la inteligencia. Búscate una percha de alambre, metes el alambre de manera de enganchar el pestillo y listo! A mi me pasó lo mismo y lo abrí en menos de 15 minutos. Claro que yo tenía a Josefa dentro del auto que me indicaba, más a la derecha… ahora a la izquierda.. ya… ahí!…

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Pepe y Manolo se pasaron todo el fin de semana buscando un arbolito de Navidad por el bosque de su pueblo. El Domingo a la tarde cuando ya bajaban las sombras de la noche Manolo le dice a Pepe: –Bueno, el próximo arbolito que nos guste lo llevamos, tenga o no tenga las luces!…

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Sabes como convertir un burro en burra? Pues encerrándolo solo en el establo hasta que se aburra!!

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Pepito en el colegio le dice un amigo: -Pepito! Pepito! ¿Vamos a jugar al polo? -Y porqué tan lejos?

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Le dice un borracho a otro: -Hace 5 días que no duermo! -Debes de estar cansadísimo!         –Para nada, yo duermo de noche!…

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Un turista gallego sube a un taxi en Buenos Aires y al girar en la primera curva ve como el taxista saca la mano por la ventanilla para indicar que va a girar… Al ver  ésto el turista preocupado le dice: -Disculpe, Sr. taxista… usted concéntrese en conducir, que yo ya me encargaré de ver si llueve o no!

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Se encuentran dos hombres en una reunión de negocios y le dice uno al otro: -Muy buenas, Mi nombre es Juan, el mayor de los placeres. -Encantado, yo me llamo Luis… el menor de los Fernández.

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Un hombre iba por la calle jadeando cargando un mueble a sus espaldas. Un amigo que lo vé le pregunta: -Oye, cómo no me avisaste para venir a ayudarte? -No hace falta… que ya le avisé a mi hermano… -Pero…¿Y donde está?… -Está adentro del mueble sujetando las perchas…

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Un gitano fué a escuchar su sentencia en un juicio. Le dice el juez: -Usted está aquí por robar un coche. Son 10.000 euros de multa ó a la cárcel. El gitano decide consultar con su mujer: -Cariño, me ha dicho el juez que 10.000 euros ó a la carcel!! Y la mujer le contesta:-Pues hombre… no seas tonto y coge el dinero!!

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Le dice el novio a la novia: -Cariño, te casarías con un hombre millonario pero muy tonto? -¿Cómo? ¿Así que tienes mucho dinero y yo sin enterarme?

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Un tipo va al psicólogo y le dice: -Doctor, vengo a verlo porque tengo un problema de doble personalidad. El doctor lo mira fijo y le dice: -Siéntese mi amigo, que aquí entre los cuatro lo vamos a resolver.

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  • ¿Por qué los gallegos llevan la batidora al estadio?… para batir récords
  • ¿Cómo hacen volar un avión los gallegos?… con dinamita
  • ¿Por qué los gallegos ponen escaleras a la orilla del mar?… para que suba la marea
  • Ayer informó la Policía Científica de Pontevedra que fallecieron 4 gallegos: dos en un asesinato y dos en la reconstrucción de los hechos.
  • Un gallego se muere de la risa, le hacen la autopsia y no le encuentran el chiste.
  • -¿Qué hace un Gallego con los ojos cerrados frente a un espejo?……Está viendo como se duerme.
  • Por qué van 19 gallegos al cine?………Porque la película es prohibida para menos de 18.
  • ¿Qué hace un gallego vestido de vampiro conduciendo un tractor?…. Siembra el pánico.
  • ¿Por qué los gallegos van al supermercado desnudos?…… porque afuera hay un anuncio que dice 50% de descuento en pelotas.
  • ¿Para qué los gallegos le ponen azúcar a la almohada?…… Para tener dulces sueños.
  • ¿Por qué los gallegos se sientan en la última fila cuando van a ver películas cómicas?…… porque el que ríe último, ríe mejor.
  • Cual es el día del gallego?…… el día menos pensado.
  • Por que un gallego se abanica con un serrucho?… porque le dijeron que el aire de la sierra es mas sano.

 

-Un gallego se encuentra con un chino y le dice el gallego:

-Hola

Y el chino contesta:

-Las nueve y media