Cuentos y Chistes

Una Historia de Inmigrantes – Relato Ambientado en Lake George, New York

Una Historia de Inmigrantes – Relato Ambientado en Lake George, New York

Miguel hacía tres años que había emigrado de Argentina y desde su llegada estuvo trabajando para un pariente lejano de su madre, que era lo que en Long Island, New York, llaman un “handyman”, de nombre Francisco, el que le había ayudado con los trámites de inmigración.

Aprendió mucho con él en su trabajo de mantenimiento y reparaciones en domicilios particulares y edificios de departamentos y había ahorrado un par de miles de dólares viviendo ajustadamente sin desperdiciar un penny de su salario.

Antes de emigrar había estado asistiendo a un curso de Mecánica en la ESPAC (Escuela para los Servicios de Apoyo de Combate) en Campo de Mayo, un asentamiento militar en la provincia de Buenos Aires, abandonando un par de meses antes de completar el curso. La razón por la que se había inscripto, a los 17 años, era que le gustaba la mecánica y la razón por la que decidió abandonar, era según él, que se había cansado de armar y desarmar el mismo pequeño avión, el viejo tanque de Guerra y el anticuado camión de transporte de tropas, durante casi tres años sin realmente aprender mucho más. En el cuartel leía cuanto libro ó revista sobre mecánica estaba al alcance de sus manos y era el indicado a consultar cuando algún vehículo del Grupo tenía dificultades.

En casi toda Sudamérica predominaban en ese tiempo las dictaduras militares. En Argentina había tomado el mando el Teniente General Leopoldo Galtieri. ​

Leemos en publicaciones de la época: «…En abril de 1982, a pocos meses de ocupar la Presidencia, Galtieri ordenó la recuperación militar de las Islas Malvinas, tomados por la fuerza en 1833 por Inglaterra, que Argentina reclama como parte de su provincia de Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur.

«…En la madrugada del 2 de abril de 1982 tropas argentinas iniciaron el desembarco en la isla Soledad del archipiélago de las Malvinas. El mismo día el Reino Unido, logró que la ONU emita una resolución solicitando el retiro de las fuerzas de ocupación argentinas y preparó el envío de tropas.

«…El 5 de abril de 1982, zarparon las tropas británicas desde Portsmouth y Plymouth. El 1 de mayo la aviación británica inició el bombardeo de Puerto Argentino y Puerto Darwin. El 2 de mayo, el submarino atómico británico Conqueror hundió al buque argentino General Belgrano, fuera de la zona de exclusión marcada por ellos mismos, ocasionando la muerte de 323 marineros.

«…El 4 de mayo de 1982 dos aviones Súper Etendard de la Armada Argentina con base en Río Grande, Tierra del Fuego, armados con un misil Exocet AM-39, atacan y hunden a la icónica fragata HMS Sheffield con toda su carga nuclear. El otro Exocet impactó en el portaaviones Hermes. 

«…Los choques por aire, mar y tierra continuaron hasta el 21 de mayo cuando los británicos lograron desembarcar en la isla Soledad. El 1 de junio tomaron el Monte Kent, a sólo 20 kilómetros de Puerto Argentino. El 12 de junio iniciaron el ataque final y el día 13 rebasando las líneas defensivas argentinas lograron su rendición firmando el documento de capitulación y alto al fuego los generales Jeremy Moore por el Reino Unido y Mario Menéndez por Argentina.

«…Tres meses después el presidente Galtieri fue derrocado por un golpe interno derivado de la derrota militar en la desigual confrontación bélica».

Miguel siguió con mucho interés todo lo que ocurría allá en el lejano sur argentino, porque en esos tres años de instrucción militar que había recibido en Campo de Mayo había hecho buena amistad con miembros tanto de su escuela como de la de otras cercanas a las que era llamado por sus conocimientos de mecánica, sabiendo que varios de ellos habían sido enviados a combatir en el Sur y que algunos no habían vuelto. El recordaba la amistad y camaradería de aquellos tiempos y pensaba que por unas pocas semanas tal vez él también podría haber estado en la lista de los 649 soldados argentinos muertos ó entre los 1082 que resultaron heridos en combate.

Muchas noches antes de conciliar el sueño revivía su reciente pasado, que iba quedando rápidamente atrás ante la vorágine de su nueva vida, en un ambiente totalmente distinto y tan cambiante que a veces le costaba creer que estuviera ocurriendo.

En Long Island, otro argentino, al que Francisco llamaba familiarmente “el Tano”,  que había sido su compañero de estudios en una escuela técnica en Buenos Aires, era un ingeniero electricista que se había establecido en el poblado de Lake George, un lugar turístico en el norte del estado de Nueva York, donde la población normal es relativamente pequeña, pero que en tiempos de vacaciones puede llegar a más de 50.000 residentes, especialmente en la zona comercial de la villa donde se encuentran la mayoría de los más populares hoteles, restaurantes, tiendas y locales de todo tipo que ofrecen a los turistas indumentaria y productos regionales, más lugares de entretenimientos, etc.

Para ese tiempo Francisco a pedido de su esposa Carmen había ayudado a emigrar a un sobrino el que ahora vivía con ellos y trabajaba para él.

En una oportunidad en la que estaban los cuatro conversando y tomando mate en la casa de Francisco, en Long Island, mientras la esposa de éste se había ido de compras con los niños, “El Tano”, cuyo verdadero nombre era Alberto Smiraglia, que estaba de visita, les contaba sobre su vida y actividades en Lake George y Miguel que lo escuchaba atentamente se interesó y se propuso ir a conocer el lugar.

Alberto vino de Buenos Aires contratado por una empresa internacional con la que participó en la construcción de un gran hotel en Albany, la capital y sede del gobierno del estado de Nueva York, donde estuvo a cargo de la instalación de los equipos de aire acondicionado y calefacción del hotel y su mantenimiento por varios años. Esto le permitió familiarizarse con el idioma, el lugar y todo lo referente a sus actividades laborales. Cuando cumplió los cinco años de residencia, aplicó y obtuvo la ciudadanía estadounidense.

Luego de conocer y frecuentar Lake George decidió independizarse y establecerse allí haciendo service y reparaciones para los hoteles y restaurantes de la villa.

Miguel le preguntó a Alberto sobre las posibilidades de conseguir trabajo por allá. Luego de una larga y distendida conversación Alberto le dijo que él podría utilizar sus conocimientos de mecánica y lo que había aprendido con Francisco como handyman, siempre y cuando él no tuviera inconvenientes en dejarlo ir. Francisco le dijo que visto que estaba escaseando el trabajo en Long Island, además de tener ya otro ayudante en su sobrino, no había problemas. Cargó en un par de bolsas sus pertenencias y al día siguiente partieron en el Jeep Wrangler de Alberto hacia Lake George.

Una vez instalado Miguel que ya leía y hablaba bastante bien inglés absorbió todo lo que encontraba en folletos, periódicos y Wikipedia, sobre «el gran parque Adirondack que rodea a Lake George, sus 3.000 lagos y estanques y 30.000 kilómetros de ríos y arroyos. Sus 2.000 montañas con el Monte Marcy de 5.344 pies el lugar más alto en el estado de NY» y se enamoró de la belleza y grandiosidad del lugar.

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Alberto que ya para entonces había ampliado sus servicios a toda clase de reparaciones con sus dos ayudantes, que había conocido en Albany, un salvadoreño llamado José que estaba a cargo de la parte de albañilería y plomería y un mexicano, de nombre Ramiro, carpintero de profesión y que también sabía bastante de herrería y soldadura, ocupándose regularmente, por contrato, del mantenimiento de tres hoteles y un par de Restaurantes, atendiendo además los requerimientos de otros establecimientos comerciales de la zona.

Cuando le solicitaban servicios de reparación de techos subcontrataba a un grupo de techistas compuesto por dos primos de nacionalidad chilena, Gustavo y Esteban y un peruano llamado Rigoberto, residentes en Glens Falls, un pueblo vecino, a quienes conocía a través de Francisco con quien habían trabajado en Long Island y eran de su confianza.

Miguel se involucró de inmediato en la villa de Lake George en todo lo que fuera necesario, con la vitalidad y energía de sus veintitrés años recién cumplidos, desde destapar cañerías y limpiar baños con José hasta reparar con Ramiro algún atracadero de botes que el tiempo y el agua hacían necesario reponer, o reemplazar puertas y ventanas en viviendas y locales comerciales ó ayudar a Alberto en sus tareas de mantenimiento de los equipos de aire acondicionadores y de calefacción.

La pequeña empresa funcionaba muy bien. Todos los que los empleaban apreciaban la eficiencia e idoneidad del grupo al que también le iba muy bien financieramente. Cada orden de trabajo era un reto para sus ganas de hacer lo que fuera necesario y hacerlo bien. Alberto era un buen organizador y sabía concretar las operaciones con prontitud y conveniencia para las partes interesadas.

Vivían todos en una casa grande que estuvo abandonada algunos años tras la muerte de su último dueño. Estaba ubicada en el medio de un bosque en las afueras de Lake George un poco alejado del centro de la villa pero con todo lo necesario: luz, agua, teléfono, gas y un camino transitable en cualquier época del año. Tenía cuatro dormitorios y dos baños en la planta baja y un amplio ambiente y baño arriba, más un enorme granero en el fondo.

Alberto la compró, bastante arruinada, luego de haber constatado la solidez y buen estado general de las estructuras y consideró que era una buena oportunidad por el precio y sus posibilidades futuras luego de los arreglos necesarios. Puso manos a la obra de inmediato y la renovó en su totalidad por dentro y por fuera.

Dividió el granero en tres secciones, una para guardar los vehículos: su Jeep Wrangler y la Van Chevrolet en la que llevaban todas las herramientas y que tenía suficiente lugar para transportar los materiales necesarios para los trabajos que les fueran encomendados, la pick-up Dodge que Ramiro había encontrado en un corralón de vehículos abandonados en Albany y puesta a punto con Miguel, un bote con remos y motor fuera de borda montado en su trailer y un pequeño tractor con una pala ancha en el frente, para limpiar de nieve los accesos a la casa en el invierno.

En una segunda sección funcionaba un taller con equipos de soldadura y de carpintería y contenía en armarios bien organizados herramientas de todo tipo. La tercera sección era “el lavadero” con lavadora y secadora industrial que Alberto había reemplazado en el “Laundromat” local y que había reparado e instalado en el granero y un tendedero de ropas. Había además un toilet, un piletón y una ducha adicional.

Acomodaron al perro, que habían encontrado en el lugar, luego de bañarlo en el piletón y hacerle un reconocimiento veterinario que resultó favorable y pasó a formar parte del grupo. Era un ovejero alemán relativamente grande al que pusieron de nombre “Tango” que parecía estar muy familiarizado con el lugar y sabía perfectamente cual era su función específica. Corría a los animales que venían del bosque y se acercaban a la casa. Merodeaba hasta los límites de la propiedad, que estaba parcialmente alambrada, en estado de alerta y en guardia todo el tiempo. Cuando había algún animal con el que no podía ya sea por ser más grande ó tozudo que él y que no se quería retirar, ladraba, retrocedía y corría hasta la casa para alertar a Alberto el que tomando un rifle que tenía en un armario disparaba al suelo cerca de las patas del invasor el que entonces sí ya no tenía otra opción  que retroceder hacia el bosque y buscar alimento en alguna otra parte.

Alberto les propuso y se pusieron de acuerdo en dividir por partes iguales los gastos de la hipoteca, servicios y limpieza de la casa mientras vivieran allí. Una mucama empleada de un hotel cercano llamada Melisa, que vivía en Glens Falls, una venezolana muy simpática y trabajadora,  venía una vez a la semana a hacer la limpieza, lavar y ordenar la ropa y bañar al perro.

Ella le hablaba como si fuera una persona y “Tango” no se oponía al aseo rutinario impuesto por su dueño. Cuando estaba limpio era un soberbio ejemplar y él parecía querer agradecerle a ella con lenguetazos en las manos y a veces, parándose en dos patas, en la mejilla, lo que a ella le causaba mucha risa.

Jugaban un rato corriendo y arrojándole al aire un “Frisbee” que él atrapaba en lo alto para traérselo y esperar que ella lo lanzara de nuevo mirando sus  manos y girando en círculos alrededor de ella. Cuando terminaba sus labores “Tango” la acompañaba hasta una encrucijada del camino cercano por donde pasaba un vehículo de transporte público que la dejaba en las cercanías de su vivienda en Bolton Landing.

Lo que habría sido anteriormente un corral Alberto lo transformó en una cancha de fútbol y a un costado puso otra de básquetball. Hacia los fondos de la propiedad corría un arroyo que en una parte ampliaba su cauce formando una pequeña laguna, para luego de un sinuoso recorrido desembocar en el lago.

Cuando terminó con las reparaciones y remodelamiento tras muchos meses de intenso trabajo y estuvo pintada y lista para ser ocupada colocó a la entrada un escudo con dos banderas cruzadas, la argentina y la estadounidense y un cartel con la dirección: Woodside Road #1 y la leyenda “Welcome to Rancho Grande”.

A la inauguración estuvieron invitados todos sus conocidos y amigos de la villa y sus alrededores y de la ciudad de Albany. Comerciantes y personal de los hoteles, restaurantes y algunos tripulantes de los barcos que llevaban a los turistas a recorrer el lago. Hubo un gran asado y un partido de fútbol entre argentinos, uruguayos y brasileños contra el resto de los invitados, un combinado de mexicanos, salvadoreños, hondureños, guatemaltecos, más un par de ingleses, un ruso y un portugués.

Para algunos lugareños que nunca habían visto jugar “soccer”, como se conocía al fútbol en esa parte de las Américas, fué una grata novedad, así como el asado al estilo argentino que estuvo preparado por un par de expertos, que lo hacían habitualmente en su Restaurant-Parrilla de Albany del que Alberto era cliente habitual cuando vivía y trabajaba en esa ciudad y que al recibir la invitación se habían ofrecido a hacerlo, un argentino llamado Juan Carlos y su socio, un uruguayo cuyo nombre era Alejandro, al que todos llamaban por su apodo «el uru», que además de trabajar en el Restaurant estaban tratando de organizar una academia de fútbol en esa ciudad.

Era el comienzo de la primavera y se podía palpar en el aire la fuerza de la naturaleza despertando vigorosamente tras el crudo invierno.

Miguel encontró un anuncio en el periódico local donde ofrecían en venta una motocicleta Triumph en Glens Falls. Fueron a verla con Alberto y Ramiro. Estaba relativamente bien conservada pero necesitaba reparaciones. Consiguieron una importante rebaja y la compró. La cargaron en la pick-up de Ramiro, en la que habían venido los tres. Miguel la reacondicionó reemplazando las partes que ya no funcionaban y la pintó a su gusto quedando como nueva.

Con ella recorrían en su tiempo libre, en compañía de Ramiro, todos los caminos, rutas, highways y senderos del fabuloso Parque Estatal Adirondacks que se extiende por unos 25,000 kilómetros cuadrados y es una extraordinaria reserva natural que atrae gran cantidad de visitantes durante todo el año.

Una de sus paradas favoritas era la pequeña ciudad de Morehouse en la esquina sur-oeste de los Adirondacks. Allí casi a la entrada del pueblo, había una parada tipo Café-Restaurant llamado «4 Ways» donde servían buena comida y cuyo dueño eran un ex futbolista brasileño al que llamaban «Rafa», que había venido contratado para jugar en un equipo canadiense de la North American Soccer League con sede en Toronto.

Cuando la Liga se disolvió, con una amiga llamada Katy, que tenía un pequeño restaurante en esa ciudad, decidieron juntar sus recursos, buscar un lugar fuera de las grandes ciudades y poner un negocio de comidas.

Con sus ahorros compraron la propiedad semiabandonada en esa encrucijada de cuatro caminos y remodelaron la antigua estructura hasta convertirlo en una acogedora parada visible y accesible para los viajeros que circulaban por cualquiera de las cuatro rutas que convergían en una amplia rotonda en ese lugar. En uno de sus costados tenía un surtidor de nafta y un local de venta de cigarrillos y golosinas que atendía «Rafa». Katy se encargaba de la cocina y atención del Restaurant con una mesera.

En ese pequeño poblado estaba la oficina de correos más pequeña de Nueva York y un museo, instalado en una antigua iglesia. Y así en cada excursión encontraban nuevas sorpresas y lugares de interés.

Sobre la historia de la región leyó en Wikipedia y otras publicaciones de la Región, «que entre los años 1756 a 1763 los reinos de Gran Bretaña y Francia (aliada ésta última con los indios nativos) batallaron por el dominio territorial de la región y el comercio de las pieles.

«…Los británicos habían construído el Fuerte William Henry en la parte sur de Lake George y los franceses el Fuerte Carillon, el que muchos años después se le cambió el nombre por el de Fuerte Ticonderoga, en el extremo norte del lago.

«…En agosto de 1757, Montcalm, comandante en jefe de las fuerzas francesas, sitió el fuerte William Henry, obligando a los ingleses a rendirse y negociar condiciones para que se le conceda permiso para retirarse hacia el Fuerte Edward. Pero en su retirada fueron masacrados por los nativos americanos aliados de los franceses. La masacre fue dramatizada años después en el libro de James Fenimore Cooper, «El Ultimo de los Mohicanos».

Con Ramiro que había nacido y se había criado al borde del océano en la cercanías de Acapulco en su nativo México y era un avezado nadador y buceador, exploraban en cuanto se presentaba la oportunidad, los restos de naufragios desde Lake George y sus alrededores hasta las naves hundidas en la vía marítima de Adirondack hasta casi la frontera con Canadá. Le adosaron un ¨trailer¨ a la moto, en el cual llevaban todos los implementos necesarios para esta actividad y usaban el bote con motor fuera de borda de Alberto que enganchaban a la pick-up de Ramiro para sus excursiones en los lagos cercanos.

En su rutina diaria de trabajo en Lake George, desayunaban, almorzaban y cenaban en el restaurant “Harbor Lights” en el que ellos hacían mantenimiento, siendo muy amigos del dueño, un canadiense originario de Montreal llamado Francois Belanger, que los apreciaba mucho porque sabía que con ellos podía contar de inmediato para solucionar cualquier inconveniente, de día ó de noche, pequeño ó grande, que pudiera ocurrir en su establecimiento.

Cuando estaban todos reunidos era un vibrante parloteo en donde se mezclaban las expresiones en francés del dueño, con el inglés y español de los comensales salpicado de tanto en tanto con alguna risotada general.

“Fransuá”, como lo llamaban los muchachos, provenía de una familia de «restaurateurs», sabía mucho del negocio, era un «Chef» de primera línea, estaba a cargo de la confección del Menú del Restaurant y tenía un carácter abierto y jovial. Su restaurant ubicado en el centro comercial de la villa era muy concurrido y disfrutaba de una excelente reputación teniendo además del gran salón, mesas afuera, entre plantas, flores y pequeñas fuentes de agua.

Tenía una hija veinteañera llamada Amelie, “Amy” para sus amistades, la que era el comité de bienvenida al restaurant con su extraordinaria simpatía y belleza, además de supervisar al personal y la contabilidad del establecimiento. Hablaba fluentemente Inglés y Francés y estaba aprendiendo Español e Italiano con Alberto, al que trataba con mucha familiaridad y con el que solía pasear por el lago en una embarcación de su propiedad en compañía de otros amigos. Todos suponían la existencia de un posible romance aunque Amy y Alberto eran muy reservados y no hacían comentarios al respecto. “Fransuá” llamaba a Alberto “Mon cher gendre” (Mi querido yerno) y Amy “Mon cher ami” (Mi querido amigo).

Amy tenía varios serios pretendientes, algunos de ellos hijos de personajes importantes de la villa y hasta un político de cierta influencia en la región que venía con frecuencia desde Albany para verla. Ella aceptaba gentilmente y con sincera gratitud los regalos y galanteos de todos sin darle preferencias a ninguno por el momento. Amy se encontraba cómoda en compañía de Alberto, le gustaba su masculinidad, lo bien parecido que era y lo segura que se sentía a su lado.

Al comienzo de la temporada vinieron a trabajar de meseras al Restaurant Harbor Lights dos estudiantes rusas llamadas Olga y Katrina como parte de un programa de intercambio estudiantil. Muy rubias y muy bonitas ambas, de ojos verdes una y de ojos azules la otra.

Miguel se interesó por Olga, la de los ojos verdes, desde el momento en que la vió. Había mucha sensualidad en su manera de desplazarse por el salón comedor, en cómo hablaba, reía y lo miraba a él. Miguel estaba encandilado y buscaba darle conversación y tenerla cerca. Ambas muchachas paraban en un Motel sobre Canada Street, detrás del Camping y frente a la playa Municipal. El dejó de lado momentáneamente sus correrías en moto por los caminos del Parque Adirondack para dedicarse a ella. Cuando terminaba su turno de trabajo en el Restaurant la llevaba en la moto hasta su Motel. Ella se daba una ducha, se cambiaba de ropa y salían a pasear.

En uno de esos paseos, en una tarde cálida con alguna fresca brisa proveniente del lago, se acurrucaron en un lugar escondido para los ojos de los automovilistas que pasaban por la ruta cercana y de las embarcaciones que pasaban repletas de turistas por el lago,  de y hacia el puerto donde embarcaban y desembarcaban.

Y esa tarde fué muy especial. Olga estaba más hermosa que nunca, vestida con ropa muy liviana y sexy que dejaba entrever sus palpitantes encantos femeninos y que ella no tenía reparos en que él los viera y disfrutara. El la cubrió de besos y caricias hasta que prendió la llama de la pasión con fuerza irresistible y se entregaron al amor sin reservas hasta quedar exhaustos. Luego de un par de horas de interminables caricias y promesas, la llevó de vuelta a su lugar de residencia y él volvió al Rancho Grande desbordando de felicidad.

La otra estudiante rusa, Katrina, la de los ojos azules, era muy recatada, sólo salía con otros estudiantes en grupo y no se le conocía ninguna amistad especial aparte de Olga.

Los tres meses que duró la estadía de Olga en Lake George fueron de pasión y entrega total. Miguel andaba como sobre nubes, totalmente enamorado y pensando en ella todo el tiempo, al extremo que Alberto tuvo que llamarle la atención un par de veces porque descuidaba su trabajo. Entonces tuvo que comentarle lo que le estaba ocurriendo, ya que esta experiencia era para él totalmente inédita y no sabía qué hacer. A pesar del placer y felicidad que sentía, le preocupaba el hecho de que estaban teniendo sexo sin protección alguna. Alberto le dijo que tal vez Olga usaría píldoras anticonceptivas y que no se preocupara si ella no lo estaba, ni le hacía a él responsable de nada. Cuando Olga partió de regreso a Rusia le prometió que se mantendría en contacto y Miguel vivió los próximos meses esperando ansiosamente esa comunicación prometida que se demoraba y que finalmente nunca llegó.

El advenimiento del otoño trayendo una explosión de colores en la vegetación que se tiñó con el rojo y dorado de las hojas de los árboles, esos increíbles paisajes y el aire otoñal, con su moto devorando distancias, más el apoyo y consejos de Alberto y ya convencido de que esas noticias que esperaba con tanta ansiedad no llegarían, fué olvidándola poco a poco y recuperando el interés en su trabajo y en sus excursiones en moto, aunque siempre que pasaba por los lugares donde recordaba haber hecho el amor, le parecía escuchar la voz y la risa cristalina de Olga y se le oprimía el corazón. Alberto le había dicho que en su vida tendría más de una situación semejante y que debía aprender a manejarlas para que no le hicieran mucho daño.

Miguel comenzó a frecuentar una pequeña oficina que ofrecía servicios de Internet, telefonía internacional y venta y reparación de computadoras del que era propietario un joven guatemalteco llamado Estuardo. Allí trataba de obtener conocimientos relativos a Rusia, su gente y sus costumbres. Encontró y empezó un curso del idioma ruso, con la loca esperanza de que algún día podría viajar a Rusia y tratar de ubicar a su inolvidable Olga.

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Foto de la oficina de Turismo de New York State

La encargada de la limpieza de la cocina y de los salones del Restaurant Harbor Lights era una mujer joven de férrea personalidad, descendiente de una larga cadena que podía remontarse a los indios originales nativos de la región. Vivía sola con un pequeño perro en un bungalow construído varias generaciones atrás por alguno de sus antepasados cerca del Restaurant y que ahora era de su propiedad. Su nombre era Elizabeth, pero todos la llamaban por el sobrenombre “Liz”. José y ella se hicieron muy amigos y pasaban sus ratos libres juntos en el bungalow, caminando o recorriendo la villa en bicicleta ó sentados en el Puerto, viendo arribar ó partir a los barcos que llevaban a los turistas a recorrer el lago.

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Foto de la oficina de Turismo de Lake George

Cuando José le propuso matrimonio ella tardó un tiempo en responder, pero finalmente aceptó. Se casaron y vinieron a vivir al bungalow, el que José fué remodelando de a poco convirtiéndolo en una vivienda agradable y acogedora. Ambos trabajaban duramente y su casita era el refugio donde descansaban, se amaban y en donde nacieron sus dos saludables retoños, primero un varón, al que nombraron Henry y luego una niña, Elizabeth, como la madre.

En la parte trasera del Restaurant se ubicaban los contenedores donde se arrojaba los restos sobrantes de comida. Allí venía últimamente un pordiosero que se alimentaba de los comestibles que podía rescatar. Andaba barbudo y muy sucio pero se notaba a través de los harapos de su vestimenta la desarrollada musculatura de su cuerpo moreno.

José trató de comunicarse con él y al ver que no entendía inglés, le habló en español. Le preguntó la razón de su lastimoso estado y el hombre le contó su historia. Estuvieron charlando un rato y se pudo enterar que había sido campeón de boxeo en Panamá. Que había venido hacía un tiempo a realizar una pelea por el título interamericano de su categoría en un Festival que se realizó en Saratoga Springs, que pudo ganar y que le reportó bastante dinero a sus promotores. Tuvo un serio desacuerdo con elllos por el reparto de la bolsa y éstos lo abandonaron. Como no tenía ni parientes ni conocidos y no hablaba inglés cuando se quedó sin fondos y no pudo pagar la pensión, ni el pasaje de vuelta, lo echaron a la calle hasta que en su desgraciado peregrinar llegó hasta Lake George.

José le contó a Alberto la triste historia del pordiosero campeón. Este conversó con él y decidieron ayudarlo. Lo llevaron al «Rancho Grande» donde luego de bañarse y afeitarse, le dieron ropa y le acomodaron un camastro en el lavadero.

Semanas después construyeron una cabaña a la entrada desde la que se podía controlar a los que entraban y salían del predio, con lugar para una cama, un baño y una pequeña cocina-comedor. Le adosaron un galponcito con los implementos de cortar la grama, soplar las hojas y otros elementos para jardinería que es lo que haría Belisario, que así se llamaba «el campeón», además de atender la garita de entrada. También le encomendaron y completó el cerco de alambre tejido que rodeaba a la propiedad.

Luego de un tiempo, ya amoldado a la rutina del lugar y de los habitantes del mismo, Belisario pareció recuperar su esencia, su dignidad y fortaleza y con el permiso de Alberto corría por los alrededores, acompañado de «Tango» y volvió a entrenar como en sus mejores tiempos de exitoso boxeador profesional. Armaron un tinglado cubierto y le instalaron algunos implementos para su entrenamiento.

En el estadio de Saratoga Springs se ofrecían veladas de boxeo y Alberto inscribió a Belisario, como ex campeón panameño representando a Lake George, ganando la mayoría de sus peleas y perdiendo unas pocas. Alberto le permitía guardar todo lo que ganaba. No tenía parientes cercanos ni motivos para regresar a Panamá, además de encontrarse muy a gusto en Lake George, así que se fué aquerenciando y el Rancho Grande fué su hogar de ahí en adelante.

Ramiro comenzó a recibir malas noticias sobre la salud de sus ancianos padres en México. Hacía bastante tiempo que los había dejado y las noticias recibidas lo preocuparon tanto que decidió regresar para estar junto a ellos.

Había ahorrado lo suficiente como para reabrir la carpintería que había cerrado para venirse a buscar mejores horizontes en el norte, así que se preparó para el regreso. José le compró la pick-up Dodge y algunas pertenencias que él no podía llevar. Finalmente llegó el día de la partida y Alberto y Miguel lo acompañaron hasta el aeropuerto de Albany desde donde partió de regreso a México.

Cuando finalmente las hojas de los árboles fueron cayendo para dejarlos dormir desnudos todo el invierno, disminuyó considerablemente el movimiento de turistas y visitantes, cerrando la mayoría de los negocios que sólo funcionaban para ellos y la nieve cubrió la villa y congeló las orillas del lago.

Las actividades invernales y los turistas se mudaron hacia otros lugares. Uno de los preferidos por «Fransuá», su hija Amy, Alberto y todos los amigos era Lake Placid para patinar, esquiar, jugar al hockey, andar en trineo y recorrer los sitios olímpicos, donde se podían encontrar atletas de todo el mundo practicando sus especialidades sobre el hielo. También cuando se presentaba la ocasión concurrían a ver hockey sobre hielo profesional en el estadio de los Montreal Canadiens.

Miguel como era su costumbre fué a pasar las Fiestas de Fin de Año con su familia en Caseros en la provincia de Buenos Aires. Alberto lo llevó al aeropuerto el 23 de Diciembre y se despidieron hasta la vuelta en dos semanas. Al llegar al Aeropuerto Internacional Ezeiza de Buenos Aires, lo esperaban su hermana Carmen y su cuñado Esteban para transportarlo en su vehículo hasta Caseros.

Su madre había negociado con una empresa constructora a la que le vendió su propiedad de la calle Sarmiento consistente en dos grandes terrenos a cambio de dos departamentos y algo de dinero. Ella ahora vivía en uno de esos departamentos en la planta baja del edificio y alquilaba el otro en el primer piso. Durante el día se mantenía ocupada atendiendo a sus nietos, los niños de su hija Carmen que vivía a la vuelta por la calle La Merced, mientras ellos trabajaban para una empresa de Cable TV. La casa tenía un monoambiente en la terraza que ocuparía Miguel durante su estadía.

Esteban y toda su familia eran miembros del Club Italiano Montemaranese de Martín Coronado y allí celebraron la Nochebuena y el advenimiento del Nuevo Año. Encontró a su madre en buen estado de salud y muy feliz de verlo nuevamente.

Mientras tomaban mate en el patio trasero de la casa de la calle La Merced y miraban jugar a los niños con su perrito Leopoldo y la gatita Pepa, Doña Mercedes, que así se llamaba la madre de Miguel, le puso al tanto de todas las novedades de la familia y él le contó las suyas, sin mencionar a Olga.

Miguel la había invitado muchas veces a conocer Lake George, pero ella tenía dos serios motivos para no hacerlo. Uno era el terror que tenía de viajar en avión y el otro que su hija Carmen dependía de ella para el cuidado de sus niños.

Durante esas dos semanas visitó y concurrió a reuniones de almuerzos, asados, ravioladas y todas las formas de agasajos habituales de parte de amigos y parientes. Fué con su hermana y los niños al Parque de la Costa en el Tigre y pasearon en lancha por el Delta del Paraná. Llevó a Doña Mercedes a espectáculos de Tango en San Telmo y a cenar en el «Palacio de las Papas Fritas» en la calle Corrientes en el centro de Buenos Aires.

Las dos semanas pasaron rápidamente y llegó el momento del regreso. Se despidió de todos con un gran asado en el Club de Martín Coronado y su hermana y cuñado lo llevaron al día siguiente a tomar el vuelo a Toronto desde el cual luego viajaría en ómnibus hasta Lake George.

Alberto que lo esperaba en la parada del ómnibus, lo llevó y acomodó de inmediato en el Rancho Grande. Cuando llegó «Tango» salió a recibirlo ladrando y corriendo enloquecido por todo el terreno. Le entregó a Alberto los regalos que le había traído, cosas que él apreciaba y no se podía conseguir donde vivían: yerba mate, dulce de leche, una lata grande de dulce de batata y una caja de dulce de membrillo.

Esa noche «Fransuá», su hija Amy, Alberto, José y Liz tenían planeado ir a ver hockey sobre hielo al estadio de Montreal Canadiens donde los locales recibían la visita de New York Rangers y Miguel estaba invitado. Aceptó pese a estar algo cansado por el largo viaje porque Alberto le dijo que podía dormir en el asiento trasero de la Wrangler en el camino a Montreal.

Se encontraron a las puertas del estadio. Habían venido además un hermano de «Fransuá» llamado Adrien con su esposa e hijo, que vivían a pocos minutos de allí. Amy no se despegó de Alberto toda la noche. Cuando su equipo convertía se abrazaba a él y lo besaba efusivamente. Miguel empezó a comprender para qué lado se inclinaba la balanza de los afectos de la bella Amy.

El que les proveía de aceite para la calefacción al «Rancho Grande» en el invierno era un señor bastante mayor de edad llamado Roger, que lo hacía en un robusto camión tanque, con motor nuevo y carrocería en buen estado pintado de gris y grandes letras rojas con el nombre «Roger Fuel Oil» más el número de teléfono.

Roger se había divorciado hacía muchos años cuando su único hijo tenía cinco años. Su esposa descubrió una infidelidad suya y nunca se lo perdonó. Crió a su hijo como si no tuviera padre. A pesar de que cumplió con sus obligaciones y le costeó sus estudios y vivían relativamente cerca, él casi no lo conocía. Vivió siempre con su madre que tenía una tienda de lencería fina en Albany hasta que se recibió de médico y ahora estaba ejerciendo de interno en un hospital de Toronto.

Roger vivió siempre en su propiedad donde habían vivido sus abuelos y sus padres y donde él nació y se crió, ubicada casi en el centro de la villa de Lake George. Era bastante amplia y en un tiempo tenía una buena vista del lago pero que en años recientes estaba obstaculizada por un hotel de varios pisos edificado sobre el lago con una pequeña playa privada.

La antigua casona estaba en el medio del terreno con un galpón al fondo donde Roger guardaba el camión de reparto de aceite y todas sus herramientas de trabajo. En el frente había un espacio vacío con algunas plantas recuerdo de lo que en otros tiempos había sido un jardín.

Casi al fin del invierno Roger haciendo uno de sus deliverys resbaló en el hielo bajando del camión y al caer mal se lastimó seriamente la cadera teniendo que guardar cama. Alberto que ahora hacía sólo el service de equipos de calefacción le dijo a Miguel que si quería podía ayudar a Roger en el reparto de aceite. Este le propuso generosamente compartir las ganancias mientras él estuviera desabilitado y Miguel hacía los deliveries.

Alberto les instaló un equipo de radio con el que Roger dirigía las operaciones desde su casa. Miguel se familiarizó rápidamente con el camión y la rutina. Le encantaba sentir la potencia del camión abriéndose paso en los difíciles y a veces empinados caminos de la villa y sus alrededores, cubiertos de nieve, con el viento helado soplando con fuerza, golpeándolo en la cara, agitando y quebrando las ramas secas de los árboles, el forcegeo para arrastrar la gruesa manguera desde el camión a la boca del tanque almacenador del aceite de la casa, volviendo luego al calor de la cabina del camión con la radio sintonizada en una emisora local que difundía la música que le gustaba y de tanto en tanto la voz de Roger en el parlante indicándole los clientes que hacían pedidos, sus direcciones y cómo llegar.

Esta nueva actividad, además de gustarle, le resultó bastante productiva monetariamente y todo lo recaudado fué a engrosar su cuenta de ahorros.

Finalizado el invierno Roger aún no se había recuperado y ya era el tiempo de su otra actividad, que era la jardinería, en lo que se ocupaba de marzo a noviembre, para lo cual tenía un gran trailer con implementos para hacer limpieza de terrenos, corte de grama, de árboles, etc. que también tenía pintado de gris y en ambos costados con letras rojas «Roger Landscaping» y el teléfono.

El clima primaveral invitaba a salir y disfrutar del buen tiempo, así que con mucha dificultad subió a la camioneta acoplada al trailer para enseñarle a Miguel la ruta ya establecida de jardinería para la que lo tenían contratado y lo que había que hacer en cada una de ellas.

Roger que ya había comenzado a cobrar mensualmente su Seguro Social y tenía una importante cantidad de dinero en su cuenta de ahorros, ya no tenía necesidad de seguir trabajando, además de que le hubiese sido imposible porque el estado de su cadera que no mejoraba, no se lo permitiría. Miguel pasó a ser el hijo que Roger hubiese querido tener a su lado en momentos como éste y en él volcó todos sus conocimientos y le enseñó en los meses siguientes todo lo que era necesario para ayudarlo a mantener activo sus negocios.

Habilitó una parte de la casa para que Miguel viviera allí, haciendo de enfermero acompañante cuando estaba libre y el delivery de aceite para la calefacción en invierno y la jardinería pasado el mismo, compartiendo en partes iguales las ganancias provenientes de las dos ocupaciones que Roger había iniciado y mantenido hasta entonces. Sabía que a su ex-esposa e hijo no les interesaba la casa de Lake George para vivir y que casi con seguridad la pondrían en venta, entonces ayudó a Miguel a solicitar un préstamo hipotecario para comprarla llegado el momento. Su salud se fué deteriorando rápidamente hasta que falleció un par de años después. En su testamento le dejó a Miguel el camión, los implementos de jardinería y el dinero de su cuenta de ahorros.

Ni su ex-esposa ni su hijo vinieron para el funeral y entierro que se realizó en el pequeño cementerio de Lake George. Sólo estuvieron Miguel, Alberto y unos pocos amigos. La transferencia de la propiedad se realizó sin ningún inconveniente tomando posesión Miguel luego de realizada la operación inmobiliaria.

Alberto y Amy se casaron muy enamorados, luego de un año de noviazgo y fueron a vivir al Rancho Grande. La fiesta del casamiento se realizó con gran esplendor y concurrencia de la mayoría de los comerciantes y gente importante de Lake George y de Albany, en el salón del Harbor Lights Restaurant. Como era de costumbre los asistentes a la fiesta hicieron sus regalos en efectivo reuniéndose una importante suma de dinero. Fueron a pasar su luna de miel a Europa en un paquete que incluía un tour en tren por varias ciudades pagado por el padre de la novia.

A su regreso ella siguió ayudando a su padre en el Restaurant y Alberto dedicándose sólo a la atención de los equipos de calefacción y de aire acondicionadores de los comercios de la villa. José se independizó y comenzó a trabajar por su cuenta haciendo en la villa y sus alrededores trabajos de  albañilería y plomería. En la pick-up Dodge que había sido de Ramiro a la que había completado con una caja que podía cerrar con llave, en la que cargaba todas sus herramientas y materiales, siendo una vista familiar por las calles y caminos de Lake George. Liz, su esposa, siguió encargándose de la limpieza y ordenamiento en el Restaurant, en el que gozaba de un horario elástico para poder atender a sus niños.

Ramiro volvió de México luego que sus padres fallecieran y pudo vender su casa y la carpintería. Alberto lo ayudó a alquilar con opción a compra un bungalow cerca del Rancho Grande, compró y reacondicionó otra pick-up y las herramientas necesarias para hacer su trabajo de carpintería que comenzó de inmediato. Entabló una amistad romántica con Melisa, la que al cabo de un tiempo se vino a vivir con él.

Pasaron algunos años y todo era normal, rutinario, cada uno en lo suyo. Había terminado un relativamente benigno invierno y Miguel había lavado y guardado el camión de reparto de aceite y estaba preparando los implementos de jardinería para comenzar a hacer su ronda de limpieza de terrenos y colección de ramas quebradas por el viento, que él cortaba en pequeños trozos, estacionaba un tiempo y luego vendía como leña, muy utilizada para hacer fuego en las chimeneas hogareñas y en los campamentos de los alrededores del lago.

Tenía ahora un ayudante que había conseguido en una de sus visitas a Long Island. Era un hondureño de nombre Carlos, que conoció haciendo trabajos de jardinería en la casa de Francisco. Le propuso venir a Lake George con él y éste aceptó. Se llevaban muy bien y Miguel apreciaba su energía y buena disposición para lo que fuera.

Cuando estaban acomodando el stand donde apilarían los trozos de leña, vió pasando por la vereda de enfrente a una joven mujer con un niño pequeño caminando a la par. La miró detenidamente murmurando un nombre como en un ruego: -Olga?!…

Cruzó corriendo la calle para verla mejor y sí, era ella, que lo envolvió con una mirada profunda de esos maravillosos ojos verdes y una amplia sonrisa. Miguel!… How are you? El la envolvió en sus brazos y la besó innumerables veces con mucha ternura y pasión. Luego ella agachándose le dijo al niño -Say Hi! to daddy… (Dile Hola! a papá). Miguel miró al chico de cabello rubio y ojos verdes como los de ella, se agachó emocionado casi hasta las lágrimas para abrazarlo con mucha ternura, levantarlo, mirarlo y llenarlo de besos. -Is it my son? (Es mi hijo?) -He is, his name is Mike like you… He speaks Russian and English (Sí… Y se llama Miguel como tú… Y habla ruso e inglés).

Cruzaron la calle abrazados y con el pequeño Mike tomado de la mano. Miguel le dijo que vivía allí. Lo presentó a Carlos como su amigo y ayudante. Luego de lo cual caminaron hasta el Restaurant Harbor Lights donde fueron recibidos efusivamente por «Fransuá», Amy y Liz.

Les acomodaron la mejor mesa afuera al lado de una planta que comenzaba a florecer y una fuente que vertía agua sobre una pecera de pececillos multicolores, les sirvieron café y «cheesecake» y los dejaron conversar mientras Amy se llevaba al pequeño Mike a corretear por el salón donde todavía no había clientes.

Fué una larga y emotiva charla. Ella le contó que en Moscú vivía pupila, junto a otras niñas huérfanas, desde muy pequeña en una institución religiosa. Que no conoció a sus padres y que había sido elegida junto a Katrina para participar en el programa de intercambio estudiantil por su buena conducta, aplicación a los estudios y por ser las mejores en el curso del idioma inglés que se dictaba en el colegio.

Cuando lo conoció a él ella se enamoró a primera vista y se dejó llevar por sus impulsos cuando no tenía ningún conocimiento ni experiencia sexual. Ya de regreso en el colegio la ayudaron y mantuvieron durante el embarazo, el nacimiento y los primeros años del pequeño Mike. Hubo un exhaustivo interrogatorio para saber el origen del embarazo por ser ella menor de edad, pero Olga no quiso dar detalles y mantuvo su silencio para no involucrarlo a él ni al programa de Intercambio Estudiantil.

Cuando cumplió 21 años, salió de allí con buenos conocimientos de enfermería, bastante buen manejo del inglés y una recomendación para ocuparse de ayudante de enfermera en una clínica donde trabajó para reunir el dinero necesario para viajar. Y volvió a Lake George con la esperanza de encontrarse con Miguel, para que conociera a su hijo y tal vez reanudar sus truncadas relaciones con él.

Le contó que su amiga Katrina, la que había venido con ella a Lake George por el programa de intercambio estudiantil, la de los ojos azules, se había especializado en idiomas especialmente inglés y chino, había viajado a China con el programa de Intercambio Estudiantil, ahora estaba trabajando en el consulado de Rusia en la ciudad de New York y se había puesto de novia con otro empleado de la misma.

Miguel le dijo que estaba más que feliz de que ella hubiera vuelto con su pequeño hijo, que tenían la casa donde vivirían y él un muy buen trabajo para mantenerlos. José había traído de El Salvador a un hermano que lo secundaba en sus tareas de plomería y albañilería. Ellos dos más Alberto ayudaron a Miguel a construir en el frente de la casa un amplio local donde Olga puso una guardería infantil, luego de aprobar un curso en Albany que la habilitaba a prestar ese servicio. Ramiro les regaló algunos juegos infantiles que él fabricó de madera y que instalaron en el patio.

Los inmigrantes argentinos Alberto y Miguel, la rusa Olga, el brasileño «Rafa», el mejicano Ramiro y la venezolana Melisa, los salvadoreños José y su hermano, los chilenos Gustavo y Esteban, el peruano Rigoberto, el hondureño Carlos, el guatemalteco Estuardo, más Belisario, el campeón panameño, pasaron a formar parte de una gran familia de inmigrantes en Lake George, aprendieron a apreciar y amar al lugar que les dió las oportunidades que ellos supieron aprovechar con su trabajo esforzado y honrado y con mucha pena y escondiendo en lo más profundo de su alma una gran nostalgia nunca volvieron a sus países de origen. Fin.

La Niña de los Pies Grandes – Un Cuento «Villero» ambientado en Retiro, Buenos Aires, Argentina

La Niña de los Pies Grandes – Un Cuento «Villero» ambientado en Retiro, Buenos Aires, Argentina

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Por las bocas de salida de la estación cabecera del Ferrocarril San Martin, en Retiro, la gente entra y sale constantemente, según llegan unos trenes y se van otros con su carga de pasajeros. La estación es amplia y los andenes largos.

Si uno camina hasta casi el final del mismo, mirando a su derecha verá lo que es conocido como la Villa 31. Si bien no es la más grande de la Ciudad, sí es la más emblemática, por su ubicación estratégica, junto al principal centro de transbordo de pasajeros de la Capital Federal y muy cerca de los barrios más cotizados.

Según datos de Wikipedia, «entre 1880 y 1910, llegaron a la Argentina cuatro millones de europeos, de los cuales el 60% se radicó en Buenos Aires.

«En 1931 el Gobierno decidió dar refugio a un contingente de inmigrantes polacos en unos galpones vacíos ubicados en Puerto Nuevo.

«Al año siguiente surge sobre la Avda. Costanera el primer asentamiento de viviendas precarias construídas con chapas y otros materiales.

«En 1976 el Intendente Cacciatore trató de erradicar esta llamada «villa miseria» utilizando topadoras, tras los cual, sus habitantes fueron cargados en camiones y llevados al Conjunto Habitacional de Ciudadela (Barrio «Ejército de los Andes»), que pronto colmó su capacidad.

«El hacinamiento originó violencia: un tiroteo entre la policía y bandas del asentamiento inició la vigencia de «Fuerte Apache». Pronto la zona se convirtió en una de las más peligrosas del Conurbano».

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La Villa 31 de Retiro, Buenos Aires

En la Villa 31 habitaban más de 40.000 personas. Una de éstos habitantes es una niña de 9 años a quien pusieron de apodo «Peluche», que deambulaba por las adyacencias de la estación, vistiendo harapos y descalza. Su madre, sentada por ahí con un niño en brazos pedía limosna a la gente que pasaba apresuradamente a su lado.

Un día este submundo de miseria se topó con otro totalmente diferente, de opulencia y bienestar en la persona de una señora que la vió desde su vehículo y se apiadó de ella.

Esta señora de nacionalidad venezolana, de nombre Guadalupe Marinelli, una ex Miss Venezuela, ahora ya entrada en años, estaba de visita en Buenos Aires. Era viuda de un magnate que hizo una enorme fortuna con negocios inmobiliarios en Nueva York y Miami, que junto a su hijo heredaron al fallecer el marido. Ella tomó su parte, dejó al hijo las empresas de su padre y se dedicó a viajar y a hacer obras de beneficiencia.

Quiso el destino que pasando con su auto por Retiro, viera a la pequeña sentada en la acera. Hizo detener el vehículo, se bajó y habló con ella. Luego la tomó de la mano y subieron al coche. Ya de regreso a su lujosa suite de un gran hotel, a escasas cuatro cuadras de donde la recogió, en el mismo barrio de Retiro, pero ya con el nombre Puerto Madero, dió órdenes a su personal para que la asearan y vistieran decorosamente, sin estridencias. Costó un poco encontrarle zapatos por el tamaño y la forma de sus pies. Pero un par de horas después ya estaban las dos almorzando.

La señora le hizo muchas preguntas a las que «Peluche» contestaba con inteligencia y claridad. Le contó que por un tiempo había estado yendo a una escuelita que un buen sacerdote al que conocían como el Padre Mugica había establecido como parte de la Parroquia «Cristo Obrero» que él fundó en la villa. La misma dejó de funcionar cuando «el Padre» fué asesinado. La dama se conmovió y le preguntó si la podría llevar hasta el lugar.

Así fué que al día siguiente la señora Marinelli, disfrazada con la ropa de la mucama y con un pañuelo que le envolvía la cabeza, tomaron un taxi que las dejó en la entrada de la villa y se dirigieron caminando hasta la Parroquia. El lugar estaba semiabandonado. Una voluntaria llamada Carmen Fernández mantenía el lugar como podía. Hablaron las dos mujeres un rato largo yendo luego a lo que fué la oficina.

Carmen encontró los datos que la señora le pedía: Personería Jurídica y Cuenta Bancaria de la Parroquia, que estaba en cero pero activa todavía.

La señora Guadalupe Marinelli le entregó a Carmen una de sus tarjetas con su teléfono y dirección particular y le dijo que le depositaría cinco mil dólares todos los meses para que reabriera y pusiera a funcionar nuevamente la escuelita y que la mantuviera al tanto de todo lo que ocurría. Tras lo cual se despidieron. Carmen prometió que así lo haría, agradeció efusivamente su promesa de ayuda con lágrimas en los ojos y un abrazo interminable.

Pasaron luego por el espacio que ocupaban “Peluche”, su madre y su hermanito. Tomó nota mental de que mandaría a instalar allí una cocina con garrafa, una ducha y cama con colchón.

La niña de los pies grandes, «Peluche», la acompañó luego hasta el taxi, se abrazaron, la señora estrechó la cabecita de ella contra su pecho murmurando. –Que Dios te bendiga, chica. Cuídate mucho. Adiós.

Carmen Fernandez había sido una chica normal con planes indefinidos sobre su futuro, que vivía con sus padres en Caseros muy cerca de la Villa El Mercado, un sector de cuatro a seis manzanas pobladas por precarias casillas, vecino al viejo Mercado Frutihortícola,  que había sido destinado por la Municipalidad de Tres de Febrero para una parquización que nunca se pudo concretar.

Un acontecimiento policial de gran resonancia ocurrió en la vecindad que influyó definitivamente en el curso de su vida.

Un grupo de tres jóvenes de la Villa El Mercado intentó asaltar a dos parejas que regresaban tarde en la noche a sus hogares muy cerca de la Villa. Los dos hombres eran primos y sus novias eran chicas del barrio. Venían de celebrar su graduación de la Escuela de Policía. Al verse amenazados se identificaron, desenfundaron sus armas y se desató una intensa balacera en la que dos de los asaltantes murieron en el lugar y un tercero se arrastró moribundo hasta casi frente a la casa de Carmen. Los policías también resultaron heridos, uno de ellos de gravedad.

Carmen asistió a los funerales de los muertos de la Villa a los que conocía desde la infancia. Se conmovió ante el dolor de las madres por la pérdida de sus hijos. Sintió la necesidad imperiosa de buscar alguna forma de ayudarlos. De a poco fué acercándose e interiorizándose de lo que ocurría en la vida diaria de los habitantes de la villa para ver de qué forma podría ayudar.

Confió sus inquietudes al Padre Francisco que era párroco de la Capilla de Villa Pineral. Este tenía conocimiento de un sacerdote de activa militancia social a favor de los habitantes de las villas y decidió invitarlo a una reunión en la que participarían además los representantes de la notoria villa Carlos Gardel y del asentamiento «Fuerte Apache».

Este sacerdote era el Padre Carlos Mugica, uno de los siete hijos de Adolfo Mugica fundador del Partido Demócrata Nacional, por el cual fué diputado y luego Ministro de Relaciones Exteriores del Gobierno del presidente Arturo Frondizi y de Carmen Echagüe, hija de terratenientes adinerados de Buenos Aires, que por sus esfuerzos y logros a favor de los pobres, estaba empezando a ser reconocido.

La reunión se realizó en la Capilla ubicada frente a la Plaza Pineral. Se trataron diversos temas relativos al mejoramiento de la calidad de vida y educación de los habitantes de los asentamientos de emergencia.

El Padre Mugica habló con entusiasmo y elocuencia de lo que ya había conseguido en lo que entonces se conocía como la Villa del Puerto donde había creado la Parroquia Cristo Obrero que se complementó con la fundación de una escuelita para niños y un taller de Artes y Oficios para adultos.

Una vez finalizada la reunión Carmen habló largamente con una directora de escuelas jubilada a quien llamaban la señora Mercedes, que era parte del grupo que acompañaba al Padre Mugica y estaba a cargo de la organización de la escuelita de la Parroquia Cristo Obrero. Allí Carmen decidió su destino; iba a dedicar su vida a este proyecto. Habló largamente con sus padres que con mucha pena y viendo que no la podrían convencer accedieron a sus deseos.

Pocos días después apareció en la puerta de su casa el Renault 4 azul del Padre Mugica y se fué con ellos. Acomodó sus pocas pertenencias en una habitación que le fué asignada en los fondos de la Parroquia. Por su experiencia y conocimientos adquiridos en la villa El Mercado se convirtió rápidamente en el brazo derecho de la Sra. Mercedes, que además de supervisar la escuelita estaba a cargo de la Contaduría y Finanzas.

Entre las múltiples actividades a las que se abocó Carmen estaba la de ir a los supermercados de la zona a recoger lo que éstos aportaban para el mantenimiento del comedor escolar y a depositar en el Banco las donaciones en efectivo y cheques que hubiere.

La escuelita comenzó a funcionar con alrededor de una docena de niños, al principio con la Sra. Mercedes como única docente. Al poco tiempo llegó una joven maestra voluntaria, Amalia, que fué a compartir la habitación con Carmen y que se hizo cargo del aula.

Una vecina llamada Liliana ó «Lilly» manejaba la cocina y la confección de pan casero y «chipás» en un gran horno de barro que había construído su marido, un joven paraguayo, de nombre Rubén, albañil en ocasiones y asociado con algunos personajes de mala fama en la villa. Ella era hija de un matrimonio polaco, católicos muy estrictos de la ciudad de Apóstoles en Misiones. Los padres de Lilly desaprobaron vehementemente su relación con este muchacho que había venido con un grupo de obreros de la construcción a realizar obras viales en el pueblo y cuando ella quedó embarazada la echaron de la casa.

Vinieron a parar a la Villa de Retiro por algunos conocidos de Rubén que los ayudaron a construir su precaria vivienda donde nació una niña a la que bautizaron Antonia que ahora tenía la misma edad que «Peluche», de la que se hizo muy amiga desde pequeñas. Aunque ahora convergían en este punto de sus vidas, tenían una formación y manera de ser muy diferentes. La madre de una, educada y trabajadora le inculcó desde su más temprana edad hábitos saludables; por el contrario la otra aunque inteligente y astuta, se crió en la calle y nunca tuvo acceso a una buena educación ni a esos buenos principios.

El Padre Mugica se vinculó activamente a las luchas populares a través del movimiento de Sacerdotes Tercermundistas recibiendo en el apogeo de sus actividades, críticas y amenazas de muerte que se concretaron una noche en Villa Luro, cuando fué ametrallado en la puerta de la iglesia de San Francisco Solano, tras celebrar una misa.

El asesinato pudo haber sido perpetrado por la Triple A, pero también por Montoneros. Nunca se aclaró totalmente quiénes lo mataron aunque la justicia señaló a  Rodolfo Eduardo Almirón,  jefe operativo de AAA (Alianza Anticomunista Argentina), como el autor material del asesinato.

La noticia de la muerte de su párroco causó gran conmoción y la interrupción inmediata de casi todos los proyectos y actividades en la Parroquia Cristo Obrero.

La Sra. Mercedes sufrió un paro cardíaco al recibir la noticia y se encontraba internada en un hospital. Carmen seguía haciendo la ronda de los supermercados, tratando de mantener funcionando a la escuelita, pero las donaciones tanto de comestibles como de dinero  fueron mermando paulatinamente hasta que cesaron por completo.

Lilly siguió produciendo pan casero y «chipás» que ella y su hija Antonia vendían en las aceras de la estación.

El fallecimiento de la Sra. Mercedes poco tiempo después de la muerte del Padre Mugica y la suspensión de todas las actividades en la escuelita, sumó a «Peluche» en una profunda depresión. Pasaba muchas horas del día sentada, descalza y harapienta en las inmediaciones de la estación. Ahí fue donde la señora venezolana la vió y comenzó así la etapa de recuperación de ella y de la escuelita.

Rubén, su padre, organizó una banda que se dedicaba a robar a repartidores de bebidas y comestibles. Traían al vehículo robado al medio de la villa más cercana, donde era vaciado por la gente, luego lo llevaban a un desarmadero clandestino donde lo vendían para partes.

La Policía Federal Argentina, mediante un paciente trabajo de inteligencia y con la colaboración de una importante fábrica de chacinados que fué asaltada y había perdido ya dos camiones, logró identificar a la banda y su manera de actuar. Así fue que les tendió una trampa. Uno de los camiones de la empresa sirvió de señuelo. En lugar de chacinados iba cargada con un grupo de tropa de élite de la Policía Federal, que terminó con la banda en medio de una lluvia de balas donde cayeron muertos todos sus integrantes.

Lilly y Antonia no sufrieron mucho por la pérdida ya que Rubén tenía mal carácter y las maltrataba con frecuencia. Sus productos de panadería ahora se vendían totalmente, y un día recibió una propuesta inesperada. Un hombre que trabajaba en una panadería de Retiro y era un comprador habitual, le propuso que formaran pareja y se fueran a vivir con él a Moreno, donde estaba construyendo una casita y quería instalar una panadería. El hombre y la propuesta les cayó bien y ambas se fueron con él a su nuevo hogar.

Al mismo tiempo que llegaba la ayuda monetaria de la señora venezolana la Arquidiócesis nombró un nuevo Párroco en reemplazo del Padre Mugica.

El nuevo Párroco vino acompañado por voluntarios de la Juventud Obrera Católica, ex-alumnos de la Universidad Salesiana del Trabajo de Almagro, que tomaron las riendas de los proyectos que habían quedado truncos con la muerte del Padre Mugica.

Uno de ellos de nombre Andrés, que era mecánico de profesión, se encargó del taller de Artes y Oficios haciendo además de chofer manejando el Renault 4 azul, el auto de la Parroquia. Se estableció una casi inmediata amistad y luego formaron pareja con Carmen y se quedó a vivir en la villa. «Peluche» y su madre hacían la limpieza de la Iglesia, la escuelita y el Taller.

Un día se apareció por la Parroquia la Sra. Marinelli. La recibieron con gran alegría y la agasajaron efusivamente. Ella quiso saber si les hacía falta algo en que ella pudiera contribuir.

Oscar, primo de Andrés, quería armar un taller de carpintería y le contó a la señora que él conocía un lugar en el que había trabajado como aprendiz que estaba cerrado hacía tiempo y en el que había máquinas que él y Andrés podrían restaurar y utilizar para la enseñanza del oficio de carpintería en la villa.

Lo fueron a ver y consiguieron comprar las máquinas casi a precio de donación. Otro ex-alumno del Colegio Pio IX se encargó del transporte de las mismas en uno de sus camiones y con sus empleados.

Armaron el taller rápidamente para que la Sra. Marinelli lo pudiera ver funcionando antes de partir. Media docena de muchachos comenzaron a tomar clases de inmediato. El propietario de los camiones les prestó uno de los más viejos, que Andrés reparó para usarlo en el transporte de la madera que utilizaban para la fabricación de los muebles y tablones que eran adquiridos por los habitantes de la villa y vecinos de los alrededores.

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La Carpintería de la Villa

Por varios años todo se desarrollaba normalmente hasta que terminó la bonanza con la llegada de los narcotraficantes y empezó a correr la droga y la lucha por el control del negocio de la distribución y venta de la misma que habitualmente se resolvía con mortal violencia.

La Parroquia y los talleres fueron por un tiempo los bastiones de la resistencia que terminó cuando Oscar y algunos voluntarios fueron acribillados a balazos por sicarios dentro de la carpintería.

El taller permaneció abierto por un tiempo pero como nadie concurría por el temor originado por las muertes del maestro y sus ayudantes, lo cerraron. En una de las paredes se erigió un altar con las fotos de los mártires y grandes crespones negros.

También empezaron a ocurrir casos de secuestro de mujeres jóvenes a las que obligaban a prostituirse y enviaban a distintos lugares del país y de países limítrofes. Se supone que «Peluche», la Chica de los Pies Grandes, fué una de ellas, porque un día desapareció de los lugares que frecuentaba y nunca más la volvieron a ver. Algunos creían que se la llevó consigo la Sra. Marinelli.

La villa se convirtió en un lugar muy peligroso. Los pocos voluntarios que aún quedaban ante el agravamiento y lo irreversible de la situación se fueron alejando poco a poco hasta no quedar ninguno.

Cuando Carmen fué al velatorio de su padre en Caseros, le comentó a su madre la situación por la que estaban atravesando y ésta le pidió con lágrimas en los ojos que volviera a casa. Así lo hizo y volvió con Andrés y el pequeño hijo de ambos.

Construyeron un galpón en el fondo donde Andrés puso un taller mecánico y Carmen se dedicó a atender la casa, a su mamá cuya salud era muy precaria y a su hijo.

La villa para ese tiempo se había convertido en un campo de batalla donde se dirimía a tiros la predominancia y el dominio territorial de las «mafias» y en el que ninguna autoridad se atrevía a intervenir. Ni ambulancias, ni bomberos podían acceder a la misma y los muertos eran arrojados a los costados de las carreteras y en los baldíos del conurbano.

Las familias de Liliana y Carmen mantuvieron la amistad iniciada en la Villa y se visitaban con frecuencia. La panadería de Moreno a la que llamaron «Lily» era conocida como la que producía el mejor «chipá» de la zona y en general todos sus productos panificados eran de gran aceptación.

Cuando falleció  la madre de Carmen vendieron la casa de Villa Pineral y se mudaron a Moreno donde edificaron una casa en el fondo y un gran galpón al frente donde Andrés atendía y reparaba camiones y colectivos.

Mantenían el recuerdo y la esperanza de volver a ver a «Peluche», la Niña de los Pies Grandes, algún día sana y salva, cosa que nunca ocurrió.  FIN.

La Concepción de Marco Antonio – Relato ambientado en Corrientes

La Concepción de Marco Antonio – Relato ambientado en Corrientes

 

Por Don Juan de Vera (@damianbarrios)

 

Marco Antonio nació muy cerca de la Plaza Libertad en la ciudad capital de la provincia de Corrientes un dia de abril de 1935.

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Plaza Libertad. Estación de «El Económico» al fondo

En uno de los lados de la Plaza, corre la calle Ayacucho, en ese entonces la principal arteria de la ciudad, por donde circulaba un  vehículo de transporte público que comenzaba su recorrido en el puerto pasando por el Mercado, continuando su recorrido paralelo a la muy comercial calle Junin, con parada en la Plaza Libertad frente mismo al Cine Itatí, pasando por el Lawn Tennis Club y terminando en los portones del Hipódromo. Más allá sólo hay montes de espinillos, palmeras, palos borrachos, «ñangapiryes» y unas pocas casas habitadas. También están esparcidos en las cercanías  la Escuela 30, la Comisaría Quinta, un Hospital Regional, un cuartel de la Gendarmería Nacional y un Recreo Bailable llamado “El Descanso”.

Paralela a Ayacucho corre la calle San Martín donde se ubica la estación terminal de El Económico, un trencito de trocha angosta, que une San Luís del Palmar con un Ingenio Azucarero y termina en la ciudad de Corrientes. Para 1911 se extendió la línea hasta Caá Catí (Estación General Paz) y un ramal desde Lomas de Vallejos a Mburucuyá, totalizando 208 Km de vías que atraviesan campos sembrados de arroz, naranjales, lagunas, esteros y varios pequeños poblados en donde paraba, recogía o entregaba mercadería y pasajeros.

La abuela de Marco Antonio, que se llamaba Catalina, era de Gral. Paz, donde su familia poseía una chacra de naranjas y otras frutas del lugar que nadie parecía querer cosechar. Todos los hombres habían abandonado el pueblo yéndose a las ciudades en busca de mejores horizontes.

Ella tuvo un romance con un joven lugareño y quedó embarazada. Anduvo rodando tras el que ella creía que era el hombre de su destino. Pero un día ya muy próxima a dar a luz él desapareció de los lugares que frecuentaba y no lo vió más. Un hermano le  contó que se había marchado a la ciudad. Reunió como pudo el dinero para el pasaje y se fué tras él. En el viaje dió a luz casi llegando a la estación de un pueblito llamado Santa Ana a una niña a la que llamó Maria Luisa.

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«El Económico» en la estación de Santa Ana

Al llegar a la ciudad de Corrientes consiguió albergue frente a la estación en una especie de  Hotel Alojamiento, una casa grande con varias habitaciones y un amplio comedor, regenteada por una parienta lejana llamada Irma Baez, que la aceptó a condición de que la ayudara con la limpieza y atención del lugar.

Al cabo de un tiempo uno de los pasajeros que la conocía le contó que había visto al padre de su hija en un viaje que hizo a la ciudad de Rosario. Al parecer trabajaba de maletero en la estación terminal de ómnibus. Su primer impulso fué ir en su busca, pero no tenía el dinero necesario para el viaje. Casi al mismo tiempo conoció a un par de muchachos que vivían a la vuelta por la calle Velez Sársfield, que traían pescado los Domingos a la noche para consumir en el hotel. Ella se sintió atraída por uno de ellos llamado Juan que luego de un tiempo le propuso que se mudara con ellos dos que ahora vivían solos tras el reciente fallecimiento de su madre.

Así lo hizo y luego de algunos años tuvieron dos niñas, a las que llamaron Isabel y Mariela, dos y cuatro años menor que María Luisa y que pasaban la mayor parte de su tiempo en el Hotel cuando no tenían que ir a la escuela.

La «tía Irma» tenía la costumbre de poner fuerte la radio y cantar los temas que transmitían por la emisora mientras realizaba sus tareas.

Isabel en sus ratos libres y cuando ayudaba en los quehaceres a la tía también escuchaba, memorizaba la letra de las canciones y las cantaba al mismo tiempo con voz clara y vibrante.

Mariela, la menor de las tres, era una excelente alumna, sacaba muy buenas notas en la escuela 30 a la que concurría y quería ser maestra.

Ya adolescentes, María Luisa, la mayor, consiguió ubicarse de niñera en la casa de unos señores de mucho poder y dinero que habitaban una mansión sobre la Costanera frente al río, donde la utilizaban para todo servicio y le pagaban una miseria.

Solamente había un destello de felicidad para ella cuando podía ver o hablar a escondidas de su madre con un muchacho de la vecindad llamado Antonio. El era un estudiante en la Escuela de Comercio, hijo del dueño de un corralón de venta de carbón, papas y leña, cuyo local estaba a la vuelta de la esquina, por la calle Ayacucho. Ayudaba a su padre en el negocio con la contaduría y a veces en la entrega de pedidos, en un carro tirado por un caballo.

En su tiempo libre pasaba silbando fuerte en bicicleta por delante de la casa de María Luisa. Cuando lo oía ella tomaba un par de tachos y se dirigía corriendo a la Plaza donde había un caño de agua potable que abastecía a los vecinos, para traer agua, pero más que nada para encontrarse con él. Allí conversaban entre alguna que otra caricia de manos y besitos en la mejilla.

Doña Cata como la llamaban algunos, pese a que todavía no pasaba de los “treinta y pico”,  tenia una vecina llamada Florenciana, la que tenía una hija de la misma edad que Maria Luisa llamada Clotilde, la que pese a haber compartido su niñez y ahora adolescencia con María Luisa, nunca se llevaron bien.

Fué Clotilde la que le contó a Doña Cata que había visto a Maria Luisa en el caño de agua de la Plaza muy acaramelada con el tal Antonio. Esta se puso furiosa y les prohibió que se vieran más. Lo cual ellos no cumplieron por la rebeldía propia de su edad y por el amor incipiente que se profesaban.

Un dia Clotilde vino corriendo a avisarle a Doña Cata que Maria Luisa contrariando la prohibición que ella les había impuesto, estaba viéndose con el muchacho en el caño de agua de la Plaza. El resultado fue una brutal paliza que mandó a María Luisa al hospital.

Antonio fué a visitarla. Cuando la vió tan lastimada retornó a su casa enfurecido y tomando la pistola que su padre guardaba en un armario fué a buscar a la agresora de su amada que cuando lo vió venir pudo escapar corriendo, metiéndose en el rancho y cerrando la puerta. Luego de un tiempo la muchacha se recuperó aunque le quedaron las marcas de aquella paliza.

Juan y «Zeppi», que era el apodo de su hermano Cipriano, continuaban dedicando todo el día Domingo desde muy temprano hasta el atardecer y a veces hasta entrada la noche a la pesca junto a su primo Rafael que vivía en la costa del río y poseía canoas.

pescadores

La madre de Rafael tenía un kiosko de venta de vino en damajuanas, carbón y leña que era frecuentado por los isleños que habitaban precarias viviendas al otro lado del río y a los que también servía Rafael llevando y entregando mercadería en sus canoas.

La razón por la cual estas viviendas eran muy humildes e improvisadas era que de tanto en tanto en alguna crecida el rio se las llevaba, luego de lo cual ellos volvían a levantarlas con lo que podían recuperar.

En una ocasión vinieron a hospedarse en el Hotel Alojamiento de la «tía Irma» frente a la estación del Económico, unos músicos que venían de San Luis del Palmar, que al escuchar cantar a Isabel quedaron gratamente impresionados por su voz y su manera de cantar.

Se juntaban todas las tardes a practicar bajo un enorme árbol en la casa de Doña Cata y a enseñarle a Isabel cómo cantar acompañada por ellos. Le habían propuesto a la madre que ella pasara a formar parte del grupo. Isabel sólo tenía 16 años, aunque aparentaba más. Al mismo tiempo uno de ellos de nombre Dalmacio comenzó a cortejarla. A Isabel le gustaba cantar y también le gustaba Dalmacio.

El grupo musical lo formaban el padre, Don Rolando Benítez, dos de sus cuatro hijos, Ramón y Luis y un sobrino, el llamado Dalmacio, todos muy educados y de buena presencia.

Eran hacendados de San Luis del Palmar, con un buen pasar donde la música ocupó siempre un lugar predominante en la familia desde que el abuelo materno que fué maestro de música y tuvo un negocio en la Ciudad de Corrientes con venta de instrumentos musicales y todo lo que pudiera necesitar un músico les enseñara no solamente a tocar sino también a querer y a practicar la música litoraleña.

Todos en el grupo podían tocar cualquiera de los instrumentos del cuarteto, pero ninguno se animaba a cantar, así que Isabel vino a llenar ese espacio vacío. A Don Rolando se le ocurrió que podían armar un lugar para actuar en el gran comedor del Hotel. Irma los dejó organizarse y un Sábado sin mucha propaganda se presentaron como «Los Sanluiseños» con su vocalista: Isabelita, «La nueva voz del Litoral».

El público esa noche consistió mayormente de gente de la vecindad y un par de periodistas locales, que se encargaron de divulgar las bondades del Conjunto. La consumición de empanadas, sandwiches, bebidas y refrescos fué suficiente para justificar la iniciativa, que se prolongó por un tiempo.

En cada presentación el público era cada vez más numeroso y entusiasta. Isabelita era muy aplaudida, ganando confianza y superándose en cada actuación. Comenzaron a llegar las invitaciones para actuar en programas de radio y en grandes salones de baile de la ciudad, llevando numeroso público a todas sus presentaciones.

Los cinco se llevaban muy bien y repartían las ganancias equitativamente lo cual sirvió para convencer a Doña Cata de la conveniencia de permitir que su hija se uniera al grupo.

Dalmacio era el más desenvuelto y además de tocar muy bien la guitarra, era el presentador, animador y el que recitaba los versos de algunas de las canciones del repertorio del conjunto.

Cuando el romance entre él e Isabelita ya era ya muy visible y tórrido, pidió su mano y se convirtió en su novio oficial.

Comenzó a hacerse sentir la fatiga por tantos compromisos y actuaciones continuadas y decidieron volver a su pueblo. Vendrían a la ciudad cuando fuera necesario, a cumplir  contratos pre-establecidos más los que consiguiera su representante y nada más.

Unos días antes de partir Isabel y Dalmacio con el consentimiento de Doña Cata, se casaron en la Capilla de Santa Rosa de Lima de la avenida 3 de Abril que se colmó de gente para la sencilla ceremonia por la popularidad de Isabel y del Cuarteto.

El día de la partida improvisaron una actuación final en la Plaza Libertad que estuvo muy concurrida.

Alberto, propietario de un taller de reparaciones de radios y otros artefactos del hogar frente a la Plaza, les facilitó los parlantes que él utilizaba para hacer propaganda por el barrio.

Los músicos tocaron lo mejor de su repertorio hasta que el trencito con su silbato les anunció la inminencia de la partida. Guardaron sus instrumentos y entre abrazos y «sapucais» del público subieron al tren.

Muchos jóvenes entusiastas los acompañaron corriendo a la par del trencito, que marchaba a media máquina, desde el andén de la estación hasta pasando el Puente Liberal y el Lawn Tennis Club, para luego regularizar su marcha lanzando al aire su estridente silbato perdiéndose de a poco en la distancia.

Doña Cata empezó a concurrir al hipódromo donde casi siempre terminaba perdiendo buena parte del salario que Juan y Zeppi traían a la casa. Llevaba a María Luisa que acababa de cumplir 18 años y se sentía halagada cuando los hombres la felicitaban por la belleza y gracia juvenil de su hija. Ya algunos la saludaban con un «–¿Cómo le va?… mi querida suegra!»

Uno de esos Domingos conoció a Marco Marola, un contratista de obras también aficionado a las carreras de caballos, que ganó bastante dinero apostando ese día con los datos que le proporcionaban sus amigos del ambiente turfistico local. Lo festejó en el Restaurant del hipódromo y convidó a Catalina a quien vió acongojada por las pérdidas sufridas y a su hija Maria Luisa. Le gustó la muchachita y aprovechó la situación para cortejarla.

Marco era un italiano bien parecido, alto, de rojizo cabello ensortijado y penetrantes ojos verdes. Tras la última carrera compró un matambre entero en el restaurante, un par de botellas de vino, una bolsita de hielo y las llevó a ambas hasta la casa en su camioneta. Comieron y bebieron hasta que el vino comenzó a surtir efecto. Doña Cata tras mucho beber se quedó dormida con la cabeza sobre los brazos apoyados en la mesa.

Maria Luisa que nunca había bebido, no podía contener la risa. Se reía de todo lo que hacía y decía Marco. Este comenzó a abrazarla y ponerle en la boca vasos de vino fresco con rodajas de limón, hasta quedar ella sin voluntad de ofrecer ninguna resistencia a sus avances. Ardientes besos en las manos, brazos, cuello y en la boca. La muchacha empezó a sentirse de pronto mujer y en el ardor de la pasión a gozar de las sabias caricias del hombre que la tenía a su merced.

El la sentó en el borde de la cama y lentamente, saboreando cada momento comenzó a quitarle la ropa y a besar cada una de las partes que iba descubriendo. Luego sacándose la suya se acostó sobre ella que ya estaba semidormida boca arriba y con las piernas abiertas.

El la poseyó cuántas veces quiso y por donde quiso, mientras ella completamente sometida murmuraba bajito el nombre de Antonio entre quejidos de dolor y de placer. Antes de retirarse la tapó con una sábana, se subió a su camioneta y se marchó.

Doña Cata despertó súbitamente con deseos de vomitar, se dirigió corriendo a una parte del patio que era de tierra y lo hizo. Luego regresó y vió a su hija durmiendo desnuda en la cama. Intuyó lo que había sucedido y no sabía si enojarse o celebrarlo ya que Marco le agradaba y si prosperaba algún tipo de romance, indudablemente esto mejoraría su situación económica.

Juan y Zeppi regresaron más tarde y más borrachos que de costumbre.

Zeppi se fué tambaleando hasta el fondo donde abrió su catre de lona plegable y se durmió de inmediato. Juan se tuvo que aguantar la andanada de improperios de Doña Cata, porque volvieron borrachos y porque no habían traído ningún pescado que al parecer dejaron olvidado en la casa del primo, tras lo cual lo echaron afuera y le cerraron la puerta.

Se acomodó entonces junto a su hermano en el catre y durmieron hasta que el sol dándole en la cara los despertó. Tomaron un par de mates cada uno y se fueron a trabajar. El dueño de la fidelería donde trabajaban sabía que los lunes ellos llegaban siempre tarde, asi que ya no perdía tiempo reprochándolos. Simplemente les descontaba del sueldo a ambos.

Maria Luisa fué a su esclavizante trabajo de mucama, mandadera y niñera. Cuando se presentaba la ocasión durante el día comía algún bocado que había quedado de sobra en la mesa o en la cocina y que los patrones destinaban a la basura.

Tenía una idea vaga de lo que le había ocurrido el día anterior. Estaba mareada y sentía que algo había diferente en las partes más íntimas de su cuerpo que la tenía incómoda e inquieta. Además estaba dominada por un sentimiento de vergüenza y de culpabilidad y sentía una voz interior que parecía gritarle a su conciencia que había traicionado a su querido Antonio.

Temía encontrarlo en el camino de regreso a su casa en la noche, porque no sabría como contarle lo que le había ocurrido el día anterior, así que lo hizo por una calle diferente a la que acostumbraba a utilizar.

Al cruzar la Plaza Cabral se sentó en un banco, puso su rostro entre las manos y comenzó a sollozar. Pasaron varios minutos y de pronto sintió que le hablaban. Era un hombre que paseaba un perrito  que al verla llorando tan desconsoladamente se detuvo a preguntarle qué le pasaba.

Ella se levantó como para irse pero se enredó con la correa del perro y a punto de caer alcanzó a sostenerse en los brazos del hombre que trataba de calmarla con voz serena y pausada. Se acurrucó entre sus brazos y le contó lo que le pasaba y de su temor de regresar a casa donde seguramente su madre la castigaría severamente. El le dijo que se llamaba Giorgio Palmieri y tenía una hija de su edad y que podía, si quería, pasar la noche en su casa distante sólo un par de cuadras de allí.

Era una casa antigua pero muy bien conservada con un jardín florido en el frente; acomodaron un sofá cerca de la cama de la hija del señor Palmieri que se llamaba Roxana. Esta le prestó ropas para que se pudiera bañar y cambiarse y ambas conversaron un largo rato antes de dormirse, con ¨Peluche¨, el perrito de Roxana durmiendo en una alfombra entre ambas.

Esta le comentó que acababa de cumplir los 18 años, que estaba de novia con un muchacho de Resistencia que se llamaba Francisco y que pensaban casarse apenas él concluyera sus estudios en la Escuela para Maestros, lo cual ocurriría en un par de meses. El ya tenía asegurado un puesto de trabajo en Corrientes y vivirían al principio en la casa paterna. María Luisa le contó que su pretendiente-novio también se recibiría de la Escuela de Comercio para esa fecha.

Se levantaron tarde y María Luisa fué corriendo a su lugar de trabajo para encontrarse con la señora de la casa furiosa por la tardanza que la despidió sin miramientos y sin ninguna promesa de pagarle nada.

Era la gota que colmaba el vaso de sus amarguras. Desesperada cruzó la Avda. Costanera con toda la intención de tirarse al río y terminar con su desgraciada existencia de una vez.

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Costanera de la ciudad de Corrientes

En esa parte de la costa había una playa y para encontrar aguas profundas tendría que caminar un par de largas cuadras.

De pronto de unos árboles cercanos surgió el estridente trinar de algunos coloridos pájaros. Se detuvo a mirarlos y a escuchar. Ellos parecieron enterarse de que tenían audiencia y redoblaron la intensidad de sus gorgeos.

Maria Luisa aspiró profundamente la fresca brisa que venía del ancho río, observó el magnífico panorama que tenía ante su vista y el revoloteo y canto de los pájaros que parecían querer decirle: ¡Vamos! …que la vida es linda y vale la pena vivir!…

Desechando la idea del suicidio volvió apresuradamente a la casa de Roxana y desayunaron juntas. Luego fueron hasta el lugar de trabajo de su padre, que era dueño de una zapatería  y tenía un bien ubicado local en la céntrica y muy transitada calle Junin.

El las vió llegar y las recibió con una amplia sonrisa y un abrazo. Luego de escuchar lo del despido le dijo a Maria Luisa: –No te preocupes. Puedes trabajar aquí si quieres. Ya nos arreglaremos. Pero primero tenemos que ir a hablar con tu madre.

Concluída la jornada, donde el Sr. Palmieri había comenzado a enseñarle a María Luisa lo que había que hacer, cerraron el local, cenaron lo que su hija Roxana había preparado y los tres subieron al automóvil que estaba en el garage rumbo a la casa de Doña Cata.

Esta al ver llegar a su hija en auto y acompañada disimuló su enojo y escuchó con atención la propuesta del hombre.

María Luisa trabajaría en la zapatería y viviría en su casa haciéndole compañía a su hija. Vendría a visitar a su madre cuando quisiera y le traería parte de sus ganancias para ayudarla con el mantenimiento de la casa. Doña Cata puso algunas condiciones y al final aceptó la propuesta.

Cuando salían María Luisa alcanzó a ver casi en las sombras la silueta de una bicicleta y un muchacho al que reconoció a pesar de la oscuridad. El corazón le dió un brinco y tuvo que hacer un esfuerzo para no correr a su lado.

Subieron al auto y tomaron por la calle Ayacucho hacia el centro con la bicicleta siguiéndolos de cerca.

El Sr. Palmieri lo notó y al llegar a su casa estacionó el vehículo y se acercó al ciclista que estaba ya en su vereda. Le preguntó quién era y cual era el motivo de su seguimiento. Las chicas se acercaron para escuchar la conversación y alcanzaron a oír que Antonio con voz clara y firme le decía al Sr. Palmieri que él era el pretendiente de María Luisa y que por no haberla visto en los días pasados necesitaba hablar con ella para saber qué estaba pasando.

El Sr. Palmieri comprendió de inmediato la situación, invitó al muchacho a pasar y ya sentados en el jardín trasero de la casa mientras tomaban un refresco lo escuchó atentamente.

El le dijo que hacía tiempo que pensaba pedirle la mano de María Luisa a su madre, doña Cata, pero que no lo había hecho todavía porque no había buena relación entre ambos y temía que ella lo rechazara. Le contó que había construído una vivienda dentro del terreno donde su padre tenía el negocio para vivir allí con María Luisa una vez casados. El terreno era muy grande; el frente que daba a la calle Ayacucho tenía más de 80 metros de largo y se extendía hacia el fondo hasta la calle San Martín.

El le propuso a su padre dividirlo y vender una parte para comprar un camión usado. Así lo hicieron y entre él y dos primos que tenían un taller mecánico lo pusieron a punto para usarlo en el reparto en lugar del carro y el caballo.

A los productos que podían distribuir le agregaron jabones y aceites al por mayor junto a los ya establecidos de papas, ajo, cebollas, carbón y leña.

Con el camión funcionando emplearon a un peón para la carga y descarga de los productos que comerciaban y todo parecía marchar sobre rieles.

Con el apoyo del Sr. Palmieri consiguieron convencer a Doña Cata que aceptara sus relaciones y esto multiplicó el entusiasmo y empeño de Antonio en el desarrollo y progreso del negocio y en sus atenciones hacia la mujer que amaba.

Roxana y Francisco fijaron fecha de bodas y el Sr. Palmieri les propuso a María Luisa y Antonio celebrar una doble boda. El les saldría de padrino y correría con los gastos de la fiesta. El padre de Antonio les regalaría los muebles del dormitorio. Finalmente todo fué aceptado y se realizó de acuerdo a lo planeado.

María Luisa tomó las riendas del hogar y además de sus tareas en la casa ayudaba eficientemente en el negocio. El padre de Antonio se iba retirando paulatinamente del manejo de la empresa que ya era administrado en su totalidad por su hijo y vivía en una casa quinta cerca del río en Molina Punta.

Mariela se recibió de maestra y daba clases en la Escuela 30. Estuvo de novia varios meses con un colega con el que se casó y fueron a vivir a la casa de la calle Velez Sarsfield, ampliada, junto a Doña Cata.

Antonio estaba tan atareado y era tan feliz que nunca tuvo tiempo, ni ganas, de preguntarse porqué su primogénito, Marco Antonio, nació tan pronto y tenía ojos verdes y el pelo rojizo y ensortijado. Y le pareció razonable lo que oyó por ahí de que eso ocurría a veces con los sietemesinos.

Pero había una persona a la que Doña Cata le había comentado lo ocurrido aquel Domingo cuando Marco Marola las trajo en su camioneta desde el Hipódromo y que ahora tenía la certeza de saber de quién era el hijo de Maria Luisa. Esta persona era Doña Florenciana que a su vez se lo contó a su hija Clotilde.

Clotilde siempre tuvo celos y envidia de la popularidad y aceptación de que gozaba Maria Luisa. Ahora sabiendo lo que su madre le había comentado sintió que tenía un arma de mucho poder en sus manos y que podía acabar con la armonía y felicidad del matrimonio de Antonio y Maria Luisa.

Pero quería que su venganza alcanzara tanto a Maria Luisa y Antonio como a Marco Marola porque éste la ignoraba, no prestando atención a sus poco disimuladas insinuaciones cuando se veían al pasar en las visitas de los Domingos de éste a la casa vecina.

Marco venía casi todos los Domingos a visitar a Doña Cata con la que compartía buenos momentos en el Hipódromo donde ella era una compañera alegre y divertida.

Luego de una liviana comida en el Restaurant la traía a la casa y terminaba la jornada en la cama donde ella lo complacía en todo lo que él quisiera.

Tanto el baño de Doña Cata como el de su vecina Florenciana estaban en el fondo de la propiedad y tenían a un costado una ducha parcialmente cubierta con una lona corrediza.

Una vez que Marco fué al baño notó que en el de al lado Clotilde estaba desnudándose como para bañarse con la cortina parcialmente descorrida y en actitud abiertamente provocativa.

Marco no necesitaba más que eso. Cruzó el alambrado y con ella en cuatro patas sobre el piso de madera la desvirgó y penetró con vigorosas arremetidas que ella aguantaba estoicamente murmurando guturales sonidos de dolor y de placer.

Pero de pronto cambió su actitud y comenzó a lanzar pedidos de ayuda y socorro a los gritos, llamando la atención de Doña Cata y de todos los que estaban reunidos en la casa de Doña Florenciana los que acudieron prestamente en el momento justo que Marco eyaculaba y a la vez trataba de alejarse subiéndose los pantalones y pasando a través del alambrado.

Escapó como pudo en medio de los insultos de todos, menos de Doña Cata que culpaba, también a los gritos, a Clotilde, adjudicándole toda la culpa de lo sucedido, armándose un vocerío descomunal de uno y otro lado del alambrado.

Marco, a la carrera, seguido de cerca por uno de los hermanos de Clotilde, tomó al pasar las llaves y escapó del lugar con su camioneta previo a un forcejeo y algunas trompadas lanzadas por su perseguidor.

El incidente y los comentarios, algunos distorsionados y/o aumentados en proporción, según la fantasía de la que lo contaba, se corrió como reguero de pólvora por todo el vecindario.

Ya con anterioridad las vecinas murmuraban sobre las visitas de Marco a Doña Cata los Domingos en ausencia de Juan y su hermano, ocupados como siempre con la pesca hasta la noche y esto venía a confirmar las suposiciones de las malas lenguas del lugar.

Entre los comentarios de los días subsiguientes resurgieron con más fuerza lo de la posible paternidad de Marco del hijo de Maria Luisa que ya Clotilde se había encargado de divulgar. Tanto que llegó a oídos de Antonio quien inmediatamente le exigió explicaciones a Maria Luisa.

Ella, como cuando ocurrió la violación, tampoco esta vez, encontró la forma adecuada de decírselo a él de manera que pudiera comprender lo que le había pasado, así que con el corazón oprimido por la angustia solo alcanzaba a llorar desconsoladamente.

Antonio tomó esta actitud de ella como aceptación de lo que las vecinas comentaban y sumido en el desconcierto y la sorpresa que esto le causaba, sumado a su orgullo de varón herido, se encerró en un silencio condenatorio sin saber que hacer por varios días.

Hasta que las obligaciones del negocio lo obligaron a salir de su estupor. Poco a poco fue volviendo a la normalidad tratando de olvidar su dolor y rabia.

Maria Luisa, que se mudó al cuarto que habían construído para Marco Antonio también se sumó a la actividad y volvieron a la rutina cotidiana pero sin hablarse.

El siguiente Domingo, Doña Cata y Marco se encontraron en el Hipódromo y allí él se enteró de lo que estaba ocurriendo con Antonio y Maria Luisa.

Pese a sus extravíos donjuanescos tenía buenos sentimientos en algún rincón de su corazón y reconociendo su culpabilidad sintió la necesidad de encarar las consecuencias de sus actos especialmente éste que estaba destruyendo la vida de una persona inocente.

Al día siguiente fué a ver a Antonio y hablaron de hombre a hombre. Le dijo que él era el único responsable de lo sucedido y que estaba dispuesto a hacer lo necesario para reparar el daño causado.

Antonio lo escuchó, con llamas de furia en sus ojos y haciendo un gran esfuerzo para no echarlo a golpes de su negocio, pero luego palpando la  sinceridad y el genuino arrepentimiento de su interlocutor fué paulatinamente disminuyendo su enojo.

Se disipó el gran peso que se había adueñado de su corazón y de a poco se fué derritiendo el hielo del despecho y el fuego de la ira que lo estaba consumiendo.

Cuando Marco se retiró Antonio fué a buscar a Maria Luisa que estaba atendiendo al niño en su habitación. Ella lo vió entrar con los ojos llenos de lágrimas y una mirada que suplicaba perdón y comprensión. El se acercó y sin saber qué decir, vencido por la sinceridad de esa mirada, los abrazó con mucha fuerza y ternura al mismo tiempo que una lágrima rebelde rodaba por su mejilla, permaneciendo abrazados un largo tiempo.

Clotilde se casó pero no tuvo mucha suerte con el compañero de vida que le tocó, el que luego de los meses que duró la luna de miel se convirtió en un monstruo que la maltrataba constantemente, especialmente cuando bebía, cosa que ocurría con frecuencia, hasta que un día cuando bajaba de un transporte público borracho cayó bajo las ruedas del mismo falleciendo en el acto.

Algún tiempo después Clotilde se juntó con un estibador que trabajaba en el puerto de Barranqueras y se fué al Chaco a vivir con él y no se la vió más por el barrio.

Juan y Zeppi murieron ahogados una noche en que los sorprendió una tormenta cuando estaban pescando bastante ebrios en el medio del río. El primo sobrevivió manteniéndose a flote tomado de la canoa semisumergida hasta que lo recogieron otros pescadores al día siguiente después que pasó la tormenta.

Para ese entonces Marco Marola conoció a una muchachita alegre y muy popular en el Hipódromo al que ella concurría frecuentemente con una prima. Se llamaba Sabrina y era la única heredera de una cadena de tiendas con sucursales en toda la Mesopotamia, que acostumbraba a jugar fuerte ganando y perdiendo mucho dinero en sus apuestas sin parecer importarle demasiado cuando perdía y celebrando estrepitósamente cuando ganaba.

Marco se había forjado una buena posición económica con su trabajo y conexiones en el ámbito empresarial de la ciudad y de la provincia.

Los Domingos también apostaba y ganaba fuerte, pero siempre con la ayuda de los «datos» precisos que le daban sus amigos del círculo íntimo del Hipódromo: jockeys, cuidadores y propietarios de caballos, con una buena proporción de aciertos y buenas ganancias en general, que sus amigos se lo daban con la condición de que estos «datos» fueran para su uso exclusivo y no los divulgara. El cumplía estrictamente con este requisito y siempre retribuía con generosas propinas a los que se los proveían.

Un día que estaba en la corta fila de la ventanilla para apostar por un caballo que al parecer no era el favorito para esa carrera, notó cerca suyo a Sabrina que parecía querer apostar al mismo caballo, la que luego pareció cambiar de parecer y se fué a la fila de otra ventanilla.

Marco dejó de lado su reserva habitual, la llamó discretamente y le dijo por lo bajo: –Vení… Apostále a éste… Es «fija»… No puede perder…

Ella se quedó a su lado y apostó fuerte como era su costumbre.

El caballo ganó, pagó buen dividendo y ella lo celebró alborozadamente abrazando a Marco y dándole un prolongado beso en la boca.

Sabrina era muy abierta y efusiva y estaba acostumbrada a tomar la iniciativa en todas sus ya numerosas aventuras amorosas. Era audaz y muy atrevida, podría decirse que era algo así como la versión femenina de Marco.

Este se dejó arrastrar por ese torbellino de mujer que lo envolvió y acaparó por completo.

A pesar de los evidentes defectos de la muchacha y desoyendo los consejos de los amigos, se enamoró de ella y comenzó a cortejarla. Se inició así un romance lleno de peripecias y encontrados momentos de placer y de amarguras.

Esta nueva situación era para él inédita y tenía un destino final imprevisible. Para ella era una aventura más con final abierto, como a ella le gustaba.

Marco conoció y trató a los padres de Sabrina, a quienes luego de algún tiempo, les pidió formalmente su mano.

Sabrina por su parte aceptó ser su novia oficial pero sin comprometerse de ninguna manera a cambiar su estilo de vida. Le dijo abiertamente que tendría que aceptarla como era, independiente, caprichosa, infiel y que no podrían tener familia por una intervención ginecológica que tuvo cuando era aún adolescente.

Marco aceptó sus términos sin muchas objeciones. Tal vez pensó que una vez casada podría sentar cabeza.

La boda se realizó con gran pompa y esplendor en la Iglesia Catedral de la ciudad de Corrientes, concurriendo a la misma y a la subsiguiente Fiesta de Gala, que se realizó en el Lawn Tennis Club, la flor y nata de la sociedad correntina.

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A Marco su enlace con Sabrina le trajo el plus de relacionarse con las más importantes familias del área, lo cual benefició mucho a su empresa constructora.

La prima de Sabrina, llamada Natalia, que era su mejor amiga y confidente, era hija de un magnate, dueño de hoteles y restaurantes en lugares de turismo de la zona, el que le encargó, luego de conocerlo un poco más y escuchar recomendaciones sobre la profesionalidad de Marco, la construcción de un hotel en los Esteros del Iberá.

Este hotel era parte de un proyecto conjunto entre el Gobierno Provincial y algunas empresas particulares para promover el turismo hacia los Esteros del Iberá, el segundo más grande cuerpo de agua fresca del mundo (sólo superado por el Pantanal en Brasil) y que comprendía una buena parte del territorio de la provincia de Corrientes.

Los esteros aún permanecían casi vírgenes y eran y son uno de los lugares más importantes en América del Sur para la observación de la fauna y las aves de la región.

En los terrenos adyacentes al Aeropuerto de la ciudad se proyectaba construír un Centro de Transportes en el que funcionaría además de la terminal aérea, un importante Centro Comercial, la Terminal de Omnibus de Larga Distancia y la estación del trencito «El Económico» que tenía en construcción en una fábrica de Holanda unos coches especiales de cómodos asientos, amplio lugar para equipajes y con ventanas panorámicas.

La Dirección Provincial de Vialidad se encargaría de la construcción de los caminos y vías de acceso.

La Empresa propietaria del tren «El Económico», constituída por miembros de las familias más importantes de la ciudad, construiría un ramal que uniría Plaza Libertad con una parada en la Terminal de Transportes donde los turistas que llegaran en avión tomarían el tren para llegar hasta el Centro Cívico de los Esteros donde se estaba construyendo el Hotel, la estación terminal del tren y algunos edificios del Gobierno de la Provincia alrededor de una plaza.

El Proyecto comenzó y durante la construcción del Hotel Marco vivía cerca de la obra en los Esteros toda la semana, en una de las propiedades que su padre le había regalado a Natalia, llamada «La Hacienda», volviendo el Domingo a la ciudad, para almorzar con la familia y luego concurrir al Hipódromo con Sabrina, Natalia y su novio.

Natalia era una amazona en toda la extensión de la palabra. Aprendió a cabalgar desde muy niña y se crió rondando las caballerizas. En una de ésas fue que conoció a su actual prometido, Fernando Aristizábal, también hijo de hacendados.

En «La Hacienda» se criaban caballos de carrera que luego competían en los Hipódromos del país, para que luego de ganar algunas carreras o algún importante premio eran vendidos generalmente a muy buen precio ya sea localmente o al exterior.

Natalia recorría los esteros montada en algunos de ellos, a veces en partes donde los esteros tenían bastante profundidad lo que obligaba a los caballos a nadar.

Así fué que se le ocurrió entrenar a una docena de ellos para hacer esto con los turistas que quisieran intentarlo con ella a la cabeza. También entrenó a personal para acompañarlos en canoas a lo largo del trayecto. La idea la caratuló como «Turismo Aventura» y tuvo muy buena acogida, con turistas de todas las edades y de todo el mundo, atravezando los esteros a caballo y en grupo.

Nota del autor: Recomendamos ver en you tube: Ibera en Movimiento – Una Cabalgata en los Esteros

El Domingo al finalizar la reunión hípica pasaban por la casa de Antonio y Maria Luisa que habían remodelado su vivienda construyendo un amplio comedor-cocina y acogedor living con una enorme chimenea que proveía a toda la casa de calefacción en invierno.

Maria Luisa que sabía las preferencias de todos y se había convertido en una excelente cocinera, los esperaba con una opípara cena.

En ocasiones encargaban la comida a una Rotisería ubicada casi en frente del negocio de ellos de propiedad de Ramón Albornoz, a quién ellos conocían desde la infancia.

Luego de la cena los hombres se entretenían jugando al truco, un juego de cartas en el que jugaban en pareja: Albornoz y su primo contra Marco y Antonio en un amplio jardín bien iluminado por el sol del crepúsculo.

Las damas se reunían a conversar, a ver películas o novelas, mientras tejían o bordaban en el living de la casa. La esposa de Albornoz era la que les enseñaba estas labores que las mantenía ocupadas hasta la hora de volver a casa.

A todos los amigos y familiares les agradaba el cálido ambiente y la tranquilidad que reinaba en ese hogar donde Marco Antonio creció feliz rodeado por el amor y las atenciones de prácticamente dos sets de padres. Y como en aquellos cuentos con final feliz también llegó la redención tanto de Sabrina que dejó de ser la muchachita alocada y sin frenos que fuera hasta entonces como la de Marco Marola que dejó para siempre sepultado en el pasado sus aventuras donjuanescas para convertirse ambos en una pareja estable y muy querida por todos los que los trataban.

Para Sabrina, Marco Antonio era el hijo que ella nunca podría tener. Lo mimaba como propio y Marco Antonio correspondía con creces dándoles a Sabrina y a todos ellos motivos para quererlo cada día más. La felicidad del hogar de Antonio y María Luisa se vió bendecido un par de años después con la llegada de una muchachita vivaracha y juguetona a la que bautizaron Isabella. Ella era la constante compañera de María Luisa en sus tareas hogareñas y el varón el fiel ayudante de su padre en el negocio que creció con el tiempo, llegando a ser Marco Antonio uno de los más influyentes comerciantes de la ciudad.

En sus últimos años Antonio y María Luisa dejaron el negocio familiar en manos de Marco Antonio y se retiraron a vivir a la propiedad que había sido del abuelo. Marco y Sabrina se fueron a vivir a una posada que edificaron en los esteros, donde eran vecinos de “La Hacienda” de Natalia y Fernando, compartiendo la atención con otros comerciantes y autoridades locales de los numerosos turistas que venían de todo el mundo a visitar los Esteros.

Fernando fué Intendente del lugar por varios períodos y a él se debe en gran parte los progresos edilicios y de comodidades que se brindaban a los turistas. Hizo construir un Parque y Balneario Municipal en una sección arbolada y con una playa natural de suave declive, un Hipódromo donde se realizaban reuniones hípicas los fines de semana y en ocasiones especiales presentaciones musicales y de espectáculos teatrales, cinematográficos y desfiles de comparsas en la época de Carnaval y consiguió que la Corporación que manejaba los intereses del trencito “El Económico” extendiera sus servicios llegando con uno de sus ramales hasta las imponentes Cataratas del Iguazú en la frontera de Brasil y Argentina.

También introdujo mejoras en el pequeño y muy bien cuidado cementerio de los esteros donde se destacan dos mausoleos con paredes de mármol blanco, uno al lado del otro y donde descansan en medio de la serenidad del lugar los restos mortales de Marco y Sabrina en uno y muy cerca, casi pegado a éste, los de María Luisa y Antonio. En las puertas de bronce de ambos hay una foto de los cuatro de cuando eran jóvenes y le sonreían a la vida y la vida les sonreía a ellos.

Chistes en Castellano

repuestos

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Foto de Ramon Barrios.

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Dos madres hablan de sus respectivo hijos:
– Tengo un hijo más tonto!
– Pues anda que yo!
Los dos hijos se acercan, y dice la madre 1:
– Anda, Marianico, vete a casa a ver si estoy.
Y el niño se va. Y dice la madre 2:
– Anda Santiaguico, toma esta peseta y cómprame una T.V. en color,
y el niño también se va. Durante el camino, se encuentran los dos,
y dicen:
– Tengo una madre más tonta!
– Pues anda que yo!
– Fíjate, la mía me manda ir a casa a ver si está y no me da la llave.
– Pues fíjate la mía, que me da dinero para comprar una T.V. en
color, y no me dice de qué color la quiere!

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Un tipo fue a visitar a su amigo y vecino japonés que había sido víctima de un grave accidente automovilístico. Al llegar encontró al nipón todo entubado.
El vecino da la vuelta por alrededor de la cama, para estar más cerca y de pronto el japonés con los ojos casi fuera de órbita, grita:
– ¡ SAKARO AOTA NAKAMY ANYOBA, SUSHI MASHUTA!
Dicho esto, lanzó un débil suspiro y pasó a mejor vida.
Las últimas palabras de su amigo muerto le quedaron grabadas en la mente. En el funeral, se aproximó a la madre y a la viuda y les dijo abrazándolas:
– Señora Fumiko y señora Shakita, nuestro querido Fuyiro, segundos antes de su fallecimiento, me dijo estas palabras:  ” ¡ SAKARO
AOTA NAKAMY ANYOBA, SUSHI MASHUTA!”   Y no sé qué quieren decir.
La madre de Fuyiro se desmayó casi al instante.
La viuda lo miró con rabia y respondió:
– «¡NO PISES LA MANGUERA DEL OXÍGENO, BESTIA!»


 


Una anciana le dice a otra:
– Con los años, mi marido se ha convertido en una fiera en la cama.
– ¿Te hace el amor como un salvaje?
– No, nena… se mea en las sábanas para marcar su territorio.

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El hombre fue a registrar a su hijo recién nacido. El encargado le pregunta:                             —Es Ud. casado?    —Si, señor.    —Con prole?    —No, con Lupita.    —Prole quiere decir hijos. —Ahhh… Si… Tengo una prola y ahora este prolito…

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Pepe le había prestado la sierra eléctrica a Manolo y ahora la necesitaba. Lo llama por teléfono y le dice: —Manolo… Te llamo por la sierra eléctrica… Y éste le contesta: —Coño! Que bien se oye!

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—Manolo! Tienes una media verde y otra roja!   —Pues, si… Y esto no es nada: en casa tengo otro par igual…

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En el teatro actuaba un ventrílocuo con su muñeco Pirulo. En un momento de la función dice: —Ahora, les voy a contar un chiste gallego… Y del medio de la sala se escucha: —Oiga, no se meta con nosotros los gallegos que somos gente muy instruida e inteligente, eh? —Perdón, señor. No es mi intención ofender a una colectividad a la que aprecio. Sin ir mas lejos, yo soy hijo de gallegos. —No tenga pena, hombre. No es con Ud. Es con el enano bocón que tiene sobre su rodilla.

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Era un pueblo chico y había unos cuantos «Manolo´s». Un día un Manolo se cruzó en la calle con otro Manolo al que no veía hacia un tiempo. Este lo saluda: –Hola, tocayo! –Hola! Como esta Don?… Cómo es que se llamaba este tío?

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Paco era muy celoso. Un día un amigo le dijo: –Tú sabes que se murmura en el pueblo que tu mujer, la Paca te traiciona con tu mejor amigo? Enceguecido de rabia y sediento de venganza Paco corrió a su casa y mató al perro.

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En una de las montañas de los Alpes había una oficina que controlaba los movimientos telúricos de la zona, manejada por científicos franceses. En una oportunidad detectaron un terremoto que se pronosticaba peligroso para Galicia. Se comunicaron telegráficamente con sus pares gallegos haciéndoles saber del peligro: «Movimiento telúrico en dirección a Uds. Escala Richter 8, Mercalli 7. Contéstennos si recibieron este aviso». Pasaron varios dias sin respuesta. 10 días después contestaron: «Movimiento telúrico dominado. Encontramos al tal Mercalli en una aldea y ya fue juzgado y ejecutado, pese a jurar que no tenía ninguna conexión con el Movimiento Telúrico, y que ni sabía lo que era, según él. Al otro cabecilla lo ubicamos pero escapó por la frontera. Disculpen la demora en contestar, pero es que aquí tuvimos un terremoto de la gran puta!

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Paco le dijo a Manolo: –Que te parece si intentamos algo que nos ponga en el Libro de Guinness. Algo que no haya hecho ningún gallego hasta ahora. Estuvieron pensando mucho tiempo hasta que se decidieron: Intentaremos cruzar a nado el Canal de la Mancha!.. Y empezaron a entrenar en la ría del pueblo. Cuando se sintieron suficientemente preparados anunciaron la fecha del intento. Ese día se llegaron a la costa francesa y ante buena cantidad de público y prensa se lanzaron al agua. Todo iba bien hasta que Paco comenzó a sentir cansancio y calambres. Manolo lo alentaba: –Vamos, Paco! Piensa en las inglesitas que nos esperan en la otra orilla con tecito caliente. Fuerza, que ya llegamos! Paco seguía quejándose hasta que faltando unos 500 metros con la costa inglesa a la vista, iluminada por las luces de la televisión y bastante público no pudo más y dijo: –Sigue tú, Manolo. No puedo más. Yo me vuelvo!…

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–Manolo, Tienes buena memoria para las caras? –Pues, sí… –Qué bueno!.. Porque acabo de romper el espejo y tendrás que afeitarte de memoria.

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Manolo lee en el diario: «Alud mata a 200 personas». Y comenta: –Estos árabes son sanguinarios!

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-Buenos días Dra., quería saber si puedo tomar las píldoras anticonceptivas con diarrea…
– Mire… yo las tomo con agua, pero si le gustan así, no hay contraindicaciones.

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Durante un atraco a un Banco, antes de darse a la fuga, el ladrón pregunta a un rehén:
– ¿Tú me has visto robar este Banco? El rehén asustado le dice que sí, y recibe un tiro en la cabeza. Después se vuelve al resto de rehenes apuntándoles y pregunta a dos mujeres y un hombre:
– ¿Me habéis visto robar este Banco? Y el hombre, responde:
– Yo no he visto nada, pero mi mujer y mi suegra, aqui presentes, no han perdido detalle.

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El marido totalmente borracho, le dice a su mujer al acostarse:
– Me ha sucedido algo increíble. He ido al baño y al abrir la puerta se ha encendido la luz automáticamente.
– ¡Pepe! Has vuelto a mear en la nevera!!!..

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Manolo le dice a Paco:
– Oye!… No sigas bebiendo que te estás poniendo borroso…

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Después de 197 años la selección nacional de Galicia clasifica para jugar un Mundial de fútbol. Les toca contra Inglaterra el primer partido y juegan en Wembley. Había mucha niebla por lo que el referi reúne a los jugadores en el centro del campo y luego de consultar con los capitanes suspende el partido. Los de la delegación gallega ya de vuelta en el hotel se dan cuenta de que falta el portero y lo van a buscar al estadio. Lo encuentran bajo sus tres palos, tratando de ver a través de la espesa niebla y en posición de defender su portería y le dicen: —¿Qué haces aquí? No te enterastes de que el partido se suspendió? Y contesta el portero: —¡Ya me extrañaba a mí que domináramos tanto!

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CHISTES MEDIO VERDES

–Princesa… te invito a un trago de vino… –No puedo, me cae mal para las piernas…         –¿Se te hinchan? –No… Se me abren…

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Va un padre con la hija recién nacida al registro a ponerle nombre: –¿Cómo se va a llamar su niña? –Debora… –¿Está seguro señor Navos?

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Un viejo estaba sentado en un banco de la plaza, cuando se sienta a su lado un joven con el pelo revuelto y de varios colores. El viejo lo mira detenidamente y el joven le dice: –¿Qué pasa abuelo? ¿Nunca hicistes nada salvaje en tu vida? Y el viejo responde: –Una vez me emborraché y practiqué sexo con una lora. Ahora estoy pensando si no serás tú el fruto de esa locura…

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Llega el importante ejecutivo a su casa con cara de preocupación. La mujer le pregunta el motivo y el hombre le responde: –Tengo un grave problema en la oficina. A lo que la esposa amorosamente le dice: –Mi amor, nunca digas «tengo un problema´´… dí mejor «tenemos un problema«, porque para eso somos una pareja muy unida. A lo que el marido le responde: –Bueno, entonces te informo que nuestra secretaria va a tener un hijo nuestro.

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Manolo se olvidó las únicas llaves que tenía dentro del auto. Dió vueltas alrededor buscando un objeto contundente para romper el vidrio, cuando pasa Pepe y al ver lo que sucedía le dice –Hombre… Usa la cabeza… Y  cuando vé que Manolo se acomoda para darle el cabezaso al vidrio del auto le dice: –No, hombre… Usa la inteligencia. Búscate una percha de alambre, metes el alambre de manera de enganchar el pestillo y listo! A mi me pasó lo mismo y lo abrí en menos de 15 minutos. Claro que yo tenía a Josefa dentro del auto que me indicaba, más a la derecha… ahora a la izquierda.. ya… ahí!…

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Pepe y Manolo se pasaron todo el fin de semana buscando un arbolito de Navidad por el bosque de su pueblo. El Domingo a la tarde cuando ya bajaban las sombras de la noche Manolo le dice a Pepe: –Bueno, el próximo arbolito que nos guste lo llevamos, tenga o no tenga las luces!…

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Sabes como convertir un burro en burra? Pues encerrándolo solo en el establo hasta que se aburra!!

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Pepito en el colegio le dice un amigo: -Pepito! Pepito! ¿Vamos a jugar al polo? -Y porqué tan lejos?

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Le dice un borracho a otro: -Hace 5 días que no duermo! -Debes de estar cansadísimo!         –Para nada, yo duermo de noche!…

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Un turista gallego sube a un taxi en Buenos Aires y al girar en la primera curva ve como el taxista saca la mano por la ventanilla para indicar que va a girar… Al ver  ésto el turista preocupado le dice: -Disculpe, Sr. taxista… usted concéntrese en conducir, que yo ya me encargaré de ver si llueve o no!

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Se encuentran dos hombres en una reunión de negocios y le dice uno al otro: -Muy buenas, Mi nombre es Juan, el mayor de los placeres. -Encantado, yo me llamo Luis… el menor de los Fernández.

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Un hombre iba por la calle jadeando cargando un mueble a sus espaldas. Un amigo que lo vé le pregunta: -Oye, cómo no me avisaste para venir a ayudarte? -No hace falta… que ya le avisé a mi hermano… -Pero…¿Y donde está?… -Está adentro del mueble sujetando las perchas…

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Un gitano fué a escuchar su sentencia en un juicio. Le dice el juez: -Usted está aquí por robar un coche. Son 10.000 euros de multa ó a la cárcel. El gitano decide consultar con su mujer: -Cariño, me ha dicho el juez que 10.000 euros ó a la carcel!! Y la mujer le contesta:-Pues hombre… no seas tonto y coge el dinero!!

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Le dice el novio a la novia: -Cariño, te casarías con un hombre millonario pero muy tonto? -¿Cómo? ¿Así que tienes mucho dinero y yo sin enterarme?

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Un tipo va al psicólogo y le dice: -Doctor, vengo a verlo porque tengo un problema de doble personalidad. El doctor lo mira fijo y le dice: -Siéntese mi amigo, que aquí entre los cuatro lo vamos a resolver.

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  • ¿Por qué los gallegos llevan la batidora al estadio?… para batir récords
  • ¿Cómo hacen volar un avión los gallegos?… con dinamita
  • ¿Por qué los gallegos ponen escaleras a la orilla del mar?… para que suba la marea
  • Ayer informó la Policía Científica de Pontevedra que fallecieron 4 gallegos: dos en un asesinato y dos en la reconstrucción de los hechos.
  • Un gallego se muere de la risa, le hacen la autopsia y no le encuentran el chiste.
  • -¿Qué hace un Gallego con los ojos cerrados frente a un espejo?……Está viendo como se duerme.
  • Por qué van 19 gallegos al cine?………Porque la película es prohibida para menos de 18.
  • ¿Qué hace un gallego vestido de vampiro conduciendo un tractor?…. Siembra el pánico.
  • ¿Por qué los gallegos van al supermercado desnudos?…… porque afuera hay un anuncio que dice 50% de descuento en pelotas.
  • ¿Para qué los gallegos le ponen azúcar a la almohada?…… Para tener dulces sueños.
  • ¿Por qué los gallegos se sientan en la última fila cuando van a ver películas cómicas?…… porque el que ríe último, ríe mejor.
  • Cual es el día del gallego?…… el día menos pensado.
  • Por que un gallego se abanica con un serrucho?… porque le dijeron que el aire de la sierra es mas sano.

 

-Un gallego se encuentra con un chino y le dice el gallego:

-Hola

Y el chino contesta:

-Las nueve y media